18. Presión del aire

—Quédate ahí arriba hasta que te avise —susurró Aya—. ¡Pero permanece alerta!

Bajó las escaleras a la carrera, preguntándose qué sucedería si el tren pasaba a toda velocidad por delante de la puerta abierta. Había muebles y aparatos apilados junto a la entrada, además de las aerotablas de las Chicas Astutas.

Aya había experimentado en carne propia lo que la estela de un tren ultrarrápido podía hacer.

Echó a correr entre los cilindros. Su reflejo era una mancha borrosa en las superficies de liso metal, su cabeza no paraba de dar vueltas. ¿Cómo iba a explicar por qué sabía que un tren se dirigía hacia allí?

La boca del túnel brillaba con las linternas de las chicas. Estaban despatarradas en la entrada, bloqueando el estrecho agujero.

—¡Apartaos! —Aya se zambulló en el túnel y empezó a gatear por encima de los cuerpos, ignorando sus protestas—. ¡Escuchadme! —tronó—. ¡Se acerca un tren!

Se hizo el silencio y Kai se volvió hacia ella.

—¿De qué estás hablando?

—¿Te acuerdas de esos trenes imprevistos a los que no dabas importancia? Pues uno de ellos viene hacia aquí. ¡Llegará en pocos minutos!

Kai entornó los párpados.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Me dirigía a la entrada... para coger una aerotabla, pensando que algunas de nosotras podríamos bajar por el pozo subidas a...

—¿Fuiste hasta la entrada y volviste en cinco minutos?

—No... porque a medio camino noté que el suelo temblaba. ¡Vamos, Kai, no tenemos tiempo que perder!

Kai titubeó y un murmullo de incredulidad recorrió el túnel.

Aya resopló y siguió gateando por encima de los cuerpos hasta alcanzar el borde del pozo.

—¡Edén... se acerca un tren!

Unos segundos después Edén Maru salió disparada del pozo.

—¿Un tren? ¡No hemos cerrado la puerta!

—¿Y? —dijo Kai—. A esa velocidad es imposible ver nada. Además, la mayoría de los trenes ultrarrápidos ni siquiera lleva personal.

—¡Nuestras tablas! ¡La estela las succionará, junto con todas las demás cosas que no estén amarradas!

—¿Por qué no lo has mencionado antes? —tronó Kai.

—¡Porque has dicho que no pasarían más trenes!

—¡He dicho probablemente!

—¡Aparta! —Edén juntó las manos como un saltador de trampolín y cruzó volando el concurrido túnel.

El estrecho túnel se llenó al instante de cuerpos gateando. Las chicas gritaban y se adelantaban a empujones para seguir a Edén hacia la entrada de la montaña.

Kai titubeó unos instantes. Tenía los ojos fijos en Aya.

—¿Estás segura de que no lo has imaginado?

Aya asintió, todavía jadeando.

Kai blasfemó y, poniéndose a cuatro patas, siguió a las demás.

Aya esperó a que el fragor de la estampida hubiera amainado para activar su pantalla ocular. Se tumbó boca arriba en el suelo de piedra y miró hacia la oscuridad del pozo.

Entre ella y Moggle solo había aire, y la vista de la cima de la montaña era clara como el cristal.

El tren, una ristra de perlas fulgurantes arrastrándose por la parpadeante línea de alta velocidad, estaba mucho más cerca, a solo unos minutos.

—¡Baja enseguida, Moggle! —dijo—. ¡No flotes, déjate caer!

Moggle dirigió sus objetivos hacia abajo y Aya observó la caída desde la perspectiva de la aerocámara. La mancha infrarroja de su cabeza, de un amarillo fuego, fue creciendo, hasta que finalmente Aya pudo ver su propia expresión de pánico.

—¡Para! —aulló.

La aerocámara se detuvo a unos centímetros de su nariz y encendió sus luces nocturnas para celebrarlo.

—Yo también estoy contenta de verte. Y deslumbrada. —Aya echó a gatear por el túnel—. Sígueme, pero a una distancia prudente. Y si tropezamos con alguien, escóndete enseguida.

Aya cruzó el laberinto de piedra siguiendo la senda de los tacos metálicos. Así había dado Moggle con ella. Al igual que los cilindros, las aerocámaras solo podían viajar sobre sendas metálicas.

Llegó al pasillo central corta de resuello y con el corazón desbocado. Divisó el perfil de las Chicas Astutas contra la entrada del túnel de alta velocidad.

Se detuvo en seco y notó la vibración del tren bajo los pies.

—Lo tenemos casi encima —estaba diciendo Kai.

—¡Hago lo que puedo! —Edén estaba arrodillada junto al hueco de la puerta, con el hacker de materia inteligente en una mano y manejando los mandos con la otra.

Pero la materia inteligente permanecía inmóvil.

Aya echó un vistazo por encima de su hombro y vio que Moggle estaba filmando la escena. Sonrió. Tanto si la puerta se cerraba como si no, lo que iba a pasar sería increíblemente lanzable.

—Que todo el mundo se prepare —dijo Edén—, por si las moscas.

Las Chicas Astutas unieron sus pulseras protectoras para formar una cadena humana, aunque de poco iba a servirles. Si los muebles y aparatos empezaban a volar descontroladamente, estarían de todos modos en un serio apuro.

Edén Maru soltó finalmente un gruñido triunfal. La materia inteligente estaba cobrando vida, sus zarcillos negros estaban entrelazándose sobre la abertura.

Pero el tren ya estaba dentro del túnel, Aya podía sentirlo. Notó el chasquido en los oídos cuando el aire se apretujó contra ellas a trescientos kilómetros por hora. El olor a lluvia de la materia inteligente la envolvió.

El fragor aumentaba por segundos, y delirantes remolinos de polvo giraban en los haces de luz de las linternas. La primera capa ya se había extendido sobre la entrada, pero sobresalía hacia Edén como un globo estrujado entre dos manos.

Aya se preguntó qué le sucedería al tren si la puerta estallaba. ¿Podría el repentino cambio de presión arrancarlo de las vías?

Junto a la abultada puerta, Edén seguía manipulando los mandos del hacker y lanzando gritos que el rugido del tren ahogaba.

Más capas avanzaron hasta ocupar su lugar...

El estruendo alcanzó su punto álgido y las montañas de aparatos que rodeaban a Aya empezaron a desplazarse por el suelo. Titilando como una cuerda de guitarra punteada, la puerta de materia inteligente vibraba tan deprisa que el ojo no podía verlo. Tras unos segundos interminables, el tren comenzó a alejarse y el fragor murió lentamente.

La puerta había resistido. Ahora que el tren ya había pasado, Aya no podía distinguir la materia inteligente de la piedra.

Edén se derrumbó en el suelo mientras Kai se volvía hacia las chicas con una sonrisa débil.

—Me parece que ya hemos tenido suficiente diversión por esta noche.

Un murmullo de cansancio viajó entre las chicas; al parecer, Aya no era la única que llevaba dos noches sin apenas pegar ojo. Las Chicas Astutas procedieron a coger sus tablas para volver a casa.

El único problema ahora era sacar de allí a Moggle.

—Kai —dijo Aya—, ¿podemos llevarnos algo?

Kai echó una ojeada a los aparatos hacinados en el pasillo.

—Vale, pero que no se note mucho que hemos estado aquí.

—¿En este desorden? —Aya rio—. Están desmantelando el lugar, no haciendo inventario.

Algunas chicas asintieron y procedieron a examinar los aparatos. Pocas cosas podían solicitar sin tener méritos ni rango facial, comprendió Aya, y las pantallas murales y las terminales eran objetos tentadores.

Aya regresó raudamente al lugar donde se agazapaba Moggle y cogió una caja al azar. Vació el contenido —lápices ópticos y tabletas digitales— e indicó a la aerocámara que entrara. La tapa de plástico se cerró herméticamente con un pop, ocultando completamente a Moggle.

Aya giró una pulsera protectora y su aerotabla se acercó por el pasillo. Después apretó la caja contra su superficie y notó el chasquido que hicieron los elevadores de Moggle al adherirse a ella a través del plástico.

Cargada con una aerocámara llena de imágenes superlanzables, estaba lista para partir.

—Es increíble que supieras que venía el tren.

Aya levantó la vista y encontró a Edén Maru flotando por encima de su cabeza. Se encogió de hombros.

—No tiene nada de increíble. El suelo temblaba.

—Qué curioso —dijo Edén—. Yo no he notado nada cuando he llegado a la puerta. Solo he empezado a notar algo cuando el tren ya estaba muy cerca. Pero tú lo has notado mucho antes.

—Tal vez se deba a ese equipo de aeropelota que llevas. —Aya sonrió—. No estás acostumbrada a caminar por la tierra como nosotros, los extras.

—Será eso. —Edén detuvo la vista en la guarida de Moggle—. ¿Has encontrado algo interesante?

—Solo lápices ópticos y cosas así. ¿Quieres uno?

Edén dudó unos instantes y negó con la cabeza.

—No, gracias. Yo no necesito robar. Soy famosa, ¿recuerdas?

—Lo siento, lo había olvidado. Edén sonrió al fin.

—No lo sientas, Fisgona-chan. Significa que estás progresando. Le dio una palmadita en el hombro dolorido y hecho esto regresó volando junto al hacker de materia y procedió a reabrir la puerta.