33
El Trueno de Dios describió un arco exterior con la intención de ponerse detrás de sus enemigos. Los equipos de control de daños trabajaban a un ritmo frenético. Les llevó algún tiempo completar las inspecciones, pero Matthew Simonds escuchó con cansancio los informes mientras iban llegando al puente.
Parecía increíble. Aquellos impactos hubieran destruido cualquier nave masadiana pero, a pesar de todos los golpes que habían sufrido los flancos del Trueno, el costado solo había perdido uno de los tubos de misiles y un Gráser.
Simonds saboreó su odio al ver cómo su enemigo describía un bucle paralelo interior al suyo, moviéndose al mismo tiempo que ellos. No obstante, bajo todo aquel odio, entendía ahora por qué Yu se había sentido tan seguro de poder destruir al Intrépido, porque el Trueno era mucho más duro de lo que Simonds podría haber soñado. La sensación de poder, de su innegable capacidad para destruir, embargó su mente exhausta… y con ella llegó el amargo reconocimiento de lo torpemente que había malgastado ese poder.
Volvió a mirar la pantalla táctica. Habían transcurrido dos horas desde que cesara la acción y la distancia era de dieciséis punto cinco minutos luz. Workman le había asegurado que el Misil Veintiuno estaría en funcionamiento en otros treinta minutos, pero el tiempo pasaba y cada vez se daba más cuenta de que había permitido que Harrington dictara las normas del enfrentamiento. Contaba con al menos dos días antes de que llegara alguien de Mantícora para ayudarla, pero ella continuaba interponiéndose entre Grayson y él, y había malgastado unas horas preciosas en las que ya debería haber puesto en marcha los planes de Dios.
Y no seguiría haciéndolo. Se puso de pie, caminó hasta el puesto de táctica y Ash levantó la mirada de la conversación que estaba manteniendo con sus ayudantes.
—¿Y bien, teniente?
—Señor, acabamos de terminar nuestro análisis. Lamentamos haber tardado tanto, pero…
—Eso es lo de menos, teniente.
Lo dijo con más brusquedad de la que pretendía e intentó suavizar sus palabras esbozando una sonrisa. Sabía que Ash y su gente estarían casi tan cansados como él, y habían tenido que realizar los análisis con los manuales de referencia literalmente encima de sus regazos. Esa era una de las razones por las que se había sentido predispuesto a malgastar el tiempo tratando de perder de vista a Harrington ejecutando distintas maniobras. Estaba casi seguro de que su intento fallaría, pero no tenía intención de volver a enfrentarse con ella hasta que Ash hubiera tenido tiempo de digerir lo que había aprendido del primer encuentro.
—Entiendo las dificultades con las que tiene que lidiar —le dijo, con más calma—. Solo dígame a qué conclusiones ha llegado.
—Sí, señor. —Ash aspiró profundamente y consultó un memobloc electrónico—. Señor, a pesar de que sus misiles son más pequeños, sus ayudas de penetración y especialmente su penetración CME son mejores que las nuestras. Hemos programado nuestro control de disparos para compensar todas las técnicas de guerra electrónica qué hemos podido identificar. Estoy seguro de que tienen trucos que aún no hemos visto, pero hemos eliminado la mayoría de los que ya han utilizado.
»En cuanto a la defensa, sus señuelos y disruptores electrónicos de señales son muy buenos, pero sus contramisiles y láseres de defensa puntual son solo un poco mejores que los nuestros. Hemos recogido lecturas útiles de las emisiones de sus señuelos y hemos actualizado los datos de exclusión de nuestros misiles. Creo que seremos capaces de compensar las desventajas en el próximo enfrentamiento.
—Muy bien, teniente. Pero ¿qué hay de nuestras defensas?
—Espada, sencillamente no tenemos la experiencia necesaria para operar con nuestros sistemas en modo de mando. Lo siento, señor, pero esa es la verdad. —Los ayudantes de Ash bajaron la mirada a sus manos o pantallas, pero Simonds se limitó a asentir muy despacio y el teniente continuó—. Como le he dicho, hemos actualizado los archivos de amenazas y reconfigurado los programas para extrapolar de nuestro análisis lo que ya han hecho. Además, he creado unos programas de series de interferencias y de señuelo para ejecutarlos por medio de los ordenadores. No será tan flexible como el trabajo que desarrollaría una tripulación táctica muy experimentada, señor, pero al suprimir el elemento humano de la cadena de decisiones, eso debería bastar para incrementar nuestra efectividad en su conjunto.
Al teniente no le agradaba tener que admitirlo, pero se encontró con la mirada de Simonds sin encogerse.
—Entiendo. —Espada se enderezó y se masajeó la espalda dolorida, luego miró por encima del hombro—. ¿Ha actualizado el rumbo, astronavegación?
—Sí, señor.
—Entonces dé la vuelta. —Simonds sonrió a Ash de una forma muy paternal—. Le daremos ocasión de demostrar todo lo que ha aprendido, teniente.
* * *
—Están volviendo, patrona.
Honor dejó su taza de cacao en el portabebidas que había en el brazo de su silla, enarcó una ceja hacia Cardones y bajó la vista hasta su repetidor. El Saladino había aumentado la distancia a casi trescientos mil kilómetros, pero ahora deceleraba hacia el Intrépido a cuatro-punto-seis km/s2.
—¿Qué cree que pretende ahora, señora?
—Imagino que habrá dedicado el último par de horas a meditar lo que le hemos hecho, Andy. Supongo que regresa porque cree saber lo que hizo mal la última vez.
—¿Cree entonces que se aproximará hasta el alcance de las armas de energía?
—Yo lo haría en su caso, pero recuerda lo que dicen acerca del mejor espadachín del mundo. —Venizelos parecía confuso y ella le sonrió de medio lado—. El mejor espadachín del mundo no teme al segundo mejor; teme al peor, porque no puede predecir lo que hará el muy idiota.
El segundo asintió y Honor se giró hacia el enlace de comunicación que tenía con el Trovador. Abrió la boca, pero McKeon sonrió y sacudió la cabeza.
—La he oído hablar con Andy, señora, y desearía que estuviera equivocada. Lástima que no sea así.
—En cualquier caso, lo más probable es que haya aprendido mucho de la última vez, Alistair. Si es así, concentrará sus disparos mientras se aproxime.
—Sí, señora.
McKeon no añadió nada más, pero ambos sabían cuál sería el primer objetivo del Saladino. El Trovador aguantaría menos daños que el Intrépido y su destrucción equivaldría a eliminar una cuarta parte de los ataques de Honor.
—Manteneos cerca. No importa lo que pretenda, lo más probable es que inicie el ataque con un duelo de misiles, y te quiero dentro del círculo interno del perímetro de defensa del Intrépido.
—Sí, patrona.
—Rafe —se giró hacia Cardones—, dígale al teniente Harris que lo releve. Carol y usted vayan a descansar. Usted también, jefe Killian —añadió, mirando de soslayo al timonel—. Disponemos de cuatro o cinco horas antes de llegar al alcance de los misiles, y quiero que los tres estén perfectamente descansados cuando llegue el momento.
* * *
El Espada Simonds se apoyó con firmeza en el respaldo acolchado de la silla de mando.
Parte de él quería volar directamente hacia ellos, enzarzarse con los enemigos y destruirlos definitivamente, pero no se atrevía. Harrington había tratado con dureza al Trueno en el primer enfrentamiento. Lo aconsejable era ser prudente hasta que Ash hubiera hecho los ajustes pertinentes en sus defensas, así que había ordenado que dieran la vuelta para ir decelerando y quedarse otra vez en el margen del alcance de los misiles, antes que adentrarse en las profundidades con demasiada rapidez.
Harrington se había apartado lo suficiente como para prolongar su tiempo de acercamiento, y rechinó los dientes mientras la larga y exquisita tensión se agolpaba en sus nervios. Había estado jugado con él durante catorce horas y él llevaba en el puente del Trueno cuarenta y cinco seguidas, interrumpidas solo por unas siestas escasas e intermitentes. Ahora tenía ardor de estómago por el cansancio y por todo el café que había ingerido, y quería que todo terminara.
* * *
—Se está preparando para otro lanzamiento de misiles.
Rafael Cardones acababa de regresar a su puesto relevando al teniente Harris, y a pesar de su tensión, o quizá por ella, Honor sintió unas ganas inmensas de echarse a reír por el disgusto que había en la voz de Cardones.
—Rece sus oraciones, Artillero —le dijo, en cambio—. Si decide permanecer fuera del alcance de las armas de energía, puede estar seguro de que daré gracias a Dios.
—Tiene razón, patrona. Es solo que… —Cardones se inclinó sobre su consola, actualizando la nueva información, y Honor sacudió la cabeza, divertida—. Entrará dentro de nuestro alcance en otros diez minutos —le anunció, después de un momento—. En ese punto, la velocidad de aproximación será de cuatrocientos km/s.
—Prepare sus misiles, teniente —le pidió Honor, con formalidad.
La distancia disminuyó a seis-punto-ocho millones de kilómetros y el Trueno de Dios empezó a disparar misiles a sus enemigos. Sus ordenadores estaban actualizados con todas las mejoras técnicas que Ash había podido imaginar. Esta vez se inclinó por un ataque más rápido. A la primera salva la siguió otra quince segundos después, luego una tercera y una cuarta. Doscientos dieciséis misiles volaron por el espacio antes de que los de la primera salva entraran dentro de la distancia de ataque, y la defensa puntual manticoriana se precipitó para interceptarlos.
—Se están concentrando en el Trovador —informó Cardones con voz tensa, y Honor agarró con fuerza los brazos de su silla.
—Yankee-Tres, Alistair.
—Sí, señora, Ejecutando Yankee-Tres. —La voz de McKeon era neutral y metálica.
—Jefe, llévenos a Yankee-Dos —continuó Honor y el Intrépido aminoró la velocidad y viró hacia «arriba», hacia el Saladino.
El Trovador se deslizó junto a él, metiéndose tan detrás de la nave más poderosa como pudo para no bloquear sus propios disparos. Era una maniobra pensada para situar las pantallas protectoras más fuertes del crucero entre el Trovador y el enemigo, pero el Saladino poseía un detallado escáner de cada nave. No era probable que sus misiles mordieran el anzuelo y fueran a por el Intrépido, y todavía contaban con tiempo más que de sobra para maniobrar.
—Defensa de misiles delta.
—Sí, señora. Activando Plan Delta. —Wolcott parecía tranquila y concentrada en esta ocasión, y Honor se sintió orgullosa de la joven.
La sensación se desvaneció cuando se giró para mirar su panel táctico y la impenetrable densidad del ataque masadiano. El Saladino llevaba consigo muchísima más munición y la estaba utilizando indiscriminadamente. Honor anhelaba responder con la misma energía, porque el Intrépido contaba con el nuevo lanzador modelo 7b, con un tiempo de rotación de solo once segundos. Podría haber disparado un veinte por ciento más que el Saladino, pero solo mientras durase su munición, y la distancia era demasiado grande como para poderle causar daños importantes.
* * *
Los labios del Espada Simonds se contrajeron mostrando una sonrisa canina, mientras observaba cómo Ash intentaba liquidar al enemigo. Los señuelos de Harrington estaban siendo la mitad de eficaces en esta ocasión y, viéndose liberados de la necesidad de coordinar las defensas del Trueno, Ash y su equipo se estaban acostumbrando con mucha más velocidad a los demás métodos de defensa.
Llovían misiles sobre las naves manticorianas, e incluso a esa distancia podía percibir la presión a la que estaban sometidas las defensas de Harrington. Siete pájaros de la primera ráfaga esquivaron sus contramisiles y, aunque los láseres los detuvieron antes de que entraran dentro del alcance letal, la rapidez con la que disparaba Ash le daba menos tiempo para responder a cada salva.
Apartó con esfuerzo la mirada de la visualización para comprobar la defensa de misiles, y su corazón sintió un regocijo aún mayor. Los programas CME pregrabados estaban haciendo un trabajo mucho mejor del que esperaba. Diez misiles enemigos perdieron el objetivo y viraron hacia otro rumbo buscando los señuelos del Trueno, y los contramisiles y láseres destruyeron con facilidad los seis restantes.
* * *
Transcurrieron cinco minutos. Luego seis. Ocho. Diez. De alguna manera, Carolyn Wolcott conseguía detener todos los misiles que el Saladino lanzaba contra ellos, pero su enemigo se estaba adaptando al CME defensivo del Intrépido con mayor rapidez. Sus disparos eran más precisos y potentes, y en esta ocasión no se encogía aterrorizado cuando obtenía una respuesta a sus ataques. Cardones consiguió acertarle al crucero de batalla una vez, luego una segunda, y una tercera, pero la nave continuó golpeándolos con todas sus fuerzas y sacudiéndose las heridas.
* * *
Matthew Simonds maldijo cuando su nave recibió otro impacto, pero sus ojos, inyectados en sangre, resplandecieron cuando su tripulación táctica emitió un aullido de triunfo.
El NSM Trovador vomitó escombros y atmósfera cuando los láseres de rayos X penetraron en lo más profundo de su casco desprotegido. Las placas de acero se combaron y rompieron, y todo un tubo de misiles y su tripulación desaparecieron en un parpadeo. Las alarmas de despresurización ulularon. El destructor se precipitó hacia delante, dejando tras de sí una estela de destrucción y de aire, y los tubos de misiles que todavía le quedaban continuaron lanzando salvas a su enorme enemigo.
* * *
Honor torció el gesto cuando el láser consiguió impactar en el Trovador. El Saladino había aprendido mucho más de lo que ella temía de su primer enfrentamiento. Su CME era mucho más eficiente; los puestos de defensa puntual, más grandes y pesados, destrozaban los misiles con una precisión preocupante, y cada uno de sus golpes era mucho peor que los que recibía a cambio.
Debería haberle hecho caso a Rafe. Debería haber perseguido al Saladino antes de que su tripulación inexperta tuviera tiempo de estudiar el comportamiento de su armamento, pero entonces no había querido confiar en su intuición. Y, se dijo con pesar, se había dejado convencer no solo por la necesidad de permanecer entre el Saladino y Grayson, sino por su deseo de continuar con vida.
Se mordió el labio cuando otro de los misiles masadianos resultó destruido a poca distancia del Trovador. Había perdido la mejor oportunidad de aniquilar al Saladino mientras todavía era torpe; ahora morirían muchos de los suyos por su ineptitud.
* * *
—¡Mirad! ¡Mirad! —gritó alguien desde el puente del Trueno.
El Espada Simonds hizo girar la silla para mirar con reprobación al culpable de esa total falta de disciplina, pero no tenía el corazón puesto en ello. Él también había visto a dos misiles más romper la barrera de todo lo que la puta había lanzado contra ellos.
* * *
—¡Impacto directo en Misil Nueve y Láser Seis, capitán! —informó con dureza el teniente Cummings—. No hay supervivientes y tenemos bajas graves en Rastreo y CIC.
Alistair McKeon volvió la cabeza como un luchador ebrio de golpes. Las pelusas flotaban en el aire, el hedor de los aislantes y la carne quemada se filtró al puente antes de que se cerrase el ventilador que conducía a la sección de CIC. El capitán oyó a alguien dando arcadas.
—¡El Beta Quince ha caído, Patrón! —le dijo Cummings, que cerró los ojos dolido. Hubo un instante de silencio y entonces escuchó la voz de su ingeniero desprovista de entonación—. Capitán, estamos perdiendo la pantalla de la popa de babor del Sector Cuatro-Dos.
—¡Vire, timonel! —ladró McKeon y el Trovador describió un giro frenético para apartar la pantalla destruida del Saladino—. ¡Dispare por el costado de estribor!
* * *
El Trueno de Dios volvió a estremecerse cuando otro misil consiguió penetrarlo, pero Matthew Simonds estaba embriagado con la sensación de ser poderoso e indestructible. Su nave había perdido dos láseres, un conjunto de radares, dos tractores más y otro tubo de misiles, pero eso era todo, y sus sensores podían ver las placas de metal destrozado y los escombros que dejaba tras de sí el destructor de la puta. Mientras observaba lanzaron otra salva, el júbilo de la tripulación del puente era palpable, y se dio cuenta de que él mismo también alentaba la carga de esos misiles, golpeando el brazo de su silla.
* * *
Las gotas de sudor caían del rostro de Rafael Cardones a su panel. Los patrones de comportamiento electrónico de ataque del Saladino se desarrollaban y cambiaban a una velocidad increíble, en comparación con su antigua lentitud artrítica, y la defensa puntual del crucero de batalla parecía poder adivinar cuáles serían los movimientos de los pájaros CME. Podía percibir la angustia de Wolcott, sentada junto a él, cuando cada vez más misiles conseguían penetrar sus defensas sobreexpuestas a la presión para mutilar y destrozar al Trovador, pero no tenía tiempo para animarla. Tenía que encontrar un punto débil en la armadura del Saladino. ¡Tenía que conseguirlo!
—¡Dios S…!
La voz del teniente Cummings murió con una prontitud enfermiza. Fusión Uno sufrió un bloqueo de emergencia un segundo después y el destructor vaciló hasta que Fusión Dos estuvo completamente cargado.
No recibieron más informes del Control de Daños Central porque ya no quedaba nadie para dárselos.
—¡Fuego rápido en todos los tubos!
El ojo de Honor estaba fijo en el enlace de comunicación que tenían con el Trovador, y el costado sano de su cara enfermaba más y más, a medida que escuchaba los informes de daños que le llegaban desde el puente de Alistair. Con munición o sin ella, tenía que conseguir apartar los ataques del Saladino del Trovador, antes de que fuera demasiado…
El enlace de comunicación murió de pronto y su ojo miró con urgencia y horror la visualización cuando la parte trasera del Trovador se quebró como un palo y la tercera parte del destructor estalló.
* * *
El griterío inundó el puente del Trueno y Matthew Simonds golpeó los brazos de su silla, al tiempo que lanzaba un alarido triunfal. Miró frenético su pantalla y a la única nave herética que obstaculizaba su paso hacia los Renegados. Su rostro se contrajo en una fea mueca que ponía de manifiesto su necesidad de matar y someter. Pero, incluso a través de su sed de sangre, se dio cuenta del aumento súbito de los ataques del Intrépido. El Trueno se sacudió y las alarmas aullaron cuando otra cabeza láser consiguió penetrar en sus defensas. En esta ocasión bufó con furia, porque el impacto le había costado dos de sus tubos.
—¡Mate a esa puta, Ash!
* * *
Ahora era el turno del Intrépido.
Las alarmas de daños chillaron como mujeres torturadas cuando la primera ráfaga masadiana lo azotó, y Honor se obligó a apartar la mente del horror y el dolor que le causaba la muerte del Trovador. No podía permitirse el lujo de pensar en ello, no podía quedarse paralizada por los amigos que acababan de morir.
—¡Hotel-Ocho, timonel! —ordenó y su voz de soprano era como la de una extraña, desprovista de angustia u odio hacia sí misma.
—¡Hemos perdido el control del anillo posterior, patrona! —le informó el comandante Higgins desde el Control de Daños Central—, ¡hemos bajado a dos-sesenta ges!
—Recupera los impulsores, James.
—Lo intentaré, pero nos han disparado directamente en el Sector Tres-Doce, patrona. Nos llevará una hora sustituir el cable.
El Intrépido volvió a estremecerse cuando otro láser impactó en él.
—¡Impacto directo en la sección de comunicaciones! —La voz de la teniente Metzinger irradiaba pesadumbre—. Ninguno de mi equipo ha sobrevivido, patrona. ¡Ni uno!
* * *
El Trueno se sacudió cuando otros dos láseres lo golpearon, y Simonds maldijo. Estaban disparando los misiles con tanta rapidez y precisión que ni siquiera los racimos de láseres, controlados por el ordenador, podían destruirlos a todos, pero él estaba atacando a Harrington con una furia equivalente y su nave era mucho, mucho más fuerte. Una lectura parpadeó en una esquina de su pantalla cuando la cuña de impulsión del Intrépido vaciló de pronto. Sus ojos llamearon.
—¡Aumente la velocidad al máximo! —ladró—. ¡Aminore la distancia! ¡Acabaremos con esa puta con las armas de energía!
El Intrépido volvió a tambalearse cuando otra cabeza láser burló a la alférez Wolcott. La nueva ráfaga de rayos X barrió otros dos tubos de misiles y Rafael Cardones saboreó su desesperación. Golpeaba a los bastardos tan a menudo como ellos lo hacían contra el Intrépido, pero el Saladino era tan endiabladamente duro que no parecía ni notarlo, y ahora solo le quedaban nueve tubos.
Y entonces se quedó paralizado, mirando sus lecturas. ¡No podía ser cierto! Solo un idiota controlaría sus medidas electrónicas de esa forma. Pero si la capitana tenía razón con respecto a quién gobernaba esa nave…
El análisis parpadeó luminiscente frente a sus ojos y sus labios esbozaron una sonrisa. Eran los ordenadores del Saladino los que controlaban su CME… Tenía que ser así, porque el enfrentamiento se había prolongado el tiempo suficiente como para que sus sensores advirtieran el patrón de comportamiento. El crucero de batalla estaba desarrollando un plan complejo de engaño que cambiaba de secuencia cada cuatrocientos segundos pero, cada vez que lo hacía, ¡empezaba desde el mismo punto de partida!
No tenía tiempo para hablarlo con la capitana. Sus rápidas manos cambiaron el patrón de carga, actualizó los perfiles de penetración de sus pájaros y bloqueó todo su fuego ofensivo. Ignoró la consternación de cuantos lo rodeaban cuando los disparos cesaron. Tenía los ojos pegados a su crono, observando cómo transcurría el tiempo, y luego volvió a apretar la tecla de disparo.
* * *
Simonds frunció el ceño cuando los ataques del Intrépido cesaron de pronto. Transcurrieron quince segundos sin que respondieran con un solo disparo, luego veinte. Veinticinco. Sintió cómo sus pulmones se llenaban de aire mientras se preparaba para gritar por el triunfo, pero volvió a maldecir cuando vio que disparaban nuevamente.
Nueve misiles cargaron por el espacio y los ordenadores del Trueno de Dios parpadearon con cibernética estupefacción ante su poco ortodoxa aproximación. Estaban integrados en una apretada falange, en una agrupación que podría considerarse suicida teniendo en cuenta que se enfrentaba contra una defensa puntual moderna. No obstante, los tres misiles en cabeza no llevaban nada salvo CME. Sus disruptores electrónicos de señales aullaron, cegando todos los sistemas de sensores activos y pasivos, y construyendo una pantalla sólida de interferencias. Ni el Trueno ni su tripulación podían «ver» a través de ella, y un operador humano podría haberse dado cuenta de que tenía que existir una razón por la que el Intrépido había desconectado voluntariamente los buscadores de sus misiles. Pero los ordenadores solo podían ver una fuente de interferencia y la marcaron como objetivo de solo dos contramisiles.
Un disruptor electrónico de señales murió pero los otros dos sobrevivieron, desplegándose, variando la fuerza, el poder y la forma de las transmisiones que confundían a los contramisiles del Trueno. Cargaron hacia delante y entonces, de pronto, describieron un arco hacia arriba y se separaron para mostrar los seis misiles que venían detrás.
Los láseres de defensa puntual y de última generación, giraron y atacaron como serpientes, escupiendo rayos de luz cuando los ordenadores identificaron por fin la amenaza, pero los disruptores electrónicos de señales los habían encubierto hasta el último momento y los misiles de ataque sabían exactamente lo que estaban buscando. Uno de los seis murió, luego otro, pero el último cuarteto consiguió superar los obstáculos y una alarma ululó en el panel del teniente Ash.
El teniente, horrorizado, giró la cabeza. Tuvo menos de un segundo para darse cuenta de que, de alguna manera, ésos misiles estaban programados para usar los propios sistemas electrónicos del enemigo, como si los señuelos fueran faros luminiscentes y no defensas, y chocaron violentamente contra su objetivo. Dos de ellos se desvanecieron envueltos en una esfera cegadora que hizo temblar al Trueno cuando dos martillos de setenta y ocho toneladas impactaron en la pantalla a 0,25 g. Y, a pesar de toda su potencia, esos dos fueron inocuos, pero sus gemelos actuaron como debían y penetraron a través de la pantalla.
* * *
El Intrépido se retorció cuando otro golpe acabó con otros dos tubos de misiles, pero entonces alguien lanzó un chillido triunfal y Honor miró fijamente su repetidor. ¡No era posible! ¡Nadie podía conseguir que un bombardeo a la antigua esquivara y penetrara las defensas modernas de una nave de guerra! Y, sin embargo, ¡Rafe Cardones lo había conseguido! ¡De alguna forma lo había logrado!
Pero no había conseguido impactarle directamente. La cuña de impulsión del Saladino vaciló mientras se abría paso con dificultad entre las inmensas bolas de fuego, las nubes de atmósfera y la mezcla de escombros vaporizados que manaba desde donde había caído la pantalla de popa, pero todavía seguía ahí, y ante la mirada de Honor el crucero de batalla mutilado giraba a la desesperada para anteponer el techo de su cuña de impulsión contra los misiles que cargaban contra él. Su cuña se estabilizó y cobró velocidad hasta llegar a la máxima potencia; su vector se apartaba bruscamente del Intrépido.
Aceleró de forma alocada, huyendo, alejándose de su muy perjudicado enemigo, pero el NSM Intrépido estaba demasiado mutilado como para seguirlo.