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Dos naves estelares, brutalmente dañadas, se deslizaron alrededor de la Estrella de Yeltsin mientras sus tripulaciones intentaban arreglar los daños. Los médicos libraron sus batallas contra los horrores de los cuerpos mutilados y rotos, y todas las mentes de a bordo supieron que el siguiente enfrentamiento sería el último.

Honor Harrington escuchó los informes y obligó al costado vivo de su cara a ocultar la desesperación. La sección de comunicaciones del Intrépido había desaparecido, dejando a la nave sorda y muda, pero había otras noticias internas mucho peores.

Una cuarta parte de su tripulación estaba muerta o herida, y el comandante Brentworth había encontrado por fin algo que hacer. El oficial graysonita se había encargado del control de daños desde el puente, sustituyendo al teniente Allgood, el primer auxiliar del capitán de corbeta Higgins, para que pudiera ocuparse de otras cosas, y además Higgins necesitaba su ayuda desesperadamente.

Habían perdido por completo el anillo impulsor posterior del Intrépido y el costado de estribor se había quedado solo con un Gráser y ocho tubos de misiles. Y, lo que era aún peor, la combinación de los cargadores afectados y los siete minutos de continuos lanzamientos habían reducido su munición a cien misiles. Además, sus sensores estaban destrozados. La mitad de su radar principal, las dos series secundarias de control de fuego y dos tercios de sus sensores pasivos habían dejado de existir. Todavía podían ver a su enemigo, pero su mejor aceleración sería de apenas un tercio la del Saladino hasta que los ingenieros de Higgins, vestidos con sus trajes de vacío, reparasen el anillo de impulsión (si podían); e incluso entonces, había perdido tantos nodos que la nave no podría ir a más de dos-punto-ocho km/s2. Si el capitán del crucero de batalla averiguaba la verdad, podría abrirse camino con facilidad y esquivar al Intrépido. Ya había aumentado la distancia a noventa y cuatro millones de kilómetros; si la incrementaba otros dos minutos luz, Honor no podría encontrarlo, y mucho menos luchar con él sin la ayuda del Trovador para obtener la información de los zánganos de reconocimiento. La agonía volvió a embargarla ante ese pensamiento, e intentó ignorarla. No tenía tiempo para eso y, sin embargo, a pesar de lo mucho que lo procuraba, no podía olvidar que había trescientos hombres y mujeres a bordo de la nave de Alistair McKeon, y que muy pocos de ellos seguirían con vida.

Pero Rafe también había conseguido malherir al Saladino, se dijo. Quizá bastante. Y, si sus daños eran lo suficientemente severos, incluso a pesar de ser unos fanáticos, podrían retirarse; si no lo hacían, era muy improbable que el Intrépido pudiera pararlos.

* * *

El Espada Simonds se mantuvo rígido cuando el médico le cosió el último de los puntos en la brecha que tenía en la frente, luego rechazó la oferta de tomarse un calmante. El médico se retiró rápidamente porque tenía muchísimo que hacer en otra parte: había más de mil doscientos muertos dispersos por el interior del Trueno de Dios, dos tercios de ellos soldados que no habían traído consigo sus trajes de vacío.

Simonds se tocó la herida fea y cosida, y supo que había tenido suerte de que solo se hubiera golpeado y perdido la consciencia, aunque ahora no lo creyera así. La cabeza le dolía muchísimo y, aunque no podía culpar a su segundo de haber huido, tampoco le había agradado la situación cuando despertó.

Rechinó los dientes al leer el último parte de daños en la pantalla. Había sido gracias a la armadura del Trueno y al escudo antirradiación que había en el interior de la cuña que seguía con vida, pero su costado de popa había quedado reducido a cinco láseres y seis tubos, y la mitad de ellos se manipulaban por control local. Su máxima aceleración se había visto reducida en un veintiún por ciento, sus sistemas gravitatorios y la mitad de sus demás sensores, incluyendo todos los de popa, habían desaparecido y el informe de Workman acerca de los generadores de pantalla no era muy optimista. El Trueno no estaba completamente indefenso a babor, pero el desplegar los generadores restantes debilitaría la pantalla protectora hasta un tercio de la potencia habitual y, además, había perdido todos los escudos antirradiación. Simonds no quería siquiera imaginar qué ocurriría si exponía ese costado de la nave a los ataques de Harrington. Pero su armamento de estribor y el control de ataque estaban intactos.

Volvió a tocarse los puntos, su mente fría y despejada a pesar del cansancio. La puta seguía ahí, se empeñaba en desafiar la voluntad de Dios y, para colmo, lo había herido. Pero él también lo había hecho y analizó el perfil de datos havenitas acerca de la clase Caballero Estelar, comparándolo con los lanzamientos de misiles que ya había hecho. Aunque no hubiera perdido un solo cargador, tenía que estar bajo mínimos.

Volvió a mirar su pantalla táctica; su odio aumentaba mientras ella continuaba obstaculizando su avance hacia Grayson. No tenía idea de cómo podía monitorizar cada uno de sus movimientos, pero ahora ya ni siquiera le importaba. Él era un guerrero de Dios. Su deber estaba claro y le supuso un gran alivio ignorar todas las demás distracciones y abrazar ese hecho por fin.

—¿Cuánto más tardaran en reparar la pantalla de popa?

—Unos cuarenta minutos, señor —Workman parecía muy seguro de sí y el Espada asintió.

—Astronavegación, quiero que establezca un rumbo en línea recta hacia Grayson.

* * *

—Patrona, está cambiando de rumbo.

Honor levantó rápidamente la vista hacia Cardones y la sangre se le heló en las venas. El capitán del Saladino había tomado una decisión. Ya no maniobraba en contra del Intrépido; en su lugar, había trazado un rumbo directo hacia Grayson y su intención era evidente.

Se quedó sentada muy quieta durante un instante, su mente barajaba las opciones con urgencia, intentando hallar una solución, pero no había ninguna y se aclaró la garganta.

—Comuníqueme con el comandante Higgins, Mark —le pidió en voz baja.

—Sí, señora —respondió Brentworth. Hubo una breve pausa, luego una voz tensa habló a través de su intercomunicador.

—Aquí Higgins —dijo.

—James, aquí la capitana. ¿Cuánto más tardarás en solucionar los problemas de control?

—Otros diez minutos, señora, quizá menos.

—Los necesito ya —le dijo Honor con franqueza—. El Saladino vuelve.

Hubo un momento de silencio y, cuando respondió, la voz del jefe de ingenieros era igualmente franca.

—Entendido, señora. Haré lo que pueda.

Honor giró la silla para mirar a Stephen DuMorne.

—Suponiendo que podamos tener los impulsores en diez minutos, ¿dónde podemos interceptar al Saladino?

Sintió cómo la tripulación del puente se encogía al oírla pronunciar la palabra «interceptar», pero DuMorne se limitó a inclinarse sobre su consola. Al rato, volvió a levantar la mirada hacia ella.

—Sobre esa base, podemos hacer una intercepción a distancia uno-cinco-dos millones de kilómetros del planeta en poco más de uno-cinco-siete minutos, señora. Nuestra velocidad de intercepción sería de dos-seis cero-seis-ocho km/s. —Se aclaró la garganta—. Entraremos dentro del alcance de los misiles once minutos antes de la intercepción.

—Entendido. —Honor se pellizcó el puente de la nariz y su corazón le dolió por lo que estaba a punto de hacerle a su gente. Se merecían algo mejor, pero no podría dárselo.

—Sitúenos en el nuevo rumbo, Steve —le pidió—. Jefe Killian, quiero que mantenga la tripa de la cuña apuntada hacia el Saladino.

—Sí, señora.

El Intrépido empezó a virar y Honor se volvió hacia Cardones.

—Deberíamos ser capaces de trazar un curso más o menos preciso del Saladino con el radar de la tripa, Rafe, pero rastrear los misiles a través de la banda gravitatoria va a resultar más difícil.

Cardones asintió. Su rostro era inexpresivo. Honor advirtió que había entendimiento en su mirada, pero de todos modos tenía que decirlo.

—Mi intención es la de exponerle la tripa a medida que nos acerquemos al crucero de batalla. No tenemos la suficiente munición como para detenerlo con misiles, así que intentaremos aproximarnos hasta que entremos dentro del alcance de nuestras armas de energía, y espero que no cambien el rumbo. Trace su plan de ataque bajo la presunción de que pretendo acercar el costado de babor, con las armas de energía, a unos veinte mil kilómetros de él.

Cardones se limitó a asentir de nuevo, pero alguien siseó. Ese no era el alcance de las armas de energía; era, sencillamente, un suicidio.

—No sabrán exactamente cuándo giraremos —continuó Honor, con la misma voz tranquila—. Eso nos brindará la posibilidad de hacer el primer disparo y, a esa distancia, no importará lo fuertes que sean sus pantallas. —Le sostuvo la mirada a Cardones con su ojo sano y habló con mucha suavidad—. Dependemos de usted, Rafe. Consiga que penetre la primera ráfaga y luego continúe disparando, independientemente de lo que suceda.

* * *

La sonrisa de Matthew Simonds era horrenda mientras su nave aceleraba hacia Grayson. Ahora la puta no podría realizar ninguna maniobra astuta. Harrington permanecía todavía en el interior, aún podría interceptarlo, pero esta vez jugarían según sus condiciones y no las de ella, y observó cómo el vector de la mujer se prolongaba para cruzarse con el suyo. Se encontrarían a ciento cincuenta y dos kilómetros del planeta, pero el Intrépido no sobreviviría para llegar a ese punto.

* * *

—¿Andy?

—¿Sí, señora?

—Ve a popa, al Control de Fuego Auxiliar. Llévate a Harris y asegúrate de que conoce al detalle el plan de ataque de Rafe.

Venizelos tensó la boca, pero asintió.

—Entendido, patrona.

Vaciló durante un momento, luego extendió la mano. Honor se la estrechó con firmeza, él volvió a asentir y entró en el ascensor.

* * *

Las naves se inclinaron la una hacia la otra. Existía una finalidad en sus movimientos. El desafío se había lanzado y aceptado; se encontrarían en un punto invisible en el espacio y una de ellas moriría allí. No podía existir otro desenlace, y todas las almas que estaban a bordo lo sabían.

—Cien minutos para la intercepción, señor —informó el astronavegador y Simonds miró a su oficial táctico.

—Si continúa ocultándose detrás de su cuña, no podremos obtener buenos impactos hasta que no gire para atacarnos, señor —le dijo Ash en voz baja.

—Haga lo que pueda, teniente.

Simonds se giró hacia su pantalla y miró, con total seguridad en sí mismo, al punto carmesí que representaba a la nave enemiga. Harrington no giraría para enfrentarse a él en un duelo de misiles. Continuaría hasta llegar al alcance de las armas de energía e intercambiarían un rayo por otro; sintió, de pronto, un respeto rencoroso y odiado hacia ella. Su nave nunca sobreviviría a esa distancia, pero si conseguía llegar con vida, el daño que le causaría al Trueno sería terrible. Lo sabía y lo aceptaba porque, a pesar de todo el daño que pudiera recibir, el Trueno tenía el deber de atacar Grayson. Y esa era una realidad aún más importante.

Dios no permitiría ningún otro desenlace.

* * *

Ninguna de las naves, mutiladas y medio ciegas, tenía la capacidad de ver más allá de la otra, incluso aunque hubieran querido. Y, debido a eso, ninguna de ellas advirtió la presencia de las hiperhuellas, muy distanciadas entre sí, pertenecientes a los dieciséis cruceros de batalla y a sus escoltas que aparecieron repentinamente a 23,76 minutos luz de la Estrella de Yeltsin.

—Aquí están, mi señor —dijo el capitán Edwards—. Rastreo ha obtenido lecturas claras de las dos huellas de impulsión. El crucero de batalla está a tres-uno-cuatro; el que está a tres-dos-cuatro tiene que ser el Intrépido. No hay señal del Trovador.

—Entendido. —Hamish Alexander intentó mantener sus emociones bajo control al escuchar el informe del capitán de su nave insignia.

Si el Confiado no podía ver al Trovador era porque estaba muerto y, sin embargo, durante todo el trayecto sabía que llegarían demasiado tarde, a pesar de los riesgos que habían corrido con la manipulación de sus hipergeneradores. Pero ahora sabía que no era así, y una sensación de regocijo mitigó la pesadumbre por la pérdida del destructor.

Había repartido sus cruceros de batalla en divisiones, desplegando cuatro formaciones independientes que cubrirían todo el espacio principal de Grayson desde su violenta traslación al espacio normal. Todavía podía oír a alguien vomitando a sus espaldas, pero no había tenido más remedio que alcanzar la máxima velocidad a lo largo de la pared alfa y, de todos modos, tampoco se arrepentía de ello.

La división del Confiado había entrado en el espacio directamente con Grayson entre ellos y Yeltsin. En ese momento habían cubierto el arco más importante del semicírculo, y los vectores que se dibujaban en la pantalla así lo confirmaban. Las naves de Alexander no solo estaban por delante de las dos naves de guerra, sino que además describían un ángulo hacia Grayson. Eso le proporcionaba una velocidad de aproximación de casi veinte mil km/s y la distancia hasta el Saladino era de apenas doce minutos luz, lo que significaba que el Confiado se cruzaría en su rumbo a cinco-punto-seis minutos luz de Grayson… y que entraría dentro del alcance máximo de los misiles tres minutos antes.

Llegaban a tiempo. A pesar de todo, a pesar de la pérdida del Trovador, todavía estaban a tiempo de ayudar a Grayson y al NSM Intrépido.

—No entiendo por qué el Saladino no trata de huir —murmuró Edwards—. ¡No puedo creerme que piense que puede luchar contra todos nosotros, mi señor!

—¿Quién sabe lo que piensan los fanáticos religiosos, capitán?

Alexander sonrió fugazmente al comandante del Confiado, luego volvió a mirar su pantalla y se obligó a ocultar una mueca.

El rumbo del Intrépido dejaba las intenciones de Harrington brutalmente claras. No hubiera esperado menos de una oficial con su perfil, lo que no menguaba el respeto que sentía hacia ella, y le agradeció a Dios que no fuera a hacer falta que demostrara su determinación después de todo.

Levantó la mirada hacia Alice Truman y, por primera vez desde que había subido a bordo del Confiado, parte de la tensión había desaparecido de su expresión. Había regresado con los refuerzos a Yeltsin dos días antes de lo esperado, y gracias a eso el Intrépido sobreviviría.

Pero sabía por los informes de Truman que el crucero había perdido todos sus sensores gravitatorios, y sin el Trovador, no tenía a nadie que le proporcionara la información que recogían los zánganos de reconocimiento. Eso significaba que Harrington no podía saber que los refuerzos estaban aquí, a menos que él se lo dijera, por lo que se volvió hacia su oficial de comunicaciones.

—Prepárese para transmitir al Intrépido, Harry. Capitana Harrington, aquí el almirante Haven Albo a bordo del NSM Confiado, acercándonos a cero-tres-uno con DivCruBat uno-ocho, distancia doce-punto-cinco minutos luz. Creo que tardaremos ocho-dos minutos para llegar hasta el Saladino. Deténgase y déjenoslo a nosotros, capitana. Ya ha cumplido con su deber. Cambio y corto.

—¡Grabado, almirante! —le comunicó el teniente con una inmensa sonrisa.

—¡Entonces envíelo, Harry, envíelo! —le urgió Alexander y se recostó con una sonrisa igual de amplia.

* * *

La distancia continuó descendiendo y Honor supo que solo podría acontecer un final. Se había obligado a aceptarlo desde el momento en que vio que el Saladino regresaba. Entendía el miedo que sentía porque ella también quería vivir. Pero esta era la razón de que vistiera el uniforme de la reina, porque había aceptado la responsabilidad y el privilegio de servir a su monarca y a su pueblo, y no importaba que Grayson fuera el planeta de otros.

—Joyce…

—¿Sí, señora?

—Creo que me gustaría escuchar algo de música. —Metzinger la miró sorprendida y Honor sonrió—. Pon, por favor, la Séptima de Hammerwell en el intercomunicador.

—¿La Séptima de Hammerwell? —Metzinger salió de su asombro—. Sí, señora.

A Honor siempre le había gustado Hammerwell. Él también era esfingino, y la fría y majestuosa belleza de su planeta natal formaba parte de todo cuanto había compuesto. Se recostó en su silla al tiempo que las notas sinuosas del mejor compositor manticoriano emanaban del intercomunicador. La gente se miró entre sí, primero con estupefacción, luego con agrado, a la vez que los sonidos de los instrumentos de cuerda y de viento los embriagaban.

El NSM Intrépido cargó contra su enemigo y la encantadora belleza del Saludo a la Primavera de Hammerwell fue con él.

* * *

—El Intrépido no se detiene, mi señor —informó el capitán Hunter y Alexander frunció el ceño.

Su mensaje debería: haber llegado al Intrépido hace cinco minutos, pero no había modificado el rumbo.

Miró la hora. A esa distancia, la respuesta tardaría en llegar otros cinco o seis minutos. Se recostó contra el respaldo.

—Quizá tema que el Saladino ataque el planeta si no continúa ejerciendo presión —le explicó a Hunter, pero su voz le parecía poco convincente incluso a él.

* * *

—La intercepción se producirá en siete-cinco minutos —informó el astronavegador y el Espada asintió.

* * *

El ceño fruncido de Hamish Alexander se intensificó. El Confiado llevaba ya treinta minutos en el espacio de Yeltsin y Harrington todavía no había cambiado el rumbo. Cargaba aún hacia un enfrentamiento desesperado, y eso no tenía ningún sentido.

Tenía cuatro cruceros de batalla, apoyados por otras doce naves ligeras, y no había forma de que el Saladino los esquivara con la ventaja que les proporcionaba su velocidad. Con la amenaza que pendía sobre su enemigo, no existía ninguna razón coherente por la que Harrington continuara con su carga. La distancia era todavía demasiado grande para que el Saladino la atacara, pero a menos que tomara otro rumbo en los próximos diez minutos, eso cambiaría.

—Dios Santo. —Él susurró entrecortado provenía de Alice Truman y Alexander la miró. La comandante se había quedado pálida.

—¿Qué ocurre, comandante?

—No sabe que estamos aquí. —Truman se giró hacia él con el rostro tenso—. No ha recibido su mensaje, mi señor. No puede recibirlos.

Alexander abrió los ojos como platos y luego asintió. Claro. Harrington había perdido ya al Trovador y su aceleración era de apenas 2,5 km/s2. Era evidente que la nave había sufrido muchos daños durante el enfrentamiento, y si además de sus sistemas gravitatorios, la sección de comunicación también había quedado destruida…

Se volvió hacia el jefe de su personal.

—¿Cuánto tiempo falta para que estemos dentro del alcance de los misiles, Byron?

—Tres-nueve-punto-seis minutos, señor.

—¿En cuánto estimas que los vectores convergerán?

—Diecinueve minutos —respondió Hunter, y Alexander apretó la mandíbula hasta que le dolió por echar las campanas al vuelo antes de tiempo. Veinte minutos. Menos de un parpadeo según los estándares del universo, pero esos veinte minutos marcaban la diferencia porque, después de todo, no llegaban a tiempo.

Grayson estaría a salvo, pero iban a ver morir al NSM Intrépido delante de sus ojos.

* * *

El inflamado final de Saludo a la Primavera ascendió hasta su máximo clímax y se desvaneció. Honor aspiró profundamente. Se enderezó y miró a Cardones.

—¿Cuánto tiempo hasta la intercepción, Artillero? —preguntó con calma.

—Dieciocho minutos, patrona. Estaremos al alcance de los misiles en seis-punto-cinco.

—Muy bien. —Dejó los antebrazos sobre los brazos de la silla—. Preparen la defensa puntual.

* * *

—¡Capitán Edwards!

—¿Sí, mi señor? —La voz del capitán del Confiado era casi un susurro, porque también él se daba cuenta de que estaban a punto de presenciar una tragedia.

—Lleve la división noventa grados a estribor. Quiero que abran fuego sobre el Saladino ahora mismo.

—Pero… —empezó Edwards estupefacto, y Alexander lo interrumpió con brusquedad.

—¡Hágalo, capitán!

—¡De inmediato, mi señor!

Byron Hunter miró de soslayo a su almirante y se aclaró la garganta.

—Señor, la distancia supera el millón de kilómetros. No creo que tengamos posibilidad de acertarle a…

—Sé cuál es la distancia, Byron. —Alexander ni siquiera apartó la mirada de su pantalla—. Pero es lo único que podemos hacer. Quizá Harrington pueda advertir la maniobra a través del radar, si es que todavía lo tiene, mientras se aproxima a él. O quizá el Saladino también haya sufrido daños en sus sensores. Si no trata de huir porque no sabe que estamos aquí, tal vez lo haga si se lo hacemos saber. ¡Maldita sea, quizá incluso consigamos impactarle si mantiene el rumbo!

Levantó por fin la mirada y el jefe de personal vio la desesperación que había en sus ojos.

—Es lo único que podemos hacer —repitió muy, muy despacio, al tiempo que la División 17 de Cruceros de Batalla se giraba para abrir fuego rápido.

* * *

El Trueno de Dios escupió los primeros misiles y los sensores lisiados del Intrépido no pudieron verlos venir hasta que estuvieron a medio millón de kilómetros de la nave. Eso les dio a Rafe Cardones y Carolyn Wolcott solo siete segundos para repelerlos, un tiempo demasiado escaso para utilizar los contramisiles.

Sus disruptores electrónicos de señales y señuelos dañados se esforzaron para cegar y reducir los proyectiles enemigos. En cualquier caso, habían aprendido más acerca del sistema ofensivo del Trueno que lo que el teniente Ash había aprendido del de ellos. Las tres cuartas partes de la primera ráfaga perdieron de vista el objetivo y cambiaron el rumbo, y los racimos de láseres controlados por ordenador se estremecieron como perros de caza, exprimiendo al máximo su escaso tiempo de respuesta para interceptar el impacto de las restantes cabezas armadas.

Los rayos de luz destruyeron sus objetivos con una rapidez desesperada, pero el Intrépido no podía pararlos a todos y eso era un hecho. La mayoría de los que lograron esquivar los obstáculos estrellaron su furia contra la impenetrable banda de la tripa, pero algunos consiguieron pasar por «encima» o por «debajo» de ella para atacar las pantallas laterales. Las alarmas de daños volvieron a ulular, hombres y mujeres murieron, unas cuantas armas resultaron destruidas, pero el crucero ignoró los daños y continuó con su carga. El silencio inundó el puente. Honor Harrington estaba sentada inmóvil en su silla de mando, con los hombros cuadrados, y representaba la calma en la tormenta mientras miraba su pantalla.

Faltaban siete minutos para la intercepción.

* * *

Matthew Simonds bufó al ver venir al Intrépido entre la marejada de disparos. Setenta y dos misiles salían en pos del crucero cada minuto, sus cargadores menguaban como un castillo de arena bajo el agua de lluvia, pero ella no le había devuelto ni un solo disparo y su imperturbable acercamiento hacía que su corazón, ya nublado por el cansancio y la rabia, se estremeciera de terror. ¡La estaba golpeando, sabía que era así! Pero ella continuaba con su carga como una armadura de batalla carente de sentimientos, y parecía que solo la muerte sería capaz de detenerla.

Miró el punto de luz en su pantalla, viendo cómo emanaba atmósfera de la nave como si de sangre se tratara, e intentó entender la situación. Era una infiel, y además una mujer. ¿Qué la mantenía cargando hacia él de aquella manera?

* * *

—La intercepción se producirá en cinco minutos, patrona.

—Entendido.

La fría voz soprano de Honor no demostraba su propio temor. Habían logrado aguantar los ataques del Saladino durante seis minutos y habían recibido otros nueve impactos, dos de ellos serios, y los ataques del crucero de batalla serían más precisos a medida que se acercaran.

* * *

Una salva masiva voló por el espacio. Ochenta y cuatro misiles, disparados por cuatro cruceros de batalla, surcaron los cielos a una velocidad de treinta mil km/s. Tras ellos vinieron otros y aún más, pero la distancia era increíblemente larga. Sus impulsores se habían apagado al cabo de tres minutos y doce-punto-tres millones de kilómetros después de su lanzamiento, a una velocidad de crucero de casi ciento seis mil km/s. Ahora se abrían camino hacia delante, dejándose llevar por un rumbo balístico, invisible en la pantalla de Hamish Alexander. El almirante sintió cómo se le hacía un gran nudo en el estómago. Habían transcurrido trece minutos desde que dispararan. A pesar de su velocidad, tardarían otros cuatro en entrar dentro de la distancia de ataque, y la posibilidad de acertar el objetivo descendía con cada segundo de vuelo.

* * *

El Intrépido se tambaleó cuando una pareja de láseres impactó a babor.

—Hemos perdido el Misil Seis y el Láser Ocho, capitana —le informó el comandante Brentworth—. El doctor Montoya me informa de que el Sector Dos-Cuarenta ha quedado abierto al espacio.

—Entendido. —Honor cerró el ojo a causa del dolor, porque Dos-Cuarenta se había convertido en un hospital de campaña cuando las víctimas habían empezado a rebosar de la enfermería. Esperaba que las máscaras de oxígeno de los heridos hubieran contribuido a salvar algunas vidas, pero en lo más profundo de su ser sabía que la mayoría estarían muertos.

Su nave volvió a estremecerse y una nueva ola de muerte y destrucción volvió a empaparla, pero el reloj de su pantalla continuaba marcando el paso del tiempo con vehemencia. Solo quedaban cuatro minutos. El Intrépido solo tendría que aguantar otros cuatro minutos.

* * *

—Intercepción en tres-punto-cinco minutos —dijo el teniente Ash con voz ronca.

Simonds asintió y se sentó en su silla, preparándose para el holocausto que estaba por llegar.

* * *

—Los misiles entrarán dentro de la distancia de ataque en… ¡ahora! —exclamó el capitán Hunter.

* * *

Una alarma de proximidad brilló en el panel del teniente Ash, sonó un timbre de advertencia y un banco de puntos carmesíes apareció en la visualización de su radar.

El teniente los miró con la boca abierta. Se aproximaban a una velocidad imposible y ni siquiera deberían estar ahí. ¡No podía ser!

Pero era. Habían atravesado más de un millón de kilómetros mientras el Trueno de Dios avanzaba, sin saberlo, hacia ellos, y la falta de potencia de impulsión les había ayudado a pasar desapercibidos ante los restantes sensores pasivos del Trueno. El radar de Ash solo podía advertir la presencia de unos objetivos tan pequeños a medio millón de kilómetros, y eso, a la velocidad a la que iban, eran menos de cinco segundos.

—¡Misiles a tres-cinco-dos! —gritó, y Simonds giró bruscamente la cabeza hacia la pantalla secundaria.

Solo cinco de ellos estaban lo bastante cerca para atacar al Trueno y carecían de la potencia necesaria para cambiar sus trayectorias, pero el crucero de batalla había mantenido un rumbo fijo durante dos horas. Cargaron por la proa y giraron como arietes, exponiendo sus racimos de láseres para que impactaran a través de la garganta desprotegida de su cuña. Los cinco detonaron al unísono.

El Trueno de Dios se sacudió enloquecido cuando media docena de láseres penetraron en el costado de babor, y Matthew Simonds palideció al ver la segunda ráfaga que se dirigía directamente hacia él.

—¡Vire a estribor! —gritó.

El timonel hizo girar el timón con violencia, apartando el costado vulnerable del Trueno de la nueva amenaza. Simonds sintió un repentino alivio.

Entonces se dio cuenta de lo que había hecho:

—¡Anule esa maniobra, timonel! —chilló.

—¡Está virando! —vociferó Rafe Cardones, y Honor se levantó de su silla como accionada por un resorte. ¡No podía ser! Era impo…

—¡Vire a babor! ¡Preparen todas las baterías! ¡Abran fuego!

* * *

—¡Disparen con las baterías delanteras! —gritó Simonds, desesperado.

No tenía opción. El Trueno era demasiado lento al timón, y el problema inicial había empeorado. Debería de haber completado el giro, darse la vuelta tan rápido como hubiera podido para interponer la mutilada pantalla de babor, mientras giraba para esquivar el ataque con la parte superior o la tripa de la cuña; en lugar de ello, su timonel había obedecido las órdenes que se le habían dado, asegurándose de que, al girar, el costado de babor regresara al mismo punto de partida, y el Trueno se mantuvo durante escasos segundos con la proa mirando hacia el Intrépido.

El armamento delantero del crucero de batalla escupió sus proyectiles: dos poderosos láseres espinales lanzaron sus frenéticos rayos al objetivo que, de pronto, estaba justo a popa. La primera salva se estrelló inútilmente contra la tripa de la cuña del Intrépido, pero el crucero estaba girando sobre sí mismo como una serpiente. El Trueno volvió a disparar. Las armas de energía, a quemarropa, penetraron por la pantalla lateral y el blindaje no les sirvió de nada a esa distancia. Aire y escombros salieron despedidos hacia el espacio, pero entonces la nave mostró él costado armado superviviente ante el enemigo.

Cuatro láseres y tres gráseres muy poderosos iniciaron una dinámica de fuego rápido, y no existía pantalla alguna que pudiera detenerlos.

Matthew Simonds tuvo un instante de claridad para darse cuenta de que había fallado a su Dios, antes de que el Intrépido hiciera estallar su nave.