20
Era, desde luego, una mujer grande.
Ese fue el primer pensamiento de Benjamin Mayhew cuando a la capitana Harrington se le hizo pasar a la sala de estar, pero cambió de opinión casi en el mismo instante. No era tanto «grande» como «alta». Se alzaba por encima de su escolta y, aunque tenía la espalda ancha para ser una mujer, con la apariencia sólida y fibrosa de una persona procedente de un planeta con mucha gravedad, se movía como una bailarina y no tenía ni un gramo de grasa.
Vio al capitán Fox, el jefe de su destacamento de seguridad personal, erizándose como un terrier enfrentado con la tremenda elegancia de un borzoi, y sintió unas ganas casi incontrolables de echarse a reír. Fox había sido su guardaespaldas personal desde la juventud y reírse hubiera sido un insulto imperdonable para su extremadamente leal seguidor. Pero Honor lo superaba en al menos veinte centímetros y era evidente que para Fox era un fastidio.
Además, también estaba incómodo por la criatura de color crema y gris, de seis patas, que montaba sobre el hombro de ella. No era habitual que nadie trajera una mascota a una reunión formal de estado, no obstante el Protector había asegurado que esta no era una de esas ocasiones. Oficialmente, era solo una invitación a cenar para un oficial extranjero. Y el que aquella horrible mujer les hubiera dado un ultimátum para conseguir a la fuerza esa «invitación» estaba fuera de la cuestión, al menos oficialmente, ¡pero eso desde luego no le daba derecho a traer consigo esa criatura alienígena y espantosa, y solo Dios sabía con qué parásitos o enfermedades, ante la presencia del Protector!
Por desgracia para Fox, a la capitana Harrington le importaba muy poco la fragilidad de los graysonitas. Ni siquiera había pedido permiso para llevarse a la bestia consigo; sencillamente había aparecido con ella sobre el hombro. Mayhew había utilizado el sistema de vigilancia para ver su llegada y no había sido capaz de dejar de sonreír al observar cómo había ignorado los comentarios de Fox acerca de que la presencia del animal podría no ser muy bien recibida. Cuando había intentado insistir, ella le había lanzado ese tipo de mirada que las niñeras dedican a los niños bulliciosos. Fox se había dado por vencido, pero la química entre él y Harrington prometía hacer la velada algo más interesante.
Mayhew se levantó de su sillón cuando Fox la escoltó al otro extremo de la habitación, hasta él. A diferencia del comandante de su equipo de seguridad, había pasado seis años estudiando en el campus de Bogotá de la Universidad de Harvard en la vieja Tierra. Eso le otorgaba una experiencia de trato con las mujeres extranjeras que ningún otro graysonita podía igualar y, sin embargo, seguía perplejo por la determinación que adivinaba en Harrington. No solo era su altura o su sorprendente y poco habitual atractivo, o la elegancia con la que se movía, sino que había algo más que ayudaba a crear esa sensación.
Se detuvo, alta y erguida, vistiendo el uniforme negro y dorado, con un intrincado parche escarlata y dorado cosido en el hombro, y se quitó la gorra blanca. Mayhew reconoció el gesto de respeto, pero los de seguridad intercambiaron muecas detrás de ella cuando dejó al descubierto aquella mata extremadamente rasurada de cabello rizado. Las mujeres graysonitas no llevaban los velos como sus hermanas masadianas, pero ninguna de ellas se hubiera atrevido a vestir pantalones en público, y la tradición todavía prohibía que las mujeres se descubrieran la cabeza en presencia de los hombres. Además, jamás una mujer graysonita se cortaría el cabello tan corto.
Pero la capitana Harrington no era una mujer graysonita. Una sola mirada a esos oscuros y fríos ojos almendrados lo dejaban perfectamente claro, y Mayhew extendió la mano como se la hubiera extendido a un hombre.
—Buenas tardes, capitana Harrington. —Sonrió de forma irónica—. Ha sido muy amable aceptando mi invitación.
—Gracias, Protector Mayhew. —Su apretón era firme, aunque él tenía la impresión de que medía su fuerza con cuidado, y su voz de soprano era sorprendentemente suave y dulce. Se sentía admirado por su seriedad, pero creyó ver una fugaz vacilación en sus ojos oscuros—. Ha sido muy generoso invitándome —añadió, y vio cómo sus labios temblaban.
—Sí, bueno, me pareció apropiado, dadas las circunstancias.
Ella inclinó la cabeza a modo de gratitud y él hizo un rápido gesto para pedirle que le acompañara. Se situó a su lado y caminó con una zancada lenta y serena para igualar la dada por las piernas más cortas de él. Él miró hacia arriba, a su rostro.
—Creo conveniente presentarle a mi familia antes de que cenemos, capitana —explicó—. Mi hermano menor, Michael, está especialmente interesado en conocerla. Es licenciado por la Universidad de Anderman en Nuevo Berlín, pero espera realizar sus prácticas en Mantícora si nuestras negociaciones prosperan.
—Espero que lo consiga, Protector. —El tono de Harrington parecía indicar que sabía que Michael, al igual que Mayhew, había mantenido contacto con mujeres independientes. Desde luego, pensó el Protector sonriendo para sí, esa no era la única razón de que Michael quisiera conocerla.
Caminaron por el pasillo hacia el comedor, y dos de los hombres de Fox se adelantaron para situarse a ambos flancos de la puerta. Los otros cuatro acompañaron a su capitán y al Protector a través del umbral y se colocaron en las esquinas de la inmensa habitación. Estaban acostumbrados a ser discretos y Harrington no demostró sentirse incómoda por su vigilante presencia. Fox le dedicó una última mirada resentida antes de Ocupar su lugar junto a la silla del Protector, al mismo tiempo que se les unía el resto de la familia.
—Permítame que le presente a mis esposas, capitana Harrington —dijo—. Esta es mi primera esposa, Katherine.
Katherine Mayhew era una mujer pequeña, incluso para los estándares graysonitas. Al lado de Harrington era diminuta. Pero combinaba la elegancia de una esposa tradicional graysonita con una inteligencia de primera clase, y su poco tradicional marido la había incentivado de forma activa a proseguir un estudio privado que la hubiera hecho idónea para estudiar media docena de licenciaturas en cualquier universidad extranjera. Alzó la mirada hacia la visitante y le ofreció la mano sin vacilar.
—Señora Mayhew —respondió Harrington, estrechándole la mano con seriedad.
—Y esta es Elaine —continuó Mayhew, presentando a su segunda esposa.
Estaba claro que Elaine Mayhew estaba embarazada y estrechó la mano de la capitana con menor fuerza que Katherine, pero se relajó cuando Harrington le sonrió.
—Señora Mayhew —repitió.
—Me temo que nuestras hijas ya están acostadas —siguió hablando el Protector—, pero déjeme que le presente a mi hermano Michael, que algún día pasará a ser la cabeza de la familia Mayhew.
—Capitana Harrington. —Michael Mayhew era más alto que su hermano pero, aun así; era considerablemente más bajo que la invitada. Era, además, doce años más joven y estaba loco por la Armada. Sonrió de manera infantil—. Espero, capitana, que me enseñe su nave antes de regresar a Mantícora.
—Estoy segura de que podremos arreglarlo, Lord Mayhew —respondió ella, con una sonrisa fugaz, y Mayhew sacudió la cabeza cuando los sirvientes empezaron a materializarse.
—Ya veo que tiene un converso, capitana —dijo con suavidad, sonriendo hacia su hermano, y Michael se sonrojó.
—Espero no haberle parecido demasiado insistente, capitana —empezó—, pero…
—No se disculpe, Lord Mayhew —lo interrumpió Harrington, mientras tomaba asiento. Obedeciendo al gesto del Protector, un sirviente colocó una banqueta alta y sin respaldo junto a ella, luego se retiró con más prisa que dignidad cuando la capitana dejó al ramafelino sobre la misma—. Me encantará enseñársela personalmente, si las circunstancias lo permiten. Estoy bastante orgullosa de ella.
—¡Estoy seguro! —Exclamó Michael con envidia—. He leído todo cuanto he podido sobre las de su clase, pero el primo Bernie dice…
Se calló de pronto, la infelicidad se hizo evidente en su rostro y Harrington le sonrió con tristeza.
—Lamento no haber llegado a conocer bien al contraalmirante Yanakov, Lord Mayhew, pero el embajador Langtry me ha dicho que el almirante Courvosier y él se habían hecho buenos amigos. Sé que el almirante Courvosier lo respetaba mucho, y espero que tengamos la ocasión de que suba a bordo para que pueda juzgar las capacidades del Intrépido por sí mismo.
El Protector se echó hacia atrás, permitiendo así que los sirvientes vertieran vino en todas las copas, y asintió para sí. La voz de Harrington no llevaba implícitas ni la estridencia, ni el desafío que había medio temido encontrarse cuando se enteró de su «ultimátum». Había tenido la sospecha, o quizá la esperanza, de que el temor que albergaba el Consejo acerca de que pudiera marcharse y abandonarlos era exagerado; ahora estaba seguro de ello.
Los sirvientes terminaron de poner los aperitivos delante de cada plato y Mayhew inclinó la cabeza para dar gracias… y no solo por la comida.
La tensión interna de Honor se fue desvaneciendo a medida que avanzaba la velada. La familia de su anfitrión parecía estar relajada, a pesar de los guardias que vigilaban en las esquinas y del capitán de seguridad con cara de amargado que se cernía por encima del hombro del Protector. Sabía que a la reina Elizabeth la protegían con el mismo celo, aunque la base tecnológica de Mantícora conseguía que la presencia de sus guardaespaldas fuera mucho menos evidente. No era una forma de vida que a ella le hubiera gustado, pero suponía que era la clase de inconveniente a la que cualquier gobernante tenía que acostumbrarse por muy querido que fuera.
Y sin embargo, a pesar de los guardias, aquella gente parecía no sentirse en absoluto amenazada por su presencia. El Protector era más joven de lo que esperaba, al menos diez años menor que ella, teniendo en cuenta la ausencia del tratamiento de prolongación en Grayson, pero su interesante conversación no ocultaba ni su determinación ni su autoridad. Su hermano, por otro lado, era alguien a quien Honor entendía perfectamente. Había conocido veintenas de jóvenes como él en la isla de Saganami.
Pero eran las esposas del Protector las que realmente la habían sorprendido. Sabía que Benjamín y Michael Mayhew habían acudido a colegios extranjeros, pero no tardó en darse cuenta de que Katherine Mayhew estaba mucho mejor educada que ella, por lo menos en cuestiones no técnicas. Elaine era más joven y tendía a estar en desacuerdo con su diminuta compañera; además, estaba claro que era la más tradicional de las dos, no obstante se expresaba igual de bien. Eso era alentador después de las experiencias que había vivido Honor, y aunque no tenía idea de cómo sería la vida familiar típica del Protector, empezaba a sospechar por qué el almirante Courvosier Había intimado tanto con el almirante Yanakov, a pesar del trato que le había dispensado a ella.
Estaba claro que su anfitrión había decidido que los negocios, y cualquier otro asunto potencialmente desagradable, podrían esperar hasta después de la cena. La conversación fluía de forma amistosa mientras ingerían aquellos abundantes alimentos, pero se limitaba sobre todo a las diferencias entre Grayson y Mantícora. Lord Mayhew y Elaine Mayhew se quedaron estupefactos cuando pidió un plato para Nimitz. El capitán de seguridad parecía estar a punto de estallar, pero Lord Mayhew y su cuñada se turnaron para ir dándole pedazos al ramafelino… que, por supuesto, aceptó debidamente. Se estaba comportando con sus mejores modales. Incluso cuando Elaine descubrió su afición por el apio, consiguió devorar los crujientes palitos limpiamente a pesar de sus dientes de carnívoro. Y el que se sintiera tan cómodo entre aquella gente era un elemento tranquilizador. Honor lo había traído consigo en parte para llamar la atención, pero sobre todo por su sentido empático, porque había aprendido a confiar en él hacía tiempo como en un barómetro que midiera las emociones de los demás.
Por fin terminaron de cenar. Los sirvientes se retiraron, dejando solos a la familia del Protector, a su invitada y a los guardias. Mayhew se echó hacia atrás en su silla y la miró pensativo.
—¿Por qué tengo la sensación, capitana Harrington, de que la, eh, persuasión que utilizó para «sugerir» esta reunión era un poco… exagerada?
—¿Exagerada, señor? —Preguntó Honor con inocencia—. Bueno, quizá lo fuera. Por otro lado, pensé que necesitaría un buen argumento para captar su atención.
El capitán Fox tenía el gesto impasible de aquellos acostumbrados a escuchar conversaciones privadas que no eran asunto suyo, pero frunció los labios.
—Le puedo asegurar que encontró uno muy bueno —respondió Mayhew con frialdad—. Y ahora que lo tiene, ¿qué es lo que puedo hacer por usted?
—Muy simple, señor —continuó Honor, cogiendo al toro por los cuernos—: para poder emplear mi escuadrón para defender su planeta satisfactoriamente, necesitaré la cooperación de su alto mando. Independientemente de lo hábiles y decididos que sean sus comandantes, no están, sin embargo, familiarizados con las capacidades de mis naves para hacer el mejor uso de ellas.
—Entiendo. —Mayhew la miró durante un momento, luego enarcó una ceja—. ¿Debo suponer por lo que ha dicho que se le ha negado esa cooperación?
—Sí, señor, así es —respondió ella, sin andarse con rodeos—. El almirante Garret me ha asignado un magnífico oficial de enlace, el comandante Brentworth, pero ignoro cuál es la fuerza naval que les queda y nos ha dado unas órdenes que infravaloran las capacidades de mis naves.
—¿Que les ha dado órdenes? —Había un tono amenazador en la voz de Mayhew, y Honor dudaba de que fuera solo su imaginación.
—Sí, señor. Para ser justa con él, creo que pensó que yo pondría mis naves a su servicio cuando informé a su gobierno, a través del embajador Langtry, de mi intención de ayudar en la defensa de Grayson.
—¿Y era eso lo que pretendía?
—Supongo que sí, hasta el punto de integrarlas en un plan coordinado de defensa. El plan que él desarrolló, sin embargo, me parece bastante utópico y se ha negado a discutirlo conmigo.
—¿¡Después de todo lo que el almirante Courvosier y el Madrigal han hecho por nosotros!? —estalló Lord Mayhew. Miró con furia a su hermano—. ¡Te dije que Garret no sabría diferenciar su culo del codo, Ben! Sabe cuánto necesitamos las naves de la capitana Harrington si tenemos la esperanza de sobrevivir a un enfrentamiento, pero no lo aceptará si eso significa que tiene que acatar las órdenes de una mujer. El primo Bernie siempre decía…
—Sí, Mike, ya lo sé —le interrumpió Mayhew y miró directamente a Honor—, ¿debo suponer entonces, capitana Harrington, que el verdadero motivo de esta reunión era pedirme que ordenara al almirante Garret que coopere con usted?
—Sí, señor, más o menos —respondió.
—Me da la impresión de que es más «más» que menos. —El Protector apoyó cómodamente el codo derecho en el brazo de la silla—. Si le ordeno que coopere supongo que obedecerá, por lo menos oficialmente, pero no va a olvidar que pasó por encima de su cabeza para conseguirlo, capitana.
—Protector Benjamín —empezó Honor con un tono sereno—, lo que haga dentro de su Armada no es asunto mío. Mi único propósito es el de defender este planeta de acuerdo con el que creo es el deseo de mi reina. Para conseguirlo, necesito la cooperación que he pedido. Si el almirante Garret me la da, estaré completamente preparada para trabajar con él.
—Pero él no está preparado para trabajar con usted. Me temo que mi hermano impetuoso y bocazas tiene razón respecto a eso, lo que significa que tendré que relevarlo.
Honor sintió un estremecimiento interno de alivio.
—Conoce al almirante mejor que yo, señor —se limitó a decir con voz pausada.
—Sí, así es. Y es una lástima que esté tan apegado a sus principios. —El Protector se frotó la mejilla y luego asintió—. Muy bien, capitana, el almirante Garret dejará de ser un problema. —Miró a su hermano—. Tú eres el que estás más informado de los asuntos navales, Mike. ¿Quién es el siguiente oficial de rango superior que nos queda?
—¿Con experiencia en el mando o en general?
—Con experiencia en el mando.
—El comodoro Matthews, a menos que quieras sacar a alguien de la jubilación —respondió Lord Mayhew sin vacilar—. Es bueno, Ben. —El joven Mayhew sonrió casi de forma tímida hacia Honor—. No tendrá problemas trabajando con él, señora.
—Entonces será el comodoro Matthews —concluyó el Protector. Benjamin y, a pesar de sí, Honor suspiró aliviada. Mayhew la oyó y sonrió—. Sospecho que no está usted muy acostumbrada a los puntos críticos de la diplomacia, capitana Harrington.
—No, señor, desde luego que no —respondió ella con franqueza.
—Bueno, lo ha hecho bastante bien —le dijo—. De hecho, y considerando nuestra situación actual, puede haberlo hecho mejor de lo que cree. —El capitán Fox emitió un sonido leve y el Protector le sonrió—. Tranquilízate, Fox —se burló—. Aquí no hay espías del Consejo.
Fox cambió la cara de póquer para lanzar al Protector una mirada casi recriminatoria, luego miró con enojo a Honor y volvió a recuperar la compostura junto a la silla de Mayhew.
—Dígame, capitana —continuó Mayhew con suavidad—, ¿por casualidad ha estudiado la historia de la vieja Tierra?
—¿Perdone, señor? —Honor se sorprendió ante la pregunta y se encogió de hombros—. No soy ninguna autoridad, la verdad.
—Yo tampoco lo era hasta que mi padre me envió a Harvard, pero usted me recuerda mucho al comodoro Perry. ¿Sabe usted de quién le hablo?
—¿Perry? —Honor meditó durante un momento—. ¿El… el comandante americano en la batalla del Lago Champlain?
—El Lago Erie, creo —la corrigió Mayhew—. Pero ese fue Oliver Perry. Yo me refería a su hermano Matthew.
—Oh, entonces me temo que la respuesta es no, señor.
—Qué lástima. Lamento decir que era un poco pedante, pero también consiguió arrastrar al imperio de Japón, entre patadas y gritos, fuera de su aislamiento en el siglo cuarto antes de la Diáspora. De hecho, fue después de estudiar Japón que llegué a interesarme por Perry, aunque las diferencias entre este país y Grayson son bastante evidentes. Ellos querían que se los dejara en paz, mientras que nosotros nos hemos pasado los dos últimos siglos queriendo que alguien, ¡cualquiera!, nos «arrastrara» al presente. En cualquier caso, sospecho que usted nos impactará tanto como Perry a ellos. —Sonrió levemente—. Confío en que podamos evitar caer en algunos de sus peores errores, y le puedo asegurar que los cometieron grandes, pero las consecuencias sociales y domésticas pueden ser mucho más importantes que las militares y tecnológicas.
—Entiendo. —Honor lo miró con cautela—. Espero que no crea que esas consecuencias serán negativas, señor.
—Todo lo contrario —aclaró Mayhew, al mismo tiempo que se abría la puerta del comedor y dos hombres de seguridad uniformados se quedaban de pie en la antesala. Levantó la vista para mirar con curiosidad a los recién llegados que avanzaban hacia el capitán Fox. Una segunda pareja de hombres los siguió hacia el interior del comedor—. Creo que serán muy positivas, aunque quizá nos lleve algún tiempo…
Fox frunció el ceño con la llegada de los hombres, pero se relajó cuando uno de ellos le entregó un despacho. Extendió la mano para cogerlo… y, de pronto, Nimitz salió catapultado de su banqueta, gruñendo intensamente.
Honor giró la cabeza con rapidez, al tiempo que el ramafelino aterrizaba sobre la espalda del guardia que estaba más próximo a ella. El guardia aulló cuando las garras del ramafelino se hundieron en sus hombros hasta llegar al hueso, y su aullido se transformó en un grito de pura y terrorífica agonía cuando los miembros superiores de Nimitz rodearon su cabeza y los dedos, afilados como cimitarras, se clavaron en las cuencas de sus ojos.
Sangre y otros fluidos chorrearon por las mejillas del aullante guardia, que levantó las manos con frenesí hacia su atacante. Pero los sonidos que emitía murieron con un horrible y silbante gorgoteo cuando las manos con garras de los miembros medios del ramafelino le abrieron la garganta en canal, seccionándole hasta la columna.
Y, mientras el muerto caía a plomo como un árbol, el gato se alejaba ya de él dando un salto mortal en el aire. Su gruñido ensordecedor se hizo incluso más intenso cuando aterrizó sobre el segundo recién llegado. Con sus seis patas lo atacó, haciendo jirones su carne. Fox y sus hombres lo miraron horrorizados. Se habían quedado asombrados al ver cómo su cuerpo de sesenta centímetros se desenrollaba desde el hombro de Honor, pero era esbelto y flexible como un hurón, y no se habían dado cuenta de que pesaba más de nueve kilos de hueso y duro músculo. Realmente no era culpa suya, Honor se había acostumbrado tanto a su peso con el transcurso de los años que casi no la molestaba y, claro, los demás tampoco habían tenido en cuenta lo fácil que le resultaba llevarlo a cuestas gracias a sus músculos esfinginos.
En cualquier caso, habían creído que solo se trataba de una mascota, sin advertir lo poderoso y armado que estaba. Por ende, tampoco se habían percatado de lo inteligente que era, y la inesperada carnicería los dejó estupefactos. Pero eran guardaespaldas entrenados, responsables de la seguridad de la cabeza de estado y sus manos se precipitaron a las armas mientras el animal corría enloquecido.
El capitán Fox agarró al Protector sin ceremonias, tirándolo fuera de la silla por la fuerza y dejándolo tras de sí, al mismo tiempo que corría a buscar su arma. Lord Mayhew se echó hacia atrás cuando la sangre del hombre muerto salpicó el mantel y le chorreó encima, pero también él reaccionó con una rapidez admirable. Cogió a sus dos cuñadas, tiró de ellas hasta dejarlas debajo de la mesa y las protegió poniendo su cuerpo delante.
Honor lo vio todo desde un punto de vista periférico. Siempre había sabido que Nimitz podía sentir las emociones que ella sentía, pero no se había dado cuenta de que ella también podía sentir las de él.
En esta ocasión sí se dio cuenta, y cuando percibió las sensaciones del «destacamento de seguridad» a través del ramafelino, saltó de su silla como accionada por un resorte. Con la palma de la mano golpeó al recién llegado que estaba más próximo al Protector y el cartílago se quebró con un sonido espantoso cuando le hundió la nariz en el cerebro. Al mismo tiempo, su compañero dejó caer el despacho, levantó la mano libre y disparó a bocajarro al pecho del capitán Fox.
La pistola de mano emitió un zumbido y el ruido de un hacha clavándose en un tronco, y el capitán de seguridad voló hacia atrás, sin que le hubiera dado tiempo a sacar del todo su arma. Su cadáver golpeó a Mayhew y lo derribó sobre la alfombra, y la mente de Honor le dio la alarma al reconocer el sonido de un disruptor sónico extraplanetario.
Se precipitó hacia delante, cogió al asesino por la nuca con una mano y se puso delante de él para cogerle el arma antes de que pudiera disparar a Mayhew. No pudo alcanzar la pistola pero sí la muñeca, y él la dejó caer con un aullido de dolor cuando la capitana le clavó los dedos. Hizo presión con la mano con la que le rodeaba el cuello y él la miró con ojos incrédulos cuando lo lanzó por el aire y lo hizo aterrizar encima de la mesa con un duro golpe. Los fragmentos de los platos saltaron y la cristalería se hizo pedazos. Sus ojos se salieron de las cuencas y la sorpresa se convirtió en agonía cuando ella le golpeó con el codo. Lo hizo en el plexo solar como si fuera un yunque, acompañado de todo su peso y fuerza, y se alejó de él, dejándolo morir cuando sus pulmones y su corazón dejaron de funcionar.
La segunda víctima de Nimitz ya había caído; gritaba tirada en el suelo, al tiempo que se agarraba los jirones despedazados de su rostro. Pero todavía podían oír el sonido zumbante de los disparos del disruptor en el pasillo, acompañado del crujido monótono y explosivo de un arma corriente. Una horda de nuevos hombres de «seguridad» cargó por la puerta, todos ellos armados con disruptores, y Honor agarró una pesada bandeja de metal de la mesa. Voló hacia el otro extremo de la habitación, con tanta precisión como el frisbee de Nimitz pero mucho más peligroso, y la cabeza del intruso que lideraba al grupo se separó en una orgía de sangre del resto del cuerpo. Cayó al suelo, derribando al hombre que venía detrás y confundiéndolos a todos durante un segundo, y entonces el caos reinó cuando los guardaespaldas del Protector se dieron cuenta de pronto de quiénes eran los auténticos enemigos.
Los disparos tronaron en el comedor, las balas se cruzaban con las intensas descargas de los disruptores. Los cuerpos caían a un lado y al otro y, aparte de aquellos que manipulaban las sofisticadas armas, Honor no tenía forma de saber quién era amigo y quién enemigo.
Pero Nimitz no estaba impedido por la confusión. El gruñido estridente de su canto de batalla reverberaba en sus oídos cuando se tiró a la cara de otro asesino, que lo vio venir como algo peludo y con seis patas. Su víctima cayó entre alaridos y el hombre que estaba a su lado giró el arma hacia el ramafelino, pero Honor se precipitó por la alfombra hasta él. Lanzó una patada recta con la pierna derecha y la bota se hundió en el hombro del rival, rompiéndolo al instante; con un golpe como el de un martillo, le aplastó la laringe.
Todos los guardaespaldas de los Mayhew habían caído, pero también otros tantos asesinos. Honor sabía que había demasiados y que solo quedaban con vida Nimitz y ella. Tenían que mantener la entrada cerrada para apartar al enemigo del Protector y su familia tanto tiempo como le fuera posible.
Los asesinos tenían que saber que ella estaría allí, pero se habían confiado porque era solo una mujer. No estaban preparados para su tamaño, su fuerza y su entrenamiento, o para aquel caos violento que no se parecía en absoluto a un holodrama. Las artes marciales reales no eran así. El primer golpe preciso para abrirse camino solía terminar con una muerte o una incapacitación, y cuando Honor Harrington golpeaba a un hombre, ese hombre caía definitivamente.
Oyeron más pisadas en el pasillo, seguidas de nuevos disparos y un tumulto mayor cuando la seguridad de palacio reaccionó ante la violencia, pero los asesinos que quedaban estaban entre Honor y los refuerzos. Se giró y rodó, sacando las piernas de debajo de otros dos hombres, saltó y se puso en pie y lanzó una patada hacia atrás a un rostro descubierto y desprevenido. Una ráfaga de disruptor la pasó rozando y los nudillos, duros como el acero, se hundieron en la garganta del hombre que había disparado. Nimitz aulló detrás de ella al causar otra baja, y Honor le aplastó la rodilla con una patada lateral a otro hombre. Este disparó con frenesí mientras caía, matando a uno de sus compañeros, y ella le pisó la mano, rompiéndosela, antes de girarse para enfrentarse con otro enemigo. Le rodeó el cuello con un brazo, giró sobre su punto de equilibrio, se inclinó de forma agresiva y el sonido de las vértebras quebrándose fue como otro disparo, al tiempo que lo lanzaba por los aires para alejarlo.
Gritos y alaridos y más disparos se hicieron eco en el pasillo, y los asesinos se giraron hacia Honor con furia y pánico, mientras los que estaban detrás se volvían para enfrentarse con los refuerzos. Alguien frenético le apuntó con un disruptor, pero ella consiguió hacerle perder el arma con un golpe de la mano, lo cogió por el cuello y le pegó un rodillazo en la cara. Los huesos crujieron y se rompieron, la sangre empapó la pernera de sus pantalones y se giró hacia otro rival cuando, por fin, los auténticos guardias de seguridad consiguieron abrirse camino hasta la puerta.
Un mazo la golpeó en la cara. Pudo oír el aullido de furia y angustia de Nimitz cuando la fuerza del impacto la arrojó a un lado, haciéndola girar en el aire como una muñeca de trapo, pero todo lo que podía sentir era el dolor, el dolor, el dolor. Y luego aterrizó sobre el costado de su rostro y rebotó hasta quedar boca arriba.
El dolor desapareció y solo quedó el entumecimiento y el recuerdo del mismo. Tenía el ojo izquierdo cegado y con el derecho podía ver, aunque impotente, al hombre que la había golpeado levantando su disruptor hacia ella con un gruñido de satisfacción. Vio el arma moviéndose a una terrorífica cámara lenta, alineándose para disparar finalmente a la diana y, de pronto, el pecho de su potencial asesino estalló.
Cayó encima de ella, empapándola con la sangre humeante, y Honor giró la cabeza con debilidad, casi al borde del desmayo. Lo último que vio fue a Benjamín Mayhew armado con la pistola del capitán Fox, aún humeante en su mano.