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—¿Patrón?

Thomas Theisman se despertó sobresaltado, y su oficial ejecutivo dio unos pasos hacia atrás con rapidez cuando él se sentó en la cama y meció las piernas sobre el borde de la camilla hasta apoyarlos en el suelo.

—¿Qué? —preguntó con voz ronca, frotándose los ojos plagados de legañas soñolientas—. ¿Es el capitán?

—No, señor —respondió el teniente Hillyard con tristeza—, pero estamos recogiendo un montón de huellas de impulsión que se dirigen hacia aquí.

—¿Hacia aquí? ¿A Uriel?

—En realidad hacia Pájaro Negro, Patrón —Hillyard se encontró con su mirada y su rostro se torció con una mueca de ansiedad.

—Oh, mierda. —Theisman se levantó y deseó no haber abandonado nunca la República Popular—. ¿Qué tipo de huellas son? ¿Las de Harrington?

—No, señor.

—¡No estoy de humor para bromas, Al!

—No estoy bromeando, Patrón, no la vemos por ninguna parte.

—¡Maldita sea, los graysonitas no se atreverían a venir solos a por nosotros! ¡Harrington tiene que estar ahí fuera!

—Si lo está, no la hemos visto todavía, señor.

—Joder. —Theisman se masajeó la cara, intentando que el riego sanguíneo le alcanzara al cerebro. El capitán Yu llevaba cuarenta horas de retraso, los informes lunares bastaban para ponerle del revés el estómago a cualquier hombre, y ahora esta mierda.

—Está bien. —Se enderezó, le crujieron los huesos de la columna y recogió su gorra—. Vayamos al puente y veamos qué está ocurriendo, Al.

—Sí, señor. —El oficial lo siguió desde el camarote—. Advertimos su presencia hace solo cinco minutos —continuó diciendo—. Hemos estado recogiendo unas lecturas extrañas desde el interior del sistema. Una especie de discretas pulsaciones gravitatorias. —Theisman lo miró y Hillyard se encogió de hombros—. No hemos logrado averiguar de qué se trataban, Patrón. Están diseminadas por todas partes y no parecen estar haciendo nada, pero al intentar descubrir qué eran, los sensores se concentraron en las señales equivocadas. Pueden haber estado reduciendo la velocidad durante al menos treinta minutos hasta que nos dimos cuenta de que estaban aproximándose.

—Hum. —Theisman se frotó la barbilla y Hillyard le miró el perfil.

—Patrón —empezó vacilante—, puede que me esté metiendo donde no me llaman, ¿pero sabe qué ha estado ocurriendo últimamente en el planeta?

—¡Se está metiendo donde no le llaman! —El teniente retrocedió y Theisman hizo una mueca—. Perdóname, Al. Y sí, lo sé, pero… —Golpeó con violencia la mampara que había junto a él, giró sobre sus talones y miró directamente a su segundo.

»Joder, no hay nada que yo pueda hacer, Al. Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos estos hijos de puta, pero no se te ocurra decir ni pío, ¡ni siquiera a los nuestros! —Le sostuvo la mirada con fiereza, hasta que Hillyard asintió repetidas veces, luego volvió a frotarse la cara.

»¡Jesús, odio este trabajo de mierda! El capitán nunca se imaginó esto, Al. Sé cómo se sentiría y le dejé clara mi posición a Franks al respecto. Pero no sé… no sé qué haría él en este caso. Además —sonrió sin alegría—, no contamos con la ayuda de los marines.

—Lo sé, señor —Hillyard bajó la mirada al suelo y volvió a hablar—. Todo esto me hace sentir tan… sucio.

—A los dos, Al. A los dos. —Theisman suspiró. Volvió a caminar por el pasillo y Hillyard tuvo que trotar tras él—. Cuando vuelva a casa, si es que vuelvo —murmuró con furia—, me voy a dedicar a buscar al idiota que pensó que esto sería una buena idea. Me importa un bledo quién sea el bastardo, pasará a ser mierda de perro en cuanto lo encuentre. Yo no me alisté para recibir a cambio esta basura. ¡Y el rango no ayudará al muy hijo de puta en una callejuela oscura! —Calló y miró a Hillyard de reojo—. Usted no ha oído nada, teniente —le advirtió con firmeza.

—Desde luego que no, señor. —Hillyard se adelantó unos pocos pasos y miró a su comandante—. ¿Aceptará mi ayuda en esa callejuela, patrón?

* * *

Echaba de menos a Nimitz. El respaldo de su silla de mando parecía vacío e incompleto sin él, pero el ramafelino estaba protegido en su módulo de soporte vital. Tampoco él se había sentido feliz por la separación, pero ya había estado en una situación parecida con anterioridad, y no había demostrado ninguna objeción cuando ella lo había encerrado en el interior. Ahora intentó dejar a un lado la sensación de soledad y se concentró en el plan.

Una cuña sólida de NLA se abría paso por delante de su nave y las esquinas de la misma estaban protegidas por las tres naves estelares graysonitas supervivientes, mientras que el Trovador y el Apolo estaban pegados a babor y a estribor de la nave. No era uña formación muy ortodoxa, especialmente porque los mejores sensores estaban situados detrás de las unidades graysonitas menos capaces, pero cumplía con su propósito. Escuchó un sonido suave y miró al comandante Brentworth, que jugaba con su casco junto a su silla. Su voluminoso atuendo de vacío lo diferenciaba enormemente de los trajes que vestía el resto de la tripulación que había en el puente y, a diferencia de los demás, él no tenía nada que hacer salvo quedarse de pie y preocuparse.

Percibió que lo miraba y bajó los ojos, y ella sonrió con el costado sano de su cara.

—¿Se siente fuera de sitio, Mark? —le preguntó en voz baja y él asintió sumiso—. No se preocupe, nos sentimos agradecidos de que esté a bordo.

—Gracias, señora. Simplemente me siento un poco inútil y sin nada que hacer. —Hizo un gesto con la cabeza hacia su programa—. De hecho, creo que toda la Flota se siente así en estos momentos.

—¡Eso no lo podemos permitir, comandante! —exclamó una voz animada, y el ojo sano de Honor parpadeó al ver aparecer a Venizelos en el otro lado de la silla—. Déjeme que le diga una cosa —continuó el oficial—, nosotros nos ocuparemos de los repos y ustedes de todos los masadianos, ¿qué le parece el trato?

—Me parece justo, comandante —sonrió Brentworth.

—Perfecto. —Venizelos bajó la mirada a su capitana—. Steve cree que tardaremos otra hora y cincuenta y ocho minutos, patrona. ¿Cree que saben que estamos aquí?

* * *

—Han reducido a dos-seis-cero-cinco-cuatro km/s, señor —informó uno de los oficiales a Theisman, cuando el capitán del Principado entró en el puente—. La distancia es de nueve-dos-punto-dos millones de kilómetros. Deberían llegar hasta nosotros en otros uno-uno-ocho minutos.

Theisman caminó hasta la pantalla táctica principal y la miró con atención. Un triángulo agrupado de huellas de impulsión se dirigía hacia él a través del monitor, decelerando al máximo de trescientas setenta y cinco gravedades de las NLA graysonitas. Tres señales más luminosas y potentes refulgían en las esquinas, pero no eran Harrington. El Principado podía confiar en la precisión de sus lecturas, y eso debía de ser lo que quedaba de los graysonitas.

—¿Hay alguien que pueda ver a través de esa pared?

—No, señor, aparte del Virtud, todos están aquí.

—Hum. —Theisman se rascó una ceja y se maldijo por no haber intentado convencer a Franks de enviar alguno de los destructores masadianos a Endicott tan pronto como Harrington regresó. El almirante se había negado porque el Trueno de Dios llevaba ya dos horas de retraso y estaba seguro de que regresaría en cualquier momento, y todo lo que Theisman había conseguido era que enviaran al Virtud hacia la ruta de traslación del Trueno para advertir al capitán en el instante en que estuviera de vuelta.

Dejó ese pensamiento a un lado y se concentró en la pantalla. Parecía que Grayson había iniciado esta expedición sin Harrington, pero eso requería mucho valor, sin mencionar la idiotez, si sabían en lo que se estaban metiendo. ¿Pero lo sabían? Evidentemente debían saber algo o no se habrían molestado en ir hasta allí. Theisman ignoraba cómo se habían enterado de la presencia masadiana en Pájaro Negro, pero le parecía poco probable que Harrington hubiera recuperado algún informe útil de los restos de las NLA de Danville. Por suerte para ellas, ninguna otra nave había estado cerca para ayudar a Danville, pero el destructor Poder había estado lo bastante próximo para obtener algunas lecturas de gravedad a larga distancia, y Harrington ni siquiera se había molestado en decelerar. Eso sugería que no habían quedado pedazos lo bastante grandes como para buscar algo entre ellos, lo que precisamente hubiera esperado que ocurriese.

Pero si Harrington no había averiguado nada acerca de Pájaro Negro de esa manera, estaba claro que alguien había metido la pata en Grayson. El inicio de la construcción de la base ocurrió antes de que Haven y Masada se convirtieran en aliados, y estos últimos fueron muy cautelosos durante esa etapa. No obstante, tuvieron que reclutar a personas dentro de la población local para que les ayudaran a construirla, así que uno de ellos debía de haberse ido de la lengua.

Y si ese era el caso, quizá los graysonitas todavía no sabían quién les esperaba allí. O, se corrigió con amargura, quién debería estar esperándolos allí si el capitán no llevara tanto retraso. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡La rueda del destino empezaba a girar y él no tenía forma de averiguar qué quería el capitán que hiciera!

Respiró profundamente. Tendría que ponerse en el peor de los casos. Los graysonitas habían descubierto todo lo que ocurría en Pájaro Negro y la existencia del Principado y el Trueno de Dios, y habían informado a Harrington. ¿Qué haría si fuera ella?

Bueno, desde luego no vendría a por ellos…, ¡por lo menos no si supiera algo acerca del Trueno! Probablemente lo que él haría en su lugar sería enviar a uno de los destructores en busca de ayuda, mantener a los cruceros en el sistema interior para cubrir Grayson y desear con todas sus fuerzas que la caballería llegara a tiempo.

Pero, por otro lado, Harrington era buena en lo que hacía. La Armada Popular la había estado estudiando cuidadosamente desde lo ocurrido en Basilisco y era posible que se figurara que podría deshacerse del Trueno si, entre tanto, los graysonitas mantenían alejados a los masadianos. Theisman no lograba imaginar cómo lo haría, pero no estaba preparado para admitir categóricamente que no podría hacerlo. Solo que, si ese era el caso, ¿dónde estaba?

Volvió a mirar a la formación graysonita. Si estaba allí fuera, debía estar detrás del triángulo, siguiéndolo lo bastante cerca como para que la masa de los impulsores la protegiera de los sensores de gravedad.

Pero el informe invitaba a pensar que ella era lo bastante sutil como para enviar a los graysonitas agrupados así y hacerle creer justo lo que estaba pensando, mientras que ella podía estar en otro lugar… Como, por ejemplo, esperando a que las naves havenitas abandonaran a sus aliados masadianos y salieran huyendo. Sus ojos saltaron hacia una visualización directa de la hinchada esfera que era Uriel. El planeta era tan grande que creaba un hiperlímite de casi cinco minutos luz; la mitad de profundo que las M9. Eso significaba que el Principado tendría que acelerar al máximo durante noventa y siete minutos antes de poder iniciar la traslación y salir de allí a toda prisa, y Harrington podría tener sus naves volando hacia allí en un rumbo balístico para tratar de detener a cualquiera que quisiera huir. Con los motores apagados, nunca la vería venir hasta que estuviera dentro del alcance del radar, pero ella la vería en el mismo instante en que apagara los impulsores. Eso le daría tiempo para ajustar el vector. Posiblemente no el suficiente como para que se enfrentaran en un clásico duelo de flancos, pero sí lo bastante para que los dos cruceros redujeran el destructor a cenizas.

Siempre y cuando no supiera de la existencia del Trueno y esperar a que ellos huyeran.

Volvió a maldecir y comprobó el tiempo estimado de llegada de los graysonitas. Ciento siete minutos. Si iba a huir, más le valdría hacerlo pronto. Y si tuviera opción, echar a correr sería exactamente lo que haría. Thomas Theisman no era un cobarde, pero sabía lo que ocurriría si Harrington atacaba a su fuerza con la ausencia del Trueno y, a largo plazo, si había pedido ayuda, llegaría mucho antes que cualquier refuerzo havenita. Además, ¡la idea era conseguir lo que los masadianos querían sin entrar en guerra con Mantícora! Todos sabían que eso llegaría, pero este no era ni el momento ni el lugar para que empezara.

Pero claro, las guerras solían empezar en un instante que no solía coincidir con el tiempo o el emplazamiento idóneos. Cuadró los hombros y se apartó de la visualización.

—Consígueme un enlace con el almirante Franks, Al.

* * *

—¡No sea ridículo, comandante! —bufó el almirante Ernst Franks.

—Almirante, le estoy diciendo que Harrington y sus naves están detrás de esa gente.

—Incluso aunque tenga razón, y no estoy muy seguro de que sea así, las armas que tenemos en Pájaro Negro harán algo más que equilibrar las desventajas. Aniquilaremos a sus aliados y luego nos aproximaremos a ella para destruirla también.

—Almirante —Theisman procuró mantener su mal humor bajo control—, no estarían aquí si tuvieran una idea aproximada de a lo que se enfrentan. Eso significa…

—Eso no significa nada, comandante. —Franks achinó los ojos. Había oído rumores de la opinión que ese infiel tenía acerca de su enfrentamiento con el Madrigal—. Su gente nos suministró los misiles. Sabe cuál es el alcance efectivo de los mismos y que nada de lo que tienen los Renegados podría pararlos.

—Señor, no vamos a enfrentarnos contra las defensas graysonitas —explicó Theisman, casi a la desesperada— y si cree que la defensa puntual del Madrigal era peligrosa, ¡no querrá ni siquiera imaginarse lo que los cruceros de la clase Caballero Estelar podrían hacernos!

—¡No me creo que esté allí! —Espetó Franks—. ¡A diferencia de usted, sé exactamente qué informes podrían haber caído en manos renegadas y no estoy dispuesto a huir de los fantasmas! Esto no es más que un sondeo para examinar poco más que las historias absurdas que alguien oyó decir a otro que, a su vez, se lo había escuchado a un tercero, y no se atreverían a apartar las naves de esa puta infiel de Grayson para perseguir unos rumores, no cuando no tienen manera de saber que el Trueno no atacará el planeta durante su ausencia.

—¿Y si está equivocado, señor? —le preguntó Theisman con frialdad.

—No lo estoy, pero incluso aunque así fuera, ella estaría viniendo hacia nosotros en igualdad de condiciones. Quitaremos de en medio a los Renegados y la abatiremos con nuestro fuego a corta distancia, al igual que hicimos con el Madrigal.

Theisman apretó los dientes para evitar lanzar una maldición. Si Harrington estaba ahí fuera, aquello era un suicidio. Franks ya había recibido una ingente cantidad de golpes en su enfrentamiento con el destructor, ¿qué se creía que los cruceros podrían hacer con él?

Pero no tenía sentido discutir. Franks había oído demasiadas críticas hacia sus tácticas previas e insistía con demasiada vehemencia en que solo el superior alcance de los misiles del Madrigal y la forma en la que habían reducido su fuerza antes de que siquiera pudiera disparar, era lo que había causado tantas bajas. En esta ocasión tenía la ventaja espacial desde la base de Pájaro Negro, y estaba decidido a demostrar que había tenido razón también la primera vez.

—¿Cuáles son entonces sus órdenes, señor? —inquirió Theisman con voz cortante.

—El grupo de operaciones se formará detrás de Pájaro Negro, como teníamos pensado. Los lanzamisiles de la base dispararan a los Renegados cuando estén a tiro. Si cualquiera de los Renegados o los manticorianos sobrevive, tendremos entonces la posibilidad de enfrentarnos a ellos a la misma velocidad y a menos distancia.

—Entiendo. —Si se tenía en cuenta la potencia de ambos bandos, ese era quizá el plan de batalla más absurdo que había oído en toda su vida pero, aparte de echar a correr él solo, no le quedaba otra opción que cumplir las órdenes. Y, por el tono de Franks, tenía la sospecha de que los masadianos tenían sus armas de energía apuntadas hacia el Principado. Si llegaban a creer que huía, ellos mismos se encargarían de hacerla pedazos—. Muy bien, señor.

Cortó la comunicación sin añadir nada más y maldijo durante dos minutos seguidos.

* * *

—Bajando a cuarenta minutos, señora —informó Stephen DuMorne—. La distancia aproximada es de diez-punto-seis millones de kilómetros.

—Radio, pida al almirante Matthews que abra la pared. Echemos un vistazo —pidió Honor. Si los repos le habían dado a los masadianos lo que temía, Matthews y ella lo descubrirían en aproximadamente ciento cuarenta segundos.

* * *

—¡Joder, cómo lo sabía! —exclamó el comandante Theisman.

Sus sensores estaban cegados en esa posición, pero los sistemas de la base alimentaban ahora las pantallas del Principado. La pared agrupada de las NLA se acababa de abrir, descubriendo tras ella las huellas más fuertes y grandes. Era Harrington… ¡Y era tan buena como había dicho la OIN, maldita sea! Mientras miraba, sus naves pasaron deslizándose y adelantando a las naves graysonitas, desplegándose en una formación clásica de antimisiles y lanzando señuelos, al tiempo que los graysonitas se desvanecían detrás.

* * *

El almirante Matthews miró la visualización y esperó. El Covington contaba solo con cinco tubos de misiles, pero habían arreglado sus armas de energía y generadores de pantalla en un tiempo récord. A pesar de todo, sabía lo vulnerable que sería la nave ante el ataque que la capitana Harrington esperaba conseguir de forma deliberada. Se había quedado horrorizado la primera vez que ella le había informado de la autonomía que los impulsores más potentes y grandes de Haven brindaban a los misiles de tierra, pero ella parecía estar segura de lo que hacía.

Ahora era el momento de ver si esa seguridad estaba justificada. Si esos misiles tenían la autonomía que ella había supuesto, acelerarían a la increíble velocidad de 117 000 km/s2 y recorrerían otros ocho millones de kilómetros antes de apagarse. Teniendo en cuenta la velocidad a la que se acercaban sus naves, eso equivalía a que el alcance efectivo de tiro era de más de nueve millones de kilómetros, y eso significaba también que la base debía disparar… ahora.

—¡Lanzamiento de misiles! —informó con rapidez Rafael Cardones—. Los pájaros se aproximan en ocho-tres-tres km/s2. ¡Atentos, impacto en uno-tres-cinco segundos!

—Active la defensa puntual Plan de Capacidad.

—Sí, señora. Activando Plan de Capacidad.

* * *

El comandante Theisman logró dejar de maldecir y levantó la mirada de su pantalla para mirar con furia al teniente Trotter, al mismo tiempo que los primeros contramisiles manticorianos se apagaban. No era culpa de Trotter, pero él era uno de los pocos oficiales masadianos a bordo del Principado. De hecho, el pobre era de los normales y parecía haberse vuelto incluso más corriente mediante un proceso de contaminación espiritual a bordo de la nave de Theisman. Por desgracia para él, era masadiano y estaba al alcance.

Trotter intuyó la mirada del capitán y su rostro enrojeció con una mezcla curiosa de humillación, disculpa y resentimiento. Abrió la boca y la cerró, y Theisman se obligó a dejar de mirarlo. Se medio disculpó con el masadiano encogiéndose de hombros y volvió la vista hacia su pantalla.

* * *

Había treinta misiles en la salva, más de los que Honor había esperado, y eran grandes, precisos y peligrosos. Cada uno de ellos pesaba ciento sesenta toneladas, más del doble que los suyos, y cargaban ese peso adicional en los impulsores más potentes, junto con unos buscadores y sistemas de penetración mejores de los que ninguna nave manticoriana podría igualar.

Pero había intuido lo que se acercaba y Rafe Cardones y el capitán de corbeta Anderson, el oficial táctico del Apolo, ya tenían dispuesto el escuadrón en el clásico plan de defensa de tres partes. Los contramisiles del Intrépido interceptarían a los de largo alcance y el Apolo y el Trovador se encargarían de los que se filtraran. Los que superasen las dos barreras antimisiles, tendrían que enfrentarse al fuego de los racimos de láseres de las tres naves que estaban bajo el control del Intrépido.

Honor tecleó unas anotaciones en su pantalla táctica para rastrear el rumbo y el vector de los disparos enemigos desde Pájaro Negro, con la intención de precisar dónde se encontraban los lanzamisiles.

—¿Disparamos a los lanzamisiles, capitana? —preguntó Cardones con impaciencia cuando los señuelos empezaron a volar.

—Todavía no, Señor Cardones.

Si podía, Honor quería la base intacta, porque todavía no tenía una identificación positiva de a qué naves modernas estaba a punto de enfrentarse. Puede que lo averiguase de la manera más terrible dentro de poco; pero, si no era así, en algún lugar de esa base tenían que estar los informes o las personas que podrían decírselo.

Hubo un segundo lanzamiento de misiles. Transportaba el mismo número de pájaros y asintió al comprobar el tiempo. Treinta y cuatro segundos. La OIN había estimado que tendrían preparadas tres recámaras y un ciclo de disparo de entre treinta y cuarenta segundos para los sistemas de tierra más nuevos de los repos, así que los tiempos de lanzamiento parecían indicar que solo dispondrían de treinta tubos. Ahora la cuestión era averiguar cuántos misiles había realmente en cada uno de ellos.

Comprobó los datos de la primera salva. Sus CME eran mejores de lo que la OIN había predicho. Quince pájaros habían logrado abrirse camino a través de la zona de intercepción exterior que había dispuesto Cardones, pero sus ordenadores ya estaban actualizando las soluciones y transmitiéndoselas al Apolo y al Trovador. Los potentes impulsores de los misiles enemigos les otorgaban una velocidad increíble, se movían ya un cincuenta por ciento más rápido de lo que el Intrépido podría haber conseguido estando parado, pero la velocidad no bastaba y la distancia ayudaba a los contramisiles a interceptarlos.

La pantalla pitó cuando se lanzó la tercera salva y ella se mordió la zona interior del labio, con demasiada fuerza en el costado inerte; saboreó la sangre antes de poder moderar la presión de sus dientes. Eso sumaba noventa misiles, y ya era mucho más de lo que creía que Haven les habría dado a esos fanáticos masadianos. Si había una cuarta salva, tendría que olvidarse de mantener la base intacta y limitarse a hacerla estallar.

Cuatro misiles de la primera salva se abrieron camino a través de la zona intermedia de intercepción y las luces parpadearon en las pantallas tácticas del Intrépido. Los ordenadores trabajaban a toda prisa, configurando respuestas y soluciones para sus misiles contra la tercera salva, a la vez que dirigían los del Apolo y el Trovador contra la segunda y organizaban los láseres de las tres naves para destruir los furtivos de la primera. Y Honor se sintió tremendamente orgullosa de su escuadrón cuando el último misil de la primera oleada estalló en pedazos a treinta mil kilómetros de distancia del Intrépido.

* * *

El almirante Wesley Matthews tenía el corazón desbocado desde el momento en el que vio la impenetrable densidad y al velocidad de las ráfagas hostiles, y recordó lo que otros misiles más lentos y pequeños habían hecho con la Armada Graysonita. ¡Pero esta no era una emboscada y las naves de Harrington habían sido construidas por hechiceros, no técnicos! Se deslizaban con una eficacia letal y una belleza precisa que destruía los misiles atacantes en grupos de tres, de cuatro y hasta de cinco.

La tripulación del puente se olvidó de su profesionalidad y empezó a alentar y a silbar como unos espectadores en algún tipo de encuentro deportivo, y Matthews quería unirse a ellos, pero no lo hizo. No era su profesionalidad lo que lo cohibía. No era tampoco la dignidad, ni el ejemplo que se suponía que debía dar. Era el temor a que en algún lugar, detrás de esos misiles, había al menos otra nave que podía igualar lo que Harrington estaba haciendo.

* * *

—Ahí van los últimos, patrón —anunció Hillyard con amargura, y Theisman gruñó. «Vaya desperdicio», pensó malhumorado. Sabía que, a pesar de lo buena que estaba resultando ser la defensa puntual de Harrington, sus sistemas debían estar saturados de tanto trabajo. Si Franks hubiera querido retrasar las salvas continuadas hasta que la distancia fuera menor, ella hubiera tenido menos tiempo de respuesta… ¡Pero no! Intentaba deshacerse de ella aplastándola con el número, cuando cualquier idiota se hubiera dado cuenta de que el tiempo era más importante.

Miró su pantalla. Harrington estaba todavía a treinta y cinco minutos de distancia. Todavía tenía tiempo de realizar un pequeño ajuste en su posición… siempre y cuando Franks no creyera que estaba huyendo y lo atacara.

No marcaría una gran diferencia, pero la profesionalidad que había en su interior se rebelaba contra el hecho de perecer sin haber conseguido nada. Sus dedos volaron cuando trazó un vector de prueba sobre su pantalla y asintió para sí.

—¡Astronavegación, descargue de mi pantalla!

—Sí, señor. Descargando ahora.

—Prepárese para ejecutarlo a mi orden —informó Theisman y luego se giró hacia el teniente Trotter—. Radio, informe al insignia de que ajustaré mi posición para maximizar la eficacia de mis disparos en… —miró su crono— catorce-punto-seis minutos desde ahora.

—Sí, señor —respondió Trotter, y en esta ocasión Theisman le sonrió, porque no había más curiosidad en la voz de su oficial de comunicaciones que en la de su astronavegador.

* * *

La segunda salva de Pájaro Negro fue menos eficaz que la primera y Honor se relajó un poco cuando vio que no lanzaban una cuarta. O bien se habían quedado sin existencias o trataban de jugársela, y la rapidez con la que habían lanzado las primeras tres salvas le hacía dudar de que fuera la última opción. Miró a Venizelos.

—Creo que, después de todo, no nos veremos obligados a volar la base, Andy —le dijo, cuando lanzaron la última oleada de misiles—. Eso está bien porque tengo la esperanza de que…

Una luz carmesí destelló y Honor giró la cabeza con rapidez al escuchar la estridencia del sonido de la alarma.

—¡La Defensa Puntual Tres rechaza la solución principal! —Las manos de Cardones volaron por encima de su consola—. No obedece a la respuesta negativa.

Honor cerró los puños cuando tres misiles penetraron por un hueco que no debería haber estado allí.

—¡Baker Dos! —espetó Cardones, todavía peleándose contra las alarmas de mal funcionamiento.

—¡Sí, señor! —La voz contralto de la alférez Wolcott era tensa, pero sus manos se movían tan veloces como las de él—. ¡Lanzado Baker Dos!

Uno de los misiles desapareció cuando el Apolo obedeció las órdenes de Wolcott y lo hizo estallar, pero todavía se acercaban otros dos. Los ordenadores del Intrépido los contaban entre los destruidos antes de que la Defensa Puntual Tres sufriera un cortocircuito; ahora trabajaban frenéticos para volver a priorizar sus secuencias de fuego y Honor se abrazó sintiéndose inútil. Iban a estallar demasiado cerca. Si no conseguían pararlos al menos a veinticinco mil kilómetros de distancia…

Otro misil desapareció a veintisiete mil kilómetros. El señuelo de babor atrajo al último, por supuesto, pero lo detonó seis centésimas de segundo después, a no mucha distancia de babor, y el NSM Intrépido se sacudió con agonía.

La pantalla de babor recibió el impacto de una docena de láseres, repeliendo la mayoría y protegiendo el casco, pero dos arremetieron contra el escudo de radiación que estaba en el interior de la cuña. El compuesto cerámico y la composición de su casco de acero blindado resistieron, absorbiendo y desviando una energía que hubiera hecho pedazos el casco de titanio de una nave graysonita, pero nada podía pararlos por completo y las alarmas de daños aullaron.

—¡Impacto directo en el Láser Dos y en el Misil Cuatro! —Honor pegó un puñetazo al brazo de su silla—. ¡La Recámara Tres está abierta al espacio! ¡La Defensa Puntual Dos ha quedado fuera del bucle, patrona! Control de Daños está con ello, pero tenemos grandes pérdidas en el Láser Dos.

—Entendido. —Honor respondió con frialdad, aunque mientras lo hacía, se dio cuenta de que habían tenido suerte. Mucha suerte. Lo que no haría sentir mejor a las familias de los fallecidos.

—La Defensa Puntual Tres vuelve a estar en línea, capitana —informó la alférez Wolcott con voz tímida y Honor asintió tajante.

—Comuníqueme con el almirante Matthews, Radio —pidió, y el graysonita apareció en el intercomunicador de su silla de mando.

—¿Cómo de graves son los daños, capitana? —preguntó tenso.

—Podría haber sido peor, señor. Estamos trabajando en ello.

Matthews empezó a decir algo más, luego calló al ver la expresión en el lado móvil de su cara. Asintió, en lugar de hablar.

—Llegaremos a Pájaro Negro en… —Honor miró a su pantalla— veintisiete minutos. ¿Puedo sugerir que volvamos a adoptar la formación de ataque?

—Desde luego, capitana. —Su expresión era sobria, pero sus ojos destellaron.

* * *

Theisman lanzó un gruñido de alivio cuando el Principado empezó a moverse y ninguno de sus «amigos» lo atacó. Su nave no era la apropiada para realizar ataques a una distancia tan corta, porque su pesado armamento, compuesto sobré todo por misiles, dejaba poco espacio para las armas de energía y, a esa distancia eso era una clara desventaja. Pero por fin Harrington había cometido un error: mantenía a toda su fuerza agrupada mientras giraba alrededor de Pájaro Negro en busca del enemigo que sabía que se ocultaba detrás… Justo como él había esperado.

No podía saber con exactitud contra qué se enfrentaría, así qué no estaba dispuesta a arriesgarse a que ninguna de sus unidades quedara separada de las demás y tuviera que enfrentarse sola ante algo grande y moderno. Era un movimiento astuto, puesto que cualquiera que quisiera atacarla tendría que enfrentarse con el resto de sus fuerzas y correr el riesgo de ser abatido. Pero, desde luego, Franks no tenía la menor posibilidad de derrotarla; eso significaba que, de todos modos, el Principado no sobreviviría, y las opciones eran muy diferentes para un kamikaze.

El destructor havenita aceleró, girando alrededor de Pájaro Negro por la misma dirección que sus enemigos.

* * *

—¡Disparen a discreción! —ordenó Honor cuando las huellas de impulsores enemigos aparecieron en la pantalla. No había tiempo para maniobras cuidadosas y planeadas con antelación. Tendrían que atacar a una distancia mínima, y el que lo hiciera primero sería el que sobreviviría.

Los números eran casi equivalentes y las NLA graysonitas eran mucho mayores y más poderosas que las de sus oponentes. En cualquier caso, Masada no contaba con nada que se aproximara ni remotamente a las naves de Honor. Pero los sensores de la base de Pájaro Negro brindaban al enemigo datos de los objetivos incluso antes de que estos los hubieran visto, y recibieron los primeros disparos antes de que el Intrépido pudiera localizarlos. El crucero se sacudió cuando un láser a bordo de otra nave penetró la pantalla de estribor a quemarropa y el impacto directo destruyó el Láser Nueve. Una NLA graysonita saltó en pedazos a su popa y el Apolo recibió dos disparos sucesivos, pero el fuego iba también contra los masadianos. Dos de sus NLA se encontraron justo en el camino del Covington y la nave insignia de Matthews los destruyó, mientras que ella solo recibió un impacto. El destructor Dominio apuntó toda su batería sobre el Saúl, reduciendo la nave graysonita a una pura ruina, pero el Trovador, que estaba en el flanco del Saúl, disparó a la nave masadiana y la atravesó como si fuera papel. El Dominio se desvaneció envuelto en una gran bola de fuego y una pareja de NLA graysonitas persiguieron a su gemelo Poder en un enfrentamiento salvaje.

* * *

Ernst Franks maldijo terriblemente mientras el enemigo rompía su formación y se abría camino a través de ella. Los láseres del Salomón se deshicieron de una NLA graysonita, luego de otra, pero los movimientos eran demasiado rápidos y caóticos para que sus ordenadores pudieran mantenerse al día con los acontecimientos. Volvió a disparar a un objetivo que ya estaba muerto, justo en el momento en el que el Poder saltaba por los aires, y entonces su sexto sentido lo invitó a mirar la pantalla principal cuando el NSM Intrépido se cruzó rápidamente por la proa de la nave insignia.

Los masificados haces de láser penetraron directamente por la garganta abierta de la cuña de impulsión del Salomón y el último crucero masadiano se desvaneció en un resplandor que hería los ojos, cuando las botellas de fusión estallaron.

* * *

Honor miró su pantalla, su ojo sano le dolía a causa de la concentración. Las naves masadianas estaban cayendo con más velocidad de la que esperaba, ¿pero dónde estaban los havenitas? ¿Acaso habían venido hasta aquí para no encontrarse con ellos?

Torció el gesto cuando vio estallar otra NLA graysonita, pero solo quedaban un puñado de NLA masadianas, sin ninguna nave estelar que las apoyara, y las unidades de Matthews estaban acabando con ellas con una precisión metódica.

—¡Timonel, rumbo dos-siete-cero!

—Sí, señora. Rumbo dos-siete-cero.

El NSM Intrépido describió una curva y se alejó de Pájaro Negro, despejando los sensores para que buscaran a un enemigo que Honor sabía que tenía que estar en alguna parte.

* * *

—Esperen —susurró el comandante Theisman, al tiempo que su nave giraba como un rayo en torno a la escarpada luna con una velocidad cada vez mayor. Los sensores de la base todavía alimentaban su pantalla y apretó los dientes.

—Esperen… ¡Ahora!

* * *

—¡Patrona! ¡A popa…!

El grito del capitán de corbeta Anderson devolvió a toda prisa la mirada de la comandante Alice Truman a su pantalla y su rostro palideció por el horror.

—¡Todo a babor! —ladró y el Apolo se desvió bruscamente, obedeciendo sus órdenes.

Fue demasiado tarde. El destructor que estaba detrás de su nave lo tenía todo perfectamente planeado y el lateral resplandeció justo detrás de la cuña abierta de los impulsores del Apolo. Láseres de rayos X abrieron en canal la popa como si se trataran de grandes garras, y las alarmas de daños aullaron como almas malditas.

—¡Dé la vuelta! —Gritó Truman—. ¡Timonel, dé la vuelta!

Una segunda ráfaga se dirigía ya hacia la nave y una parte de su mente se preguntó por qué el repo estaba utilizando los misiles a distancia de los láseres, pero no tenía tiempo para pensar más en ello. El crucero giró con violencia, interponiendo la pantalla lateral, y dos de los misiles que se acercaban a la nave se estrellaron contra la protección y perecieron antes de que sus fusibles de proximidad pudieran activarse. Cuatro más detonaron a poca distancia, penetrando la pantalla e impactando en las capas de acero que ya estaban destrozadas. Un séptimo la atravesó sin problemas e impactó en el costado de estribor. El humo, los gritos y el trueno inundaron el puente del Apolo, y Truman se quedó pálida cuando la pantalla de estribor cayó y el havenita se aproximó para rematar la jugada.

* * *

Theisman bufó triunfante, aunque bajo ese regocijo por la victoria estaba la amargura de saber que su triunfo sería breve. Podría destruir al crucero con otra salva, porque ya lo había lisiado. El capitán se encargaría de acabar con ella; su tarea era dañar a tantos manticorianos como le fuera posible antes de que regresara el Trueno.

—¡A por el destructor! —ladró.

—¡Sí, señor!

El Principado giró sobre estribor, enfrentando su costado armado contra el Trovador, pero el destructor manticoriano se dio cuenta de que se acercaba y el patrón sabía lo que pretendía. Todo el cuerpo de Theisman se tensó cuando el manticoriano disparó una ráfaga de láser tres veces más intensa que la suya, luego se dio la vuelta para que la tripa de la cuña interceptara los misiles que se aproximaban. El Principado se sacudió agónico y el ordenador vaciló. Dos de sus pájaros ascendieron, intentando penetrar por la pantalla superior del Trovador, pero la defensa puntual se deshizo de ellos y Theisman maldijo cuando la nave manticoriana volvió a bajar a una velocidad increíble para volver a disparar sus láseres.

Pero el Principado también estaba girando y disparó por el costado antes de que el Trovador hubiera completado la maniobra. Su nave volvió a sacudirse cuando la energía penetró en lo más profundo del casco, pero en esta ocasión una de sus cabezas láser consiguió abrirse paso. No tenía forma de saber cuánto daño había causado, ¡ni siquiera tenía tiempo para averiguar el que habían recibido ellos! Pero supo que el golpe había sido importante.

—¡Vire a cero-nueve-tres tres-cinco-nueve!

El Principado se lanzó en picado hacia la luna, girándose para presentar la zona superior de su cuña al Trovador, al tiempo que la tripulación superviviente de misiles intentaba recargar los tubos. El único láser que le quedaba en la popa destruyó una NLA graysonita que ni siquiera lo vio venir, y luego se estremeció con violencia cuando un crucero ligero graysonita atravesó sus impulsores delanteros con el láser. Deceleró rápidamente y la cuña vaciló, pero las luces de disponibilidad brillaron en los cuatro tubos restantes de popa. Theisman hizo girar la nave con premura para atacar al graysonita.

Nunca lo consiguió. El Intrépido se precipitó a toda prisa, desandando el curso que había tomado, y un huracán de energía penetró la pantalla del Principado como si esta no existiera.

—¡La pantalla ha caído! —Gritó Hillyard—. ¡Hemos perdido todo en el costado de popa! —se quejó el segundo—. ¡Reactor de emergencia activado, patrón!

El Principado hizo uso de su potencia de emergencia y el rostro de Theisman se relajó. Su nave estaba acabada, pero había conseguido más por sí sola que toda la fuerza de operaciones de Franks, y no tenía sentido sacrificar a aquellos de su tripulación que habían sobrevivido.

—Apague la cuña —dijo, casi en un murmullo.

Hillyard lo miró estupefacto durante un instante, luego tecleó en su ordenador y la cuña de impulsión del Principado se apagó.

Theisman miró su visualización, preguntándose casi sereno si habría tomado la decisión a tiempo. Apagar la cuña era una señal universal de rendición, no obstante si alguien había disparado ya, o no estaba de humor para hacer prisioneros…

Pero nadie disparó. El Trovador volvió a girar hacia el costado de popa, perdiendo aire por todas sus heridas, y Theisman suspiró aliviado cuando el Principado se sacudió al ser arrastrado por un tractor. De pronto se dio cuenta de que, después de todo, su tripulación y él habían sobrevivido.

—Señor —le dijo el teniente Trotter con suavidad—, el Intrépido nos está llamando.