32
* * *
—Señor, estamos recogiendo otro de esos pulsos gravitatorios.
—¿Dónde? —La Espada de los Fieles Simonds se inclinó por encima del hombro de su oficial táctico y el teniente Ash señaló un borrón en su pantalla…
—Ahí, señor. —Ash hizo unos ajustes concienzudos, luego se encogió de hombros—. Ha sido una sola pulsación en esta ocasión. No sé…, podría ser un fantasma, señor. Ignoro cuáles son las pulsaciones de los zánganos de reconocimiento.
—Hum —gruñó Simonds, dándose por enterado, y dejó de merodear por el puente. Sabía que debería estar sentado en la silla de mando del Trueno de Dios, irradiando confianza al mismo tiempo que su nave se sumergía más y más en el sistema de Yeltsin, pero no podía. Incluso a sabiendas de que Yu lo hubiera hecho, aunque fuera una inutilidad, solo lo hacía sentirse más furioso e inquieto y la fatiga tampoco lo ayudaba. No había podido dormir en treinta horas y su cuerpo le gritaba que necesitaba descansar, pero había estado ignorando la tentación con obstinación. Ahora no podía dormir.
Les había llevado doce horas examinar todos los circuitos y encontrar el bloqueo en el brazo de la silla de mando. El Espada estaba bastante seguro de que los ingenieros infieles podrían haberlo descubierto con mayor rapidez, pero Mount y Hara estaban muertos y Valentine, Timmons y Lindemann habían escapado de la nave. ¡Y el capullo de Hart le había volado la tapa de los sesos al único oficial al mando del puente que tenían como rehén!
Yu se había marchado hacía tiempo para cuando consiguieron recuperar el control de los sistemas de la nave, pero no habían tenido la posibilidad de abortar el ataque. Secuestrar el Trueno equivalía a declararle la guerra a Haven; solo Dios y un triunfo en Yeltsin podrían salvar a los Fieles de las consecuencias de ese acto.
Simonds volvió a pasear con mayor celeridad, sintiéndose incapaz de admitir, incluso a sí mismo, cuánto había contado con tener a Yu, o al menos a Manning. El capitán de corbeta Workman estaba llevando a cabo una labor aceptable en Ingeniería, pero Ash era el mejor oficial táctico disponible, y su obsesión con las anomalías gravitatorias en un momento como ese solo probaba lo mal sustituto de Manning que era. Del mismo modo que él era un pobre sustituto de Yu, le susurró una voz tímida y asustada.
* * *
—ZR Uno-Siete informa del lanzamiento de otro zángano, capitana.
—¿Cuál es el curso estimado?
—El mismo que el de los otros, señora. Están barriendo un cono de sesenta grados por delante del Saladino. No hay señal de nada en sus flancos.
—Gracias, Carol. —Honor ya se estaba girando hacia su enlace de comunicación y, por tanto, se perdió la sonrisa de la alférez al oír cómo la capitana utilizaba su nombre de pila.
—Eres nuestro experto residente —le dijo al rostro que había en su pequeña pantalla—. ¿Crees que es probable que detecten las pulsaciones gravitatorias?
—Estoy casi seguro de ello, por lo menos, ahora que han entrado dentro del radio de nuestros zánganos —afirmó McKeon—, pero dudo que sepan de qué se trata. Hasta que el almirante Hemphill se involucró, nadie de los nuestros lo consideraba posible.
Honor sonrió con amargura y McKeon lo hizo de oreja a oreja. Ambos tenían razones para recordar a Lady Sonja Hemphill con poco menos que enojo, pero Honor tenía que admitir que, esta vez, «Horrible Hemphill» había hecho algo bien.
—Además —continuó McKeon—, las pulsaciones son direccionales y el ritmo de repetición es tan lento que es muy poco probable que reciban más de unas cuantas pulsaciones de cualquiera de los ZR antes de que salgan de su radio de transmisión. Con eso, ni siquiera el mejor análisis podrá averiguar qué es lo que están oyendo.
—Hum. —Honor se frotó la punta de la nariz. Sin duda, Alistair tenía razón, pero si ella hubiera recogido pulsos gravitatorios que no deberían estar ahí, estaría devanándose los sesos e intentando averiguar de qué se trataba—. Bueno, no podemos hacer nada al respecto. —«Salvo desear que ninguno de ellos sea demasiado listo». McKeon asintió como si hubiera escuchado el último comentario de su mente. Miró la hora.
Estaban a dos horas y media fuera de la órbita de Grayson; entrarían dentro del alcance de los sensores del Saladino en otros cuarenta minutos.
* * *
—¡Señor! ¡Espada Simonds! —Simonds se giró bruscamente al escuchar el grito ansioso del teniente Ash—. ¡Dos huellas de impulsión, señor! ¡Acaban de aparecer de la nada!
Simmons cruzó el puente en pocos y rápidos trancos y miró la pantalla de Ash. Los puntos carmesíes de huellas gravitatorias hostiles resplandecían con resolución, a solo veinticuatro minutos luz a babor del Trueno.
—La velocidad base del enemigo es cinco-seis-seis-siete-dos km/s, señor. —La voz de Ash era menos estridente al refugiarse en la mecánica del informe.
—¿Cuál es nuestra velocidad?
—Seis-cuatro-cinco-dos-ocho km/s, señor, pero están casi encima de nosotros. Nos están dando alcance porqué su radio es mucho menor.
Simonds rechinó los dientes y se frotó los ojos inyectados en sangre. ¿Cómo? ¿Cómo había conseguido la puta hacer eso? El rumbo que había tomado no podía ser fruto de una coincidencia. Harrington sabía exactamente dónde se encontraba y qué estaba haciendo. ¡Y eso era imposible!
Se quitó la mano de los ojos y miró furioso a la pantalla, mientras intentaba pensar. Cómo lo había hecho, no importaba. Se lo repitió con firmeza, a pesar de que una voz supersticiosa le susurró lo contrario. Lo fundamental era que le estaba dando alcance… y que su vector se curvaba hacia ellos. La velocidad de aproximación era de doce mil km/s y aumentaba por segundos; eso significaba que estaría dentro del alcance de sus misiles en tres horas, mucho antes de que pudiera bombardear Grayson.
Tenía mucha aceleración de reserva, pero no la suficiente. Todo lo que ella tendría que hacer sería forzar su rumbo un poco más hacia abajo, de tal forma que quedara entre el crucero de batalla y el planeta. Así, él no podría acercarse lo bastante a Grayson sin entrar dentro de su alcance de tiro, y el Trueno era lo único que les quedaba a los Fieles.
—¡Gire ochenta grados a estribor y aumente la aceleración a cuatrocientas ochenta gravedades!
—Sí, señor —respondió el timonel—. Girando ocho-cero grados a estribor. Aumentando aceleración a cuatro-ocho-cero gravedades.
Ash miró sorprendido a su comandante y el Espada se tragó la necesidad de bufarle. En lugar de ello, le dio la espalda y deslizó su cuerpo exhausto en la silla de mando. Las pantallas se desplegaron con suavidad y miró el repetidor táctico, esperando a ver cuál sería la respuesta de Harrington.
* * *
—¡No puedo creerlo! El maldito hijo de… —Andreas Venizelos se corrigió—. Perdone, señora, quería decir que está huyendo.
—No. Por lo menos, aún no. —Honor entrelazó los dedos por debajo de su barbilla angulosa—. Es una reacción instintiva, Andy. Lo hemos sorprendido y no quiere acercarse más de lo estrictamente necesario, mientras reflexiona qué hacer a continuación.
—Está acelerando y alejándose a cuatro-punto-siete-cero km/s2, señora —le informó Cardones y Honor asintió. No creía que fuera a continuar haciéndolo durante mucho más tiempo, pero, por ahora, el Saladino se dirigía en la dirección adecuada.
—Organice un rumbo de persecución, Steve. Quiero que su aceleración relativa se mantenga en dos-cincuenta ges más o menos.
—Sí, señora —respondió DuMorne y ella se recostó, observando el rastro de puntos luminosos del Saladino en un nuevo vector.
* * *
Simonds se encontró restregándose las manos sudadas en el regazo y se obligó a parar. El Trueno había mantenido el nuevo rumbo y la aceleración durante más de setenta minutos, mientras esa puta del diablo seguía su estela, pero Harrington no hacía ademán de darle alcance. Estaba dejando que el Trueno ganara velocidad, a pesar de que sus naves más pequeñas disponían de ritmos de aceleración máxima más elevados, y eso era algo que lo inquietaba bastante.
La distancia había aumentado a más de veinticuatro punto cinco minutos luz, pero Harrington sabía exactamente dónde se encontraban. El Trueno podía ver solo al Intrépido gracias a los zánganos que Ash había desplegado a popa, pero no recibían ninguna señal de los zánganos manticorianos. A menos que los sensores de Harrington fueran mejores de lo que Yu había creído, se suponía que no podría verlos en absoluto y, sin embargo, ¡había respondido a todos los cambios de rumbo que él había tomado! La evidente superioridad técnica era tan aterradora como enloquecedora, pero el quid de la cuestión era que no podría perderla de vista y regresar por otro vector sin que lo detectaran… y ella ya lo había empujado más allá del cinturón de asteroides, lo había conseguido alejar de la órbita de Grayson.
¡Qué duda cabía de que estaba satisfecha con que él continuara corriendo! Había malgastado un tiempo valioso intentando eludir a alguien que podía ver cada uno de sus movimientos, y cuando decelerara y regresara al alcance de los misiles, si acaso ella se lo permitía, habrían transcurrido más de seis horas desde el momento en que detectó al Trueno por primera vez.
Lanzó un gruñido y se amasó las mejillas. Lo que las naves manticorianas habían conseguido hasta el momento le hacía sentirse inquieto ante la posibilidad de enfrentarse con ellos, especialmente porque Yu y Manning se habían asegurado de preservar su importancia consiguiendo que los oficiales masadianos carecieran de su nivel de experiencia. Ash y su gente estaban muy dispuestos a luchar por su causa, pero eran incapaces de obtener el mejor rendimiento de los sistemas de la nave; podía percibir cómo aumentaba la tensión de su tripulación, porque ellos también se daban cuenta de que su enemigo, de alguna manera, los observaba a pesar de la distancia que los separaba.
Pero eso no cambiaba el hecho de que el Trueno de Dios pesaba mucho más que sus dos rivales juntos. Si tenía que abrirse camino a través de ellos, podría hacerlo. No obstante, tendría que salir con bien para poder ir luego contra Grayson…
—Compute un nuevo rumbo —dijo con tosquedad—. Quiero acercarme hasta el límite del alcance de los misiles propulsados y mantener la distancia constante.
* * *
—¡Cambio de rumbo! —entonó Cardones—. Viene hacia nosotros a máxima velocidad, señora.
Honor asintió. Sabía que esto llegaría. Aunque había pensado que sería mucho antes, y volvió a sentirse confusa porque los cruceros y los cruceros de batalla se habían construido con la idea de acercarse y destruirse, y no para llevar a cabo aquel juego tímido de pseudo acercamiento. Pero regresaba hacia ellos con la idea de vengarse.
—Llévenos a su encuentro, astro —pidió en voz baja—, pero veamos si podemos tentarlo para iniciar un duelo de misiles. Mantenga la aceleración de acercamiento a… —recapacitó durante un momento—. Que sean seis km/s2.
—Sí, señora.
Honor asintió y presionó una tecla en el brazo de su silla.
—Dependencias de la capitana, asistente de primera clase MacGuiness al habla.
—Mac, ¿te importaría subirme unos cuantos bocadillos y una taza de cacao?
—Desde luego, señora.
—Gracias. —Cerró el circuito y miró a Venizelos. La tradición de la Armada Manticoriana decía que las tripulaciones debían luchar habiendo comido bien y descansado tanto como les fuera posible, y su gente había estado en sus camarotes durante unas cinco horas—. Pongámonos en Código Dos, Andy, y diles a los cocineros que quiero una comida caliente para todos. —Le ofreció una de sus sonrisas de medio lado—. ¡Por la forma de actuar de este soplagaitas, deberíamos tener tiempo de sobra para ello!
Al otro extremo del puente, la alférez Carolyn Wolcott sonrió al mirar a su pantalla, por la confianza que escuchaba en la voz de su capitana.
* * *
De algún modo, la silla de mando parecía más grande que cuando Yu estaba sentado en ella, y los ojos cansados de Simonds le ardían mientras contemplaba la pantalla táctica. Harrington había decidido permitir que el Trueno se aproximase, pero continuaba obstaculizando su progreso hacia Yeltsin. Y cuando había revertido la aceleración para ralentizar su velocidad de acercamiento, ella lo había imitado, casi como si estuviera deseando que tuviera lugar un duelo de misiles.
Eso lo preocupaba porque el Trueno era un crucero de batalla. Sus misiles eran más grandes y pesados, con una ayuda de penetración y unas contramedidas electrónicas considerablemente mejores. Los Fieles, sin embargo, ya habían comprobado que la tecnología manticoriana era mucho mejor que la de Haven, ¿pero acaso pensaba ella que su margen de superioridad bastaba para equilibrar las desventajas? Y, lo que era incluso más aterrador, ¿estaba en lo cierto?
Se obligó a apoyarse contra el respaldo, sintiendo el dolor de la fatiga en sus huesos. Mantuvieron su rumbo. Deberían llegar al alcance máximo de sus misiles en doce minutos.
* * *
—Muy bien, Andy. Volvamos a lo nuestro —le dijo Honor, y el sonido de la alarma condujo a su gente a los puestos de batalla, al tiempo que ella se ponía los guantes y depositaba el casco en la percha que había junto a su silla. Se suponía que debía tenerlo puesto porque, aunque el puente (con un blindaje perfecto) del Intrépido estaba en las profundidades del corazón de la nave, eso no lo hacía invulnerable a una despresurización explosiva. Pero siempre había creído que los capitanes que se ponían el casco demasiado pronto ponían nerviosas a sus tripulaciones.
Por lo menos había conseguido echarse una pequeña siesta de tres horas en la sala de reuniones, y las voces silenciosas que la rodeaban le habían parecido tan despejadas y alerta como lo estaba ella.
—¿Qué cree que hará, señora?
La pregunta en voz baja le llegó desde el costado ciego, y tuvo que girar la cabeza.
—Eso es difícil de decir, Mark. Lo que debería haber hecho en el mismo instante en que nos vio fue venir a por nosotros. No hay forma de que se nos escape; la manera en que lo interceptamos debería habérselo dejado bastante claro. Todo lo que ha hecho ha sido malgastar seis horas intentando darnos esquinazo.
—Lo sé, señora. Pero ahora viene a por nosotros.
—Así es, no obstante parece que su verdadera intención fuera otra. Mire cómo decelera. Va a quedarse inmóvil justo a seis punto setenta y cinco millones de kilómetros de nosotros. Ese es el alcance máximo de los misiles de baja potencia, lo que no es exactamente lo que haría un capitán muy agresivo. —Negó con un gesto—. Todavía está sondeando el camino y no entiendo por qué.
—Quizá esté asustado de su tecnología.
Honor bufó y la comisura derecha de su boca se torció con una sonrisa irónica.
—¡Ojalá! No, si Theisman era bueno, el hombre que escogieron para ser el patrón del Saladino tiene que ser mejor. —Vio la confusión en los ojos de Brentworth e hizo un movimiento de desdén con la mano—. Oh, nuestras medidas electrónicas y las ayudas de penetración son mejores que las suyas, y también lo es nuestra defensa puntual, pero ellos llevan un crucero de batalla. Sus pantallas laterales son el doble de fuertes que las del Intrépido, ni qué decir tiene que mucho mejores que las del Trovador, y sus armas de energía son más grandes y más potentes. Podríamos causarle daños importantes desde cerca, pero no tantos como los que nos ocasionaría a nosotros, e incluso en un duelo de misiles la dureza de sus defensas pasivas debería bastar para hacerlo sentirse seguro. Es… —Calló, meditando cómo podría explicarle las diferencias entre una y otra nave—. Dicho de otro modo, en un duelo de misiles, nuestra espada está más afilada, pero su armadura es mucho más gruesa y, cuando se acerque, nuestra espada se enfrentará contra su hacha. Debería cargar para meterse dentro del alcance de nuestros misiles, no sentarse ahí, donde tenemos más oportunidades de dar lo mejor de nosotros.
Brentworth asintió y ella se encogió de hombros.
»Supongo que no debería quejarme, pero desearía saber cuál es su problema.
* * *
—¡Alcance de misiles! —exclamó Ash y Simonds se enderezó en la silla.
—Ataque como le he ordenado —respondió con tosquedad.
* * *
—¡Lanzamiento de misiles! Pájaros aproximándose a cuatro-uno-siete km/s2. Impacto en uno-siete-cero segundos, ¡preparados!
—Active el plan de ataque —respondió Honor con tranquilidad—. Timonel, inicie Foxtrot-Dos.
—Sí, señora. Activando plan de ataque —respondió Cardones y la confirmación del jefe Killian llegó un instante después.
El Trovador giró, situándose en un ángulo inverso al Intrépido para mostrar el costado intacto de babor, y ambas naves iniciaron un movimiento zigzagueante a lo largo del rumbo base, al tiempo que sus misiles cargaban hacia el enemigo y los señuelos y los disruptores electrónicos de señales, desplegados en los flancos del Intrépido, cobraban vida electrónica.
* * *
—El enemigo contraataca. —La voz del teniente Ash era tensa—. Tiempo de vuelo uno-siete-nueve segundos. Rastreo detecta nueve, señor.
Simonds asintió, dándose por enterado. El Trueno tenía una ventaja de dos tubos, además del mayor peso de sus misiles. Esperaba que bastara.
—El enemigo está interfiriendo los principales sistemas de rastreo —anunció Ash, que escuchaba los enlaces telemétricos de sus misiles—. Buscadores cambiando a rastreo secundario.
El Intrépido disparó la segunda ráfaga treinta segundos después de la primera y el Trovador lo imitó con un lanzamiento propio. A estas dos les siguió una tercera y luego una cuarta, y asintió a Wolcott cuando el Saladino disparó su cuarta salva…
—Lance los contramisiles —le dijo a su ayudante.
El Espada Simonds miró la pantalla y tragó bilis al ver cómo la mitad de su primera salva perdía al objetivo y vagabundeaba, alejándose, sin rumbo. Los demás cargaron hacia delante, a más de cincuenta mil km/s y todavía acelerando, pero los manticorianos lanzaron contramisiles que se encontraron con sus proyectiles a más de novecientos km/s2.
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Honor frunció el ceño cuando la alférez Wolcott consiguió destruir los primeros misiles del Saladino. El crucero de batalla dividía su ataque entre el Trovador y el Intrépido, y eso era lo más estúpido que el capitán había hecho hasta entonces. ¡Debería estar concentrando sus ataques, no, dispersándolos! Sus rivales eran más ligeros y mucho más frágiles; al tenerlos a ambos como objetivos, se estaba privando de la posibilidad de aplastarlos con precisión.
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Simonds maldijo con aliento entrecortado cuando el último de sus misiles de la primera salva se desvaneció a poca distancia del objetivo. El teniente Ash estaba actualizando los disruptores electrónicos de señales de la segunda salva, pero la muy puta ya había destruido seis de ellos y el Trueno solo había podido parar nueve de su primera ráfaga.
Sus manos se tensaron como garfios en los brazos de la silla de mando cuando los misiles manticorianos supervivientes zigzaguearon hacia ellos. Perecieron dos más, después un tercero, pero tres de ellos consiguieron penetrar y el Trueno de Dios se sacudió cuando los láseres de rayos X golpearon su pantalla defensora. Las alarmas de daños aullaron y una luz roja parpadeó en el esquema de control de daños.
—Impacto en el costado de babor y popa —anunció Workman—. El Tractor Siete ha desaparecido. Los camarotes Ocho-Nueve-Dos y Nueve-Tres están abiertos al espacio. No ha habido bajas.
* * *
—Creo que hemos conseguido uno… ¡Sí! ¡Está perdiendo oxígeno, señora!
—Muy bien, Artillero. Ahora hacedlo de nuevo.
—¡Sí, señora! —La sonrisa de Rafael Cardones era fiera y la sexta ráfaga se precipitó desde las santabárbaras del Intrépido. El rostro de la alférez Wolcott era casi inexpresivo, sus dedos volaban sobre su consola, al mismo tiempo que los sensores actualizaban los cambios en las CME de los misiles enemigos y ella hacía los ajustes pertinentes para compensarlos.
* * *
La segunda salva del Trueno de Dios terminó casi tan mal como la primera, y Simonds se giró iracundo para mirar con furia a su sección táctica, pero decidió morderse la lengua y ahorrarles la reprimenda. Ash y sus ayudantes estaban inclinados sobre sus paneles, pero sus sistemas les estaban proporcionando demasiados datos y no podían asimilarlos todos. Sus reacciones eran casi espásticas, estaban sumidos en un frenesí de actividad, al tiempo que los ordenadores barajaban las alternativas y sugerían otras nuevas. Sus rostros estaban cada vez más pálidos y se sentían impotentes, mientras intentaban anticiparse a las sugerencias.
Necesitaba a Yu y a Manning y no los tenía consigo. Sencillamente, Ash y su gente carecía de la exper…
El Trueno de Dios volvió a sacudirse cuando otros dos láseres penetraron la pantalla e impactaron en el casco.
* * *
—Dios Santo, parece que estuviera atacando a ciegas —murmuró Venizelos y Honor asintió. Las reacciones del Saladino eran lentas y torpes, casi mecánicas, y ella sintió un atisbo de esperanza. Si la situación continuaba así, quizá pudieran…
La alférez Wolcott perdió uno de los misiles enemigos. La pesada cabeza armada detonó a quince mil kilómetros del costado estribor de proa y media docena de rayos salvajes de energía golpearon contra la pantalla. Dos de ellos consiguieron abrirse paso y el crucero se sacudió agónico, al mismo tiempo que las placas de metal se quebraban.
—¡Hemos recibidos dos impactos delanteros! El Láser Tres y el Cinco han quedado destruidos. El Radar Cinco ha desaparecido, señora. ¡Bajas graves en el Láser Tres!
El lado derecho de la boca de Honor Harrington se tensó y su ojo sano se achinó.
* * *
—¡Han recibido un impacto, señor! Al menos uno y…
Una conmoción ensordecedora tronó y amortiguó el sonido de la voz del teniente Ash. El puente de control se sacudió, las luces vacilaron y aullaron las alarmas de daños.
—¡Hemos perdido el Misil Dos-Uno y el Gráser Uno! ¡Daños graves en la dársena de botes y en los camarotes siete-cinco!
Simonds palideció. Eso eran seis impactos, ¡seis! ¡Y solo habían logrado acertar uno como respuesta! A pesar de lo poderoso que era el Trueno, no podría continuar recibiendo impactos a ese ritmo y…
El crucero de batalla volvió a dar bandazos, brillaron más luces carmesíes y el Espada tomó una decisión.
—¡Noventa grados a estribor, máxima aceleración!
* * *
—¡Huye, señora! —se jactó Cardones, y Honor miró estupefacta cómo el Saladino describía un giro completo de noventa grados.
Estaba lo bastante a popa de los haces del Intrépido como para que no pudieran lanzar un tiro que penetrara a través de la parte posterior de su amplísima cuña, pero Honor no podía creer lo cerca que había estado el capitán del crucero de batalla de poner a su disposición esa brecha mortal. ¡Y ahora estaba alejándose a máxima potencia! Y, pese a lo ridículo que le parecía, Rafe tenía razón, ¡estaba huyendo de la acción!
—¿Lo perseguimos, señora? —El tono de Cardones no dejaba lugar a dudas acerca de sus preferencias, y Honor no podía reprochárselo. Su armamento estaba intacto y superaba a su enemigo en, al menos, seis a uno. Pero Honor no quería que su entusiasmo interfiriera en su labor de vigilancia.
—No, Artillero, deje que se marche.
Cardones pareció estar a punto de rebelarse durante un instante, luego asintió. Se recostó en la silla, desplegando la lista de cargadores y cambiando la munición para igualar las cargas. La alférez Wolcott miró por encima del hombro a la capitana.
—Siento haber dejado pasar ese, señora —se lamentó, apesadumbrada—. Se me escapó en el último momento y…
—Carol, lo has hecho bien, de verdad —la tranquilizó Honor y Cardones levantó la mirada para asentir con firmeza. La alférez los miró alternativamente unos segundos, para sonreír después y volver a centrar su atención en el panel.
Honor llamó a Venizelos con un gesto. El segundo se desabrochó el armazón anti-impactos y avanzó hasta la silla de mando.
—¿Sí, señora?
—Tenías razón acerca de su manera de pelear. Ha sido lamentable.
—Sí, señora. —Venizelos se rascó la barbilla—. Parecía casi una simulación, como si nos estuviéramos enfrentando solo a sus ordenadores.
—Creo que es así —respondió Honor con suavidad y él la miró sorprendido.
Ella se desabrochó también el armazón anti-impactos y ambos caminaron hasta el puesto táctico. Tecleó una orden en el panel de Cardones y observaron cómo el ordenador táctico principal reproducía la secuencia de la batalla. El enfrentamiento había durado diez minutos escasos, y Honor negó con la cabeza cuando terminó.
—No creo que la tripulación sea havenita, francamente.
—¿Cómo? —Venizelos se sonrojó por el tono de su exclamación y miró rápidamente alrededor del puente, luego de nuevo hacia ella—. ¿Cree que los repos les entregarían una nave como esa a unos lunáticos como los masadianos, patrona?
—Me parece una locura —admitió Honor, tirándose tímidamente de la punta de la nariz, mientras estudiaba con atención las imágenes de la pantalla—, especialmente porque mantuvieron al mando a un havenita en el Breslau, pero ningún patrón repo hubiera luchado de esa manera con un crucero de batalla. Nos dio todas las ventajas posibles, Andy. Además, recuerda lo torpe que ha sido al acercarse al planeta y…
Se encogió de hombros y Venizelos asintió despacio.
—Haven tiene que saber que se ha metido en algo muy feo, señora —dijo él, después de un momento—. Puede que se hayan marchado y hayan abandonado a Masada a su suerte.
—No lo sé. —Honor se giró para regresar a su silla—. Si es así, ¿por qué no se llevaron al Saladino consigo? A menos que… —Afiló la mirada—. A menos que, por alguna razón, no pudieran hacerlo —murmuró y negó con la cabeza—. En cualquier caso, eso no cambia nuestra misión —dijo, más tajante.
—No, pero podría facilitarnos muchísimo el trabajo, patrona.
—Podría, pero yo no contaría con ello. Si a lo que nos enfrentamos es a una tripulación masadiana, solo Dios sabe qué pretenden hacer. En cualquier caso, intentarán bombardear Grayson en cuanto tengan la oportunidad. Y, tengan o no experiencia, disponen de un crucero de batalla moderno para hacerlo. Es una nave muy grande, Andy, y han cometido tantos errores que a la fuerza tienen que haber aprendido algo de ellos.
Se recostó en su silla y su ojo sano se encontró con la mirada de él.
—Si vuelven, lo harán con más astucia —concluyó.