CAPÍTULO 4

Recuerdo que cada vez que planteé este tema ante arqueólogos y antropólogos me sentí como el hereje que, irremisiblemente, termina condenado y vilipendiado.

«Pero ¡hombre de Dios!, cómo se le ocurre pensar que el ser humano pudo conocer y convivir con los grandes reptiles y monstruos prehistóricos…».

Los sabios consagrados de la Paleontología a los que tuve el atrevimiento de consultar sobre las piedras grabadas de Ica terminaban siempre por entonar estas frases con tanta indulgencia como burla…

«Es lamentable e increíble que pueda usted desechar de esta forma —remataban siempre— los miles de volúmenes de tantos y tantos especialistas del mundo entero, mucho más expertos y preparados…».

«Está demostrado y claro —dogmatizaban otros— que el hombre hizo su aparición en la Tierra hace Poco más o menos un millón de años…».

«Todos sabemos —concluían las máximas autoridades en Paleontología— que esos animales antediluvianos existieron en el mundo hace millones de años. ¿Cómo podemos entonces aventurar semejante desatino?».

Y uno, que no es experto en nada, terminaba por guardar sus audaces hipótesis y teorías y desaparecer de la vista furibunda e indignada de los «sumos sacerdotes» de la Ciencia…

Pero «algo» seguía diciéndome que aquel radicalismo, que aquella intransigencia, no podían estar en posesión absoluta de la verdad…

En las grabaciones de la «biblioteca» lítica del Perú podía comprobarse con toda claridad cómo el ser humano «convivía» con estos formidables y extinguidos saurios de eras remotas. Mas, para estos arqueólogos, no era suficiente…

«Quizá algún día —pensé—, cuando el hombre pueda desenterrar con sus propias manos los restos fosilizados de estos monstruos arcaicos y, a su lado, los de un ser humano, todo pueda cambiar…».

Pero estaba equivocado una vez más.

Porque ese descubrimiento se produjo ya hace tiempo. El propio doctor Cabrera me lo señaló:

—El antropólogo Henao Marín encontró recientemente en un lugar de Colombia, denominado El Boquerón, los restos fosilizados de un monstruo prehistórico: un iguanodonte.

Este hallazgo no habría tenido mayor importancia de no haber ido acompañado por otro fantástico descubrimiento.

Henao Marín desenterró también —¡y en el mismo estrato geológico!— los huesos de un hombre…

—Un ser humano —continuó Javier Cabrera con entusiasmo— que, según parece, perteneció al tipo de Neandertal.

¿Qué significa esto? Que el hombre sí convivió con los grandes saurios prehistóricos.

Henao Marín, según tengo entendido, comunicó su sensacional hallazgo a otros científicos de Estados Unidos. Sin embargo, hasta ahora se ha silenciado…

Esta importante e irrefutable prueba se encuentra también a la vista de cuantos especialistas y científicos deseen ratificarla. Basta con dirigirse a la Universidad colombiana de Quindio, en Tolima, donde Romero Henao Marín ejerce en la actualidad. La cabeza de dicho iguanodonte se encuentra depositada en la mencionada Universidad.

(El iguanodonte —según reza la Ciencia moderna— vivió en el Cretácico Inferior. Es decir, hace más de 65 millones de años. En 1887 fueron descubiertos los esqueletos de veinte de estos dinosaurios, mientras se trabajaba en una mina de carbón. Los adultos medían unos nueve metros de longitud. Sus patas delanteras no eran de gran tamaño, y disponían de uñas como ganchos. Los dedos pulgares formaban una especie de ancha y aguda espina que debió constituir un arma defensiva muy efectiva. Aunque los primeros ornitópodos poseían una sola fila de dientes en cada mandíbula, el iguanodonte tenía una batería de varias hileras, de modo que continuamente le salían dientes nuevos, mientras los viejos se gastaban y caían).

Sin embargo, aunque espectacular y decisivo, este hallazgo de Colombia no ha sido el único.

—En las propias tierras peruanas de Ayacucho —señaló Javier Cabrera— se han descubierto también restos fosilizados de megaterios. Y, junto a ellos, ¡utensilios e instrumentos! Esto ratificaba, una vez más, que el hombre pobló el planeta en épocas mucho más remotas de lo que la Paleontología atestigua…

»Sin embargo, ¿sabes cuántos años le otorgaron los paleontólogos e ilustres hombres de ciencia a esos restos humanos que aparecieron junto a los utensilios y huesos del megaterio?

Esperé la respuesta de Cabrera Darquea. Y el investigador, con amargura, contestó:

—¡Veinte mil años…! O sea, que el propio descubridor le niega valor a su descubrimiento.

—¿En qué época fija la Paleontología la presencia de los megaterios sobre la Tierra?

—Los primeros se remontan a los comienzos de la Era Terciaria. Es decir, hace más de 60 millones de años.

¿Y los últimos?

—La Ciencia asegura que dejaron de existir bastante antes del comienzo de la Era Cuaternaria. Según esto, debemos remontarnos más allá del millón de años. Pero, entonces, vuelvo a preguntar: ¿por qué Maclnnes fija la edad de esos restos en 20 000 años?

(La Paleontología asegura, en efecto, que, junto a los ungulados primitivos de América del Sur vivió otro grupo placentario rudimentario —los desdentados— del que los armadillos, osos hormigueros y perezosos son los únicos supervivientes. Los armadillos omnívoros se conocen ya desde el Paleoceno —comienzo del Terciario—, aunque los actuales son comparativamente pequeños. Uno de los géneros del Pleistoceno, por ejemplo, fue tan grande como un rinoceronte. Los perezosos arbóreos son desconocidos como fósiles, aunque sus parientes extinguidos —los perezosos terrícolas— resultaron muy notables. Son conocidos ya desde el período Oligoceno. Se nutrían de hojas de los árboles y arbustos cuyas ramas inclinaban hacia abajo con sus fuertes garras. Los perezosos primitivos medían solamente pocos centímetros, aunque el megaterio —de seis metros y ubicado en el período Pleistoceno— era grande como un elefante, alcanzando, incluso, varias toneladas de peso).

—Pero, hay más. ¿Por qué calla también la Paleontología —me subrayó el investigador iqueño— ante los formidables descubrimientos de los soviéticos?

»En cierta ocasión visitó Perú el académico Suppov. Y se acercó hasta Ica. Tenía grandes deseos de conocer las piedras grabadas. Fue en esa ocasión cuando me confesó que su compatriota Gravoski defendía también el hecho de que habían existido otras Humanidades en el remoto pasado de la Tierra…

»Pues bien, Suppov había pronunciado algunas conferencias en Perú —al igual que en otras partes del mundo— detallando cómo antropólogos hindúes habían facilitado información a sus colegas rusos sobre la existencia de huesos humanos, englobados en rocas mesozoicas. ¡Rocas que tienen más de 65 millones de años!

»Pero, naturalmente, esto no interesa a los arqueólogos y antropólogos del mundo. Esto desequilibra y descompone sus teorías, sus cánones tradicionales. Admitir estos hechos incuestionables significaría para ellos un reajuste absoluto en sus enseñanzas, en sus esquemas mentales, en sus libros…

»El hallazgo de Henao Marín no interesa porque no es convencional. Porque lanza por tierra lo que ya conocíamos y dábamos por infalible… Porque nos Plantea una panorámica distinta, difícil, revolucionaria, fuera de todo molde o convencionalismo.

»“El hombre surgió en el Cuaternario —dicen los paleontólogos y antropólogos—. El hombre no supo jamás del dinosaurio”. Ahí comienza y ahí termina nuestro mundo… Pero ¿y esos 4999 millones de años que faltan…?

Javier Cabrera echó mano del paquete de cigarrillos. Habíamos llegado a un punto duro, espinoso. Cargado de oscuridad para Javier, cargado de prejuicios…

Traté de centrar el problema y pregunté al médico de Ica:

—Sin embargo, doctor, tienes que reconocer conmigo que el «salto» en el tiempo (desde esa Humanidad del Mesozoico hasta nuestros días) es enorme, casi inconcebible. Excesivo…

—Esa misma objeción le hicieron a Mellino. Cuando éste encontró un hombre en el Mioceno —hace 29 millones de años—, Paul Rivet afirmó que no podía admitir tal cosa, que resultaba imposible que el hombre hubiera permanecido en la Edad de Piedra desde entonces, desde el Mioceno, hasta la llegada de los conquistadores españoles. Pero esto es una barbaridad.

»Cuando los españoles llegaron a Sudamérica no nos encontraron en la Edad de Piedra. Ni mucho menos… Existía una organización social. Una cultura. El imperio incaico, por ejemplo, era teocrático-socialista. Disponía de una organización fantástica.

»Pero ¿sabe dónde aprendió el hombre inca esas y otras muchas cosas? En estas piedras. En el “mensaje” gliptolítico. Porque estas piedras eran conocidas ya en la época de los conquistadores. Hay testimonios de jesuitas que acompañaron a los españoles en la colonización donde se especifica que estas piedras eran conocidas ya por los indios. Cieza de León afirma en sus escritos que las denominaban “piedras Manco”.

»Pero, volvamos a tu planteamiento. Es cierto que existe un gran vacío entre la Humanidad de hace más de 65 millones de años y nosotros. Sin embargo eso no tiene por qué significar que dicho período fuera estéril, que no existieran otras civilizaciones, otras Humanidades en el planeta. No sabemos en realidad cuántas veces el hombre se vio obligado a empezar de nuevo…

»El hecho de haber encontrado en distintos estratos geológicos al hombre de Neandertal, de CroMagnon y ahora el de Leakey es algo puramente accidental, que nunca podrá darnos una idea global y absoluta de las razas y civilizaciones que poblaban la Tierra en dichas Eras.

»Son estas piedras grabadas en realidad el primer gran testimonio de la existencia de una de esas Humanidades. Si no las hubiéramos encontrado seguiríamos pensando que nuestro “filum” era el primero, el único.

»Seguiríamos creyendo que nuestra civilización arrancó con los sumerios, hace 7000 años. Porque más allá de los sumerios, ¿qué sabemos en realidad? Sólo hechos aislados: Cro-Magnon, Leakey, etc.

»Nos han faltado descubrimientos que completasen la Historia de las distintas civilizaciones.

»Es posible que esas 40 000 tablillas sumerias constituyan otro “mensaje”. Pero tampoco han sido estudiadas suficientemente. Si en las escasas tablillas sometidas a investigación hemos encontrado que aquel hombre conocía ya la “letra de cambio”, la Medicina, las Matemáticas, etc., ¿qué contendrá realmente la totalidad de esa formidable «biblioteca» que constituyen las 40 000 tablillas de cera?

»Y, sin embargo, ahí están. Esperando que los científicos del mundo las investiguen en profundidad.

»Nuestra Humanidad —tenemos que reconocerlo— no ha empezado siquiera a estudiar lo que tiene a su alrededor. ¿Cómo podemos hablar entonces, cómo podemos dar por hecho que “somos los primeros”? ¿Qué sabemos realmente lo que ocultan otros estratos geológicos más profundos? Ahí tenemos a Richard Leakey… Con un solo hallazgo ha conmocionado todas las teorías de la Paleontología. Su hombre de Olduvai, con esos dos millones y pico de años, ha echado por los suelos las hipótesis tradicionales sobre el “nacimiento” y aparición del hombre sobre la Tierra…

»Las piedras grabadas de Ica constituyen tan sólo el comienzo de una nueva era para la Ciencia. Una era que nos exige y exigirá cada vez más mentes abiertas, capaces de comprender y aceptar que nuestros principios y conocimientos no tienen por qué ser definitivos.

Estas palabras de Javier Cabrera, pronunciadas ante la pasmosa realidad de aquellas 11 000 piedras grabadas, me harían reflexionar durante mucho tiempo.

Al regresar a España y publicar estos nuevos descubrimientos del profesor Javier Cabrera iba a encontrarme con otra sensacional noticia, que venía a consolidar los grabados de las piedras de Ica.

En la provincia española de Soria se había encontrado otro testimonio de la convivencia entre el hombre y los dinosaurios.

En la localidad de Navalsaz —y según me revelaría el vizcaíno don Rafael Brancas— han sido descubiertas más de 500 huellas de tyrannosaurio. Y junto a esas huellas petrificadas en lastras de roca caliza compacta, ¡la huella, también petrificada, de lo que indudablemente parece un pie humano!

El descubrimiento es sencillamente trascendental.

Estas huellas de tyrannosaurio —según los estudios realizados en la zona— se encuentran en un terreno que corresponde al período Cretácico, último de los de la Era Mesozoica o Secundaria. En aquella época —hace más de 70 millones de años—, dicha zona debía de encontrarse bordeada por aguas marinas. Los grandes animales prehistóricos pasarían posiblemente por el lugar, dejando sus huellas en el fango que formaban las arcillas plásticas.

Aluviones posteriores fueron recubriendo las huellas. Se produjo un plegamiento, formándose una capa superior de esquistos o pizarrillas menos sólidas, capa que fue desapareciendo posteriormente por efecto de la erosión, quedando al descubierto sus huellas perennes, solidificadas al haberse convertido los arrastres en caliza.

Pero ¿qué puede significar esa huella petrificada de un pie humano, en la misma zona donde han sido contabilizadas más de 500 pisadas de saurios prehistóricos?

Sin embargo, las dudas que planteaba un descubrimiento como el de la «biblioteca» lítica no eran pocas. Y después de salir de unas, siempre se levantaban otras, como si se tratase de un oleaje eterno…

Una de las máximas autoridades españolas en Arqueología me había puesto en un verdadero callejón sin salida cuando le puse en antecedentes de la existencia de la gran «enciclopedia» lítica del Perú.

«Y dígame —había preguntado el catedrático de la Universidad de Madrid—, si los Andes se levantaron en la Era Terciaria, ¿cómo me explica usted que esas piedras tengan grabados que reflejan animales de la Era Secundaria…?».