Cuando se aproximaban a la boca del túnel, algunas chicas sacaron sus linternas. Luces rojas juguetearon en la abertura, perforando apenas la oscuridad del interior.
Por lo menos Aya no era la única sin visión infrarroja.
—¿Y si llega un tren estando dentro? —preguntó Pana.
Kai se encogió de hombros.
—Limítate a tumbarte sobre la tabla, bien pegada al techo.
Edén meneó la cabeza.
—No funcionará. La estela del tren te arrastrará hacia abajo. —Señaló a Aya con el pulgar—. Más o menos como le ha ocurrido a Fisgona-chan.
Hubo algunas risas. De regreso a la montaña, Edén había imitado los aero-botes de Aya sobre las vías. Varias veces.
—En cualquier caso, da igual —dijo Kai—. No está previsto que pasen más trenes esta noche.
—¿No pasan trenes imprevistos a veces? —repuso Pana.
Kai puso los ojos en blanco.
—Una vez al mes, como mucho. Nada inquietante comparado con lo que hacemos la mayoría de las noches. ¡En marcha!
Kai y Edén entraron como flechas por la boca del túnel. Algunas chicas se quedaron un instante donde estaban, mirándolas con cara de preocupación.
Aya encendió la linterna y avanzó con su aerotabla. Edén Maru ya sospechaba de ella; no quería dar al resto de las chicas motivos para dudar también.
Una probabilidad entre treinta no era tan mala.
El polvo de las vías, agitado aún por el paso del tren, se arremolinaba en el haz rojo de la linterna. Un gemido quedo inundó la oscuridad y Aya se estremeció. Por el túnel corría una brisa estable, como si las paredes de piedra respiraran.
Se preguntó cómo iban a encontrar la puerta oculta. La noche anterior su aspecto había sido idéntico al de la pared del túnel. Probablemente unos ojos operados o los modernos objetivos de Moggle fueran capaces de diferenciar la piedra de la materia inteligente, pero dudaba mucho que su ordinaria visión humana pudiera serle de demasiada ayuda.
Miki ya estaba flotando por el túnel con una linterna en la mano. Avanzaba deslizando los dedos por la superficie de la pared, escrutando la piedra.
Aya se acercó con su tabla.
—No tienes infrarrojos.
—No. —Miki suspiró—. ¿Y tú?
Aya negó con la cabeza.
—Mis ancianos no me dejan. Pero tú ya has cumplido los dieciséis, ¿no?
—Sí, pero me gustan mis globos oculares.
—Pueden fabricarte unos idénticos, ¿sabes?
—Pero es que a mí me gustan mis globos oculares, no una imitación. Sé que suena a preoxidado.
Aya se encogió de hombros.
—Mi hermano lanzó la historia de una camarilla de cuerpos naturales que no se han operado nunca. Algunos tienen que llevar unas cosas para poder ver, parecidas a unas gafas de sol, ¡incluso cuando no están al sol!
Miki entornó los párpados.
—¿Tu hermano es famoso?
—Ajá —respondió Aya, arrepintiéndose al instante de haber sacado el tema.
—Por eso te hiciste lanzadora, ¿verdad? Por tu hermano.
—Eso cree Hiro, que le adoro o algo así. Pero, en realidad, cuando lo conoces se te quitan las ganas de ser famoso. La fama le ha convertido en un esnob.
Miki rio.
—No tienes que hablar mal de tu hermano porque sea una cara célebre, Aya-chan. Nosotras no odiamos a los lanzadores, simplemente no queremos que nadie nos lance.
—Entiendo. —Aya cambió de postura para alinear de nuevo la cámara-botón—. No obstante, a mucha gente le encantaría vernos surfear sobre trenes ultrarrápidos, ¿no crees?
—Sí, pero entonces todo el mundo querría hacerlo y los guardas aumentarían la vigilancia. —Miki meneó la cabeza—. Tenemos que mantener esta actividad en secreto. Lo comprendes, ¿no?
—¡Claro! —aseguró Aya, pero Miki aún tenía el entrecejo fruncido. Quizá hubiera llegado el momento de cambiar de tema—. Por cierto, gracias por defenderme.
—De nada. Como ya dije, confío en ti.
Aya se volvió para examinar de cerca la pared mientras un nudo de inquietud volvía a formarse en su estómago.
—Así y todo, te debo una.
Más adelante sonaron unos golpecitos y las dos levantaron la vista.
Era Kai, martilleando la pared con su linterna conforme avanzaba. Los golpes retumbaban por el túnel y la piedra sonaba compacta como una montaña.
—¿En eso consiste nuestra estrategia para encontrar la puerta secreta? —dijo Aya en voz baja—. ¿En aporrear la pared?
—¿Crees que podrían programar materia inteligente para que suene como la piedra?
—Es posible —respondió Aya. Ren siempre decía que se podía programar materia inteligente para que hiciera prácticamente cualquier cosa. Era uno de los grandes inventos desde la lluvia mental, como la IA y las pantallas oculares internas, innovaciones que los tiempos de la perfección habían postergado durante siglos—. Pero ¿por qué iban a hacerlo? Dudo mucho que quienes fabricaron esa puerta esperen que alguien se pasee por el túnel buscándola.
Miki golpeó la piedra con su linterna. Sonó a roca maciza.
—Lo que significa que, si a nosotras no nos hubiera dado por subirnos a trenes ultrarrápidos, esa puerta jamás habría sido descubierta. —Sonrió—. A lo mejor es cierto eso que dicen todos los cultos a Youngblood, que la rebeldía puede cambiar el mundo.
Aya se volvió hacia ella para asegurarse de que su cámara-botón la filmara.
—¿Y de qué modo crees que el hallazgo de esa puerta podría cambiar el mundo?
—Eso depende de lo que contenga dentro, supongo. —Miki golpeteó la piedra—. ¿Y si esconde algo realmente aterrador?
—¿Como un depósito de residuos tóxicos secreto? —Aya sonrió—. Imagina la de méritos que el Comité del Buen Ciudadano nos daría por destaparlo.
—No lo digas muy alto, Aya-chan. Kai odia los méritos más aún que la fama. —Volvió a martillear la pared—. Pero gracias por mencionar lo de los residuos tóxicos. Eso me distraerá del tren imprevisto que he estado imaginando.
—¡Edén! —gritó alguien—. ¡Aquí!
Algunas chicas se habían reunido en torno a una sección de la pared y estaban dando golpecitos con las linternas. Aya y Miki se miraron antes de impulsar sus aerotablas.
Mientras se acercaban al grupo Aya prestó atención a los golpes. ¿Sonaban a hueco?
—Déjame pasar, Fisgona —dijo la voz de Edén Maru a su espalda.
Al hacerse a un lado, reparó en el aparato que Edén llevaba en las manos y el corazón se le aceleró. Era un hacker de materia inteligente.
No se trataba de ninguna tontería, sino de algo del todo ilegal. Con esos hackers podías reprogramar materia inteligente a tu gusto; de hecho, en un momento de delirio podías derribar un edificio entero.
Y cuanto Aya tenía era esa estúpida cámara-botón. Las imágenes de un hacker de materia ilegal serían un auténtico bombazo.
Aya escudriñó la oscuridad confiando en que Moggle anduviera cerca. Se moría de ganas por comprobar si recibía su señal, pero seguro que el parpadeo de su pantalla ocular la delataría en la negrura del túnel.
Las chicas se apartaron para dejar pasar a Edén sin apartar la vista del pequeño artefacto que llevaba en las manos.
Lo apretó contra la pared mientras sus dedos correteaban por los mandos.
Al rato asintió.
—Ya está. Apartaos, ahí detrás podría haber cualquier cosa.
—O persona —murmuró Miki.
Aya pensó de nuevo en las figuras inhumanas, en sus extraños rostros, en sus dedos largos y delgados.
—Esos friquis deformes solo estaban almacenando cosas —repuso—. Aquí no vive nadie.
Miki se encogió de hombros.
—Pronto lo sabremos.
Un zumbido se adueñó del túnel cuando las moléculas de materia inteligente comenzaron a reorganizarse. La pared ondeó y su textura pasó de la piedra áspera al plástico nacarado. Poco a poco asomó el contorno de la puerta, un rectángulo del mismo tamaño que las puertas de los trenes de mercancías ultrarrápidos.
Entonces la pared empezó a desprenderse, una capa después de otra, como agua resbalando por una superficie lisa. Al igual que la noche anterior, el aire tenía un regusto trémulo, como a tormenta inminente.
Las vibraciones viajaban por la piel de Aya como si el hacker también la estuviera modificando a ella...
Cuando se desgajó la última capa, el hueco de la puerta apareció ante sus ojos. Dentro se extendía un largo pasillo alumbrado por una luz anaranjada.
—Esto sí es astuto —dijo Kai, y a renglón seguido entró.