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Honor se inclinó hacia atrás cuando la escotilla se abrió con un suspiro y un hombre con una apariencia extraordinariamente corriente y con el cabello castaño entró, escoltado por el mayor Ramírez, vestido con el uniforme escarlata y dorado de los comandantes masadianos.

Ramírez era seis centímetros más bajo que Honor, pero San Martin, el único planeta habitable de la Estrella de Trevor, era uno de los mundos con mayor gravedad en los que el hombre se había asentado. La presión del aire a nivel del mar era lo bastante elevada como para producir concentraciones casi tóxicas de dióxido de carbono y nitrógeno, y el mayor era un símbolo andante de la gravedad en la que se había criado. Tenía la misma constitución que la turbina de una susunga y un serio problema de actitud, y odiaba a la República Popular de Haven con una intensidad que ningún ciudadano manticoriano podría igualar. En aquel momento, su rostro inexpresivo reflejaba perfectamente cómo se sentía, y ella pudo percibir la batalla que se libraba en su interior entre sus emociones y una severa disciplina que mantenía esos sentimientos en jaque.

En cualquier caso, era el prisionero del mayor el que la interesaba. Parecía más sereno de lo que podía estar, y sintió un inesperado respeto hacia él cuando la miró con franqueza. Había hecho un trabajo magnífico, tenía la sospecha de que mejor del que ella hubiera hecho en sus difíciles circunstancias, y sin embargo percibía cierta tensión bajo aquella superficie aparentemente serena; se preguntó si tendría algo que ver con su petición de entrevistarse con ella.

El comandante se guardó la gorra bajo el brazo y la saludó formalmente.

—Comandante Thomas Theisman, Armada de los Fieles, señora —informó con rapidez y con un acento que nada tenía que ver con el masadiano.

—Por supuesto, comandante. —La ironía de Honor sé vio ensombrecida por su pronunciación arrastrada, y vio cómo los ojos de él se abrían como platos al fijarse en su rostro herido y medio muerto, y en el vendaje que cubría su ojo izquierdo. Pero, aunque esperó expectante, él se negó a responder a la ironía y ella se limitó a encogerse de hombros.

—¿Para qué quería verme, comandante?

—Señora, yo…

Theisman miró a Ramírez, luego a ella; su petición de privacidad fue tan elocuente como silenciosa. El mayor arrugó el gesto, pero Honor miró pensativa al havenita, mientras él cerraba la boca y le devolvía la mirada.

—Eso es todo por el momento, mayor —dijo por fin, y Ramírez se erizó durante un instante, luego la saludó y se retiró con evidente enojo—. ¿Y ahora, comandante? —lo invitó a hablar—. ¿Tiene algo que decirme sobre por qué la República Popular atacó a la Armada de Su Majestad?

—Capitana Harrington, yo estoy registrado como ciudadano masadiano —respondió Theisman—. Mi nave es… era una nave de la Armada Masadiana, el Principado.

—Su nave era el destructor Breslau, construido por los Astilleros Gunther para la República Popular de Haven —informó Honor sin aspavientos. Él abrió los ojos como platos y la comisura móvil de sus labios sonrió un instante—. Mi equipo de abordaje encontró la placa de su constructor, así como el registro supuestamente oficial de Masada, comandante Theisman. —Su sonrisa se desvaneció—. ¿Vamos a dejar ya de jugar?

Él se mantuvo en silencio durante un rato y luego respondió con una voz tan franca como la de ella.

—La Armada Masadiana compró mi nave, capitana Harrington. Mi personal es legalmente masadiano. —La miró casi de forma desafiante y ella asintió. Ese hombre sabía cuál era su deber, tanto como ella misma, y estaba claro que tenía órdenes de mantener su historia aunque esta fuera evidentemente falsa.

—Muy bien, comandante —suspiró—. Pero si su intención es mantenerse leal a lo que acaba de decir, ¿puedo saber por qué quería verme?

—Sí, señora —respondió Theisman, aunque por primera vez estaba claro que se sentía incómodo—. Yo… —Apretó los dientes y continuó en el mismo tono—. Capitana, ignoro qué intenciones tiene para con la base de Pájaro Negro, pero creo que debería saber que hay personal manticoriano ahí abajo.

—¡¿Cómo?! —Honor se medio puso en pie, antes de poder controlarse—. Si esto es algún tipo de… —le advirtió con tono amenazador, pero él la interrumpió.

—No, señora. El capitán Y… —Se aclaró la garganta—. Uno de mis superiores —continuó con cuidado— insistió en que recogiéramos a los supervivientes del NSM Madrigal. Así lo hicimos. Después los enviamos a Pájaro Negro para que los vigilaran… las autoridades locales apropiadas.

Honor volvió a hundirse en su silla y su dolorosa elección de palabras sonaba como una advertencia en lo más profundo de su mente. No le cabía la menor duda de que los masadianos se hubieran sentido felices de abandonar a los supervivientes del Madrigal a su suerte, de hecho, eso era lo que ella había asumido y en lo que trataba de no pensar. Ahora, de pronto, había averiguado que algunos continuaban con vida, pero algo en la manera en la que Theisman había dicho «las autoridades locales apropiadas» congelaba su repentino sentimiento de alegría. Se distanciaba del hacer de esas autoridades, por lo menos tanto como se lo permitía la mascarada que tenía montada. Pero ¿por qué?

Quiso preguntarle, pero la súplica en su mirada era incluso más intensa ahora, y ella optó por cambiar la pregunta.

—¿Por qué me está contando esto, comandante?

—Porque… —empezó Theisman tajante, luego calló y miró hacia otro lado—. Porque se merecen algo mejor que morir bombardeados por su propia gente, capitana.

—Entiendo. —Honor estudió su perfil y supo que había más, mucho más, que lo que acababa de decirle. Había empezado a responder con demasiada furia y su ira la asustó cuando la sumó al desagrado con el que había hablado acerca de las «autoridades locales».

—Y si dejamos la base por el momento, comandante, ¿cree qué pondremos sus vidas en peligro? —indagó con suavidad.

—Yo… —Theisman se mordió el labio—. Me temo que debo negarme a responder a esa pregunta, capitana Harrington —explicó con mucha formalidad y ella asintió.

—Entiendo —repitió. El rostro de Theisman enrojeció al darse cuenta de que su tono parecía indicar que sabía que había respondido a su pregunta, pero él se limitó a mirarla con obstinación. Aquel hombre tenía integridad además de talento, pensó ella, y deseó que no hubiera muchos más como él al servicio de Haven. ¿O era eso lo que realmente esperaba?

—Muy bien, comandante Theisman, entiendo a qué se refiere.

Apretó una tecla y miró más allá de Theisman cuando la escotilla se abrió para dejar paso nuevamente a Ramírez.

—Por favor, mayor, escolte al comandante Theisman a su camarote. —Honor sostuvo la mirada del mayor—. Quedará encargado de que se los trate a él y a su personal con la cortesía que merece su rango. —Los ojos de Ramírez chispearon pero asintió, y ella volvió la mirada hacia Theisman—. Gracias por la información, comandante.

—De nada, señora. —El comandante la saludó de manera oficial.

—Cuando haya escoltado al comandante a su camarote, mayor, regrese aquí directamente. Traiga a sus oficiales consigo.

* * *

La capitana Harrington y sus oficiales se pusieron en pie cuando el almirante Matthews entró por la escotilla, pero él gesticuló para impedírselo, avergonzado por su respeto después de lo que habían hecho. Asintió hacia el comandante Brentworth y advirtió que los oficiales marines de Harrington también estaban presentes.

—Gracias por venir, almirante —le agradeció Harrington— sé que debe de estar muy ocupado.

—No es nada de lo que el jefe de mi personal y mi capitán insignia no puedan encargarse —respondió Matthews, restándole importancia a su gratitud—. ¿Cómo de graves son los daños aquí, capitana?

—Podrían haber sido peores, pero son bastante importantes, señor —su voz de soprano, mal articulada, era sombría—. Los impulsores del Apolo están intactos, pero ha sufrido casi doscientas bajas entre muertos y heridos, su armamento de popa ha quedado reducido a un solo láser y la pantalla de estribor no podremos arreglarla con los recursos locales de que disponemos.

Matthews se encogió. Él tenía muchas más bajas y toda su Armada había quedado reducida a dos cruceros, uno de los cuales, el Gloria, estaba muy dañado, y once NLA. Pero parecía que las realmente importantes eran las naves manticorianas. Todos en aquella habitación lo creían así.

—El Intrépido salió mejor parado —continuó Harrington, después de un momento—. Hemos perdido nuestras lanzas gravitatorias de largo alcance, pero no hemos tenido muchas bajas y nuestro armamento principal, el radar y el control de fuego están esencialmente intactos. El Trovador ha perdido a otros veinte y solo le quedan dos tubos y el Láser Cinco. Además, ha perdido la mayor parte de sus comunicaciones de largo alcance, pero el conjunto de sensores está intacto. Me temo que el Apolo no podrá continuar, pero el Intrépido y el Trovador todavía serán eficaces en combate.

—Bien. Lamento mucho las pérdidas de la comandante Truman, pero me alivia saber el resto, capitana. Y estoy muy agradecido por lo que ustedes han hecho por nosotros. ¿Me hará el favor de decírselo a todos?

—Sí, señor. Se lo agradezco. Sé que sus pérdidas también fueron cuantiosas. Dígale a su gente, por favor, lo mucho que les admiramos por el trabajo que hicieron contra los masadianos.

—Así lo haré. —Matthews soltó una risilla cansada—. Y ahora que sabemos cuál es la situación, ¿por qué no me dice qué tiene en mente?

La oficial manticoriana le regaló una de sus extrañas sonrisas medio congeladas y trató de ocultar lo impactante que resultaba la expresividad de la mitad viva de su rostro en comparación con el lado dañado, de la misma manera que intentaba esconder el pensamiento instintivo de que sus heridas subrayaban por qué las mujeres no debían involucrarse en un combate. Sabía que esa idea era de miras estrechas, pero formaba parte de su bagaje cultural y dos días no bastaban para remediarlo.

—He estado discutiendo el problema de la base con mis oficiales —respondió—. Supongo que la situación continúa siendo la misma, ¿no es así?

—Supone acertadamente —afirmó Matthews con seriedad.

Los dos habían acordado que él era el único adecuado para exigir la rendición de Pájaro Negro, porque ver a una mujer en el otro extremo del enlace de comunicación podría alentar a los fanáticos a cometer un acto suicida. De todos modos, tampoco tendían mucho a la coherencia.

—Se niegan a rendirse, creo que porque piensan que nos pueden tener en jaque el tiempo suficiente para que regrese la otra nave havenita para rescatarlos.

—O, por lo menos, el tiempo suficiente para dejar Grayson a su merced —añadió Honor. Miró a Venizelos, luego otra vez a Matthews—. Ninguno de los prisioneros quiere o sabe decirnos de qué clase exactamente es la otra nave, almirante. Por otro lado, muchos de ellos parecen estar peligrosamente seguros de que, sea del tipo que sea, es mejor que todo lo que tenemos.

—Lo sé. —Matthews arrugó los labios por el disgusto que sentía al tener que hacer la siguiente sugerencia—: Me temo que no tenemos mucho donde elegir. Sé que necesitamos información, pero no disponemos del tiempo ni, por lo menos los graysonitas, de los medios necesarios para iniciar un ataque por tierra. Si no quieren rendirse, nuestras únicas opciones son dejar la base hasta que regresemos con un equipo de tierra adecuado o atacarla desde la órbita y esperar que algunos de los prisioneros decidan ser más comunicativos con el tiempo.

—Me temo que tendríamos un problema con eso —dijo Honor, con cuidado—. De hecho, ese es el motivo de que le pidiera que subiera a bordo, señor. De acuerdo con lo dicho por uno de los prisioneros, ahí abajo tienen rehenes supervivientes del Madrigal.

—¡¿Está hablando en serio?! —Matthews se enderezó en la silla e hizo un gesto rápido con la mano—. Claro que está hablando en serio. —Se mordió el labio—. Eso cambia las cosas, capitana Harrington. ¡Por supuesto que no podemos bombardear la base sin más!

—Gracias, señor —respondió Honor en voz baja—. Aprecio su interés.

—Capitana, el Madrigal salvó mi nave y se sacrificó de tal manera que impidió a los masadianos conquistar o bombardear mi planeta antes de que ustedes regresaran. Si algunos miembros de su tripulación quedan aún con vida allí abajo, Grayson hará cuanto pueda para sacarlos. —Calló y frunció el ceño—. Y, teniendo en cuenta lo intransigentes que son los masadianos, más vale que lo hagamos cuanto antes.

Honor asintió. El comandante Brentworth le había dicho que el almirante reaccionaría justo como lo había hecho, pero verlo por sí misma suponía un gran alivio.

—El problema es, señor, que allí abajo tienen a mucha más gente de la que nosotros tenemos aquí arriba.

—De eso no me cabe la menor duda —afirmó Matthews, mordiéndose el labio inferior—. A diferencia de las suyas, ninguna de nuestras naves cuenta con marines, pero sí llevamos con nosotros armas pequeñas.

—Sí, señor. Nosotros, sin embargo, y como usted mismo ha dicho, contamos con los marines, y he estado discutiendo con el mayor Ramírez cuál sería la mejor manera de emplearlos. Con su permiso, le pediré que comparta nuestras conclusiones con usted.

—Desde luego. —Matthews se giró para mirar al mayor manticoriano y Ramírez se aclaró la garganta.

—Básicamente, almirante, tengo a tres compañías a bordo del Intrépido. —El acento de Ramírez difería de la mayoría de acentos manticorianos que había oído; las consonantes líquidas eran inusualmente musicales para un hombre de tamaña envergadura—. El Apolo cuenta con otra compañía a bordo, aunque han sufrido unas veinte bajas durante el combate. Eso me deja con casi un batallón que, por suerte, contaría con buenas armaduras de batalla. Tenemos la sospecha de que la base masadiana es mucho más grande de lo que pensamos al principio y, además, creemos que cuentan con el apoyo de unos siete mil hombres. No sabemos, sin embargo, cuántos de ellos habrán recibido un entrenamiento y tendrán equipo de combate, pero el número total aproximado es bastante más elevado que nuestros quinientos soldados.

»No creo que una fuerza de tierra masadiana pudiera plantar cara a nuestra armadura de batalla, pero los repos pueden haberles suministrado armas modernas, y las tres cuartas partes de mi personal tendrán que conformarse con vestir trajes de vacío. En este tipo de entorno…

Se encogió de hombros y Matthews asintió.

»Carecemos, además, de planos detallados de la base —continuó Ramírez—. Lo mejor que hemos obtenido de un interrogatorio es una idea de cómo están dispuestas las entradas principales y la ubicación de los búnkeres. Pero la capitana me ha dicho que limitarnos a realizar operaciones metódicas no es una opción, que no podemos permitirnos el lujo de estar demasiado tiempo alejados de Grayson y, además, tenemos razones para pensar que nuestra gente estará en peligro si los dejamos en manos de los masadianos. Eso descarta la posibilidad de poner a prueba sus defensas para obtener información táctica.

»Teniendo todo eso en cuenta, el mejor plan que se me ha ocurrido es uno por el que mis instructores me hubieran relegado a civil solo por sugerirlo. El rastreo visual y de los radares ha identificado tres puntos de entrada principales, incluyendo los hangares de sus pequeñas naves. Mi intención es la de utilizar uno de esos puntos, de hecho, la zona de hangares, y utilizar la fuerza bruta para penetrar hasta el interior, luego abrirme paso a través de cualquiera que se nos ponga delante y continuar hasta que encontremos a nuestra gente, el control central o la planta nuclear. Encontrar a los prisioneros sería la mejor opción y eso nos permitiría salir de inmediato. Si fallamos en eso, la guarnición no tendrá más remedio que rendirse cuando controlemos sus sistemas de soporte vital o, si no, espero que tengamos la oportunidad de situarnos en una posición en la que podamos hacer volar sus reactores.

—Entiendo. —Matthews miró alternativamente a Ramírez y a Harrington—. ¿Cómo podemos ayudarlo, mayor?

—Me doy cuenta, almirante, de que su gente no está entrenada como los marines, y de que sus trajes de vacío son mucho más frágiles que los de los marines. —Los labios de Matthews vacilaron ante el tono diplomático de Ramírez—. Debido a esto, utilizarlos para apoyar a mis hombres sería un riesgo demasiado alto para su personal, pero cuenta con un gran número y me gustaría emplearlos como señuelo.

—¿Señuelo?

—Sí, señor. Lo que me gustaría hacer es utilizar sus pinazas y lanzaderas para montar un ataque grande, falso y ruidoso en los otros dos puntos de entrada principales. Nuestras pinazas están diseñadas para el ataque por tierra, entre otras cosas, y destinaremos dos de ellas a cubrirlos para conseguir que su «ataque» sea lo más convincente posible, de tal modo que los defensores se concentren en reunir toda su fuerza de combate contra ustedes. Nuestro ataque empezará quince minutos después de que ustedes den comienzo a sus operaciones de aterrizaje, para darles tiempo a desplegarse. Para cuando vuelvan a desplegarse contra nosotros, tendríamos que estar ya dentro de la base, donde el espacio cerrado hará que nuestras armaduras de batalla sean mucho más eficaces, y me permitirá desplegar a los que lleven trajes de vacío detrás.

—Entiendo. —Matthews se repasó los dientes con la lengua durante un momento, luego sonrió—. Algunos de mis hombres se van a sentir molestos, mayor. Nos desenvolvimos bastante bien contra los Fieles en otras operaciones de abordaje durante la última guerra, y la idea de que van a estar cubriéndoles las espaldas no les va a gustar demasiado. Pero creo que podremos hacerlo y, de todos modos, tiene razón con respecto a las diferencias en nuestras capacidades de combate. —Volvió a asentir, pero luego frunció el ceño—. Por otro lado, capitana Harrington, vamos a ir a contrarreloj. No solo tenemos que preocuparnos por el regreso del otro havenita, sino que, además, aquellos de los suyos que sean prisioneros ahí abajo carecen de trajes de vacío. Si el combate despresuriza el área, morirán. Y si a los masadianos se les ocurre utilizarlos contra ustedes…

Su expresión era sombría.

—Estoy de acuerdo, señor —respondió Honor en voz baja—. Pero sus cargueros han desplegado nuestros zánganos de reconocimiento y el Apolo y el Trovador todavía cuentan con sus sensores gravitatorios para recibir las transmisiones. Si regresan los otros repos, dispondremos del tiempo suficiente para interceptarlos con el Intrépido y el Trovador, especialmente porque supongo que lo lógico es que se dirijan primero a Pájaro Negro. En cuanto al riesgo que pueden suponer los supervivientes del Madrigal —la parte sana de su rostro se endureció—, bueno, me temo que la amenaza sería mayor para ellos si no entramos. La información que tenemos sobre el trato que pueden estar recibiendo es escasa pero inquietante. En estas circunstancias, cualquier riesgo razonable para sacarlos de allí tenemos que considerarlo aceptable. Y, a pesar de la desaprobación que siente el mayor Ramírez hacia su plan de batalla, confío mucho en él y en su equipo. —Se encontró con la mirada franca de Matthews—. Teniendo en cuenta la información de que disponemos, creó que esto es lo mejor que podemos hacer. Me gustaría que me diera su permiso para intentarlo.

—¿Mi permiso? —Matthews sonrió casi con tristeza—. Por supuesto que tiene mi permiso… y rezaré por su triunfo.