CAPÍTULO 9

Pienso yo que cualquiera que pudiera contemplar aquellos «hemisferios» terrestres de hace millones de años, grabados en dos enormes piedras, se haría la misma pregunta:

«¿Cómo llegó a conocer aquella remota Humanidad las formas y contornos de los continentes?».

Pero antes de pasar a la apasionante «serie» de los «pájaros mecánicos» —pieza fundamental para descifrar el misterio del trazado de estos «mapas»— he querido detenerme primero en otros famosos y revolucionarios «mapas» de los continentes del planeta. Unos «mapas» que en estos momentos ratifican de forma decisiva esa convicción de Javier Cabrera sobre la existencia de otras Humanidades que, desde hace millones de años, han venido sucediéndose en la Historia real del planeta: los mapas de Piri Reis.

Louis Pauwels y Jacques Bergier los denominan los «mapas imposibles». He aquí, en síntesis, la asombrosa realidad de estos documentos:

Los mapas llamados hoy de «Piri Reis» fueron desempolvados, y hasta cierto punto «descubiertos», el 9 de noviembre de 1929, cuando el director de los Museos Nacionales turcos, Malil Edhem, procedía al inventario y a la clasificación de todo lo que reunía el conocido museo Topkapi de Estambul.

Malil Edhem se encontró de pronto con dos mapas en los que se reproducía parte del mundo. Dos mapas que los expertos turcos daban como perdidos y que el famoso navegante turco Piri Reis había descrito en su libro de memorias Bahriye, en el siglo XVI.

Piri Reis había sido un piloto notable. Perteneció a una familia de navegantes turcos de gran raigambre y proporcionó al Imperio otomano días de gran gloria al extender la supremacía naval de dicho pueblo por todo el Mediterráneo y mares vecinos. Piri Reis conocía a la perfección las costas de aquel Mediterráneo y se especializó en la difícil técnica del trazado de cartas y mapas marinos.

En el prólogo de su obra —Bahriye— habla ya prolijamente de su primer mapa, trazado en su ciudad natal, Gelibolu, entre el 9 de marzo y el 7 de abril de 1513. En dicho prólogo, Piri Reis expresa que, para trazarlo, cotejó todos los mapas que conocía —aproximadamente una veintena—, algunos de ellos muy secretos y muy antiguos, comprendidos ciertos mapas orientales que, al parecer, nadie más poseía en Europa.

Su conocimiento del griego, del italiano, del español y del portugués le ayudó extraordinariamente a la hora de sacar el mayor partido posible de las indicaciones contenidas en todos los mapas que consultó. Por otra parte, Piri Reis disponía de una caria confeccionada por el propio Cristóbal Colón Y que había llegado a su poder merced a uno de los miembros de la tripulación del célebre genovés. Este marino había sido hecho prisionero por Kemal Reis, tío de Piri Reis, y pudo por ello completar de viva voz los conocimientos del cartógrafo turco.

Gracias a estas informaciones, Piri Reis llegó a unas sustanciosas conclusiones, que reflejó en uno de los capítulos de su libro. Al referirse al «Mar Occidental» —como se denominaba antiguamente al océano Atlántico—, Piri Reis cuenta:

»Un infiel llamado Colombo, y que era genovés, fue quien descubrió estas tierras. Un libro llegó a las manos del susodicho Colombo, el cual vio que se decía en el libro que, al otro lado del “mar occidental”, precisamente hacia el Oeste, había costas e islas y toda clase de metales, así como piedras preciosas. El susodicho, después de estudiar largamente el libro, fue a suplicar, uno tras otro, a todos los notables de Génova, diciéndoles: «Dadme dos barcos para ir allá y descubrir esas tierras». Ellos le respondieron: «¡Oh, hombre vano! ¿Cómo puede encontrarse un límite al mar occidental? Éste se pierde en la niebla y en la noche».

»El susodicho Colombo vio que nada sacaría de los genoveses y se apresuró a ir al encuentro del rey de España, para contarle detalladamente la historia. Le respondieron lo mismo que en Génova. Pero suplicó durante tanto tiempo a los españoles, que su rey acabó por darle dos barcos, muy bien pertrechados, y le dijo: “¡Oh, Colombo! Si sucede lo que tú dices, te haré Rapudán de aquel país”. Dicho lo cual, el rey envió a Colombo al “mar occidental”».

Aquel libro que encontraría Cristóbal Colón data según figura en la obra de Piri Reis de la época Alejandro Magno…

Según esto, existía ya —mucho antes que Cristóbal Colón desembarcara en América— un conocimiento de dicho lugar. Pero las sorpresas no terminan ahí. Porque, entre los 215 mapas que Piri Reis incluyó en su libro, había varios que —cuatro siglos después— iban a conmocionar al mundo.

En realidad, sólo se poseen fragmentos de estos mapas. Pero en ellos figura la totalidad del Atlántico y sus costas americanas, europeas, africanas, árticas y antárticas. Aparecen trazados sobre pergamino de color, iluminados y enriquecidos con numerosas ilustraciones los retratos de los soberanos de Portugal, de Marruecos y de Guinea. En África se ven un elefante y un avestruz. En América del Sur, una llama y un puma. En el océano, y junto a las costas, barcos… y en las islas, pájaros.

Los pies de las ilustraciones están escritos en turco. Las montañas aparecen señaladas con su perfil, y los ríos, con líneas gruesas.

Para los parajes rocosos, el autor o autores de aquellos mapas emplearon el color negro. Las aguas arenosas y poco profundas fueron señaladas con puntos rojos, y los escollos ocultos bajo la superficie del mar, con cruces.

Pero el hallazgo no iba a cobrar su verdadera dimensión hasta que en 1953, un oficial de la Marina turca envió una copia al ingeniero jefe de la oficina Hidrográfica de la Marina de los Estados Unidos. Éste, interesado por los extraños mapas, los mostraría a un experto en mapas antiguos: Arlington H. Mallery. Y en ese instante comenzó a desvelarse el tremendo misterio.

Mallery, ingeniero de profesión, se dedicó de lleno al estudio de los singulares mapas. Y sus largas investigaciones se iban a ver coronadas por el éxito. Un éxito que iba a hacer temblar toda la Historia de nuestra civilización…

Según Mallery, la porción del mapa comprendida entre Terranova y el sur del Brasil, al margen de su exactitud, verdaderamente asombrosa para aquella época, no planteó demasiados problemas a la hora de descifrarla. En lo que respecta al norte y sur del mapa —y una vez «traducidas» las indicaciones al lenguaje cartográfico moderno— Mallery comprendió que Piri Reis había trazado las costas de la ¡Antártida! Pero eso no era todo. Mallery observó que, tanto Groenlandia como el continente antártico, habían sido dibujados antes de la glaciación de los polos…

Aquel revolucionario e inquietante descubrimiento fue defendido con gran vigor y no menos valor por el ingeniero y «traductor» de los mapas de Piri Reis en la Universidad de Georgetown.

«La Groenlandia que Piri Reis llevó a los mapas —afirmó Mallery— correspondía a las líneas de relieve descubiertas por las expediciones polares francesas. En cuanto a la costa que prolonga en gran manera la de América del Sur, no se trataba de otra cosa que la de la Antártida…».

Mallery trabajó intensamente en el hallazgo. Siguió milímetro a milímetro el mapa, comparándolo constantemente con las cartas modernas. Los resultados fueron tan sorprendentes como criticados.

El ingeniero descubrió, por ejemplo, que las islas indicadas por Piri Reis frente a las costas coinciden con los que parecen ser picos montañosos subglaciales descubiertos por la expedición antártica noruego-británica en la Tierra de la Reina Maud y cuyo trazado fue publicado en el Geographic Journal de junio de 1954.

Sin embargo, los científicos soviéticos que investigaron igualmente los mapas no se mostraron del todo de acuerdo con las teorías de Mallery. Basándose en sus propios trabajos de transposición llegaron a la conclusión de que el trazado de Piri Reis no correspondía a la Antártida, sino al extremo sur de la Patagonia y de la Tierra de Fuego.

Esta hipótesis —lejos de reducir el valor de dichos mapas— reafirmó en el fondo la autenticidad de los mismos. ¿Por qué? Muy sencillo: estas regiones no empezaron a ser oficialmente conocidas hasta ¡1520!

Sea como fuere, la realidad es que Piri Reis tenía sobre el continente americano datos anteriores al «descubrimiento» de Cristóbal Colón.

Algunos autores han apuntado la posibilidad de que dichos datos procediesen de los vikingos. Sin embargo, esta teoría no pudo sostenerse mucho tiempo. Los vikingos sólo conocieron —según consta en numerosos relatos— una diminuta zona de América del Norte. ¿Cómo explicar en este caso los trazados del continente sudamericano y de la Antártida?

¿Quién y cómo pudo trazar entonces estos insólitos mapas?

Los citados autores —Louis Pauwels y Jacques Bergier— responden así a este interrogante:

«Según Mallery, Piri Reis, heredero de una larga serie de tradiciones secretas, debió de tener conocimiento de datos geográficos que, en lo tocante a Groenlandia y a la Antártida, databan de antes de la glaciación. Pero ¿cuándo se produjo dicha glaciación?

»El Año Geofísico Internacional dio vivo impulso entre otras, a estas investigaciones. En 1957, los trabajos convergentes del doctor J. L. Hough, de la Universidad de Illinois, por medio de sondeos, y del doctor W. D. Hurry, de los laboratorios de geofísica del Instituto Carnegie, por el método del radiocarbono, empezaron a delimitar el problema: el período de glaciación actual de los polos empezó entre 6000 y 15 000 años atrás. Este margen de incertidumbre ha sido posteriormente muy reducido. Los especialistas y en particular Claude Lorius, —jefe glaciólogo de las expediciones polares francesas— fijan el comienzo del período glacial entre 9000 y 10 000 años atrás. Además, están de acuerdo en que acaba de empezar un período de desglaciación. Parece, pues, posible que, hace unos diez milenios, Groenlandia y la Antártida tuviesen la configuración que se observa en los mapas de Piri Reis.

»Su relieve se manifiesta libremente; una parte de las tierras actualmente cubiertas por el hielo o sumergidas era entonces visible.

»En vista de esto, parece que se podría concluir diciendo que los conocimientos que sirvieron para el trazado de estos mapas datan de unos 10 000 años atrás.

»Después de todo lo que acabamos de decir, esta conclusión es inevitable; pero contradice todas las teorías clásicas actuales sobre la historia de la civilización y debe ser considerada con gran cautela. ¿Qué dicen los manuales de Prehistoria? Hace diez mil años reinaba —si podemos expresarnos así— el hombre de Cro-Magnon, al cual se atribuyen las pinturas de Lascaux, pero que no conocía el trabajo de los metales, ni el cultivo de la tierra, ni la domesticación de los animales.

»Ahora bien, Arlington H. Mallery el gran especialista, dice de los mapas de Piri Reis: En la época en que se confeccionó el mapa, no era solamente preciso que hubiera exploradores, sino también técnicos en hidrografía particularmente competentes y organizados.

Pues no se puede dibujar el mapa de continentes o territorios tan extensos como la Antártida, Groenlandia o América, como por lo visto se dibujó hace algunos milenios, si no se es más que un simple individuo o, incluso, un pequeño grupo de exploradores. Se necesitan técnicos experimentados, conocedores de la astronomía, así como de los métodos necesarios para el trazado de mapas.

»Arlington Mallery va aún más lejos: “No comprendemos —dice— cómo pudieron confeccionarse esos mapas sin la ayuda de la aviación. Además, las longitudes son absolutamente exactas, cosa que nosotros mismos sólo sabemos hacer desde hace apenas dos siglos”.

»Habría que proceder —concluyen su relato Pauwels y Bergier— a una “revisión desgarradora” de nuestros conceptos referentes a la historia de la Humanidad. ¿Qué conjeturas podemos hacer sobre una civilización desarrollada que habría existido hace unos diez mil años?».

Sólo admitiendo, en definitiva, que en otras épocas del planeta se desarrollaron civilizaciones de un gran nivel técnico y científico podríamos comprender y encajar la formidable realidad de los mapas de Piri Reis.

Es la misma conclusión a la que uno llega sin querer después de conocer e investigar la «biblioteca» gliptolítica del desierto peruano.

El ingeniero Arlington Mallery expresaba precisamente su extrañeza al no entender cómo habían podido ser trazados estos mapas, sin la ayuda de la aviación…

Esa misma interrogante surgió en mi mente mientras examinaba las piedras de los «hemisferios».

Pero, en este sentido, yo iba a tener más fortuna que Arlington Mallery. Porque en otras muchas piedras de la colección del doctor Cabrera estaba, precisamente, la respuesta a dicha pregunta.

—Aquella civilización dominaba la navegación aérea —me respondió Javier Cabrera señalándome varias piedras en las que aparecían extraños «pájaros» de apariencia mecánica, así como otras aves que pertenecían, indudablemente, a diversos tipos de reptiles voladores de eras muy pretéritas del planeta.

—¿Qué diferencia existe entre estos grabados en los que se representan «pájaros mecánicos» y aquellos en los que el hombre parece «cabalgar» sobre grandes aves prehistóricas?

—Esos que tú llamas «pájaros mecánicos» son el más bello y evidente símbolo de que aquella Humanidad perdida en el tiempo y el espacio podía dominar la navegación aérea… ¿Por qué quisieron grabar estos «pájaros» que no son naturales? Todo en ellos denota tecnología. Son, indudablemente, «mecánicos». Es decir, nos están mostrando —a través de una «ideografía»— que podían surcar los espacios…

Lo más escalofriante, lo más sugerente de aquel «capítulo» o «sección» de la «biblioteca» era que el número de piedras descubierto, donde aparecían estos «aparatos voladores», era muy elevado. Sin embargo, como sucede en casi todas las «series», no todos los gliptolitos están investigados en profundidad. Muchos de ellos, decenas, permanecen ignorados.

—No logro aceptar —le comenté a Javier Cabrera— que una Humanidad tan anterior a la nuestra haya podido conocer la aviación. Eso resulta fácil de comprender.

—Todos hemos vivido y seguimos haciéndolo bajo el influjo de unas enseñanzas y una ciencia que rechaza cuanto no se ajusta a esos moldes preconcebidos y convencionales. ¿Quiénes han sido los peores enemigos de la Humanidad? Los hombres que pensaron en profundidad. Los que no se dejaron arrastrar o lucharon contra «lo tradicional» y aceptado.

»Esta Humanidad gliptolítica nos maravillará con sus conocimientos. Ya lo está logrando.

»Porque estos seres llegaron a salir al espacio, por supuesto. Y lo lograron, no a través de nuestros sistemas matemáticos o de cálculo. Ellos, como ya te he comentado en otras ocasiones, eran conceptuales. Llegaban a esos conocimientos casi instantáneamente… Su mente estaba preparada para ello. ¿Qué nos ocurre hoy a nosotros? Salimos del colegio o de la Universidad con la mente cuadriculada, dividida. No tenemos una preparación integral del conocimiento».

—¿Está también en las piedras el sistema que empleaban para salir de la Tierra?

—Naturalmente.

Javier Cabrera regresó a su mesa de despacho y extrajo de la caja fuerte un «huaco» de color tierra a cuyo alrededor aparecían dibujados unos extraños símbolos. Algo así como un «pájaro». Sí, se trataba de un «pájaro» idéntico al que yo acababa de ver en los grabados de las piedras…

—¿Cómo puede ser? —interrogué al profesor.

—Es bien simple. Esta civilización dejó su «mensaje», no sólo en las piedras, sino en otros muchos objetos que hoy, para nosotros, sólo constituyen motivos de «artesanía» o —a lo sumo— de manifestación artística de otras culturas incas o preincas… ¿Recuerdas el manto de Paracas? ¿Recuerdas las tallas de madera de las que hablamos cuando tocamos el tema de la isla de Pascua?

»Todas esas manifestaciones tenían un significado mucho más profundo que la mera decoración o sentimiento artístico. Aquella Humanidad dejó sus conocimientos en la “biblioteca de piedra”, sí, pero los gliptolitos no fueron su única huella.

»¿Cómo podríamos explicar, si no, esas construcciones megalíticas de Tiahuanaco, de Sacsahuamán, del mismo Machu Picchu, de la gran pirámide de Keops, de los gigantes de Pascua, etc.? La Humanidad gliptolítica dominó la totalidad del planeta. Sus restos, por tanto, se extienden por doquier. Lo que ocurre es que no queremos reconocerlo, no queremos abrir los ojos…

»Tampoco debemos olvidar que entre aquella Humanidad prehistórica y nuestro “filum” han podido existir otras civilizaciones que quizá alcanzaron elevadas metas en los distintos campos del conocimiento. Y su huella se ha mezclado también con la de aquel hombre gliptolítico.

Cabrera guardó silencio unos instantes y me mostró aquella pequeña vasija de barro. La hizo girar lentamente sobre la mesa y señaló:

—Este «huaco» nos está mostrando también el sistema que utilizaban para salir al espacio.

»Estos seres lograron vencer la fuerza de la gravedad. Y sus máquinas voladoras escapaban a la atracción terrestre sin necesidad de esas potentes cargas de combustible que hoy exigen nuestros cohetes portadores. La Humanidad gliptolítica anulaba la gravedad, y era el planeta el que realmente abandonaba a la nave. No al revés, tal y como sucede en la actualidad con nuestros vuelos espaciales.

»Al producirse esa anulación de la gravedad, los aparatos voladores de aquella Humanidad eran prácticamente “catapultados” al exterior a una velocidad equivalente a la que lleva nuestro mundo en su viaje a través del Cosmos: 29,6 kilómetros por segundo.

»Esa velocidad de “escape” era más que suficiente para situarse en órbita terrestre o para seguir rumbo a otros astros de la galaxia.

En la actualidad se ha calculado en 11,2 kilómetros por segundo la velocidad mínima para que un cohete pueda escapar del campo gravitatorio terrestre. Esta velocidad es llamada también de «escape» o «fuga».

»Para vencer la fuerza de la gravedad —tal y como he descifrado en los gliptolitos y en este espléndido “huaco”—, aquella civilización usaba de la fuerza electromagnética que captaba del exterior de la Tierra a través de las Pirámides.

»¿Comprendes ahora cómo pudieron trazar los “hemisferios” de la Tierra?

»Era sencillo. Sus “pájaros mecánicos” —sus avanzadísimas astronaves— podían elevarse sobre los continentes y abandonar, incluso, el planeta.

Quizá en este capítulo de la «biblioteca» —más que en ningún otro— resulta vital el examen de los grabados y altorrelieves de las piedras de Ica.

Y de nuevo volví a situarme frente a aquel bellísimo labrado donde se nos mostraba un gran «pájaro mecánico» sobre el que navegaban dos de aquellos seres olvidados. Dos hombres «gliptolíticos» que oteaban la tierra en busca de los mortales enemigos de la Humanidad prehistórica: los grandes saurios.

Allí, mejor que en ninguna otra piedra, mi espíritu pudo sentir la proximidad del misterio. Y la imaginación terminó por desbordarse, incapaz de resignarse a una realidad como la nuestra, tan convencional como limitada.

Pero tan remota civilización no sólo utilizó «pájaros mecánicos».

También mi imaginación tembló al detenerme ante decenas de piedras donde hombres «gliptolíticos» volaban a lomos de enormes y extrañas aves.

Aquéllas eran aves de carne y hueso. De eso no cabía la menor duda. La diferencia con los «pájaros mecánicos» era evidente. Algunos de aquellos reptiles voladores —así los calificó Javier Cabrera— resultaban hoy desconocidos, incluso, para la Paleontología.

Algunas de aquellas formas de animales antediluvianos me recordaron, por ejemplo, al pteranodom, con su cráneo en forma de martillo. Sin embargo, ¿cómo podían transportar estos extraños «pájaros» a los hombres «gliptolíticos»? Si no recordaba mal, y a pesar de sus nueve metros de envergadura, estos reptiles voladores —como en toda la «familia» de los pterosaurios— apenas si podían remontar el vuelo. Ni los músculos de sus alas ni las débiles patas traseras eran capaces de levantarse del suelo. La Paleontología asegura que debió vivir posiblemente en los acantilados, donde las corrientes de aire le ayudarían a elevarse…

Cuando le planteé este dilema a Javier Cabrera, me respondió:

—Muchos de estos animales prehistóricos están sin clasificar. Lo ignoramos todo de ellos. No podríamos pronunciarnos sobre sus posibilidades para transportar a los seres de aquella Humanidad sobre los aires…

»HOY, nuestra civilización aprovecha y se ha servido hasta la saciedad de los grandes paquidermos, de los camellos y dromedarios y hasta de los delfines.

»¿Por qué no pudieron hacer lo mismo los hombres de entonces con los animales que resultaban dóciles o fáciles de domesticar? Hoy no tenemos posibilidad de comprobarlo porque carecemos de grandes reptiles voladores o, simplemente, de aves de las dimensiones de aquéllas. Pero ¿qué habría ocurrido si los hubiéramos tenido? ¿No los hubiéramos utilizado?».

El planteamiento del médico e investigador de la «biblioteca» lítica de Ica no carecía de base. Además, ¿qué significaban sino aquellas piedras grabadas donde parecían representarse escenas de luchas, de exploración, de caza y hasta de observación de cometas?

Por indicación de Cabrera —y en una de mis visitas a la capital peruana— visité el Museo Aeronáutico. Allí, el director del mismo, el ya mencionado coronel Omar Chioino, me mostró amablemente lo que en realidad constituye la más insólita y remota manifestación de la «navegación aérea», si es que se me permite esta expresión.

Javier Cabrera, amigo del coronel Chioino, había donado, hacía ya tiempo, al citado Museo de Lima más de sesenta piedras de todos los tamaños y pesos, exclusivamente grabadas con grandes «pájaros mecánicos» o reptiles voladores sobre los que, como señalaba anteriormente, viajaban hombres «gliptolíticos».

Allí quedé maravillado una vez más con los grabados y altorrelieves que formaban lo que hemos dado en llamar el «capítulo» de los «pájaros mecánicos».

Conscientes de lo espectacular de aquella colección, el Museo había solicitado de expertos dibujantes del Ejército del Aire el traslado al papel de cada uno de los grabados que figuraban en las sesenta y tantas piedras. La laboriosa tarea había sido Ya concluida y los visitantes podían apreciar de un solo vistazo la escena que se representaba en cada piedra. Este procedimiento —utilizado ya por Javier Cabrera para otras muchas piedras— daba siempre un resultado magnífico. Uno de los grandes obstáculos con que, precisamente, tropiezan cuantos contemplan los gliptolitos es la dificultad para percatarse con rapidez de las imágenes contenidas en las rocas. La curvatura de las mismas hace imposible contemplar la totalidad del altorrelieve o grabado a un mismo tiempo. De ahí que los dibujos-desarrollo siempre constituyan un eficaz sistema de comprensión del «gliptolito».

A la vista de aquella espléndida «serie» —con todo tipo de «pájaros mecánicos» y de reptiles voladores antediluvianos—, uno no podía olvidarse de aquel otro no menos profundo misterio que se extiende a unos 200 kilómetros al sur de la ciudad de Ica y que todos conocemos ya como las «pistas» de Nazca.

Esas enigmáticas figuras de cientos de metros de longitud e, incluso, hasta kilómetros, que nos han recordado siempre las pistas de despegue y aterrizaje de nuestros aeropuertos.

¿Qué relación podía tener la «biblioteca» encontrada en el desierto de Ocucaje con la pampa donde se entrecruzan gigantescos dibujos de una araña, un mono, pájaros, figuras geométricas y un sinfín de líneas rectas?

Javier Cabrera conocía el secreto. Lo había descifrado a través de las piedras grabadas. No cabía duda, por tanto, de que existía una vinculación directa entre los seres que grabaron la «biblioteca» lítica y los que dejaron impresas en la pampa nazqueña aquellas misteriosas huellas.

¿Y cuál era esa vinculación?

—Se trataba de los mismos hombres «gliptolíticos» —me comentó Cabrera cuando comenzamos a conversar sobre tan apasionante tema—. Yo he descubierto en estas piedras la explicación de las figuras y pistas de Nazca. ¡Están acá!

Ardía en deseos de conocer esa «explicación».

—Como te comenté antes, esta Humanidad logró anular la gravedad, procurándose así un inmejorable sistema de salida al espacio. Un sistema que ni siquiera nuestros científicos han conseguido aún.

»Nazca, con su pampa, era uno de esos “espaciopuertos”. Por allí entraban y salían de la Tierra y por allí se catapultaban en sus viajes por el planeta.

»¿Cómo lo lograban?

»En la actualidad sabemos que bajo gran parte de Perú y del continente sudamericano existe un gigantesco filón de hierro. Ese yacimiento va desde Nazca hasta Paracas, alcanzando también Machu Picchu.

»Pues bien, según mis descubrimientos —todos ellos basados en las piedras grabadas y en los “huacos”—, la Humanidad prehistórica construyó sobre dicho filón de hierro su «espaciopuerto». ¿Qué razón tenían para llevar allí semejante obra? Nosotros sabemos hoy que el hierro concentra el campo magnético. ¿Y qué sucedería si electrizásemos la zona? Contando siempre con la existencia del campo magnético propio del planeta, aquel lugar se transformaría automáticamente en un «electroimán»: un gigantesco «electroimán».

»Eso fue lo que sucedió. Estos seres conocían la existencia del gran filón de hierro y construyeron su “espaciopuerto” sobre la pampa de Nazca.

»Las pistas y algunos de los dibujos fueron sometidos a sistemas de electrificación que les permitían “ingresar” o «salir» de la Tierra cuando lo deseaban.

»Bastaba regular ese campo magnético para “aterrizar” o «despegar». El mecanismo era sencillo.

»Existía un lugar de “embarque” y una zona inicial de recorrido —a base de motores electromagnéticos— que concluía en una “caída libre”, aprovechando el desnivel del terreno. En un tercer tramo, las naves eran aceleradas mediante un “cojín magnético” y los motores lineales. Por último, en una plataforma angulable se llevaba a cabo la deflexión, incrementando la velocidad».

Una mañana tórrida me decidí a comprobar por mí mismo la magnificencia de aquellas figuras y pistas de la pampa de Nazca. Después de casi 200 kilómetros por la carretera Panamericana, logré divisar el Valle del Ingenio. Allí, y sobre un «lienzo» de tierra arenosa y sembrada de guijarros marrones y negros, se extendían 50 kilómetros de misterio. Allí, después de caminar durante horas sobre la pampa, me senté a esperar el crepúsculo. Un crepúsculo que se produciría con la misma pureza y color durante millones de años. Allí, en fin, comprendí con desolación que nuestro pasado es algo tan oscuro como nuestro futuro.

¿Qué representaban en verdad aquellas simétricas —atormentadoramente simétricas— figuras de cientos de metros, de kilómetros, que se perdían en el horizonte? Mis pensamientos estaban confundidos. Recordaba las palabras de Javier Cabrera, y mis dudas parecían crecer. Si aquello había sido un «espaciopuerto» en el pasado, ¿qué había sido de tanta grandeza?

Recuerdo bien cómo mi confusión se vio mezclada con la impaciencia cuando, al principio, al comenzar a caminar por la achicharrada pampa de nazca, las famosas pistas y figuras parecían haberse difuminado. Tardé horas en comprender. Era imposible percatarse desde allí abajo de la presencia de las líneas. El «guía» me advirtió: «Es preciso subir en avión para divisar las figuras en toda su dimensión…».

Pero antes de seguir los consejos del nazqueño me aproximé a un pequeño cerro de no más de 15 metros de altura. Al llegar a lo más alto del peñasco comprobé asombrado que había estado caminando durante horas sobre las mismas líneas que forman los dibujos gigantes. ¡Pero yo no lo había notado desde el suelo!

Un total de 50 líneas rectas nacían de aquella roca y se perdían en todas direcciones, rumbo al horizonte.

Sentí una curiosidad infinita. Y casi de un salto me situé sobre una de aquellas líneas que arrancaban del peñasco. La examiné con detenimiento. Recogí tierra y algunos pequeños guijarros…

En realidad, nada parecía distinto. Sólo un detalle me llamó poderosamente la atención. Regresé nuevamente a lo alto del cerro a fin de percatarme, y comprobé que mis deducciones eran acertadas. La pampa, como comentaba anteriormente, se encontraba cubierta casi por completo de guijarros de pequeño y mediano tamaño. Sin embargo, ninguna de las líneas presentaba el mismo número de guijarros que el resto de la pampa.

Era como si un chorro gigantesco de aire a presión hubiera ido apartando del trazado de cada figura los miles o millones de guijarros negros y parduscos que en buena lógica deberían cubrir también las figuras y las pistas. ¿Cómo podían haber desaparecido tantos miles de piedras de cada una de las superficies que formaban las anchas rayas?

Al regresar a Ica comenté con Cabrera este hecho y la circunstancia de que las figuras no hubieran sido borradas en tantos siglos, a pesar de que aquellas llanuras fueron hasta hace muy pocos años paso obligado de grandes manadas de mulas y caballos.

El profesor fue directo al grano:

—Aquella Humanidad nos dejó con estas figuras de Nazca la infraestructura, el esquema, de toda una tecnología. Esas figuras —como en el caso del mononos— están revelando el mecanismo que impulsaba a una nave a salir de la Tierra.

Sin embargo, no todos los estudiosos y científicos de la pampa de Nazca opinan como el profesor Cabrera.

María Reiche —la llamada «bruja del desierto», que lleva más de treinta años estudiando las pistas y figuras— asegura que aquella formidable obra pudiera ser un «calendario astronómico». El más grande y ambicioso de cuantos ha construido el ser humano.

Y defiende su teoría basándose en el hecho de que la civilización que trazó las líneas —por supuesto desde tierra y valiéndose de cuerdas— estaba profundamente interesada en conocer con exactitud la entrada y salida de las distintas estaciones del año.

«Esto —opina la alemana— era vital para sus cosechas».

Pero la hipótesis de María Reiche —aunque, en efecto, el Sol coincida en su caso con algunas de las rayas— no es suficiente para sostener ese cúmulo de enigmáticas y gigantescas figuras.

Para Javier Cabrera, sin embargo, el misterio dispone tiempo que está resuelto. Y lo está porque él pone del valiosísimo documento que representan 11 000 piedras grabadas por la misma Humanidad que, al parecer, construyó las pistas de la pampa.

—Si uno estudia al hombre prehistórico con el criterio convencional o tradicional de la Arqueología —añadió el investigador— jamás encontrará nada de valor…

»Con estas figuras de la pampa nazqueña sucede lo mismo. Hay que ser demasiado ingenuo o ignorante para pensar que un dibujo tan complicado podía ser obra de un hombre prehistórico. Y, ya ves, sin embargo, podemos reconocer en él valiosos elementos de física.

»Pero hay algo más que los arqueólogos no quieren comprender. Si estos dibujos fueron ejecutados hace 3000 años por los pueblos preincaicos, ¿por qué no se han borrado todavía?

»Porque sigue vigente la infraestructura de siempre. La alemana cree que las líneas se mantienen vivas porque pasa su escoba de vez en cuando sobre ellas. Pero María Reiche llegó a Nazca hace treinta años y las líneas —según ella, incluso— tienen 3000…».

¿Qué quería decir Javier Cabrera con la afirmación de que seguía vigente la infraestructura de las pistas y figuras de Nazca? ¿Es que si procediésemos a una sistemática excavación encontraríamos algo fantástico?

Javier Cabrera sonrió maliciosamente y prefirió dejarme con la duda. Había llegado su hora de entrada, como médico, en el Hospital Obrero de Ica.

—Ésta sí es una gran tragedia para mí —concluyó, mientras nos despedíamos a la puerta de su museo—. Yo tengo que seguir en el Hospital, y todas esas horas que dedico a mi profesión las resto de esta urgente y trascendental investigación… Por eso estoy constantemente pidiendo que llegue hasta Ica una comisión oficial de científicos.

—Por cierto —le pregunté en el último instante— ¿sabe María Reiche que las pistas y figuras de Nazca están en las piedras grabadas de Ica?

Por supuesto que lo sabe. Por eso sus ataques son más furibundos… Pero lo importante, de cara a la opinión mundial, es aportar pruebas. Y yo las estoy mostrando…

De eso no había la menor duda. Cabrera me había dejado sin aliento después de mostrarme la más sensacional y remota colección de «pájaros mecánicos» del mundo. ¡«Pájaros mecánicos» de hace millones de años!

Algunos días después de aquella última charla, Javier Cabrera pondría ante mis ojos otras piedras que completaban el fascinante «capítulo» de la gran catástrofe y de la posterior huida del planeta por parte de algunas minorías…