30
Meterlos a la fuerza había sido mucho más difícil de lo que Yu esperaba. Cada uno de los compartimentos vacíos estaba ahora atestado de soldados masadianos con sus armas personales. Nadie podía siquiera darse la vuelta sin tropezarse con uno de ellos, y Yu se sentiría muy aliviado en cuanto desembarcara al primer envío.
Esa cantidad de hombres suponía un riesgo para la planta ambiental del Trueno, y esa era la razón de que mantuvieran esa reunión. Yu, el comandante Valentine y el capitán de corbeta DeGeorge, el comisario del Trueno, estaban sentados en el camarote de día del capitán, repasando las cifras, y DeGeorge estaba muy descontento.
—Lo peor, patrón, es que la mayoría ni siquiera tiene trajes de vacío. Si sufrimos un fallo ambiental, las consecuencias serán malas, muy malas.
—Estúpidos bastardos —gruñó Valentine. Yu lo miró con desaprobación pero, puesto que no consiguió que su mirada fuera lo bastante penetrante, el ingeniero se limitó a encogerse de hombros—. Todo lo que tenían que hacer era traerse consigo los trajes de vacío, patrón. Su equipo es una mierda y los pobres idiotas no nos servirían para nada en una situación crítica, ¡pero, al menos, estarían preparados para ella! —Frunció el ceño—. Y, otra cosa, estamos llevando a todos estos cabrones vomitivos a las bases de los asteroides, ¿verdad? —Yu asintió y Valentine volvió a encogerse de hombros—. Bueno, ¡pues no me puedo creer que tengan tantos trajes de sobra en los almacenes de ahí fuera!
Yu frunció el ceño porque el ingeniero tenía razón. Estaban transportando a todos aquellos hombres a unas bases en un entorno hostil, y ni uno de ellos se había traído consigo un traje de vacío. Eso era inusualmente absurdo, incluso para los masadianos, y se preguntó por qué no se le habría ocurrido antes.
—Bueno, en cualquier caso —continuó DeGeorge—, he estado vigilando los monitores ambientales y, de momento, todo va bien. ¡Solo espero que todo siga así!
* * *
George Manning estaba sentado en el centro del puente y se concentraba en imitar la seguridad que emanaba del capitán. No es que se sintiera tan seguro, pero había tenido tiempo más que de sobra para acostumbrarse a la sensación de que algo terrible se cernía sobre ellos, y tampoco tenía mucho más donde elegir.
Comprobó la hora. Llevaban media hora de retraso sobre el tiempo estimado de entrega y giró la cabeza.
—Radio, contacte con la Base Tres y actualice nuestro tiempo estimado de llegada.
—Sí, señor —respondió el teniente Hart, su oficial masadiano de comunicaciones. Y hubo algo en su respuesta que hizo sentir incómodo a Manning. Tenía un tono extraño, uno que difería de la ansiedad que todos sentían, y el oficial lo miró con más atención.
Hart parecía no estar al tanto de su escrutinio. Se inclinó hacia la izquierda para acercar el software láser de comunicaciones y, de pronto, los ojos de Manning se quedaron atónitos. Había una forma angular debajo de la guerrera del masadiano, una que no debería estar ahí, especialmente porque tenía la forma de una pistola automática.
El oficial se obligó a apartar la mirada. Podía estar equivocado en su presunción de lo que era aquella forma, pero no lo creía. Aunque claro, incluso si lo fuera, podía existir otra explicación para que la llevara consigo. Hart podía tener la intención de compensar su ansiedad o podía ser fruto de alguna aberración, por ejemplo que quisiera volarse la tapa de los sesos en una situación crítica. Pero eso ya era lo bastante aterrador en un espacio tan cerrado como el de un puente, y Manning prefería mil veces que la razón fuera una de las que imaginaba, antes que la que sabía que era verdad.
Apretó una tecla de su intercomunicador.
—El capitán al habla —respondió una voz y Manning se esforzó por parecer muy, muy natural.
—Soy el comandante Manning, señor. Pensé que le gustaría saber que he enviado a la Base Tres una actualización del tiempo estimado de llegada del botín[3].
El rostro de Alfredo Yu se quedó petrificado al escuchar esa palabra. Miró rápidamente a sus compañeros y vio que lo miraban con la misma conmoción. Durante un momento no pudo pensar, solo sentir que caía en las profundidades de un pozo oscuro, pero entonces su mente empezó a trabajar de nuevo.
—Entendido, Señor Manning. El comandante Valentine y yo estábamos analizando los requisitos ambientales. ¿Cree que podría pasarse por mi camarote y revisarlos con nosotros?
—Me temo que ahora mismo no puedo, señor. —La voz de Manning era serena y la mandíbula de Yu le dolía a causa de la presión.
—Muy bien, George —dijo—. Gracias por informarme.
—De nada, señor —respondió Manning con voz tenue y apagó el circuito.
—¡Jesús, patrón! —exclamó Valentine con urgencia—. No podemos dejar a George ahí so…
—Cierra el pico, Jim. —La falta de emociones en la voz de Yu solo lo hacía más terrible, y Valentine se calló inmediatamente. El capitán cerró los ojos para meditar y sus subordinados lo miraron con el rostro tenso.
Yu percibió su temor y maldijo su negligencia. ¡Se había sentido tan estúpidamente satisfecho cuando todo lo que había querido hacer Simonds era reforzar la guarnición en sus asteroides! ¿Por qué demonios no había pensado lo que meter a tantos masadianos armados a bordo del Trueno podía significar?
El pánico amenazaba con dominarlo, pero luchó contra él. Por lo menos George había estado más alerta, aunque sus planes de contingencia nunca habían contemplado la posibilidad de tener a tantos hostiles a bordo. Apenas un tercio de la tripulación regular del Trueno era havenita; con todo, los soldados masadianos se veían superados en número por cinco a uno.
Se puso en pie, caminó rápidamente hasta la escotilla, la abrió y respiró profundamente aliviado al ver al centinela marine en el pasillo. El cabo levantó la mirada cuando la escotilla se abrió y se enderezó al ver a Yu llamándolo mediante señas. Se acercó y el capitán le habló en voz muy baja.
—Encuentre al mayor Bryan, Marlin, y dígale que estamos en Código Bounty.
Yu odiaba tener que enviar al cabo en persona, pero no tenía más remedio. Había logrado mantener a bordo a sus oficiales marines y a la mayoría de los que no estaban al mando, y cada uno de ellos sabía lo que significaba un Código Bounty. Pero casi la mitad de los marines del Trueno eran masadianos y tenían tantas unidades de mando como Yu leales. Si alguno de ellos estaba metido en esto (y tenían que estarlo) y uno oía a Marlin transmitiendo mensajes codificados…
El cabo Marlin se quedó pálido pero asintió, lo saludó y se marchó a toda prisa por el pasillo. Yu lo vio marcharse y deseó que contara con el tiempo suficiente para llegar hasta Bryan, luego se retiró a su camarote.
Puso uno de los dedos en un panel de seguridad que había en la pared y la puerta se abrió al reconocer su huella. Las pistolas estaban guardadas en sobaqueras alineadas semejantes a las de los policías, y no las habituales de los militares. Cogió tres, dos de ellas se las entregó a sus oficiales, y se desabrochó la guerrera. Se puso la sobaquera y miró a Valentine mientras el ingeniero se despojaba de su chaqueta.
—Estamos con la mierda al cuello, Jim. No veo la manera de controlar la nave después de llenarla hasta los topes con estos putos mamones. —El ingeniero asintió con energía, pero no con pánico, y Yu continuó con seriedad—. Eso significa que tendremos que estropearla.
—Sí, señor. —Valentine volvió a ponerse la guerrera, ocultando la sobaquera debajo, y se llenó los bolsillos de cargadores.
—¿Quién está al mando en Ingeniería?
—Workman —respondió Valentine con disgusto, y el rostro de Yu se tensó.
—Muy bien. Vas a tener que entrar ahí de alguna manera y conseguir que las plantas de fusión se cierren por emergencia. ¿Crees que podrás hacerlo?
—Puedo intentarlo, señor. La mayor parte del equipo es masadiano, pero Joe Mount está ahí para evitar que lo jodan todo.
—Odio tener que pedírtelo a ti, Jim… —empezó Yu, pero Valentine lo interrumpió.
—No tenemos muchas otras opciones, patrón. Lo haré lo mejor que sepa.
—Gracias. —Yu lo miró a los ojos durante un momento y luego se giró hacia DeGeorge.
—Sam, tú y yo intentaremos llegar al puente. El mayor Bryan sabrá lo que hacer cuando Marlin llegue hasta él y…
La escotilla del camarote se abrió detrás de él y Yu se quedó inmóvil durante un instante, luego giró la cabeza con brusquedad. Un coronel masadiano estaba de pie en el umbral, otros cuatro hombres armados estaban detrás de él, y en la mano llevaba una pistola automática.
—¿Acaso no se molesta en llamar a la puerta de un superior, coronel? —le espetó Yu por encima del hombro, deslizando la mano hacia el interior de su guerrera todavía desabrochada.
—Capitán Yu —dijo el coronel, como si no hubiera hablado—, es mi deber informarle que esta nave está ahora bajo cont…
Yu se giró y su arma de pulsos zumbó. Los dardos no eran explosivos, pero estaba preparada para disparar a la máxima potencia y de la espalda del coronel brotó una terrible fuente carmesí. Cayó sin emitir siquiera un grito, y el mismo huracán destructivo barrió a su tropa. La mampara que estaba en el extremo contrario a la escotilla quedó oculta bajo un barniz sanguinolento. Alguien en el pasillo chilló horrorizado y Yu se precipitó hacia la escotilla.
Había seis masadianos en el pasillo, mirando con la boca abierta la salvaje matanza. Cinco de ellos agarraron ansiosamente el cabestrillo del que pendían sus rifles, mientras el capitán se detenía en frente con el arma de pulsos en la mano; el sexto pensó con mayor rapidez. Se giró y echó a correr, al mismo tiempo que Yu apretaba de nuevo el gatillo, y su apresuramiento le salvó la vida. Sus compañeros recibieron el impacto mientras él corría y giraba un recodo que había en el pasillo, y el capitán maldijo con furia.
Volvió al interior del camarote, precipitándose sobre el panel de comunicaciones que había en el terminal de su mesa, y apretó uno de los botones.
—¡Bounty Cuatro-Uno! —resonó su voz en todos los altavoces de la nave—. Repito. ¡Bounty Cuatro-Uno!
* * *
El mayor Joseph Bryan sacó su pistola, se giró y abrió fuego sin mediar palabra. Los ocho masadianos que estaban en el arsenal junto a él todavía miraban confusos el intercomunicador cuando murieron, y solo entonces se permitió Bryan el lujo de soltar unas cuantas palabrotas. Se había preguntado por qué el teniente masadiano quería visitar el arsenal; ahora ya lo sabía, pero treinta años sirviendo como conquistador de la República Popular lo habían convertido en una persona precavida. Se inclinó sobre el cuerpo del teniente destrozado por los dardos de pulsos y le desgarró la guerrera empapada de sangre para abrírsela. Su rostro se endureció con una triste satisfacción al encontrar una pistola en el interior.
La escotilla del arsenal se abrió y él se giró, medio en cuclillas, pero se relajó al ver al cabo Marlin.
—¿Qué cojones estás haciendo aquí? —bufó Bryan—. ¡Se suponía que tenías que cuidar del capitán!
—Me envió a buscarlo antes de que hablara por el intercomunicador, señor. —Marlin miró los cadáveres y la sangre, y su mirada se llenó de amargura—. Supongo que tenía menos tiempo del que creía.
Bryan se limitó a gruñir. Se puso una armadura corporal desactivada y el cabo salió de su ensimismamiento para imitarlo. Ambos hubieran preferido contar con una armadura activada o, al menos, trajes de vacío, pero no tenían tiempo.
El mayor selló su coraza pectoral antibalas y cogió un arma corta, de cañón pesado y de dardos, de una de las perchas. Acababa de introducir uno de los cargadores cuando escuchó el sonido ensordecedor de un arma de fuego masadiana. Se giró de nuevo hacia la escotilla, luego bajó el cañón al ver al capitán Young atravesando el umbral.
—He acabado con nueve, señor —dijo el capitán, sin más preámbulos.
—Perfecto.
Bryan pensaba con rapidez mientras se colgaba varias bandoleras de munición sobre los hombros. Bounty Cuatro-Uno quería decir que el capitán Yu dudaba de que su gente pudiera mantener el control de la nave, y teniendo en cuenta la cantidad de borricos masadianos que había a bordo, a Bryan no le quedaba otro remedio que estar de acuerdo con él. Su misión en un código Cuatro-Uno era clara y sencilla, pero había tenido la esperanza de contar con un dispositivo mayor antes de tener que afrontarla.
Se abrochó las trabillas de las bandoleras y gruñó satisfecho cuando Young llamó con señas a sus cinco hombres y los seis empezaron a armarse. Los otros cuatro hombres del capitán se agacharon frente a la puerta de la escotilla, armados con los rifles de dardos que Marlin les había proporcionado, cubriendo a sus compañeros mientras estos se armaban. Bryan tomó una decisión.
—Me llevaré a Marlin y a cuatro de los suyos, capitán. Quédese aquí durante media hora o hasta que yo se lo diga, pero no haga estallar el arsenal. Si se ven obligados a salir infórmeme, y joder, asegúrese de que nada cae en manos masadianas.
—Sí, señor —dijo Young—. Hadley, Marks, Banner, Jacowitz id con el mayor. —Los hombres asintieron sin dejar de cargarse con el equipo. Bryan esperó hasta que hubieron cogido toda la munición que necesitaban y luego, con una seña, los invitó a seguirle.
* * *
—… repito. ¡Bounty Cuatro-Uno!
El teniente Mount se sacudió conmocionado cuando las palabras manaron del altavoz. Durante un momento lo miró incrédulo, percibiendo la confusión de los masadianos que estaban a su alrededor, entonces se precipitó hacia su panel de control.
El capitán de corbeta Workman no sabía cuál era el significado de «Bounty Cuatro-Uno», pero sabía lo que el Espada Simonds quería que ocurriera, y aquel mensaje súbito y aparentemente carente de sentido solo podía significar una cosa. La bala de su pistola le voló los sesos al teniente antes de que este alcanzara el interruptor de cierre de emergencia.
* * *
El comandante Manning ni siquiera se inmutó cuando escuchó la voz del capitán Yu por el intercomunicador. Sabía que ocurriría y ya había aceptado que estaba atrapado en el puente. En cuanto el capitán confirmó el código Cuatro-Uno, tocó con la mano derecha la parte de abajo de uno de los brazos de su silla de mando. Un pequeño panel, que no se mostraba en ninguno de los planos de ingeniería, se abrió y metió en él su dedo índice, al tiempo que el teniente Hart desenfundaba su pistola.
—¡Apártese de la silla de mando, comandante Manning! —espetó el masadiano—. ¡Y mantenga las manos donde yo pueda verlas!
El timonel havenita se precipitó hacia el arma del Radio, pero la pistola disparó dos veces en algún lugar detrás de Manning y el cuerpo del suboficial se desplomó sobre la cubierta. Su asistente masadiano pasó por encima del cadáver presa de las convulsiones para retomar los controles y el rostro de Manning se tensó por causa del odio. Bufó a Hart, pero el oficial de comunicaciones se limitó a apuntarle con su arma.
—¡Aléjese ya de la silla! —ladró y Manning se levantó, lanzándole una mirada desdeñosa. El panel oculto volvió a cerrarse cuando se puso en pie, y el masadiano respondió a su mirada con bastante desprecio—. Eso está mejor. Y ahora…
—¡Teniente Hart! —Exclamó el masadiano que se había encargado de las maniobras—. ¡La nave no responde al timón!
Hart se giró hacia él y Manning se tensó para saltar, pero se relajó al recordar que todavía había otro hombre armado detrás.
El oficial de comunicaciones se inclinó sobre el hombro del timonel y apretó los controles. Nada ocurrió, y se enderezó para bufar a Manning.
—¿Qué ha hecho? —inquirió.
—¿Yo? Nada en absoluto. Quizá el suboficial Sherman hizo algo antes de que lo asesinara —respondió Manning, rechinando los dientes.
—¡No se atreva a mentirme, maldito hereje! —siseó Hart—. Yo no…
Aulló una alarma, luego otra, y otra, y giró la cabeza con incredulidad cuando los sistemas de Táctica, Astronavegación y Comunicaciones cayeron al unísono. Las luces de advertencia y los códigos de mal funcionamiento resplandecían en cada panel, y Manning sonrió de manera fugaz.
—Parece que tiene problemas, teniente —le dijo—. Quizá quiera…
Nunca escuchó el chasquido de la pistola de Hart.
* * *
El capitán Yu probó suerte y subió en el ascensor. No tenía tiempo para jugar sobre seguro, y Valentine y DeGeorge vigilaban el pasillo con sus pulsadores desenfundados, mientras él introducía los datos de identificación y tecleaba su destino.
—¡Dentro! —ladró, pero alguien gritó al tiempo que ellos obedecían la orden, y las balas impactaron y rebotaron contra las puertas cerradas del ascensor.
—¡Mierda!
Valentine se apartó de la puerta, agarrándose el muslo izquierdo, y Yu maldijo al ver la mancha roja y mojada. DeGeorge ayudó al ingeniero a tumbarse y le rompió toda la pernera del pantalón, y Valentine gruñó con los dientes apretados mientras le tocaba la herida con escasa delicadeza.
—Creo que no ha dañado las arterias principales, capitán —informó con rapidez. Bajó la mirada hacia Valentine—. Joder, Jim, te va a doler muchísimo, pero estarás bien si conseguimos sacarte de aquí con vida.
—Gracias por aclararme el detalle —jadeó Valentine. DeGeorge se echó a reír e hizo jirones más prendas para improvisar un vendaje algo rudimentario.
Yu escuchó solo en parte, porque sus ojos estaban concentrados en el panel de posición del ascensor. Parpadeaba y cambiaba de forma continua, entonces empezó a sentirse ligeramente esperanzado, pero luego le pegó un puñetazo a la pared cuando el panel se quedó inmóvil de pronto y el ascensor dejó de moverse. DeGeorge levantó la mirada al oír el golpe y enarcó una ceja cuando todavía no había terminado de anudar el vendaje de Valentine.
—Los muy bastardos han apagado la corriente —escupió Yu.
—Pero solo en los ascensores. —Valentine tenía la voz ronca, pero levantó una mano ensangrentada para señalar el panel de estado. La luz roja que tendría que haber indicado la corriente de emergencia estaba apagada, y su gesto se contrajo por algo más que el dolor—. Los reactores todavía están activos —jadeó—, lo que implica que Joe no lo ha conseguido.
—Lo sé. —Yu tenía la esperanza de que Mount siguiera vivo, pero solo tuvo un momento para acordarse del teniente. Ya estaba tratando de llegar a la escotilla de emergencia.
* * *
El mayor Bryan se detuvo un solo momento en el estrecho y bajo pasadizo para recuperar el aliento, y deseó fervientemente que pudiera ver a través de la escotilla cerrada que lo cegaba. Pero no era así. Sus hombres y él tendrían que conformarse con gatear a ciegas y mantener viva la esperanza. Esa, de todas formas, no era la manera en la que Bryan había sobrevivido hasta convertirse en mayor.
—Muy bien —dijo en voz baja—. Yo iré a la derecha. Marlin, tú a la izquierda. Hadley y Marks vendrán conmigo; Banner y Jacowitz quedaos con Marlin. ¿Entendido?
Un suave murmullo le confirmó la respuesta. Cogió el rifle de dardos y estrelló el hombro contra la manivela.
La escotilla se abrió de golpe y Bryan salió por ella, tirándose de cabeza. Aterrizó sobre su estómago, con la mente ya ubicando a las personas y sus posiciones, y disparó por primera vez antes de haber terminado de deslizarse.
Su arma eructó y un paquete de dardos salió despedido, silbando por toda la dársena de botes. Un oficial masadiano estalló, bañando con sus vísceras la mampara del armoplast, y sus compañeros, armados también con rifles, se giraron aterrados y estupefactos hacia el mayor.
El rifle de dardos volvió a eructar una y otra vez, con tanta rapidez que solo uno de los masadianos tuvo tiempo de gritar antes de que los afilados discos lo hicieran pedazos, y el personal havenita, al que habían tenido retenido a punta de pistola se arrojó al suelo. Otro rifle de dardos escupió proyectiles desde el costado izquierdo de Bryan, pero estaba en modo automático y las armas de fuego masadianas crepitaron en respuesta. Escuchó el gemido agudo de las balas que rebotaban, pero él ya había abierto fuego contra los refuerzos masadianos, intentando que retrocedieran hasta la escotilla de la dársena de botes.
Sus dardos los transformaban en hamburguesas aullantes y marchitas, y entonces Hadley tiró una granada desde su espalda. El arma de fragmentación detonó como el martillo de Dios en el confinamiento del pasillo que había detrás; nadie más intentó salir a través de la escotilla.
Bryan se puso de pie. Marlin había caído, de su brazo izquierdo manaba la sangre a borbotones allí donde le había impactado la posta de un rifle, pero podría haber sido mucho peor. Contó al menos a dieciocho masadianos muertos, y los muy bastardos habían tenido tiempo de reunir a más de veinte havenitas en la dársena de botes para que les sirvieran como rehenes.
—Vosotros, armaos —ordenó el mayor, señalando los rifles masadianos manchados de sangre y vísceras y las pistolas dispersas por el suelo. El personal, nervioso, se levantó con dificultad para obedecerle; apretó su intercomunicador—. Young, aquí Bryan. Estamos en posición. ¿Cuál es tu situación?
—Tengo a treinta y dos hombres, incluido el teniente Warden, mayor. —Podía oír el sonido ronco de los rifles de dardos, el traqueteo de los demás rifles y la voz de Young por el intercomunicador—. Estamos enfrentándonos a una gran resistencia en Uno-Quince y Uno-Diecisiete, y han cortado el Uno-Dieciséis en el ascensor, pero hice volar el depósito antes de que entraran.
Bryan tensó la mandíbula. El arsenal estaba separado del resto de la nave. Eso significaba que ninguno de sus hombres podría reunirse allí con Young, y el que Young se hubiera visto forzado a destruir el «depósito», el almacén de armaduras activas y el área de mantenimiento del pasillo Uno-Uno-Cinco, implicaba que la gente que luchara a su lado tendría que hacerlo armada con lo que encontrara.
—Cargad toda la munición y las armas que podáis llevar, luego salid de allí —ordenó con dureza—. Reuníos aquí con nosotros… y no olvides que tenéis que salir de ahí con vida.
—Sí, señor. Lo recordaré.
* * *
Alfredo Yu se deslizó con la cabeza por delante, hacia abajo, por la escalera de inspección, sujetándose ocasionalmente a algún peldaño mientras el cinturón de antigravedad, sujeto a su cinturón, lo sostenía. Siguiendo las órdenes de Yu, la gente de DeGeorge había puesto una docena de cinturones debajo de cada uno de los ascensores antes de que el Trueno llegara a Endicott, y el capitán bendijo su previsión, al mismo tiempo que maldecía a Simonds por haberlo engañado de esa manera.
Miró hacia arriba, al hueco del ascensor. DeGeorge iba en la retaguardia, con Valentine entre ambos. El ingeniero todavía estaba consciente, pero su cara nívea estaba empapada de sudor, la pernera de su pantalón estaba teñida de un borgoña muy oscuro y necesitaba ambas manos para sujetarse a la escalera.
Yu alcanzó una intersección y miró las señales, luego maniobró hasta entrar por uno de los huecos. Los agujeros estaban iluminados tenuemente y los ojos le dolían por intentar adivinar las formas entre la penumbra, pero lo último que necesitaba era una linterna para descubrir su posición, si alguno de los…
Algo sonó delante de él. Levantó la mano, haciendo que los otros se detuvieran, y nadó hacia delante en silencio, con la mano izquierda preparada para agarrar una de las barras, mientras mecía su arma de pulsos en la derecha. Algo se movió en la penumbra y la mano libre se cerró en torno a uno de los escalones para anclarlo contra el retroceso del arma, a la vez que la levantaba. Afianzó el dedo en torno al gatillo, luego se relajó al ver que los tres hombres que estaban delante de él iban desarmados.
Nadó despacio para acercarse, uno de ellos lo vio y farfulló Una advertencia jadeante. Los demás levantaron la cabeza, con las caras giradas hacia él, y pronto los vio relajarse.
—¡Capitán! ¡Señor, nos alegramos de verlo! —exclamó un suboficial y su voz baja le recordó a Yu hacer lo mismo, mientras nadaba hasta donde se encontraban.
—Íbamos hacia la dársena de botes, señor —continuó el suboficial— cuando tropezamos con una emboscada. Tienen las puertas de los ascensores abiertas en Tres-Nueve-Uno.
—¿Todavía? —preguntó Yu, en un murmullo. DeGeorge llegó por detrás, arrastrando a Valentine—. ¿Tiene idea de cuántos hombres tienen, Evans?
—Quizá media docena, señor, pero todos ellos estaban armados y ninguno de nosotros… —El suboficial señaló a sus compañeros y Yu asintió.
—Jim, dale a Evans tu arma de pulsos y tu cinturón.
El ingeniero herido entregó su arma al suboficial, luego extrajo los cargadores de sus bolsillos, mientras Evans le desabrochaba el cinturón gravitatorio. Yu miró a DeGeorge.
—Vamos a tener que quitar de en medio a esos bastardos, Sam, y no solo por nosotros. —DeGeorge asintió y Yu señaló la mampara que componía la pared trasera del agujero—. Tú subirás por esta mampara. Yo iré por arriba y Evans estará al otro lado. —Levantó la mirada para asegurarse de que el suboficial le estaba escuchando y Evans asintió—. Tenemos que hacerlo rápido. Mantened vuestra vista en mí. Cuando asienta, avanzad como demonios. Con un poco de suerte, habremos entrado por la abertura antes de que se den cuenta. ¿De acuerdo?
—Sí, señor —respondió Evans con suavidad y DeGeorge asintió.
—Muy bien, hagámoslo —dijo Yu, sombrío.
* * *
El mayor Bryan miró alrededor de la dársena de botes cuando Young salió del túnel de servicio. Era el último del grupo del arsenal, pero otros quince hombres habían llegado por otras insólitas vías de acceso. La mayoría iban desarmados, aunque algunos de ellos habían aparecido con armas que los masadianos ya no necesitarían. En cualquier caso, Young y sus hombres llevaban riñes de dardos para todos. De hecho, Bryan todavía contaba con una pequeña pila de reserva en cubierta, y la carga de demolición que Young había dejado activada en el arsenal quería decir que los masadianos no podrían sus manos en armas de potencia similar.
Por desgracia, solo contaba con unos setenta hombres. Tenía la seguridad de que podría mantener la dársena controlada, por lo menos por ahora, pero no tenía muchas opciones y ninguno de los oficiales navales había conseguido llegar hasta donde se encontraban.
—Hemos distribuido las máscaras, señor —le informó el sargento Towers y Bryan gruñó. Lo bueno de estar en la dársena de botes era que en los armarios guardaban una gran cantidad de máscaras de oxígeno. El que las tuvieran consigo impediría a los masadianos parar los ventiladores para asfixiarlos o gasear a los hombres. Además, dos suboficiales de ingeniería habían desactivado las escotillas de emergencia, así que tampoco podrían despresurizarlos. El mayor había situado a una parte de los hombres en el pasillo de acceso, hasta las puertas blindadas, lo que le daba el control del hueco del ascensor, pero estando cerrado el suministro eléctrico de los ascensores, esa ventaja era muy limitada.
—¿Qué debemos hacer a continuación, señor? —le preguntó Young en voz baja y Bryan frunció el ceño. Lo que quería hacer era lanzar un contraataque, pero no conseguiría mucho solo con setenta hombres.
—Por ahora nos mantendremos en nuestra posición —respondió en un murmullo—, pero preparen las pinazas para partir.
Las pinazas eran más rápidas que el resto de las naves pequeñas y estaban armadas, aunque ninguna de ellas transportaba artillería exterior, de momento. Eran, sin embargo, mucho más lentas que el Trueno de Dios, cuyas armas podían aplastarlas como si solo fueran moscas. Young lo sabía tan bien como Bryan, pero se limitó a asentir.
—Sí, señor —le dijo.
* * *
El escalón de la escalera parecía estar recubierto de una capa de aceite debido al sudor que impregnaba la mano de Yu. El capitán tenía el pulso acelerado. Este no era el tipo de pelea que prefería, pero no tenía otra opción y miró hacia atrás para comprobar que DeGeorge y Evans mantenían su posición. Ambos lo estaban y lo miraban con los rostros tensos. Respiró profundamente y asintió.
Los tres se precipitaron hacia delante y Yu giró sobre su costado en medio del aire, sosteniendo su arma de pulsos con ambas manos al tiempo que salía rápidamente por las puertas abiertas del ascensor. Un soldado masadiano lo vio y abrió la boca para avisar a sus compañeros, pero el capitán accionó el gatillo y las otras dos armas de pulsos zumbaron cuando los tres crearon un tornado de dardos que avanzaron volando por el pasillo.
No tenían tiempo para escoger un objetivo, pero esos dardos no eran menos mortales por carecer de uno. Desgarraron a los masadianos que habían estado ocultos, esperando a tenderles una emboscada, y Yu extendió uno de los pies. Se agarró con los dedos a uno de los escalones de la escalera antes de que el retroceso de su arma lo echara hacia atrás, y los músculos de la pierna lo acercaron a la pared. Pasó un codo por la abertura, manteniéndose inmóvil, y su pulsador volvió a zumbar cuando escuchó cómo alguien intentaba doblar el recodo del pasillo. Un chillido estridente le informó de que había dado en el blanco, y mantuvo la posición mientras Evans y DeGeorge gateaban hasta quedar a su altura.
—Consiga sus armas, Evans. El comandante DeGeorge y yo lo cubriremos.
—Sí, señor.
El suboficial miró a lo ancho y a lo largo del pasillo, luego escaló el labio de la abertura y empezó a pasarles los rifles automáticos masadianos. El resto de su pequeño grupo llegó jadeando para coger los rifles, mientras el capitán los iba pasando hacia abajo. DeGeorge lanzó otra ráfaga de dardos cuando otro masadiano intentó interferir en el proceso.
Uno de los cadáveres tenía una bolsa de granadas y Evans sonrió con malicia cuando envió una botando por el recodo del pasillo. Chillidos y gritos anunciaron su llegada y después una explosión portentosa los acalló a todos de golpe.
—¡Buen chico! —exclamó Yu y Evans le sonrió, mientras volvía a deslizarse al interior del hueco del ascensor con la bolsa de granadas en la mano.
—Acaban de aparecer dos más de los nuestros —informó alguien y Yu asintió. Aparte de los pasillos habituales de los marines, esta era la única forma de llegar a la dársena de botes; cualquiera de los suyos que estuviera en los niveles superiores de la nave, y que consiguiera evitar ser capturado, tendría que hacer ese recorrido.
—Sam, Evans y tú coged a tres hombres más y mantened la posición —ordenó—. Tengo que llegar a la dársena de botes y ver cuál es la situación allí.
—Sí, señor —dijo DeGeorge.
—¿Quién tiene una radio? —Dos de los hombres que estaban en el hueco, levantaron las manos—. Granger, dale la tuya al comisario. —El marinero se la entregó y DeGeorge se la ató a la muñeca izquierda.
—No la recuperaremos a menos que Bryan haya logrado reunir a más hombres en la dársena de botes. Si puedo, enviaré a más marines a que os ayuden. Si no puedo, esperad aquí hasta que os diga que vayáis y entonces hacedlo lo más aprisa posible. ¿Está claro?
—Sí, señor.
—Bien. —El capitán le estrechó el hombro al comisario, luego descendió por el hueco.
* * *
—¡Señor! ¡Mayor Bryan! ¡El capitán está aquí!
Bryan levantó la mirada sintiendo un profundo alivio cuando vio al capitán Yu salir gateando por las puertas del ascensor. El capitán avanzó por la entrada, seguido por un grupo pequeño de marineros, dos de los cuales llevaban medio arrastrando al comandante Valentine, que ya estaba casi inconsciente.
Bryan lo saludó y empezó a informarle, pero la mano levantada de Yu lo detuvo. Los ojos oscuros del capitán repasaron a los hombres congregados y apretó la mandíbula.
—¿Esto es todo? —preguntó en voz baja y Bryan asintió. Yu parecía querer escupir, pero entonces se enderezó y caminó hasta un panel de control. Tecleó un código de seguridad y gruñó satisfecho.
Bryan lo siguió y miró por encima de su hombro. Los datos que había en la pantalla no tenían significado para él, y tampoco habría sabido cómo acceder a ellos, pero parecían complacer al capitán.
—Bueno, por lo menos él cumplió con su deber —murmuró.
—¿Señor? —preguntó Bryan, y Yu le respondió con una sonrisa sombría.
—El comandante Manning los privó del control de los ordenadores del puente. Hasta que consigan averiguar cómo, no podrán maniobrar y todo el sistema táctico estará bloqueado.
Los ojos de Bryan resplandecieron y Yu asintió.
—¿Ha preparado las pinazas?
—Sí, señor.
—Perfecto. —Yu se mordió el labio inferior durante un momento y luego bajó los hombros, como si estuviera soportando una gran carga—. Pero me temo que tendremos que abandonar a muchos, mayor.
—Sí, señor —afirmó Bryan con tristeza, luego se aclaró la garganta—. Señor, ¿qué cree que estos bastardos pretenden hacer con la nave?
—Temo hacer conjeturas, mayor —suspiró Yu—. En cualquier caso, no podremos evitarlo. Todo lo que podemos hacer a estas alturas es sacar a nuestra gente de aquí.
* * *
—¿Qué quiere decir con que no puede llegar a la dársena de botes? —vociferó el Espada Simonds, y el general de brigada dejó de chuparse los labios.
—Lo hemos intentado, señor, pero tienen a demasiados hombres allí. El coronel Nesbit opina que entre trescientos y cuatrocientos.
—¡Y una mierda! ¡Eso es una mierda! ¡No hay seiscientos a bordo y tenemos a dos terceras partes! ¡Dígale a Nesbit que entre de una puta vez! Ese imbécil de Hart le voló la tapa de los sesos a Manning, y yo no estoy dispuesto a que se me escape el capitán Yu…
El Espada concluyó la frase de manera amenazadora y el general de brigada tragó con dificultad.
* * *
—¿Cuántos? —preguntó Yu.
—Yo diría que unos ciento sesenta, señor —dijo Bryan con pesadumbre.
El rostro de Yu era inexpresivo, pero sus ojos reflejaban su dolor. Eso era menos del veintisiete por ciento de su tripulación havenita, pero no habían llegado nuevos en los últimos quince minutos, y los masadianos estaban trayendo lanzallamas, además de granadas y rifles. Se llevó la muñeca a la boca.
—¿Sam?
—¿Sí, señor?
—Moved el culo hasta aquí. Es hora de marcharnos.
* * *
—¿Que han qué?
—Han hecho despegar las pinazas, señor —repitió el desventurado oficial—. Y… y hubo una explosión en la dársena de botes justo después —añadió.
El Espada Simonds perjuró con violencia y logró evitar, de alguna forma, atacar físicamente a aquel hombre, luego se giró hacia el teniente Hart.
—¿Cuál es el estado de los ordenadores?
—To… todavía estamos intentando averiguar lo que está mal, señor. —Hart miró a Simonds con temor—. Parece algún tipo de bloqueo de seguridad y…
—¡Por supuesto que lo es! —bufó Simonds.
—Podremos desbloquearlo dentro de un rato —prometió Hart, con el rostro pálido—. Es solo cuestión de indagar en las jerarquías de control, a menos que…
—¿A menos que qué? —inquirió Simonds cuando el teniente calló.
—A menos que sea un bloqueo inherente al sistema, señor —aclaró Hart, casi en un susurro—. En ese caso, no conseguiremos rastrear los circuitos principales hasta que los encontremos, y sin el comandante Valentino…
—¡No me cuente paparruchas! —Le chilló Simonds—. ¡Si no hubiera sido un gatillo rápido a la hora de volarle los sesos a Manning, podríamos haberlo obligado a decirnos lo que había hecho!
—Pero, señor, ¡ni siquiera sabemos si fue él! Quiero decir que…
—¡Idiota! —El Espada abofeteó con el reverso de la mano al teniente, luego se giró hacia el general de brigada—. ¡Ponga a este hombre bajo arresto por traicionar a la fe!
* * *
El capitán Yu estaba sentado en la silla de vuelo del copiloto, observando cómo su preciosa nave desaparecía de la vista a popa, y el silencio amargo de la tripulación de la pinaza reflejaba su estado de ánimo. Al igual que él, los hombres se sentían profundamente aliviados por haber logrado sobrevivir, pero esta alegría se veía empañada por la vergüenza. Habían dejado a demasiados de los suyos atrás, y saber que no habían tenido otro remedio no les hacía sentirse mejor.
Una parte de sí mismo desearía no haberlo conseguido, porque su vergüenza era mucho más profunda que la de ellos. Aquella era su nave y los hombres que había a bordo eran sus hombres, y él les había fallado. Había fallado también a su gobierno, pero la República Popular no era el tipo de gobierno que engendra lealtades personales; ni siquiera la seguridad de que la Armada lo castigaría importaba al lado de su sensación de fracaso por haber tenido que abandonar a sus hombres. Y, sin embargo, sabía que no había tenido otra elección que salvar a tantos como le fuera posible.
Suspiró y tecleó para que se desplegara una visualización del sistema. En algún lugar, ahí fuera, había un escondite en el que sus hombres y él podrían ocultarse hasta que llegaran los escuadrones de batalla que había mandado llamar el embajador Lacy. Todo lo que tenía que hacer era encontrarlo.