10. Rescate

—Cuando hice sumergible a Moggle nunca pensé que algún / día lo necesitarías.

—Lo siento —suspiró Aya. Había dicho «lo siento» unas mil veces desde que se reunió con Ren esa mañana; empezaba a estar harta—. No volverá a ocurrir, te lo prometo.

Ren bajó nuevamente la vista hacia el agua negra e inmóvil.

—Todavía no me has contado cómo ocurrió.

—Creo que se acercaron a Moggle por detrás. Estoy casi segura de que utilizaron un cepo. —Aya avanzó hasta el borde de su aerotabla y miró hacia abajo. Ni siquiera estaba segura de haber dado con el lugar correcto. De aquella noche solo recordaba sombras y caos, mientras que ahora los aerofocos de Ren estaban iluminando la reserva de agua subterránea con su potente luz. Nada coincidía con las imágenes que retenía en su cabeza—. Creo que la tiraron aquí.

—¿Quiénes? ¿Las Chicas Astutas?

—Sí, Ren, son reales. No las has visto porque no les gustan demasiado los lanzadores. —Señaló la superficie negra del lago—. Por eso mi aerocámara acabó en el agua.

Ren soltó un bufido mientras sus pulgares jugaban con el instrumento que tenía en las manos y sus pantallas oculares giraban. Se fabricaba sus propias cajas de sorpresas, artefactos que podían hablar con cualquier máquina de la ciudad.

—Pues utilizaron un cepo de los grandes. Moggle no aparece por ningún lado: ni señal de la ciudad, ni fuente privada, ni siquiera el parpadeo de la batería.

Aya gruñó y el sonido viajó por la superficie del agua y rebotó en las antiguas paredes de ladrillo. La reserva era más grande aún de lo que recordaba, lo suficientemente vasta para recoger el agua de toda la estación lluviosa.

—¿Qué podemos hacer?

—Los tecnocerebros tenemos un dicho: si no puedes emplear lo último en tecnología, utiliza los ojos. —Manipuló los mandos de su instrumento y uno de los aerofocos proyectó una luz cegadora en el agua. Alumbrando las profundidades de la reserva, el aerofoco voló hasta Aya y se detuvo.

Aya descendió con su aerotabla hasta la superficie del agua y se arrodilló para escudriñar el fondo.

—¡Uau! ¿En serio que nos bebemos eso?

—Primero la filtran, Aya-chan.

El agua aparecía turbia y estaba salpicada de desechos y detritos arrastrados por los desagües. Olía a tierra húmeda y hojas descompuestas.

—¿Puedes aumentar la luz?

—Veamos si esto te ayuda.

Ren agitó una mano. El aerofoco descendió y su morro atravesó la superficie.

La luz se intensificó y un semicírculo de agua luminosa brotó debajo de Aya, como si estuviera flotando sobre una puesta de sol invertida de tonos verdes y marrones. Finalmente podía ver el fondo de la reserva: una fina capa de limo, ramitas y cascotes con trocitos de enladrillado viejo asomando entre ellos.

Pero ni rastro de Moggle.

—Hum, puede que no estemos en el lugar correcto.

—Una verdadera pena. —Ren estaba tendido sobre su aerotabla, contemplando el techo abovedado. Levantó los brazos frente a él y con un gesto inició un videojuego destrozapulgares—. Avísame cuando la hayas encontrado.

—Pero Ren-chan...

—Hasta luego, pierdecámaras.

Aya empezó a protestar de nuevo, pero las pantallas oculares de Ren comenzaron a parpadear en la modalidad de inmersión plena mientras sus dedos se doblaban y retorcían. Estaba completamente absorto en el juego.

Con un suspiro, Aya se tumbó sobre la tabla boca abajo y apoyó la barbilla en la proa. Dejándose arrastrar por el agua, se puso a examinar la porquería del fondo.

Ren tenía razón en una cosa: aquello era un auténtico peñazo. Cada vez que el aerofoco se movía para seguirla obedientemente, su morro removía la superficie y Aya tenía que esperar a que el agua se aposentara de nuevo para poder ver el fondo. Divisaba desechos sorprendentes —un bumerán, los restos de una cometa cubo, la espada rota de un cuerpo guerrero—, pero ni rastro de Moggle. No le extrañaba que Ren prefiriera jugar a videojuegos a contemplar el lecho de un lago plagado de basura.

Por lo menos el día previo había obtenido la máxima puntuación en todos sus tests, y la tarea de vigilar a los pequeños después de la comida le proporcionaría los últimos méritos que le faltaban para comprarle a Moggle pintura de camuflaje negra.

Cuando finalmente lanzara esa historia se haría tan famosa que ya nunca tendría que preocuparse de arañar méritos.

Mientras escrutaba las misteriosas profundidades del lago, su mente regresó a lo que ella y Miki habían visto la noche anterior. ¿Qué podía ser tan secreto que había que ocultarlo dentro de una montaña? ¿Y por qué tenían esos tipos ese aspecto tan extraño? Ni los monos quirúrgicos más desmedidos se deformaban el cuerpo de ese modo.

Las Chicas Astutas planeaban regresar esa noche en busca de pistas. Ren le había dado una cámara espía del tamaño de un botón de camisa, pero solo servía para planos cortos. Para filmar a las chicas en todo su esplendor necesitaba que Moggle la siguiera a hurtadillas.

Sobre el lecho de la reserva asomaba un pequeño bulto cubierto de limo.

—¿Moggle? —murmuró Aya, frotándose los ojos.

Tenía la forma y el tamaño justos, como un balón de fútbol cortado por la mitad.

—¡Eh, Ren! —gritó— ¡Ren!

La señal intermitente de inmersión se detuvo y el brillo de la pantalla ocular resbaló por la cara de Ren.

—¡He localizado a Moggle!

Ren estiró los brazos y se sentó con las piernas colgando de la aerotabla.

—Genial. Ahora pasaremos a la fase dos, que mola mucho más.

—Estupendo, porque estaba empezando a aburrirme. Ren sonrió.

—Seguro que esto no te parece aburrido.

La fase dos implicaba la intervención de una bombona de helio comprimido del tamaño de un extintor y un fláccido globo sonda colgando de su embocadura.

Aya miró el artilugio de hito en hito. —No lo pillo.

Ren le lanzó la bombona y Aya gruñó bajo su peso. La tabla se hundió durante unos segundos antes de que los elevadores la estabilizaran.

—Pesa, ¿eh?

—Ajá. —El agua resbalaba por la superficie de la tabla, mojándole los zapatos adherentes.

—Eso solucionará tu problema de flotación —explicó Ren. —¿Yo tengo un problema de flotación?

—En efecto, Aya-chan. Tú, como la mayoría de la gente, flotas. Por ese molesto aire que tienes en los pulmones. La bombona es lo bastante pesada para llevarte directamente al fondo. Aya parpadeó.

—Un momento, Ren... A mí me gusta mi problema de flotación. ¡Me gusta tener aire en los pulmones! ¡No pienso bajar! Ren rio.

—¿Y cómo piensas rescatar a Moggle?

—No lo sé. Pensaba que fabricarías una especie de... submarino en miniatura.

—Como si no tuviera nada mejor en qué invertir mis méritos. —Ren señaló la bombona de helio—. Tiene un imán en la base. Coloca la bombona en posición vertical sobre Moggle y verás cómo se adhiere.

—¿Y cómo voy a regresar a la superficie? Esta cosa pesa una tonelada.

—Ahí viene la parte ingeniosa. No tienes más que girar esto. —Ren avanzó con su tabla y giró la válvula de la bombona. La dejó silbar un segundo antes de cerrarla de nuevo—. El globo se hincha y os sube a ti y a Moggle a la superficie. Mola, ¿eh?

—Vale. Pero yo no puedo respirar helio. ¿Dónde está mi mascarilla? —Se volvió hacia el portaequipajes de la tabla de Ren.

—Contén la respiración.

—¿Que contenga la respiración? —aulló Aya—. ¿Esa es tu magnífica solución de tecnocerebro?

Ren puso los ojos en blanco.

—Solo hay cinco o seis metros hasta el fondo. Como la parte honda de una piscina de saltos.

—Oh, gracias por mencionar el tema de los saltos, mi actividad aterradora favorita. —Frunció el entrecejo—. ¡Además, ahí abajo hace un frío que pela!

—Mejor que mejor. —Ren asintió—. Así la próxima vez te lo pensarás dos veces antes de perder tu aerocámara.

Aya miró a Ren mientras caía en la cuenta de que la idea había sido probablemente de Hiro. Si supieran lo lanzable que era su historia entenderían por qué había merecido la pena sacrificar a Moggle. Pero no podía explicar nada aún, no hasta que descubriera qué se ocultaba en aquella montaña.

—Muy bien. —Se abrazó a la bombona y, echando fuego por los ojos, escudriñó el agua hasta localizar de nuevo a Moggle—. ¿Hay algo más que deba saber?

Ren sonrió.

—Ve con cuidado, Aya-chan.

—Lo que tú digas.

Aya inspiró hondo y... saltó.

El impacto con el agua retumbó en sus oídos, pero el peso de la bombona la arrastró rápidamente hacia las aguas tranquilas del fondo. Sentía el brillo de los aerofocos en sus párpados cerrados y un frío gélido.

Los zapatos adherentes golpearon el suelo y patinaron sobre el limo durante unos instantes. La pesada bombona amenazaba con doblarle las rodillas, pero Aya logró mantenerse derecha.

Abrió los ojos...

Ramitas y hojas descompuestas giraban a su alrededor, fruto del minirremolino que había levantado con su aterrizaje. La profundidad teñía el agua de un tono verde apagado y sombras danzaban como peonzas por el suelo de la reserva.

Un destello atrajo su atención: una de las pegatinas de la cubierta de Moggle titilando bajo la luz del foco como el ojo de una bestia subacuática.

Echó a andar hacia ella a cámara lenta, patinando sobre los resbaladizos ladrillos. Cada uno de sus pasos levantaba remolinos de limo y cieno, nubes oscuras entre las que Moggle casi desaparecía.

Pero Aya no podía esperar a que el limo se asentara. El corazón estaba empezando a aporrearle el tórax, exigiendo más oxígeno, y el frío le estaba entumeciendo los dedos de las manos y los pies. La presión del agua la estaba mareando, como si dos manos le estuvieran estrujando la cabeza.

Escudriñando la penumbra, colocó la bombona sobre Moggle y la dejó caer. El clanc, firme y definitivo, fue derecho a los tímpanos de Aya.

Buscó a tientas la válvula de la bombona, los pulmones aullando, el corazón desbocado, y sus congelados dedos lograron darle una vuelta. Un estruendo llenó el agua y el globo sonda empezó a hincharse.

Aya se apartó y salió disparada hacia arriba, agitando los pies con todas sus fuerzas, impulsándose hacia los soles cegadores de los aerofocos.

Echando una última mirada al fondo, vio que el globo crecía y forcejeaba con el peso de la bombona a medida que ganaba flotabilidad. Lentamente, el artefacto al completo empezó a subir.

Aya salió violentamente a la superficie, resoplando y aspirando maravillosas bocanadas de aire.

—¿Estás bien? —Ren se hallaba arrodillado sobre su aerotabla.

—¡Lo tengo justo detrás! —farfulló Aya, dando palmetazos al agua.

El globo emergió del agua como un torpedo y los aerofocos salieron despedidos en todas direcciones. Se elevó en el aire chorreando agua como una cascada y volvió a estrellarse contra la superficie del lago, empapándoles una vez más antes de quedarse cabeceando.

—¡Lo has conseguido! —dijo Ren.

—¿Qué esperabas? —preguntó Aya mientras giraba una pulsera protectora con sus ateridos dedos—. ¿Que me ahogara?

Ren se encogió de hombros.

—Esperaba que necesitaras al menos un par de intentos.

El globo sonda volvió a elevarse en el aire transportado por el helio. Moggle seguía aferrada a la base de la bombona, chorreando como un perro.

Ren se acercó y cerró la válvula.

Aya se subió a su aerotabla tiritando de frío.

—Todavía no puedo creer que haya funcionado —murmuró Ren.

Aya tosió agua en el puño de su mano.

—Habría sido más sencillo una simple cuerda.

—¿Más sencillo? —espetó Ren—. Esa palabra no existe en el lenguaje de un tecnocerebro.

—Comprueba si Moggle está bien.

Ren separó la aerocámara del imán riendo entre dientes. En cuanto cayó en sus manos, el globo salió disparado hacia arriba y se estrelló contra el techo.

—Oye, ¿sabías que tienes los labios morados?

—Genial. —Aya se abrazó el torso para escurrir el agua de su uniforme. Estaba sentada en la tabla, temblando y mirando a Ren.

Ren le quitó el cepo a Moggle y sus pantallas oculares se encendieron.

—¡Mi sistema a prueba de agua ha funcionado! ¡Soy un genio!

Aya soltó un suspiro de alivio que se transformó en un largo escalofrío. Los dientes habían empezado a castañetearle. Se abrazó con más fuerza, prometiéndose que nunca más permitiría que Moggle acabara bajo el agua.

Pero por fin tenía una aerocámara. Esa historia iba a ser una bomba.