35
Honor Harrington quedó ensordecida por un trino de silbatos de contramaestre y Nimitz se puso rígido sobre su hombro, al mismo tiempo que su ojo sano se abría de par en par por la sorpresa. El almirante de Haven Albo le había pedido que acudiera a una última reunión de rutina antes de regresar a casa con el Intrépido, pero el embajador Langtry estaba de pie, junto a él, en la dársena de botes del Confiado. Eso ya era bastante peculiar, pero lo que lo hacía aún más extraño era que otros personajes no menos importantes, como el almirante Wesley Matthews y Benjamín Mayhew, también estaban con él; empezó a especular sobre los motivos de esa reunión, al tiempo que levantaba la mano para saludarlos de forma automática.
Hamish Alexander esperó hasta que el Protector Mayhew y Sir Anthony Langtry tomaran asiento, después se sentó detrás de su mesa y estudió a la mujer que estaba frente a él.
Era evidente que su ramafelino estaba inquieto, pero ella parecía tranquila, a pesar de la sorpresa que debía estar sintiendo, y recordó la primera vez que la vio. Entonces también había estado tranquila cuando había subido a bordo a informarle acerca de los daños y bajas que habían sufrido, con una indiferencia que lo había repugnado. Aparentemente ni siquiera le importaba, como si el personal formara parte del mobiliario de una nave; solo herramientas para ser usadas y luego olvidadas.
Su fría imparcialidad lo había horrorizado… pero entonces recibieron la noticia de que el comandante McKeon había conseguido, de alguna manera, rescatar a casi cien de sus tripulantes en una única pinaza superviviente, y su máscara se quebró. Había visto cómo se daba la vuelta, intentando ocultar las lágrimas que anegaban su ojo sano, tratando de disimular cómo se sacudían sus hombros. Él se había puesto en pie para quedarse entre ella y la tripulación, impidiéndoles ver su reacción y guardándole un secreto que sabía que era especial. De pronto se dio cuenta de que su armadura de imparcialidad era así de gruesa porque el dolor y la pena que se ocultaban detrás eran terribles.
Sus recuerdos avanzaron en el tiempo hasta otro día, el día en el que vio, con una máscara silenciosa e impenetrable, cómo ahorcaban en Grayson a los hombres que habían violado y asesinado a las tripulantes del Madrigal. No lo había disfrutado, pero había mirado con tanta valentía como se había enfrentado al Saladino. No por ella, sino por la gente que no podía estar allí para verlo. La evidente determinación de ver cumplirse la justicia había terminado de perfilar la opinión que tenía de ella.
La envidiaba. Le doblaba la edad, tenía una carrera a sus espaldas que haría sentirse orgulloso a cualquier hombre, incluyendo la reciente conquista del sistema de Endicott, pero la envidiaba. Habían humillado y aniquilado a su escuadrón, reducido a cenizas las dos únicas unidades supervivientes. Novecientos tripulantes habían muerto, otros trescientos estaban heridos y nunca jamás creería, como él tampoco lo hubiera hecho en su lugar, que la tasa de muertos hubiera sido menor si ella hubiera sido mejor. Pero estaba equivocada, al igual que lo hubiera estado él, y nada podía enturbiar lo que ella y su gente habían conseguido. Lo que su gente había hecho por ella, por ser lo que era y quien era.
Se aclaró la garganta y Honor se giró para mirarlo. Volvió a asombrarse del atractivo puro de sus rasgos afilados. Lo veía incluso a pesar de que tenía la mitad del rostro inmovilizado y aquel parche anacrónico en el ojo, y se preguntó qué sensaciones hubiera despertado en él si la hubiera visto antes de que la hirieran.
—Es evidente, capitana Harrington —empezó con voz tranquila—, que le he pedido que se reuniera conmigo por otras razones, además del típico encuentro antes de que se marchara.
—¿De verdad, señor? —Su voz de soprano, mal articulada, no pretendía más que formular una pregunta correcta. Él esbozó una sonrisa y echó la silla hacia atrás.
—De verdad. Verá, capitana, Grayson y Mantícora han estado intercambiando varios informes. Incluyendo —su sonrisa se desvaneció— una amarga protesta del honorable Reginald Houseman.
Su mirada no vaciló.
—Lamento tener que informarle de que los Lores del Almirantazgo han añadido una carta de reprimenda a su expediente personal. Con independencia de la provocación, y me consta que la hubo, un oficial de la reina no tiene excusa para agredir físicamente a un representante civil de la Corona. Confío en que no sea necesario que vuelva a recordárselo.
—Yo también lo espero, mi señor —respondió ella, y su tono quería decir algo muy diferente al de él. No lo decía con arrogancia, ni desafío, pero tampoco se disculpaba. Él se inclinó sobre la mesa.
—Entiéndame, capitana —le pidió, en voz baja—. Aquí nadie puede discutirle lo que ha conseguido, y tampoco los oficiales de la reina sienten demasiada simpatía por el Señor Houseman. No es él quien me preocupa, sino usted.
Algo ocurrió en ese frío ojo castaño. Ladeó la cabeza ligeramente hacia un lado y su ramafelino imitó el movimiento, mirando al almirante con unos ojos verdes que no pestañeaban.
»Usted es una oficial sobresaliente. —Su rostro, de rasgos afilados, se sonrojó, pero no apartó la mirada—. Pero tiene los vicios de sus virtudes, capitana Harrington. La acción directa no siempre es la mejor política, y existen ciertos límites. Si los ignora demasiado a menudo, independientemente de cuál sea la provocación, dará al traste con su carrera. Yo lo consideraría una tragedia, tanto para usted, como para el servicio de Su Majestad. No permita que suceda.
Mantuvo la vista fija en la de ella durante un momento. Después ella asintió con un leve gesto.
—Lo entiendo, mi señor —le respondió con un tono completamente diferente.
—Perfecto. —Alexander volvió a recostarse—. Ahora, sin embargo, aun a riesgo de perjudicar mi intención de meterle miedo en el cuerpo, debo informarle de que, salvo por su tendencia a aporrear a los diplomáticos, Su Majestad está bastante satisfecha con usted, capitana. De hecho, creo que tiene la intención de darle las gracias personalmente cuando regrese a Mantícora. Imagino que eso, eh, contrarrestará las posibles consecuencias de su reprimenda.
Su rubor se intensificó, y por primera vez desde que la había conocido, parecía estar casi aturdida.
»También debo decirle que recogimos a un tal capitán Yu, que estuvo al servicio de la República Popular de Haven en Endicott. Ha pedido asilo a la Corona. —Harrington se enderezó en la silla. Su ojo sano miraba con fijeza, y él asintió—. Lo mandaré a casa a bordo de su nave, capitana, y espero que lo trate con la cortesía digna de su rango.
Ella asintió y él hizo lo mismo como respuesta.
»Eso es todo lo que yo tenía que decirle, pero creo que el Protector Benjamín tiene algo más. —Alexander se giró cortés hacia el gobernante de Grayson y ella lo imitó.
—Así es, capitana Harrington —afirmó Mayhew, con una sonrisa—. Mi planeta nunca podrá agradecerle lo bastante todo lo que ha hecho por nosotros, pero somos muy conscientes de la deuda que hemos contraído, y no solo con usted, también con sus tripulaciones y con su reino, y desearíamos poder expresar nuestra gratitud de alguna forma tangible. De acuerdo con el permiso de la reina Elizabeth, que nos ha llegado a través de Sir Anthony, le pido a usted que firme el borrador del tratado en su nombre.
Honor respiró profundamente y la sonrisa de él se volvió triste.
»Estoy seguro de que, si el almirante Courvosier siguiera vivo, lo habría firmado, y de que no hubiera escogido a nadie, salvo a usted, para hacerlo en su lugar. Así que le pido que termine lo que él empezó, ¿lo hará?
—Yo… —Honor tuvo que parar para aclararse la garganta—. Sería para mí un gran honor, señor. Muy grande. Yo… —Sacudió la cabeza, sintiéndose incapaz de terminar la frase.
—Gracias —le dijo Mayhew con suavidad, luego ondeó una mano—. Existen, sin embargo, otros dos asuntos menos importantes. Entre los beneficios de nuestra nueva relación con Mantícora, esperamos que ustedes nos ayuden a aumentar el número de granjas orbitales y nuestra población a un ritmo más acelerado. La Cámara, cumpliendo una de mis peticiones, ha accedido a crear un nuevo asentamiento en el continente que se encuentra más al sur del planeta. Con su permiso, nuestra intención es llamarlo Asentamiento de Harrington, y le pido que tanto usted como sus herederos asuman el cargo de gobernadores.
La sorpresa fue tan rotunda que Honor se puso en pie de pronto, y Nimitz tuvo que clavarle profundamente las garras en las hombreras de la guerrera para evitar caerse.
—Señor… Protector Benjamín… Yo… no puedo… Quiero decir, usted no puede… —tartamudeaba desesperadamente en busca de las palabras que pudieran expresar lo que sentía. La conmoción y la incredulidad, y los recuerdos de lo mal que la habían tratado al llegar, le impedían decir exactamente lo que quería.
—Por favor, capitana —la interrumpió Mayhew—, siéntese. —Ella obedeció aturdida y él le sonrió—. Soy un hombre pragmático, capitana. Tengo bastantes motivos para pedirle que acceda a ocupar el puesto.
—Pero yo soy una oficial de la reina, señor. Tengo otros deberes y responsabilidades.
—Soy consciente de ello. Por eso, y con su permiso, tengo intención de designar a un administrador que se ocupe de los asuntos del día a día, pero su título será muy real, capitana, y se le enviarán los informes y documentos cada cierto tiempo para que usted los firme y autorice. Es más, puesto que Yeltsin y Mantícora no están tan alejados, esperamos verla por aquí a menudo, aunque la Cámara se da perfecta cuenta de que le será imposible gobernar a su gente. Pero, aparte de los ingresos, que serán sustanciosos dentro de unos pocos años, y que la Cámara insiste en que reciba, existe una razón mucho más importante por la que usted debe aceptar. Verá, nosotros la necesitamos.
—¿Me necesitan, señor?
—Sí. Grayson se enfrentará a cambios muy radicales en las próximas décadas; políticas y sociales, además de económicas. Usted será la primera mujer en la historia que sea propietaria de la tierra, pero no será la última, y la necesitaremos como a un modelo, y un desafío, mientras intentamos integrar completamente a las mujeres en nuestra sociedad. Y sí, por favor disculpa mi franqueza, su…, fuerte personalidad, y el hecho de que haya sido sometida a un tratamiento de prolongación, la convertirán en un modelo idóneo durante mucho tiempo.
—Pero… —Honor miró a Langtry—. Sir Anthony, ¿es esto legal según la ley manticoriana?
—Por lo general, no. —Los ojos del embajador brillaron con un regocijo inimitable—. En este caso, sin embargo, Su Majestad lo ha autorizado personalmente. Es más, la Cámara de los Lores ha decidido que los privilegios que derivan de pertenecer a la nobleza de una soberanía aliada del reino son semejantes a aquellos de un conde en nuestro planeta. Si los aceptara, y el gobierno de Su Majestad le pide que lo considere seriamente, se convertirá en la condesa Harrington, además de la gobernadora Harrington.
Honor lo miró, sintiéndose incapaz de creer una sola palabra, y al mismo tiempo creyéndolas todas. Nimitz le acarició la espalda con la cola.
—Yo… —Volvió a callar, luego negó con el gesto y sonrió de medio lado—. ¿Está seguro de esto, Protector Benjamín?
—Lo estoy. Todo Grayson lo está.
—Entonces supongo que tendré que aceptar. Quiero decir… —Se sonrojó con intensidad—. Estaré honrada de aceptarlo.
—Sé exactamente a lo que se refiere, capitana. Hemos saltado sobre usted y la hemos agarrado sin previo aviso, y usted preferiría que lo hiciéramos con otra persona, pero está dispuesta a aceptarlo de todos modos. —Su rubor tenía el mismo color que el vino tinto y él ensanchó su sonrisa—. Por otro lado, estas cosas a veces les suceden a las personas que ponen a los gobiernos entre la espada y la pared, y creo que —su sonrisa era casi ladina—, una vez haya superado la conmoción, podrá hacerse a la idea.
Ella se rió. No podía ser de otra manera y él también lo hizo.
—No me lo merezco, señor, pero gracias. De verdad.
—De nada… de verdad. Y ahora, solo queda un pequeño detalle. —Se levantó y gesticuló hacía ella—. Póngase de pie, por favor, capitana Harrington.
Honor obedeció y el Protector extendió la mano hacia el almirante Matthews, que sacó una cinta de color rojo sangre de un pequeño estuche de terciopelo y la extendió sobre la palma de su mano. Una estrella de oro, exquisitamente forjada y que desprendía numerosísimos haces, pendía del extremo. El Protector agarró la cinta, casi de forma reverente, para mostrarla.
—Capitana Honor Harrington, me siento más complacido de lo que podría expresar por hacerle entrega, en nombre de todos los graysonitas, de la Estrella de Grayson, por su heroísmo y servicio a nuestro planeta.
Honor respiró profundamente y lo saludó de forma oficial. Mayhew se puso de puntillas para colgarle la cinta alrededor del cuello. La colocó con cuidado y la gloria brillante de la estrella relució como una llama contra su guerrera negra como el espacio.
—Esta medalla es nuestra mayor recompensa para el valor —le dijo con tranquilidad—. Algunos hombres extraordinarios han podido llevarla en el transcurso de los años, pero creo que nunca por alguien tan asombroso como la mujer a la que se la he entregado hoy.
El silencio reinó en la sala durante un prolongado momento, luego Langtry se aclaró la garganta.
—Y ahora, capitana —le dijo—, existe una última formalidad antes de que nos acompañe al Protector Benjamín y a mí al planeta para firmar el tratado y ser investida como gobernante.
Honor se limitó a mirarlo, demasiado confusa por todo lo que había pasado como para decir otra cosa, y él sonrió. Luego dio un paso atrás y abrió la puerta hacia el comedor del almirante. Alistair McKeon y Alice Truman atravesaron el umbral con unas sonrisas radiantes en sus rostros. La confusión de Honor era ya total. Creía que Alistair todavía estaría a bordo del Intrépido, esperando con Scotty Tremaine y los demás supervivientes, para regresar a Mantícora con ella. Pero aquí estaba, vestido con su traje de gala (y no tenía la menor idea de dónde podría haberlo sacado, puesto que todo su equipo había saltado en pedazos junto con el Trovador) y llevando una espada envainada. Alice estaba igualmente vestida y llevaba consigo un pequeño cojín de seda.
Atravesó caminando la habitación y dejó el cojín en el suelo. Después extendió las manos y, para gran sorpresa de Honor, Nimitz saltó hacia ellas con ligereza. Alice acunó al felino entre sus brazos, dio un paso atrás y saludó oficialmente, al tiempo que Alistair se detenía junto a Langtry.
—Por favor, capitana, arrodíllese. —El embajador señaló el cojín y ella obedeció ensimismada. El acero resonó cuando desenvainó la brillante espada y McKeon retrocedió medio paso, con la vaina en las manos, y saludó.
—Por la autoridad que me ha sido conferida como embajador de Su Majestad, por su expreso mandato y en su nombre, y como Caballero de la Gran Cruz de la Orden del Rey Roger —dijo Langtry, con su voz profunda—, le otorgo el rango, título, privilegios y deberes de Caballero Compañero de la Orden del Rey Roger. —El acero resplandeciente la tocó suavemente en el hombro derecho, luego en el izquierdo y otra vez en el derecho, mientras levantaba la vista hacia él. Entonces el embajador sonrió y bajó la espada—. Levántese, dama Honor —le pidió con suavidad—. Que sus acciones futuras defiendan con tanta lealtad el honor de la reina, como hicieran las pasadas.