CONCLUSIÓN

Muchos interrogantes —estoy seguro— habrán quedado en el aire. El hallazgo en sí es de tal calibre que habrían sido necesarios tantos años como lleva dedicados el propio profesor Javier Cabrera Darquea para situarnos tan sólo en el umbral de la «biblioteca» lítica.

Como dejé constancia al iniciar esta sucesión de entrevistas y vivencias personales en torno a las piedras grabadas de Ica, mi intención básica era dar a conocer el hallazgo. Divulgarlo al máximo.

Mucho queda por hacer. En realidad, casi todo. Si el gran depósito donde, al parecer, se oculta el «corazón» de este «mensaje» se hace público en breve plazo, los científicos del mundo tendrán ante sí el más apasionante reto lanzado jamás contra la Ciencia moderna.

Sea como fuere, la existencia en estos momentos de esas 11 000 piedras grabadas que posee el doctor Cabrera, más las otras 40 000 que, aproximadamente, se encuentran desperdigadas por el mundo, son ya un fascinante motivo de investigación y estudio.

Lentamente, con la timidez y desconfianza que siempre suscitan estos asuntos, científicos de todos los países se van acercando a la ciudad de lca, y conversan con el hombre que ha sabido luchar contra todos los vientos y todas las mareas del escepticismo, de la envidia o del empecinamiento cultural.

Algún día le será reconocido su gran mérito a Javier Cabrera Darquea. Quizá ocurra como con el gran geólogo alemán Wegener que, en 1921, tuvo la «osadía» de anunciar en sus libros que los «continentes se movían». Cuando los científicos del mundo entero supieron de la tesis lanzada por Wegener se rasgaron igualmente las vestiduras y lo condenaron al ridículo y al olvido. Cincuenta años después —en el año Geofísico Internacional—, los geólogos de este viejo planeta levantaron su voz con humildad y tuvieron que reconocer que el sabio germano tenía razón, que nuestros continentes «derivan»…

Pero no deseo concluir este libro-reportaje sin hacer antes un breve balance de todo lo que acabo de exponer y que considero digno de mención a la hora de valorar el hallazgo.

He aquí dichos puntos:

Sólo el tiempo, pienso yo, podrá dar al descubrimiento de Javier Cabrera su verdadera dimensión.