22
Era la primera vez que visitaba el mando central. El tamaño la impresionó, pero el alboroto de la sala de operaciones era ensordecedor y el timbre estridente de las señales de comunicación prioritarias, el murmullo de las voces y el estruendo de las impresoras hizo algo más que sobrecoger a Nimitz. Se irguió sobre su hombro, con las orejas achatadas, y su altísimo blik de protesta se elevó por encima del tumulto reinante.
Las cabezas se giraron por toda la inmensa habitación y Honor sintió la fealdad de su rostro herido como si la acabaran de marcar con un hierro ardiente. El comandante Brentworth se erizó a su lado y dio un paso al frente, mirando con furia a todos los presentes, sin importarle su rango, pero ella lo apaciguó con un gesto disimulado. Había curiosidad en sus miradas, y conmoción incluso, cuando miraron su cara; algunos de ellos adoptaron un gesto de repugnancia pero su intención no era la de insultar, y la mayoría se sonrojó y apartó la mirada con prisa.
El comodoro Brentworth había estado esperando al pequeño grupo. Ahora se materializó entre la multitud y extendió la mano con una minúscula vacilación.
—Soy el comodoro Walter Brentworth, capitana —saludó, y si había sentido cierta inseguridad al extender su mano para saludarla, no lo hizo al utilizar el rango—. Bienvenida al mando central.
—Gracias, comodoro —agradeció ella, tan claramente como le fue posible. Había estado practicando para dominar la rigidez de sus labios, pero los ojos de él se centraron en una boca que articulaba mal las palabras y a la que no conseguía amaestrar. Sabía que su lado sano quería imitar al lisiado, pero, poco a poco, iba logrando mantenerlo bajo control.
—Estos son mis capitanes —continuó—, la comandante Truman del Apolo y el comandante McKeon del Trovador. Estoy segura… —la comisura móvil de su labio tembló ligeramente— de que conoce al comandante Brentworth.
—Sí, creo que sí. —El comodoro le sonrió, luego asintió hacia su hijo y estrechó las manos de Truman y McKeon. A continuación se giró hacia Honor—. Capitana… —empezó—, permítame que me disculpe por cualquier…
—Las disculpas son innecesarias, comodoro —lo interrumpió, pero estaba claro que el comodoro compartía con su hijo una testaruda integridad. Pareció no contentarse con la interrupción y ella continuó con las frases cortas que su habla mal articulada le obligaba a adoptar—. Venimos de mundos muy distintos. Estaba claro que existiría cierta fricción. Lo importante es que ya no haya más.
Él levantó la mirada hacia ella, permitiendo que sus ojos se centraran en su rostro hinchado y paralizado y, por fin, asintió despacio.
—Tiene razón, capitana —dijo sonriendo—. Mark me dijo que tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros y siempre he considerado que sus juicios eran muy acertados.
—Perfecto, porque yo también —respondió Honor con firmeza, y el comandante se sonrojó. Su padre se rió e invitó a los manticorianos a seguirlo con un gesto.
—Permítame escoltarla hasta el almirante Garret, capitana. —Había algo divertido en su voz—. Tengo entendido que la ha estado esperando ansioso.
* * *
El almirante León Garret era un hombre de facciones abruptas cuyos ojos, escondidos entre las arrugas, observaban a Honor con una especie de hipnotizada fascinación cuando entró en la sala de conferencias. Esa atracción se prolongaba también a Nimitz, y ella se preguntó cuál de los dos le parecía más outré, ¿el «animal» de seis patas que había demostrado ser muy peligroso o la mujer que vestía el uniforme de capitán?
Se levantó cuando ella se acercó, pero no extendió la mano. Quizá se lo hubiera tomado como un insulto, de no ser tan evidente su confusión interna. En esa situación, y a pesar de la gravedad de los acontecimientos ocurridos, su expresión casi lo traicionaba. Una risilla absolutamente inapropiada aleteaba en la base de su garganta y la dominó con dificultad, mientras el comodoro Brentworth presentaba su pequeño grupo a Garret y a sus oficiales.
El hombre que estaba a mano derecha del almirante atrajo su atención. Vestía el uniforme de los comodoros, pero llevaba la insignia de los almirantes en el cuello y no se sorprendió cuando se lo presentaron como el almirante Wesley Matthews. Lo miró con atención, no de forma grosera, pero sin hacer esfuerzos por ocultar el examen de su único ojo sano. Él cuadró los hombros y le devolvió una mirada franca.
Le gustó lo que vio. Matthews era bajo, incluso para los estándares graysonitas, fuerte y robusto, con un rostro inteligente y expresivo, y no había ninguna reserva sexista en sus ojos color avellana. Recordó lo que había dicho Lord Mayhew y lo confirmó. Supo que no tendría problemas trabajando con él.
—Gracias por venir, eh, capitana Harrington. —Garret se sonrojó cuando vaciló al mencionar su rango, luego señaló las sillas vacías situadas a un lado de la mesa de conferencias y continuó hablando con más naturalidad—. Por favor, tomen asiento.
—Gracias, almirante. —Se sentó, seguida por sus subordinados.
Sintió la expresiva cola de Nimitz sacudiéndose nerviosa contra su espalda, pero el animal sabía que debía mantener sus buenos modales. Lo bajó sentó al lado del secante que había delante de ella, y advirtió cómo los oficiales graysonitas lo miraban. Estaba claro que habían quedado impresionados con su sangrienta actuación en el vídeo, y uno o dos parecían algo inquietos. Bueno, no podía culparles por ello; muy pocos manticorianos se daban cuenta de lo letales que podían llegar a ser los ramafelinos cuando su humano estaba amenazado.
—En fin —Garret se aclaró la garganta—, como sabe, capitana —consiguió pronunciar su rango sin vacilación—, el com… el almirante Matthews está al cargo de nuestras unidades móviles. Me han hecho saber que usted considera más oportuno coordinarlas con sus naves en una futura defensa, en lugar de mantener una posición orbital.
Ocultó el disgusto que debía estar sintiendo (porque la idea orbital había sido suya) bastante bien, pensó Honor con una inesperada compasión hacia él.
—Sí, señor, así es. —La compasión la ayudó a no transmitir su satisfacción a través de la voz—. Nuestra opinión actual es que un crucero pesado y otro ligero, ambos havenitas, están apoyando a Masada. Si eso es verdad, mi escuadrón podría vencerlos sin la ayuda de sus defensas orbitales. Por otro lado, Masada utilizó armas nucleares contra objetivos planetarios hace treinta y cinco años, e insiste en que volverá a hacerlo. Ahora que «Macabeo» ha fallado, tendremos que asumir que eso es precisamente lo que van a hacer. En estas circunstancias, creo que lo mejor será mantenerlos lo más apartados de Grayson.
—Pero si su escuadrón se despliega en la orientación equivocada —intervino uno de los oficiales de Garret en tono pausado—, podrían escabullirse hacia el planeta y atacarnos de todos modos. Y, con sus naves fuera de posición, nuestros sistemas defensivos no podrán detener esas cabezas armadas con modernos sistemas de penetración, capitana.
—Estoy seguro de que la capitana ya ha pensado en eso, comandante Calgary —respondió Garret, incómodo. Estaba claro que el Protector Benjamín había mantenido una larga charla con él, pero Honor se limitó a asentir, porque el comandante Calgary estaba en lo cierto.
—Tiene razón, comandante. Son opciones que debemos sopesar —dijo con firmeza, tratando de minimizar su habla mal articulada—. Saben en qué estado se encuentra Grayson. Si su objetivo es solo el de bombardear el planeta, podrían lanzar su ataque a larga distancia y a una velocidad cercana a la luz. Cuando los impulsores de sus misiles queden desactivados, incluso nuestros sensores tendrán problemas para localizarlos y contrarrestarlos con la defensa puntual. Mis naves podrían interceptar a la mayoría, pero estamos hablando de bombas atómicas. Tenemos que abatir todos los misiles, y nuestra mejor oportunidad es hacerlo mientras tengan los impulsores activos.
Calgary estaba de acuerdo y asintió, y ella continuó.
—Sé que al alejarnos de Grayson la amenaza se hace mayor. Tenemos, sin embargo, ciertas ventajas técnicas que creemos que Haven desconoce.
Se escuchó un murmullo entre los graysonitas y percibió la insatisfacción de Truman junto a ella. Lo que estaba a punto de describirles a los graysonitas continuaba formando parte de la lista de secretos oficiales, y Truman se había opuesto a que lo revelara. Por otro lado, incluso Alice tendría que admitir que no les quedaba otro remedio que utilizarlo, y eso significaba que tendrían que informar a sus aliados.
—¿Ventajas, capitana? —preguntó Garret.
—Sí, señor. El comandante McKeon es nuestro experto en el sistema, así que dejaré que se lo explique él, ¿comandante?
—Sí, señora. —Alistair McKeon se giró para mirar a los oficiales graysonitas—. A lo que la capitana Harrington se refiere, caballeros, es a un nuevo zángano de reconocimiento. Los ZR han tenido siempre bastante importancia en nuestra doctrina defensiva, pero, como en todos los sistemas de vigilancia, la transmisión de datos a velocidad luz siempre ha estado limitada por un alcance y tiempo de respuesta. En conclusión, el ZR puede informarnos de que algo se acerca, pero si estamos demasiado lejos, no podremos tomar las medidas oportunas a tiempo.
Se detuvo un instante, y varios graysonitas asintieron con la cabeza.
—Nuestro personal de ZR ha estado trabajando en un nuevo proyecto y, por primera vez en la historia, contamos con una capacidad de transmisión hiperluz.
—¿Capacidad hiperluz? —jadeó Calgary, y no era el único que estaba asombrado, porque la raza humana había estado buscando una manera de enviar mensajes más rápido que la luz desde hacía casi dos mil años.
—Sí, señor. Su alcance es demasiado limitado como para servir para otra cosa que no sean objetivos tácticos. Hasta ahora, nuestro mejor radio de transmisión ha sido unas cuatro horas luz, pero eso basta para darnos una clara ventaja.
—Perdone, comandante McKeon —interrumpió el almirante Matthews—, ¿puede decirme cómo funciona? Siempre y cuando —miró a Honor— no comprometa con ello su propia seguridad.
—Será mejor no entrar en detalles, almirante —respondió Honor—. No tanto por la seguridad, sino porque su funcionamiento es demasiado técnico como para abreviarlo en una rápida explicación.
—Y… —Matthews sonrió con ironía— porque probablemente sea lo bastante técnico como para que nuestra gente no pudiera reproducirlo, aunque entendiéramos la explicación.
Honor quedó espantada por su comentario, pero entonces la risa se propagó por el extremo contrario de la mesa. Había tenido miedo de ofender a alguien al hablar de la evidente superioridad técnica de sus naves, pero estaba claro que Matthews entendía a su gente mejor que ella. Y quizá esa fuera su manera de expresarle que no se preocupara.
—Supongo que es así, señor —dijo, sonriendo con el lado derecho de su cara—, por lo menos, hasta que les pongamos al día en los circuitos moleculares y en las botellas de fusión súper densa. Eso, desde luego —ensanchó más aún la sonrisa—, ocurrirá cuando hayamos firmado el tratado. Momento en el que creo que su Armada será bastante más peligrosa.
La risa de los graysonitas se convirtió en una sonora carcajada, provista de cierto alivio. Tenía la esperanza de que no esperaran que fuera a sacar un arma divina de su bolsa de trucos técnicos, pero cualquier cosa que les ayudara a animarse en aquel momento, merecía la pena. Asintió hacia Alistair para que continuara.
—Básicamente, almirante —dijo—, es una vuelta al viejo código Morse. Nuestros ZR de nueva generación llevan consigo un generador extra de gravedad que utilizan para crear pulsaciones direccionales extremadamente poderosas. Puesto que los sensores gravitatorios son hiperluz, obtenemos una recepción muy eficaz en tiempo real y dentro de ese alcance máximo.
—Es brillante —murmuró un capitán con la insignia del Departamento de Construcción de Naves—. E imagino que también les habrá resultado muy complicado.
—Se lo puedo asegurar —afirmó McKeon con intensidad—. Se requiere muchísima potencia; nuestro personal tuvo que construir una generación entera de nuevas plantas de fusión para conseguirlo, y ese fue solo el primer problema. Lo siguiente fue diseñar un generador de pulsaciones y ponerlo dentro del armazón del zángano. Como podrán imaginar, necesita un volumen mayor que el de otras unidades de impulsión, y para un ingeniero suponía un reto muy difícil. Y existen ciertas limitaciones fundamentales en el sistema. Lo más importante es que al generador le lleva tiempo reproducir las pulsaciones sin agotarse, lo que limita considerablemente la velocidad de transmisión de datos. Ahora mismo solo podemos obtener una repetición de pulsaciones de unos nueve-punto-cinco segundos. Evidentemente, nos llevará algún tiempo transmitir mensajes complejos a esa velocidad.
—Eso es cierto —intervino Honor—, pero lo que nos proponemos es programar los ordenadores de a bordo para responder a los parámetros de amenaza más comunes con tres o cuatro sencillos códigos de pulsaciones. Identificarán la naturaleza básica de la amenaza y nos lo transmitirán en menos de un minuto. Los zánganos podrán facilitarnos mensajes más detallados cuando ya hayamos empezado a reaccionar.
—Ya veo —asintió Matthews con rapidez—. Y con ese tipo de advertencias, podremos situarnos de tal forma que los interceptemos antes de que lleguen al alcance óptimo de tiro contra nuestro planeta.
—Sí, señor. —Honor cabeceó afirmativamente hacia él y luego miró al almirante Garret—. Es más, almirante, tendremos tiempo de idear un vector de intercepción que nos permita permanecer cerca de ellos, en lugar de encontrarnos en una situación en la que nuestra velocidad de crucero sea demasiado baja como para contar con el tiempo de ataque suficiente antes de que ellos se abran paso hacia ustedes.
—Entiendo, capitana. —Garret se mordió el labio, luego asintió—. Entiendo —repitió, y ella se sintió aliviada por la ausencia de mordacidad en su tono—. Si hubiera sabido que contaban con esa capacidad, me hubiera acercado al problema de modo completamente dif… —calló y sonrió con el gesto torcido—. Claro, para ello tendría que haberme tomado la molestia de preguntarle, y entonces lo hubiera sabido antes, ¿no es así?
Honor vio asombro en más de un graysonita, como si no pudieran creer lo que acababan de oírle decir, y se preguntó cómo debía reaccionar, pero entonces él se encogió de hombros y sonrió con más naturalidad.
—En fin, capitana, dicen que no hay tonto más tonto que el que es viejo y tonto. ¿Utilizan los manticorianos esa expresión?
—No para describir a los oficiales al mando, señor —respondió Honor recatada, y Garret la sorprendió echándose a reír a carcajadas. Estas le recordaban a los relinchos de un caballo, pero nadie podría haber dudado de su autenticidad. No lograba articular ni una palabra a través de ellas, aunque la señaló con un dedo y lo intentó, y se encontró de pronto sonriéndole también.
—Apúntese uno, capitana —jadeó por fin y otros sonrieron en su lado de la mesa—. Ese ha sido bueno, desde luego. —Se arrebujó en su silla y asintió—. ¿Tiene alguna otra sugerencia, capitana Harrington?
—Bueno, señor, como sabe, hemos evacuado a todos nuestros no combatientes a bordo de los cargueros. —Garret asintió y Honor se encogió de hombros—. El informe de la comandante Truman incluía una petición urgente de envío de refuerzos. Estoy segura de que nos los enviarán, pero esas naves son lentas, señor. Hubiera preferido enviar a una de mis naves de guerra, pero no puedo quedarme sin el Apolo si tenemos que enfrentarnos con dos cruceros modernos, y los daños en el nodo del Trovador lo limitan a utilizar solo la cuña de impulsión. Es más, no podría ascender por encima de la banda gamma sin contar con unas velas de Warshawski seguras. Si pudiéramos enviar una de sus naves con hipercapacidad…
Calló porque Garret y Matthews sacudían la cabeza. Matthews miró a Garret y su superior asintió para que lo explicara.
—Podríamos hacerlo, capitana, pero nuestra hipertecnología es mucho más antigua que la suya. Nuestras naves están limitadas a utilizar las bandas gamma intermedias y nuestras velas de Warshawski no nos permiten acercarnos a más de una onda gravitacional. Dudo que pudiéramos adelantarnos más de uno o dos días a sus cargueros. En estas circunstancias, creo que seríamos de más ayuda quitándoles de encima lo que quede de la Armada Masadiana, mientras ustedes se ocupan de los havenitas.
Honor miró a Truman y a McKeon. Truman asintió levemente y McKeon se limitó a encogerse de hombros. Ninguno de ellos se había dado cuenta de que la hipercapacidad de los graysonitas estuviera tan limitada, pero Matthews tenía razón. El pequeño adelanto sería mucho menos valioso que el apoyo de otra nave de guerra aquí, especialmente cuando era poco probable que los masadianos retrasaran su ataque más que unas pocas horas.
—Creo que tiene razón, almirante Matthews —afirmó—. En ese caso, me temo que todo lo que podemos hacer es preparar nuestras unidades móviles para la acción y desplegar los ZR. A menos que…
Alguien llamó a la puerta de la sala de conferencias, luego la abrió para dejar paso al traqueteo de las impresoras, y Honor enarcó las cejas. El recién llegado era un hombre fornido, de cabello cano y que vestía el uniforme de general de Seguridad, y no el de un oficial naval.
—¡Consejero Clinkscales! —exclamó Garret. Su plantilla y él se levantaron con rapidez y fueron imitados por los manticorianos—. ¿Qué puedo hacer por usted, señor?
—Disculpen la interrupción, caballeros… señoras.
Clinkscales calló un momento; con sus astutos y viejos ojos examinó a Honor y a Alice Truman con franca pero cautelosa curiosidad. Avanzó y extendió la mano con energía.
—Capitana Harrington. —Ella extendió la suya y él la estrechó con fuerza, como si estuviera comprobando sus últimos prejuicios acerca de la fragilidad femenina.
—Consejero Clinkscales —murmuró ella, y le estrechó la suya con la misma fuerza. Él sonrió con frialdad.
—Quería darle las gracias —continuó con espontaneidad—. Grayson le debe mucho y yo también. —Estaba claro que no se sentía muy cómodo reconociéndolo, pero también que estaba decidido a hacerlo.
—Dio la casualidad de que estaba allí, señor. Y realmente fue Nimitz el héroe en esa historia. Si no hubiera reaccionado con tanta rapidez… —Se encogió de hombros.
—Es verdad. —Clinkscales soltó una atropellada carcajada—. Me pregunto si le gustaría unirse a la seguridad de palacio.
—Me temo que no, señor. —El costado sano de la cara de Honor sonrió y se dio cuenta de que él, a diferencia de todos los que había conocido desde el ataque, parecía no sentirse incomodado por el estado de su cara. Era evidente que, una vez aceptaba que uno era un auténtico oficial, esperaba que mostrara sus heridas de guerra de la misma manera que él lo hubiera hecho, y descubrió que, de hecho, sentía cierta simpatía por aquel viejo dinosaurio.
—Qué lástima —se lamentó, luego miró a Garret—. Como he dicho, lamento la interrupción, pero mi personal ha capturado a uno de los pilotos macabeos y está cantando como un pájaro.
—¿De verdad? —Garret aguzó la mirada y Honor sintió un interés equivalente.
—Así es —confirmó Clinkscales, sombrío—. Ignora que… —Calló y miró a Honor y a Truman, y Honor se obligó a no sonreír de nuevo.
»No sabe de qué clase son las naves havenitas —se corrigió el consejero—, lo que sí sabe es que Masada ha situado una base avanzada en este sistema.
—¿En Yeltsin? —Garret parecía estar conmocionado y Clinkscales se encogió de hombros.
—Eso es lo que dice. Él nunca lo ha visto y, de acuerdo con los amigos que sí lo hicieron, no fue nada fácil de construir. Pero sabe dónde se encuentra y dice que su «nave más grande», de la clase que sea, podría estar en Endicott ahora mismo.
—¿Podría? —Honor se inclinó hacia él—. ¿Ha dicho por qué?
—Ha dicho algo acerca de remolcar sus NLA hasta aquí —respondió Clinkscales, y el ojo de Honor se abrió como un plato por la sorpresa. ¡Nunca había oído que nadie intentara algo así! Lo que no significaba que fuera imposible. Y, desde luego, eso explicaba cómo habían llegado hasta allí. Pero si tenían naves modernas, ¿por qué estaban malgastando el tiempo llevando hasta allí las NLA masadianas?
—¿Está muy seguro de que no se encuentra aquí? —Inquirió, dejándose de rodeos—. ¿Y sabe cuándo tiene planeado volver?
—Sabe que la nave se vio obligada a marcharse —respondió Clinkscales—. Lo que no sabe es si todavía sigue allí, pero se me ha ocurrido que su ausencia explicaría por qué no han atacado todavía y, si es así, su continua falta de actividad podría indicar que todavía no ha regresado.
—Podría ser, señor —murmuró. Miró a Truman y a McKeon—. Por otro lado, hemos estado en el sistema durante casi veintiséis horas. Incluso aunque se hubiera marchado antes de que llegáramos nosotros, debería haber tenido tiempo más que suficiente para regresar. A menos que… —Se frotó la zona muerta de su rostro y miró a Truman—. Alice, ¿tienes idea de cuánto tiempo tardarían en la traslación si anduvieran remolcando las NLA?
—No creo que tengamos forma de saberlo a menos que lo hiciéramos nosotros mismos. Por lo que yo sé, nunca antes se había intentado algo así. De hecho, creo que ni ellos mismos hubieran podido hacerlo si Yeltsin y Endicott estuvieran más apartados el uno del otro. En cuanto a con qué rapidez pueden atravesar la distancia, bueno, probablemente tengan que tomárselo con mucha calma, pero si lo están haciendo o no… —Truman se encogió de hombros.
—Todo depende de lo que estén utilizando como remolcador, patrona —intervino McKeon—. El radio de la masa podría ser lo más peligroso. Y tendrán que servirse de algo con la suficiente potencia tractora para llevarse consigo la NLA.
Honor asintió, todavía frotándose la mejilla inmóvil, luego se encogió de hombros.
—En cualquier caso, el saber dónde se encuentran es una gran ventaja. Siempre y cuando la información sea cierta.
Miró a Clinkscales y la mirada fría que vio en los ojos del comandante de Seguridad era casi aterradora.
—Oh, desde luego que lo es, capitana —aseguró en un tono gélido—. Han construido la base en Pájaro Negro. Es una de las lunas de Uriel —añadió, informando a Honor, y ella asintió. Eso tenía sentido. Uriel, Yeltsin VI, era un planeta gaseoso mayor que el Júpiter del sistema Sol, con un radio orbital de casi cincuenta y un minutos luz, lo que lo situaba mucho más allá del alcance de los sensores graysonitas.
—¿Con qué tipo de ventajas cuentan? —preguntó el almirante Matthews y Clinkscales se encogió de hombros.
—Eso no lo sé, almirante, y tampoco él. Por lo menos, no en detalle. —El consejero reprodujo una vieja cinta de audio—. He traído conmigo todo lo que nos ha dicho, por si su gente pudiera obtener más información. Todo lo que nos ha podido decir es que «Macabeo» —el anciano se negó a pronunciar el nombre de Jared Mayhew— desvió algunas de nuestras naves de construcción, con tripulaciones macabeas, para ayudarlos a construirla. Por desgracia, él no estuvo entre ellos, pero oyó decir a uno de los capitanes que habían instalado sensores modernos. Puede que tengan unas cuantas armas pesadas havenitas, aunque no está seguro de eso.
—Maldita sea —murmuró alguien en la zona graysonita de la mesa y el costado derecho de la cara de Honor se tensó.
—No creo que pudieran haber transformado Pájaro Negro en una fortaleza —añadió Matthews con rapidez—. Al menos, no sin generar una burbuja o pantalla alrededor de la luna que contara con un diámetro de ocho mil kilómetros. —Miró con aire interrogante hacia Honor y ella sacudió la cabeza.
—No, señor, ni siquiera los manticorianos podemos hacer milagros todavía —respondió con sequedad.
—Así que, lo que quiera que hayan construido, se ha hecho con el propósito de detenernos. Seguramente no hayan fabricado plataformas orbitales. Asumieron el riesgo de emplazar una base lunar porque hacemos ejercicios periódicos en la zona. Macabeo —al igual que Clinkscales, Matthews se negó a utilizar el nombre de Mayhew— tenía acceso a nuestros programas, así que podría haberlos avisado de cuándo debían esconderse, pero, desde luego, no podían contar con ocultarnos unas instalaciones orbitales.
Honor volvió a asentir, siguiendo su argumento.
—Y unas defensas fijas serían mucho más vulnerables que mis naves. —Habló con más rapidez y, aunque articuló mal las palabras, nadie pareció darse cuenta.
—Eso es. Así que es muy posible que la mayor parte de las armas havenitas estén en otro lugar… —sugirió Matthews.
Honor lo miró durante un momento y se dio cuenta de que se frotaba la cara con más fuerza. Se obligó a parar antes de dañar más aún la piel insensible, luego asintió con firmeza.
—Efectivamente, almirante. ¿Cuánto tiempo tardarán sus unidades en estar preparadas?