Aquella pregunta del catedrático de la Universidad de Madrid, máxima autoridad en España en lo que se refiere a Prehistoria sudamericana, me desconcertó durante una buena temporada. Ante tales argumentos, yo sólo podía guardar silencio.
Por eso, al volver a Perú e iniciar mis entrevistas con Javier Cabrera, una de mis primeras preguntas fue ésta:
—Si los Andes se levantaron en el Terciario, ¿cómo demonios han sido grabadas en esas piedras motivos e «ideografías» de una era anterior? Porque los arqueólogos —le apunté al médico de Ica— afirman que esta zona de la costa del continente es «terciaria».
Cabrera sonrió y movió su cabeza con gesto cansado. Acudió una vez más a los archivos y extendió sobre su mesa un amplio y detallado plano geológico. Y rogó que me acercara.
Tú no podías responder en ese momento porque no tenías en tu poder este plano geológico que han confeccionado los ingenieros y especialistas del Gobierno del Perú.
El corazón me dio un vuelco.
—… La llamada «Revolución de la Montaña» se produjo —según dice la Ciencia— en la Era Secundaria. Al final de dicha etapa —poco más o menos hace 65 millones de años— se registró un formidable cataclismo, saltando la mayoría de las montañas del planeta. Y aparecen los Apeninos, Montañas Rocosas, Alpes, Himalaya, Alto Atlas y, por supuesto, los Andes.
»Pero, el hecho de que la cordillera andina se levantara en esos tiempos no significa que el resto de la costa peruana, y concretamente, el departamento de Ica, “naciera” con ella…
»Y aquí está la prueba. Los técnicos peruanos han trazado este mapa geológico de Ica. ¿Y qué vemos en él? ¡Que Ocucaje pertenece a la Era Paleozoica! Es decir, surgió mucho antes que los Andes.
»El terreno donde se encuentran las piedras grabadas corresponde, por tanto, a una era muy anterior a los Andes. Y junto a zonas del Paleozoico, los geólogos han descubierto también otras áreas del Mesozoico y del Terciario y —¡cómo no!— del Cuaternario… Ocucaje es una pura y constante sorpresa en ese sentido. En el departamento de Ica se han encontrado, incluso, diatomeas, que corresponden al Precámbrico. ¡Y en superficie! Eso nos remonta ya a tiempos anteriores a la Era Primaria, hace más de 500 millones de años.
»Sin embargo, nos empeñamos en afirmar que esta zona de la costa de Sudamérica se levantó única y exclusivamente cuando lo hicieron los Andes…
»Pero disponemos de un segundo dato, vital para completar este aspecto del problema. Porque una de las placas tectónicas del globo se encuentra precisamente aquí, en Nazca. Y abarca no sólo la citada área de Nazca, sino los departamentos de Ica, Ayacucho y bastante más. Entonces, si la placa tectónica de Nazca es mucho más antigua que los Andes y las piedras grabadas han sido encontradas en dicha placa tectónica, ¿por qué los arqueólogos siguen empecinados en que esta “biblioteca” no puede ser anterior al surgimiento de los Andes?
»Yo les pido nuevamente que se acerquen a Ica, que estudien las piedras, que analicen los terrenos…
—Según esto, ¿qué edad podrían tener los grabados y altorrelieves de las piedras?
—Nadie puede averiguarlo realmente. Podrían ser de finales del Mesozoico, con más de 65 millones de años. O del comienzo, con más de 200 millones… ¡Y quién sabe si mucho más…!
»Observa el plano geológico y te darás cuenta de otro detalle extraordinario. El verdadero “arqueólogo” de esta zona de Ocucaje ha sido el río Ica…
»Él ha abierto los estratos. Él los ha dejado al descubierto. Y aquí ves zonas que pertenecieron al Paleozoico… El río nos está mostrando una verdad incuestionable.
»Pero estamos hablando de millones de años… Todo el mundo maneja estas cifras con la mayor naturalidad, como si realmente pudiéramos demostrar que el tiempo geológico y cósmico es similar al humano…».
Aquello me intrigó. ¿Qué quería insinuar Javier Cabrera?
—Tenemos, por ejemplo, el Carbono-14… —insinué.
—No, no nos puede servir. Pero, querido amigo, ¿qué es en realidad el tiempo? ¿Cómo podemos medirlo? Yo sólo sé que el tiempo es una noción biológica consciente. Soy yo quien elaboro y «fabrico» el tiempo… Podemos remontarnos quizás hasta 7000 o 10 000 años. Pero ¿y después? ¿Qué prueba tenemos, cómo podemos establecer una conexión a través de los tiempos?
»El hombre de Cro-Magnon tiene 40 000 años. Eso dicen los paleontólogos. Pero ¿es que puedo estar seguro de esa afirmación? ¿Es que el procedimiento del Carbono-14 es válido? ¿Infalible?
»Todos conocemos la forma en que el carbono se hace radiactivo en la atmósfera. Se combina con el oxígeno y el agua y a través de la hoja vegetal pasa a ser parte de la materia orgánica. Al perder su radiactividad debe marcar 40 000 años…
»Si yo encuentro una pieza que tiene el 50 por ciento de radiactividad que era constante, esa pieza deberá tener —según este procedimiento— 20 000 años. Pero ¿qué seguridad tengo yo del momento en que pasó de C-12 a C-14? ¿Es que tengo la seguridad absoluta de que esa materia orgánica no se contaminó con algo radiactivo, desfigurando así la verdadera antigüedad?
»Muchas de las materias que analizamos a través del Carbono-14 son “mudas” a dicha medida. ¿Cómo medir entonces? Debemos comprender que todos estos métodos para tratar de averiguar la antigüedad pueden ser incorrectos. Y, sin embargo, les hemos dado una validez casi absoluta…
»Cuando nos referimos a millones de años estamos hablando de algo que escapa a nuestras posibilidades de concepción. Fuera de nosotros mismos el tiempo no existe. Por eso te decía antes que el tiempo geológico y cósmico está divorciado del tiempo humano. Encontramos fósiles, sí, en distintos estratos. Pero ¿cómo medir su antigüedad con precisión?
»Esta “biblioteca” sí nos está ofreciendo, en cambio, la primera posibilidad de hacer una medición real del tiempo. Estas piedras nos están mostrando el “tiempo” de otra Humanidad. Un «tiempo» distinto al nuestro…
El sistema más utilizado hasta el momento para averiguar la antigüedad de las materias orgánicas es el llamado del Carbono-14 o C-14. Para su empleo se parte de la base de que en nuestra atmósfera existe el isótopo radiactivo del carbono (C), de peso atómico 14, en una cantidad que ha permanecido invariable a través del tiempo. Dicho isótopo es absorbido por todas las plantas, que lo contienen en la misma cantidad, tanto si se trata de árboles como de raíces u hojas o simple hierba. Por otra parte, todo organismo viviente absorbe —de una u otra forma— sustancias vegetales, o sea, que también el organismo humano y animal contiene C-14. Sin embargo, las sustancias radiactivas tienen un determinado período de desintegración, siempre y cuando no se introduzcan nuevas sustancias del mismo carácter. Este período de desintegración se inicia con la muerte, en el caso del hombre y de los animales, y en las plantas, con la recogida de la cosecha o la quema de las mismas. Para el isótopo del C-14 se cree que existe un término medio, cuyo valor es de unos 5600 años. Esto significa que 5600 años después de la muerte de un organismo se encuentra aún en él la mitad de la cantidad original de C-14. Después de 11 200 años, sólo una cuarta parte. A los 22 400 años, una octava parte, a los 44 800 años, una dieciseisava parte, etc. El contenido en C-14 de una sustancia orgánica fósil se puede saber por medio de un complicado procedimiento de laboratorio, ya que se conoce la cantidad original de C-14 existente en la atmósfera. Y sabiendo que en nuestra atmósfera es constante el contenido en C-14, se puede determinar la edad de un hueso o de un pedazo de madera, por ejemplo.
Pero, he aquí algo realmente significativo, que apoya las teorías de Javier Cabrera. Si se corta, por ejemplo, hierba o matorral al borde de una carretera, se quema y se somete al procedimiento del C-14, la ceniza de estas plantas nos revela una edad de ¡miles de años! ¿Por qué? Todos los días, dichas plantas absorben grandes cantidades de carbono procedente de los tubos de escape de los coches que pasan. Este carbono procede del petróleo, y éste, al mismo tiempo, del material orgánico que hace millones de años dejó de absorber C-14 de la atmósfera. De este modo, un árbol cortado cerca de un distrito industrial puede dar una edad de 50 años por los anillos de su corteza y de miles de años si empleáramos el referido sistema del Carbono-14.
En aquellos instantes no logré captar lo que Javier Cabrera trataba de decirme. Fue algún tiempo después —al referirse a la piedra denominada del cometa Kohoutek— cuando comencé a comprender.
—Tú mismo te has referido hace un momento a los estratos geológicos —intervine—. ¿Es que éstos no constituyen un aceptable «calendario» para el hombre?
—Los estudios geológicos nos dicen que éste o aquel estrato pertenecieron al Paleozoico o Mesozoico. Sin embargo, eso es puramente convencional. ¿Cómo tener seguridad absoluta a la hora de fijar las edades de dichos estratos? Sólo lo conseguiríamos si pudiéramos «comunicarnos» con las rocas…
»Sí, es cierto que hay un sistema para intentar establecer esa “conexión” con las rocas. Es cierto que se puede lograr mediante los “relojes atómicos”. Sé que, a través de las curvas de integración de los átomos radiactivos que encontramos en las rocas, podemos intentar ese difícil paso. Sé que, a través de la cantidad de plomo que queda como residuo de la desintegración de un átomo que fue radio, torio o uranio, podríamos buscar la antigüedad de la roca…
»Pero, repito, ¿quién nos asegura que esa radiactividad residual es exacta? Ha transcurrido demasiado tiempo. ¿Cómo sabemos que no fue alterada por el paso de ese tiempo? ¿Cómo averiguar si una capa fue primera o segunda? ¿Quién puede decir a ciencia cierta el número de veces que ha cambiado la corteza terrestre?
»¿Podemos estar seguros de eso?
Javier Cabrera regresó a su sillón y, señalando los libros que se alineaban en las estanterías de su despacho, prosiguió:
—Lo que ocurre es que damos como ciertos —dogmáticamente— una serie de conocimientos…
»“Así es”, decimos. “Así está aceptado…”. Pero ¿qué quiere decir «así está aceptado»? Te lo diré: que convencionalmente hemos llegado a eso. Hemos convenido que así sean las cosas, nada más.
»Y volvemos a lo de antes. ¿Es que hay alguien en este mundo que pueda demostrar que el tiempo existe en realidad? Dime, ¿qué es el tiempo…?
»El tiempo existe porque existimos nosotros. El tiempo es una noción. Sabemos que ni siquiera en nuestro propio mundo —cuando dos personas se encuentran en hemisferios diferentes— pueden sincronizar sus relojes. ¿Y qué ocurre si salimos del Sistema Solar? ¿Qué nos sucederá el día que el hombre cruce el Cosmos a la velocidad de la luz? ¿Es que ese tiempo será el mismo de la Tierra?
»Nadie puede precisar la antigüedad de algo que está tan alejado de nosotros.
»Esta Humanidad que hemos descubierto a través de las piedras grabadas de Ica vivió en otro espacio-tiempo. Y lo mismo nos sucede a nosotros, esta Humanidad que ahora está realizándose. Y lo mismo debió de ocurrirles a otras civilizaciones o Humanidades que un día aparecieron sobre el Planeta. Porque estoy convencido de que el hombre “gliptolítico” no ha sido tampoco el primero en la realización global del llamado género humano.
Estas afirmaciones de Javier Cabrera estaban respaldadas por un hallazgo —también en las piedras grabadas de Ica— que algún día, cuando el hombre se encuentre preparado para encajarlo, arrojará sobre el mundo toda la luz que hoy falta, en torno al más grande de los misterios que siempre se planteó el ser humano. Un hallazgo, una «serie» de piedras labradas, que Javier Cabrera mantiene separada del resto de la colección, y que sólo muestra a personas de su entera confianza.
Ese «cuarto secreto» será desvelado algún día por el investigador de Ica. Pero, mientras él no lo haga, mientras no sea estudiado y comprobado meticulosamente, deberá permanecer cerrado.
Quizás algún día, no muy lejano, me sienta con fuerzas para emprender la divulgación de esa «Primera Maravilla del Mundo», que encierra el referido «cuarto secreto» de la «biblioteca» prehistórica.
Pero volvamos al resto de la colección.
Después de varios días de estancia en Perú, y mientras ponía en orden mis primeras charlas con Javier Cabrera, tuve la oportunidad de conocer a una personalidad que iba a aportar nuevos y sustanciosos datos sobre la «biblioteca» de piedra. Un hombre que había conocido las piedras labradas ¡cuatro años antes que Cabrera!