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—¿Capitana? ¿Puede oírme, señora?

Las palabras gotearon en su mente y abrió los ojos. O, mejor dicho, el ojo. Lo obligó a enfocar y parpadeó mareada hacia la cara que estaba inclinada sobre ella.

Una mandíbula familiar y triangular le apretó el hombro derecho, y giró la cabeza para mirar a los ojos verdes y ansiosos de Nimitz. El gato yacía a su lado, no estaba enroscado en su posición preferida encima de ella, y ronroneaba de una manera tan intensa que hacía vibrar toda la cama. Sentía la mano antinaturalmente pesada, pero consiguió levantarla hasta las orejas del ramafelino, y su furioso ronroneo se apaciguó Un poco. Ella lo acarició de nuevo, luego volvió la vista hacia el suave sonido. Andreas Venizelos estaba al lado del cirujano comandante Montoya, y su apuesto segundo parecía tan preocupado como Nimitz.

—¿Cómo estoy? —intentó preguntar, pero las palabras surgieron mal articuladas e incomprensibles, porque solo el lado derecho de sus labios se movía.

—Podría estar mucho mejor, señora. —Los ojos de Montoya brillaron con furia—. Esos bastardos casi acaban con usted, patrona.

—¿Cómo es de malo? —Se tomó su tiempo para articular cada uno de los sonidos individuales, pero tampoco parecía servir de mucha ayuda.

—No tanto como podría haber sido. Tuvo suerte, señora. Solo recibió la parte lateral del golpe, pero si la hubiera impactado unos centímetros a la derecha o un poco más alto… —El doctor calló y se aclaró la garganta—. Su mejilla izquierda se llevó lo peor, patrona. La herida del músculo no es tan grave como temía, pero los tejidos están muy dañados. Le rompió el arco cigomático, es decir, la parte de la mejilla que está justo debajo del ojo, y se rompió la nariz al caer al suelo. Los daños más serios son que hay una pérdida casi total de los nervios desde el ojo hasta la barbilla y hasta un punto de casi un centímetro por delante de su oreja. Por suerte, no afectó a la estructura del oído, ni a los nervios aurales, y debería tener al menos control de los músculos de su mandíbula en ese lado.

El rostro de Montoya era el de un médico; comunicaba solo lo que él quería, pero Venizelos era más fácil de leer y su definición de «suerte» estaba claro que no era la misma de Montoya. Honor tragó saliva y levantó la mano izquierda. Podía sentir la piel que le cubría los dedos, pero era como tocar a otra persona, porque no sentía el contacto en su cara, ni siquiera un entumecimiento o alguna presión.

—Creo que, a la larga, se encontrará bien, señora —explicó Montoya con rapidez—. Tendrán que injertarle bastantes nervios, pero el daño está lo bastante localizado para que las operaciones entren dentro de lo rutinario. Va a llevar algo de tiempo y yo no me atrevería a intentarlo, pero alguien como su padre podría hacerlo sin derramar una sola gota de sudor. Entre tanto, me puedo encargar de los huesos rotos y de los tejidos afectados con una cura rápida.

—¿Y, mmm… el ojo?

—No está bien, patrona —respondió el cirujano, resuelto—. Existe un sinnúmero de vasos sanguíneos en el ojo. La mayoría de ellos se han visto afectados y, con el control del músculo defectuoso, no pudo cerrar el ojo cuando golpeó contra la alfombra. Tiene la córnea muy lacerada y, al caer se la atravesó con los fragmentos rotos de cristal y porcelana y también quedó afectado el globo ocular. —Ella lo miró con atención a través de su ojo sano y él le devolvió la mirada con franqueza—. No creo que se pueda arreglar, señora. O, por lo menos, no lo bastante como para permitirle diferenciar algo más que las luces y las sombras. Tendrá que hacerse un trasplante, una regeneración o ponerse una prótesis.

—No regen… —Cerró los puños con fuerza. Odiaba el sonido arrastrado de sus palabras—. M… madre comprobó m… perfil ha… años.

—Bueno, todavía le quedan los trasplantes, patrona —animó Montoya, y ella se obligó a asentir.

La mayoría de los humanos podía aprovechar las relativamente nuevas técnicas de regeneración; Honor pertenecía a ese treinta por ciento que no.

—¿Cómo ta reto m cara? —preguntó.

—Horrible —le dijo Montoya con franqueza—. El lado derecho está bien, pero el izquierdo está hecho un desastre y todavía está perdiendo algo de sangre. He drenado la mayor parte de los edemas y los coagulantes deberían empezar a hacer efecto dentro de poco, pero francamente, patrona, tiene suerte de no poder sentir nada.

Ella volvió a asentir, sabía que él tenía razón, entonces se arrastró hasta quedarse sentada; Montoya y Venizelos intercambiaron miradas y el cirujano pareció estar a punto de protestar durante un segundo. No obstante, se encogió de hombros y dio un paso atrás para dejarla mirarse en el espejo que había en la mampara detrás de él.

Lo que vio la horrorizó la pesar de las advertencias. Su palidez y el vendaje tremendamente níveo que cubría su ojo herido hacían que las heridas de color azul lívido, negro y escarlata fueran incluso más espantosas. Parecía que le hubieran dado una paliza con una porra, lo que, en cierto sentido, era exactamente lo que había ocurrido, pero lo que la consternó fue la completa y mortal inmovilidad de todo el costado izquierdo de su rostro. La nariz rota le dolía con una palpitación entumecida, constante y sutil, y sentía la mejilla derecha tensa como por simpatía hacia el resto de su cara; hacia la izquierda, el dolor cesaba. No es que menguara, solo cesaba, y la comisura de su labio estaba ligeramente abierta. Trató de cerrarla, intentó apretar los músculos de sus mejillas, pero no hubo ningún cambio.

Miró la imagen que le devolvía el espejo, obligándose a aceptarla, asegurándose de que Montoya tenía razón, que podría solucionarse, pero todas esas promesas eran un escudo muy frágil contra la revulsión que sentía al verse a sí misma.

—H…e tado meor —dijo y observó con hipnotizado espanto cómo el costado derecho de su boca y cara se movían con normalidad. Aspiró profundamente y lo intentó de nuevo, muy despacio—. He estado mejor —consiguió decir, y aunque todavía sonaba extraño y vacilante, por lo menos se parecía más a sí misma.

—Sí, señora, así es —estuvo de acuerdo Montoya.

—Bueno —apartó la mirada con dificultad del espejo y levantó el ojo hacia Venizelos—, creo que es hora de levantarse.

Pronunció las palabras casi con claridad. Quizá si se recordaba que debía concentrarse en hablar despacio y articulando al máximo, podría conseguir cierta normalidad.

—No estoy seguro de que esa sea una buena i… —protestó Montoya.

—Patrona, yo puedo ocuparme de todo has… —habló Venizelos al mismo tiempo, pero ambos callaron cuando ella balanceó las piernas sobre el costado de la cama. Puso los pies en el suelo y Montoya se precipitó hacia delante, con la intención de detenerla.

—Capitana, tal vez no pueda sentirlo, ¡pero le han dado una buena paliza! El comandante Venizelos lo tiene todo bajo control aquí y la comandante Truman se está ocupando del escuadrón. Podrán encargarse de todo un poco más de tiempo.

—Doc tiene razón, señora —intervino Venizelos—. Lo tenemos todo cubierto. —Subió el tono de voz cuando Honor los ignoró a ambos e intentó ponerse de pie—. ¡Oh, por Dios Santo, patrona! ¡Vuelva a acostarse!

—No. —Se sujetó a la cama para equilibrarse cuando el suelo bajo sus pies pareció estremecerse—. Como ha dicho, doctor, no puedo sentirlo —dijo, muy despacio—. Creo que me aprovecharé de eso. ¿Dónde está mi uniforme?

—¡No lo va a necesitar porque volverá inmediatamente a la cama!

—Vestía uno cuando entré. —Su ojo se posó en un armario. Empezó a caminar hacia él, y aunque el rumbo se sacudía ligeramente, lo ignoró.

—No está ahí —le dijo Montoya, con rapidez. Ella se detuvo—. Su asistente se lo llevó. Dijo que intentaría limpiar la sangre —añadió intencionadamente.

—Entonces, consígame otro.

—Capitana… —dijo, subiendo la voz, y ella se giró para mirarlo a la cara. La comisura derecha de su boca dibujó una sonrisa irónica que solo hacía más grotesca la odiosa inmovilidad de su costado izquierdo, pero había algo casi divertido en el ojo que le quedaba.

—Fritz, puedes ir a buscarme ese uniforme o verme salir de aquí vestida con estas prendas ridículas —le dijo—. ¿Y bien? ¿Cuál es tu decisión?

* * *

Andreas Venizelos se puso de pie cuando la comandante Truman entró por la escotilla. Honor no. Llevaba a Nimitz en los brazos, en lugar de sobre su hombro, porque se sentía demasiado desequilibrada como para ofrecerle su percha habitual y no tenía la menor intención de demostrar la debilidad de sus rodillas a menos que fuera estrictamente necesario.

Miró a la segunda al mando y esperó la reacción de Truman. Ya había visto la furiosa conmoción de MacGuiness al traerle el uniforme que había pedido y ver su cara, y Venizelos no intentaba siquiera ocultar su opinión de que se estaba esforzando demasiado, así que no se sorprendió mucho cuando Truman dio unos pasos atrás.

—Dios Santo, Honor, ¿pero qué haces fuera de la enfermería? —Los ojos verdes de Truman se detuvieron solo un instante en el rostro herido, luego desvió la mirada deliberadamente, centrándose en el ojo sano—. Tengo casi todo bajo control y podría haber bajado para hablar contigo.

—Lo sé. —Honor gesticuló hacia una silla y observó cómo su subordinada se sentaba—. Pero todavía no estoy muerta —continuó, odiando la parsimonia de su forma de hablar— y no estoy dispuesta a quedarme tumbada.

Truman lanzó una mirada furibunda a Venizelos y este se limitó a encogerse de hombros.

—Fritz y yo lo intentamos, comandante. Pero no tuvimos suerte.

—Así es —estuvo de acuerdo Honor—. Así que no lo intentéis más. Cuéntame qué está pasando.

—¿Estás segura de que estás preparada para esto? Tu… Lo siento, Honor, pero tienes que saber que tienes un aspecto espantoso y que tu voz no es mucho mejor.

—Lo sé. El problema principal está en los labios —medio mintió. Se tocó el costado izquierdo de la boca y deseó poder sentir algo—. Habla tú, yo escucharé. Empieza con el Protector, ¿está vivo?

—Bueno, si estás segura —respondió Truman, dubitativa, pero Honor asintió con firmeza y la comandante se encogió de hombros—. Muy bien, y sí, él y su familia salieron indemnes. Han transcurrido… —echó un vistazo a su Crono— unos veinte minutos desde los últimos informes y solo unas cinco horas desde el intento de asesinato, así que no podré darte demasiados detalles. Por lo que he podido averiguar, estuviste metida en medio de un intento de golpe de estado.

—¿Clinkscales? —preguntó, pero Truman negó con un gesto.

—No, esa también fue mi primera elección cuando creímos que eran los guardias pero, después de todo, no pertenecían al equipo de seguridad. Eran miembros de algo llamado «la Hermandad de Macabeo», un grupo soterrado de fundamentalistas que nadie sospechaba siquiera que existían. —Truman calló y frunció el ceño—. No estoy segura de estar preparada para aceptar que no supieran nada al respecto.

—Yo sí, señora. —Venizelos se giró hacia Honor—. He estado monitorizando las noticias del planeta un poco más de cerca, porque la comandante Truman no tenía tiempo para ello, patrona. Y, aparte de las imágenes gráficas —la miró con gesto repugnado—, todo son puras conjeturas marcadas por una gran dosis de histeria. Pero me parece que hay una cosa clara. Nadie ahí abajo había oído hablar antes de los «macabeos» y tampoco están seguros de lo que pretenden conseguir.

Honor asintió. No estaba sorprendida de que los graysonitas fueran presa del pánico. De hecho, se hubiera quedado asombrada de lo contrario. Pero si el Protector Benjamín estaba indemne todavía tenían un gobierno, y, por el momento, eso era todo para lo que tenía tiempo de preocuparse.

—¿Y la evacuación? —le preguntó a Truman.

—En camino —le aseguró la comandante—. Las naves mercantes se marcharon hace una hora y envié al Trovador con ellos hasta el hiperlímite para cubrirles la retirada. Sus sensores deberían bastar para evitar encontrarse con cualquier problema antes de la traslación.

—Bien. —Honor se frotó el lado derecho de su cara. Los músculos de ese lado le dolían por tener que hacer el trabajo de mover la mandíbula por sí solos, y la sola idea de masticar la horrorizaba—. ¿Se sabe algo de los masadianos? —preguntó, después de un momento.

—Nada. Sabemos que estuvieron aquí y esperaba que ya hubieran intentado algo, pero no hay señal de ellos.

—¿Y en el mando central?

—Nada, señora —respondió Venizelos—. Su comandante Brentworth está todavía a bordo, pero ni siquiera él ha averiguado mucho.

—A mí no me extraña demasiado, Honor —le aseguró Truman—. Si esos chiflados consiguieron burlar la seguridad graysonita, deben de estar preocupados por si tienen algún topo en el ejército, por lo menos hasta que sepan con detalle cómo de extenso era el complot. No me sorprendería que algún idiota llegara a la conclusión de que lo que le pasó a la Armada era parte de algún plan maquiavélico de traición del alto mando para llevar a cabo el asesinato.

—De modo que así están las cosas —dijo Honor, mucho más despacio de lo que el daño en su boca requería—. ¿Cuál es el estado del nodo alfa del Trovador?

—El personal de campo graysonita ha confirmado la estimación inicial de Alistair —le informó Truman—. Ha desaparecido por completo y no pueden repararlo. Su tecnología Warshawski es peor de lo que pensaba y sus componentes no casan con los nuestros, pero sus impulsores estándar están casi al mismo nivel y el teniente Anthony fue a hablar con el jefe de armadores antes de que enviara al Trovador con las naves mercantes. Para cuando regrese, los graysonitas tendrán preparados unos nodos beta improvisados para reemplazar los beta dañados y los nodos alfa. No tendrán capacidad Warshawski, pero recuperará una aceleración máxima de cinco-veinte ges.

—¿Tiempo para el cambio?

—Anthony cree que será de más de veinte horas; los graysonitas dicen que quince. En este caso, creo que ellos tienen razón. Creo que Anthony está muy poco impresionado por su apoyo técnico y que subestima sus capacidades.

Honor asintió, luego escondió la mano antes de volver a masajearse la cara.

—Muy bien. Si logramos arreglarla, entonces… —Su terminal pitó y ella apretó la tecla de respuesta—. ¿Sí?

—Capitana, tengo un mensaje privado para usted de Grayson —le informó la voz de la teniente Metzinger—. Es del Protector Benjamín.

Honor miró a sus subordinados y luego se enderezó en la silla.

—Conéctelo —pidió.

La pantalla de su terminal parpadeó y cobró vida al instante, y un ojeroso y cansado Benjamín Mayhew la miró desde el otro lado. Sus ojos se abrieron como platos y se oscurecieron por la angustia cuando vio el rostro de Honor y el ojo vendado.

—Capitana Harrington, yo… —Tenía la voz ronca y tuvo que parar para toser, luego parpadeó con fuerza y se aclaró la garganta de forma sonora—. Gracias —agradeció finalmente—. Salvó las vidas de mi familia y la mía. Estaré eternamente en deuda con usted.

El costado sano de la cara de Honor se ruborizó y negó con un gesto.

—Señor, fue usted el que salvó mi vida al final. Y, además, también me estaba protegiendo a mí misma.

—Desde luego. —Mayhew consiguió esbozar una sonrisa cansada—. Esa es la razón de que usted y su ramafelino… —Sus ojos se detuvieron de pronto en el hombro vacío—. Él está bien, ¿no es verdad? Creí haber entendido que…

—Está bien, señor. —Se reprendió a sí misma por hablar demasiado deprisa para aliviarlo, porque había pronunciado las palabras tan mal articuladas que eran casi incomprensibles. En lugar de avergonzarse repitiéndolas, levantó a Nimitz y lo exhibió ante el monitor del intercomunicador. Mayhew se relajó un poco.

—¡Gracias a Dios! Elaine estaba casi tan preocupada por él como todos lo hemos estado por usted, capitana.

—Somos duros de pelar, señor —dijo despacio, procurando articular bien todos los sonidos—. Estaremos bien.

Él miró dubitativo su rostro lesionado y trató de ocultar su consternación. Sabía que la medicina manticoriana era mejor que todo lo que tenían en Grayson, pero, al igual que los médicos de la RAM, también él había visto el destrozo sangriento al que había quedado reducido su ojo y las caras sombrías con las que los marines manticorianos, vestidos completamente con su traje de combate, se la habían llevado a cuestas. El resto de las lesiones tenían un aspecto incluso peor ahora, y su habla mal articulada y los músculos paralizados eran evidentes… y espantosos. La hinchada e inmóvil frialdad de un rostro que antaño había sido tan expresivo era execrable y, a pesar de las sofisticaciones extranjeras, él era ante todo un graysonita. Nada podía erradicar por completo la sensación de que a las mujeres se las debía proteger, y el hecho de que ella hubiera sufrido aquellas heridas protegiéndolo solo lo hacía sentirse peor.

—De verdad, señor, estaremos bien —le aseguró, y él decidió que no tenía otra opción que creerla.

—Me alegra saberlo. Entre tanto —de pronto, su voz se hizo más dura—, supongo que querrá saber quién estaba detrás del golpe.

—¿Lo sabe? —Honor se inclinó hacia delante y percibió cómo Venizelos y Traman se ponían tensos con igual interés.

—Sí. —Mayhew parecía estar físicamente enfermo—. Tenemos grabada su confesión. Ha sido mi primo Jared.

—¿Su primo? —exclamó Honor, antes de poder evitarlo. Él asintió con tristeza.

—Aparentemente, toda su retórica antimasadiana era una farsa, capitana. Ha estado trabajando para ellos durante ocho años. De hecho, el consejero Clinkscales cree que era el segundo «Macabeo» y no el primero. En su opinión, mi tío Oliver le pasó el testigo al morir.

—Dios mío —susurró Honor.

—Estamos empezando a juntar las piezas del rompecabezas —continuó Mayhew en el mismo tono cansado—. Gracias a su gato, seguridad consiguió capturar con vida a algunos de los asesinos. A excepción del primero al que atacó, parece que se conformó con dejar ciegos al resto. Me temo que solo uno de los que usted golpeó quedó con vida.

Honor no respondió. Se quedó mirando su expresión y percibiendo su dolor. Ella era hija única, pero su familia era grande. No necesitaba que nadie le dijera lo terrible que era que su propio primo hubiera tramado la muerte de toda su familia.

—En cualquier caso —continuó el Protector después de un momento—, Howard y su gente los pusieron bajo custodia, los curaron y los interrogaron. Howard no ha querido decirme cómo lo hicieron. Creo que teme que no apruebe sus métodos, pero lo que quiera que les hiciera consiguió que algunos de ellos hablaran con suma rapidez y, gracias a eso, ha sido capaz de configurar un esbozo de cronología.

»Al parecer, Masada ha estado creando una quinta columna a partir de nuestros reaccionarios desde la última guerra. Nosotros ni siquiera teníamos una ligera sospecha, algo por lo que no deja de culparse Howard, pero eso era porque, sean o no fanáticos religiosos, estos «macabeos» se daban cuenta de que sus ideales eran demasiado diferentes de la corriente principal como para conseguir algo mediante la resistencia activa o el ataque de guerrillas. Así que, en lugar de darse a conocer y alienar a toda la población, sin mencionar que hubieran alertado a las fuerzas de seguridad de su existencia, han estado esperando hasta el momento en el que creían que podrían decapitar al estado.

—Y reemplazarlo a usted por su primo —concluyó Honor, sin andarse por las ramas.

—Eso es. —La voz de Mayhew era igualmente franca—. Ninguno de los asesinos lo conocía en persona, pero el apoyo que se les había dado, entre otras cosas uniformes e identificaciones, el horario exacto de las patrullas, mapas detallados, contraseñas y respuestas de la seguridad de palacio… Todo apuntaba a que el topo debía ser alguien de dentro de palacio. Y le supieron decir a Howard cómo localizar la red de comunicaciones «macabea», lo que lo condujo hasta un par de conjurados que sí sabían quién era «Macabeo».

Mayhew apartó la mirada durante un instante.

—Howard estaba hundido. Jared y él habían sido aliados en el Consejo durante años y se sentía traicionado. Pero, en lugar de arrestarlo de forma inmediata, Howard se enfrentó a él en persona y Jared fue lo bastante estúpido, o estaba lo suficientemente desesperado, como para admitir que era Macabeo. Al parecer tenía la esperanza de que Howard compartiera con él las creencias necesarias como para unirse a esa causa. Imagino que pensó que los dos podrían matarme todavía y ponerlo a él en mi lugar. Howard se ocupó de grabar toda la conversación y luego llamó a su gente para que lo arrestaran.

—Protector Benjamín —dijo Honor con suavidad—, reciba mi más sincero pésame. Saber que su primo…

—¡Si Jared ha sido capaz de vender mi planeta a Masada, si ha podido tramar el asesinato de toda mi familia y ha tenido éxito eliminando a ciertos hombres que me han protegido desde que nací —explicó Mayhew con dureza—, entonces no es primo mío! La ley de Grayson castiga de una sola forma lo que él ha hecho, capitana Harrington. Cuando llegue el momento, lo pagará muy caro.

Honor inclinó levemente la cabeza y las ventanas de la nariz del Protector se abrieron para soltar un bufido. Luego se sacudió.

—En cualquier caso, ha mantenido el pico cerrado desde su arresto. A pesar de lo que es, parece seguir siendo fiel a sus principios. Pero ha cometido el error de conservar ciertas grabaciones. Howard ha podido averiguar mucho gracias a ellas y cree que podrá desmantelar toda la organización.

»Parece ser que la posición de Jared como ministro de Industria era la llave de todo el asunto. Su padre, mi tío, había ocupado el mismo puesto antes que él y situaron a tripulaciones completas de macabeos en las naves mineras y de construcción. Los masadianos han estado entrando y saliendo de Yeltsin durante algún tiempo, Mike me ha comentado que no les resultaría difícil hacerlo si llevaban a cabo la traslación al espacio normal más allá del alcance de detección, luego podrían continuar acercándose a potencia mínima. Y, entre tanto, las tripulaciones macabeas de Jared se han estado reuniendo con ellos y sirviendo como mensajeros a Masada.

»Howard no está seguro, pero cree que esta guerra no tenía el propósito de conquistarnos militarmente, sino de engendrar pánico. De acuerdo con el testimonio de uno de los agentes de Jared, el plan era asesinarnos a Michael y a mí en lo que él pensaba que era el momento psicológicamente idóneo. Eso lo hubiera convertido en Protector, y si hubiera habido bastante miedo y confusión, podría haber pasado a ser un dictador con el pretexto de encargarse de la crisis, instante en el cual hubiera «negociado un cese de las hostilidades». Dar por finalizada la guerra sin que Masada atacara el planeta se suponía que cimentaría su poder. Después de eso, situaría a sus compinches en otras posiciones aventajadas para «reformar» el gobierno y terminar aceptando voluntariamente la línea masadiana, lo que, de forma eventual, terminaría fusionando al planeta con Endicott.

—No creo que hubiera tenido éxito —murmuró Honor.

—Yo tampoco lo creo, pero él sí y había logrado convencer a Masada. Y si hubiera tenido éxito, hubiera sido perfecto desde el punto de vista de los Fieles. Hubieran puesto sus manos en nosotros y en nuestra industria sin el daño que conlleva la lucha. Y lo primero que hubiera hecho Jared sería dar por finalizadas las negociaciones con Mantícora. Con su reino fuera del camino, Masada, que según Howard está definitivamente colaborando con Haven, hubiera sido la única en disponer de un aliado extranjero. Si su «reforma» hubiera fracasado, siempre se podrían haber servido de esa ventaja para atacar.

—Pero, señor, ¿saben los repos lo que está pasando? —La comandante Truman se inclinó tímidamente hacia el campo de comunicación y el Protector levantó las cejas al verla—. Soy la comandante Alice Truman, señor —se identificó, y él la invitó a continuar con un gesto.

—Me parece poco probable que Haven hubiera atacado una nave de Su Majestad y que se arriesgara a entrar en guerra con Mantícora para seguir una operación tan a largo plazo y poco segura. No sé, incluso si no termináramos entrando en guerra con ellos, cosa que dudo que quisieran asumir, cabrían demasiadas posibilidades de que algo saliera mal en Grayson y eso nos obligara a intervenir.

—Me temo que todavía no tenemos una respuesta para eso, comandante —respondió Mayhew, después de meditar durante un momento—. Le pediré a Howard que lo investigue. En cualquier caso, sigo sin ver que eso importe demasiado. Hemos descubierto a los Fieles y han perdido a «Macabeo». Creo que no tendrán otra opción que poner en marcha una operación militar.

—Estoy de acuerdo. —Honor se dio cuenta de que estaba, otra vez, frotándose el lado izquierdo de la cara y bajó la mano—. Si sabían la verdad, si esperaban que Macabeo probara a tener suerte, eso podría explicar por qué no han actuado todavía. Están esperando a ver qué sucede.

—Si sabían cuáles eran sus planes, entonces también sabrán que ha fracasado —dijo Mayhew y Honor enarcó las cejas. Por lo menos ambas seguían cumpliendo con su función, pero su sentido del humor mordaz desapareció cuando Mayhew continuó hablando—. Capitana, si su estrategia hubiera tenido éxito, su siguiente al mando, la comandante Truman, ¿verdad? —Honor asintió y Mayhew se encogió de hombros—. Bueno, la comandante Truman ya hubiera sacado las naves de aquí.

Alice Truman se erizó ante la presunción de que cualquier cosa la pudiera haber inducido a abandonar Grayson a su suerte.

—¿Y qué le hace pensar que hubiera sido así, señor? —preguntó con brusquedad.

—Porque la idea era culpar a la capitana Harrington de mi muerte —respondió en voz baja, y los tres manticorianos lo miraron atónitos—. Esa es la razón de que estuvieran armados con disruptores, capitana. No son armas graysonitas y, para el caso, tampoco masadianas. El plan era que su petición de reunirse conmigo fuera solo un pretexto para acercarse a mí, momento en el cual usted hubiera disparado su arma extranjera y asesinado a mis guardias y a mi familia como parte de una trama manticoriana para hacerse con Grayson. Al intentar escapar, otros miembros de seguridad la hubieran disparado.

—¡Ta copetaente loco! —El lado derecho de su cara se arrugó cuando la claridad de su habla se desvaneció, pero Mayhew pareció no reparar en eso y ella continuó con obstinación—. ¡Nadie se hubiera creído una historia así! —exclamó, esta vez con más claridad.

—No estoy tan seguro de eso, capitana —admitió Mayhew con evidente renuencia—. Es cierto que hubiera parecido una locura, pero recuerde la presión que existe ahora mismo sobre Grayson. Conmigo muerto y su cuerpo como «evidencia» podría haber creado una situación tan frenética y confusa como para ocupar el despacho y romper sumariamente las negociaciones. Si lo hubiera conseguido y hubiera informado a la comandante Truman de que sus naves ya no eran bien recibidas en el espacio de Yeltsin, ¿qué otra cosa podría haber hecho ella, salvo marcharse? Especialmente porque interpretaría la decisión de quedarse como otra «prueba» del deseo manticoriano de hacerse con la Estrella de Yeltsin.

—Tiene razón, Honor —murmuró Truman, jugando con un rizo de su cabello dorado—. Mierda. Odio admitirlo, pero tiene razón.

—Así que si sabían cuál era su horario y están controlando el sistema interno para buscar cualquier rastro de huellas de impulsión, sabrán que ha fallado —concluyó Honor.

—A menos que sean lo bastante estúpidos como para pensar que los cargueros somos todos nosotros —intervino Truman.

—Lo que no es muy probable —señaló Mayhew desde la pantalla del comunicador—. Saben cuántas naves tienen. Jared se encargó de ello… y de decirles los tipos de naves de guerra que han traído consigo.

—¡Mierda! —farfulló Venizelos sonoramente y una sonrisa cruzó de manera fugaz los labios del Protector.

—Entonces podemos esperar que inicien una operación militar dentro de poco. —Honor se dio cuenta de que estaba frotándose el lado muerto de su cara otra vez, pero en esta ocasión se permitió continuar—. Protector Benjamin, eso significa que no podemos perder más tiempo. Debo hablar con su Armada inmediatamente.

—Estoy de acuerdo y no tendrá más problemas en ese aspecto.

—¿Ha relevado ya al almirante Garret? —preguntó esperanzada.

—No exactamente. —Su ojo sano se achinó, pero Mayhew le sonrió casi de forma natural—. He conseguido que dé la cara, capitana, lo que es bastante importante teniendo en cuenta nuestro actual estado de nervios. En lugar de relevarlo, lo he destinado a la comandancia de las defensas orbitales fijas de Grayson. El comodoro Matthews ha sido ascendido a almirante y será él quien controle nuestras unidades móviles. Le he dejado muy claro que eso significa que tendrá que adaptar sus movimientos y recursos a los suyos, y me ha dicho que no tiene ningún problema con ello.

—Eso podría funcionar —dijo Honor, mientras su mente barajaba sus posibilidades—, pero el mando central seguirá siendo nuestro nodo de comunicación principal, señor, y si Garret decide no…

—No lo hará, capitana. No se atreverá a hacer nada que cualquiera aquí abajo pudiera considerar un insulto hacia usted.

Honor volvió a enarcar las cejas ante la total seguridad de su voz y, en esta ocasión, fue él quien la miró sorprendido.

—¿No ha estado usted monitorizando nuestra red de noticias, capitana?

—Señor, hace solo cuarenta minutos que salí de la enfermería.

Honor frunció el ceño, preguntándose qué relación tenían las noticias con lo que estaban hablando, luego recordó la extraña expresión de Venizelos cuando las había mencionado. Ella lo miró con intensidad y él se encogió de hombros con algo sospechosamente parecido a una gran sonrisa en los labios.

—Ya veo. —La voz de Mayhew volvió a atraer su ojo hacia la pantalla del intercomunicador—. En tal caso es lógico que no lo sepa. Espere un segundo. —Apagó el auricular, mientras se daba la vuelta para hablar con alguien, luego volvió a mirarla—. Lo que va a ver se ha estado poniendo continuamente en las redes de imágenes desde el intento de asesinato, por cortesía del sistema de vigilancia de palacio, capitana. Tengo la sospecha de que se ha visto en más ocasiones y por más personas que cualquier otra noticia en nuestra historia.

Su rostro desapareció antes de que ella pudiera preguntarle de qué estaba hablando. La pantalla quedó totalmente en blanco durante un segundo, antes de que aparecieran otras imágenes.

Una parte de su mente pensó que dejaba mucho que desear desde el punto de vista artístico, pero las imágenes eran inusitadamente claras para proceder de algo tan primitivo como una cinta de vídeo. Era la cena y se vio a sí misma inclinándose hacia el Protector y escuchándolo con atención, justo en el momento en el que Nimitz saltó de su banqueta y atacó al primer asesino.

Miró a la pantalla, horrorizada por la carnicería, cuando su imagen se lanzó desde su asiento para matar al segundo asesino. Vio caer al capitán Fox y se observó matando a su asesino, para luego girar hacia los demás que cargaban contra ella. La fuente que lanzó por los aires impactó en el líder y luego más personas cayeron en todas las direcciones cuando las balas iban de un extremo al otro de la habitación.

Sintió una oleada de terror que no había tenido tiempo de sentir cuando vio cómo los hombres se desplomaban y morían, y no pudo evitar preguntarse cómo era posible que Nimitz y ella hubieran sobrevivido a ese fuego cruzado. Luego vio su última carga desesperada cuando murió el último de los guardias del Protector. La cinta ralentizó los movimientos después de ese instante, pero no se prolongó mucho más. De hecho, el transcurso de los acontecimientos le había parecido más lento en su momento. Los cuerpos parecían alejarse volando de ella, entrevió a un enloquecido Nimitz atacando y consiguiendo quitar de en medio a otros individuos. Volvió a preguntarse qué calificación le hubieran dado sus instructores de la Academia.

Le pareció increíble haber podido sobrevivir cuando vio a Nimitz atacar con las garras a un hombre que estaba a punto de dispararle por la espalda y supo que, sin su diminuto aliado, no lo hubiera conseguido. Lo abrazó, todavía mirando a la pantalla, y él ronroneó con mayor intensidad, dejando descansar la cabeza sobre la palma de su mano.

Los asesinos muertos y lisiados estaban diseminados por el suelo cuando el equipo de seguridad se abrió camino hasta el comedor por fin, y sintió cómo su cuerpo se ponía en tensión cuando el hombre que la había atacado repitió el ejercicio una vez más. Vio cómo su imagen caía y el sudor volvió a perlar su frente cuando el disruptor la encañonó de nuevo, pero luego cayó muerto y la pantalla quedó en blanco.

El rostro de Mayhew reapareció y sonrió con firmeza.

—Eso es todo lo que se ha estado viendo en Grayson durante las últimas horas, capitana Harrington. Una cinta en la que usted salva las vidas de mi familia —concluyó él con suavidad, y la parte de su cara que todavía estaba sana se ruborizó.

—Señor, yo… —vaciló ella, pero él levantó la mano y la hizo callar.

—No lo diga, capitana. No volveré a avergonzarla repitiéndolo, pero tampoco tengo que hacerlo. Creo que esa cinta debería bastar para desacreditar cualquier argumento que asegure que usted planeó el asesinato. Y, después de verla; no creo que haya nadie en este planeta, incluyendo al almirante Garret, que se atreva a cuestionar su profesionalidad como oficial, ¿no está de acuerdo?