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El Intrépido aminoró hacia el hiperlímite de Yeltsin una vez más y, en esta ocasión Honor Harrington aguardaba la traslación con un estado de ánimo completamente diferente.

Alistair tenía razón, pensó, sonriendo hacia su pantalla. El Trovador volaba a medio segundo luz por delante del Intrépido e incluso su código de luz parecía inequívocamente feliz consigo mismo. Parte de esa satisfacción derivaba del placer desdeñoso que sentían las latas cuando las naves más pesadas volaban tras su estela, pero esta vez había algo más. Lo cierto era que todo el escuadrón viajaba con una nueva determinación.

Una fracción de ella era consecuencia de la alegría que sentían por estirar las piernas. Cuando por fin habían entregado a los mercantes que tanto les habían retrasado, las naves de Honor habían regresado de Casca por el interior de la banda eta, y la sensación de liberación había sido incluso mayor porque hasta entonces no se habían dado cuenta de lo lentos que iban en el viaje de ida.

Pero eso solo explicaba parte del ánimo de su gente. El resto era el resultado de las conversaciones que había mantenido con Alistair y Alice Truman; las conversaciones de cuyo contenido se había asegurado que fuera conocido por todos los compañeros de las naves.

Se había quedado pálida cuando Venizelos llevó a la alférez Wolcott a su camarote. La experiencia de la muchacha había cristalizado su determinación de una manera que los insultos que ella misma había recibido no habían podido conseguir. A partir de ese momento, había puesto en marcha una investigación en las tres naves para averiguar de qué más no le habían informado. El resultado fue bastante grave. Muy pocas mujeres de su personal habían sufrido una experiencia tan humillante y sin embargo, cuando empezó a hacer preguntas, varias decenas hablaron y tuvo la sospecha, no sin una sensación de vergüenza, de que habían guardado silencio por las mismas razones que Wolcott. No había reunido el ánimo necesario para pedirle a la alférez que concretara lo que le había ocurrido, pero su intenso rubor y los rodeos con los que describía lo que el graysonita había dicho de Honor, lo decían todo. La capitana tenía la esperanza de que la alférez no se hubiera resistido a mencionar el hecho por temor a que Honor pudiera culpar a la mensajera del contenido del mensaje, pero si Wolcott había sentido o no miedo de ella, estaba claro que su propia resistencia a poner las cosas en su lugar era en parte la culpable del silencio generalizado. Lo que había aguantado había disuadido a Wolcott y a otras de contar la verdad, bien porque había demostrado que podía soportar una presión mayor que ellas (y porque esperaba que hicieran lo mismo) o porque se figuraron que si ella no se defendía, tampoco las protegería.

Honor sabía que la sensación de haber fracasado era la que hacía que su rabia fuera tan intensa, pero había hecho una labor excelente y deliberada para enfocar ese enojo desde entonces. Y aunque sabía que gran parte era culpa de su actitud, estaba segura de que nada de ello hubiera ocurrido si los graysonitas no fueran un puñado de fanáticos, machistas y cretinos xenófobos. Su lógica le decía que tenía que haber al menos unos pocos oficiales graysonitas que no hubieran dado rienda suelta a sus prejuicios; pero emocionalmente ya no le importaba ese detalle. Su gente había soportado suficiente. Ella había aguantado bastante. Había llegado el momento de poner a los graysonitas en su sitio, y sentía el fiero apoyo de su tripulación.

Nimitz emitió un suave sonido de conformidad desde la parte trasera de su silla y ella levantó la mano para rascarle la cabeza. Él apresó su pulgar y lo mordisqueó cariñosamente con sus colmillos afilados como agujas. Ella volvió a sonreír, se recostó y cruzó las piernas, mientras DuMorne se preparaba para iniciar la traslación.

—Vaya, eso es peculiar —murmuró el teniente Carstairs—. Recojo tres huellas de impulsores delante de nosotros, capitán, a una distancia aproximada de dos-punto-cinco segundos luz. Nuestros vectores son convergentes y parecen NLA, pero no concuerdan con el perfil de datos graysonita.

—¿Eh? —El comandante McKeon levantó la mirada—. Pásalo a mí…

No concluyo la frase porque Carstairs se anticipó a sus órdenes y transfirió los datos al repetidor táctico de la silla de mando. A McKeon no le agradaba particularmente su oficial táctico, pero a pesar de su fría impertinencia, Carstairs era muy bueno en lo que hacía.

—Gracias —le agradeció y luego frunció el ceño.

La identificación de su oficial tenía que ser exacta. Las cuñas de impulsión eran demasiado pequeñas y débiles para ser otra cosa que NLA, ¿pero qué estaban haciendo allí en medio, detrás del cinturón de asteroides? ¿Y por qué no les decían nada? Pasarían otros dieciséis minutos antes de que una transmisión hecha desde Grayson pudiera llegar al Trovador, pero las NLA estaban a un tiro de piedra y su rumbo convergía directamente.

—¿Max?

—¿Señor?

—¿Tienes idea de qué pueden estar haciendo esos aquí fuera?

—No, señor —respondió el teniente Stromboli—. Pero puedo decirle una cosa extraña, he estado comprobando el cuadro astronavegador y he visto que sus impulsores ni siquiera estaban activos hasta hace cuarenta segundos.

—¿Solo cuarenta segundos? —El ceño de McKeon se arrugó más aún. Las NLA eran objetivos muy pequeños para un radar, así que no resultaba sorprendente que el Trovador no las hubiera detectado si sus impulsores estaban apagados. Pero las huellas de los impulsores del escuadrón deberían haber saltado a la vista, incluso en los sensores graysonitas. Si las NLA querían reunirse con ellos, ¿por qué habían esperado nueve minutos para encender sus cuñas?

—Sí, señor. ¿Se da cuenta de lo baja que es su velocidad base? Estaban estacionados por el cinturón y luego, de pronto, se pusieron en marcha. —Una línea verde apareció en el cuadro de McKeon—. ¿Ve el recorrido? —Un cursor se iluminó junto a un arco en forma de horquilla y McKeon asintió—. Empezaron a alejarse de nosotros a su máxima aceleración, luego cambiaron de opinión y cambiaron de rumbo a más de ciento setenta grados en nuestra dirección.

—¿Confirma eso, Táctica?

—Sí, señor. —Carstairs sonaba un tanto enojado consigo mismo por permitir que el astronavegador diera la información primero—. El encendido de sus impulsores fue lo que atrajo mi atención al principio, capitán.

—Hum. —McKeon se frotó la punta de la nariz, imitando de manera inconsciente uno de los hábitos de reflexión favoritos de Honor. El Trovador estaba alcanzando los veintiséis km/s y ganaba velocidad desde la traslación. La velocidad de acercamiento era algo más elevada, teniendo en cuenta que las NLA habían dado la vuelta para encontrarse con ellos, pero seguía sin entender lo que pretendían.

—¿En qué se diferencian de su informe, Táctica?

—En casi todo, capitán. La potencia de su cuña es demasiado alta y la velocidad de frecuencia del pulso de su radar es un nueve por ciento más baja. Sé, señor, que todavía no hemos visto todo lo que tiene Grayson, pero no tengo nada sobre NLA con esta clase de masa, y mucho menos detalles sobre la capacidad de sus sensores.

—Bueno, quizá no las hayamos visto antes, pero las NLA son intrasistema —pensó McKeon en voz alta—, así que lo lógico sería que fueran de Grayson. No obstante, no dejo de preguntarme por qué nunca las mencionaron. —Se encogió levemente de hombros—. Radio, pregunte a la capitana Harrington si quiere que lo investiguemos.

* * *

El comandante Isaiah Danville estaba sentado inmóvil en el puente, silencioso como la muerte, del Bancroft. Podía percibir el temor de su tripulación, pero quedaba disimulada bajo la resignación y la aceptación y, en cierto sentido, su desesperación podía hacerlos ser más eficaces. Los hombres que sabían que iban a morir cometían menos errores por el deseo de sobrevivir.

Danville se preguntaba por qué Dios había escogido matarlos a todos de aquella manera. Un hombre de fe no podía cuestionar la voluntad del Todopoderoso, pero le hubiera sido de gran ayuda saber por qué había decidido situar a su pequeño escuadrón en el camino de los invasores. Si hubieran estado en cualquier otro lugar, podrían haber permanecido estacionados con los impulsores apagados. Siendo esta la situación, sería inevitable que los vieran. Y puesto que les sería imposible sobrevivir…

—¿Distancia? —preguntó en un susurro.

—Bajando a seiscientos mil kilómetros, señor. Entrarán dentro del alcance de nuestros misiles en treinta y dos segundos.

—Esperen —casi murmuró Danville—. No disparen hasta que dé la orden. Queremos que se acerquen más.

* * *

La frente de Honor se arrugó. Tenía a las NLA en sus sensores y estaba tan confundida por su presencia como lo estaba Alistair.

—¿Alguna reacción, Andy?

—Son solo NLA, señora —respondió Venizelos—. Tampoco son gran cosa, pero he estado repasando el informe militar que nos dieron los graysonitas. No aparecen en él, y me sentiría mejor si lo hicieran.

—Yo también. —Honor se mordisqueó la parte interior del labio. Existían muchas razones por las que los graysonitas hubieran pasado por alto añadir una sola nave de guerra ligera al informe, pero mentiría si dijera que sabía qué podían estar haciendo las NLA tan fuera del sistema—. Llámelos, Radio.

—Sí, señora. Llamándolos ahora. —La teniente Metzinger retransmitió la llamada y luego se sentó a esperar. Transcurrieron cuatro segundos, cinco, diez. Ella se encogió de hombros—. No hay respuesta, señora.

* * *

—Nos están llamando, capitán. —El oficial de comunicaciones del Bancroft parecía más sereno de lo que Danville imaginaba que estaría realmente—. Su llamada confirma la identificación de Táctica. ¿Debo responder?

—No. —Danville arrugó los labios. De modo que era la fuerza de escolta manticoriana y la puta de su comandante. Todo aquello tenía cierta gracia. Si Dios había decidido que era la hora de que sus hombres murieran, ¿qué mejor forma tendrían de hacerlo que atacando a una mujer que blasfemaba contra la voluntad de Dios asumiendo el papel de un hombre?

—Puede que sospechen si no respondemos, señor. —La voz de su segundo era demasiado baja como para que nadie más pudiera oírlo—. ¿No cree que sería buena idea intentar engañarlos?

—No —respondió Danville en el mismo tono callado—. No pudimos recuperar una cantidad suficiente de sus códigos de seguridad como para evitar que nos descubran. Es mejor darles un rompecabezas que no puedan resolver que una pista clara de lo que ocurre.

El segundo asintió y Danville mantuvo sus ojos en el cuadro. Los manticorianos tenían más alcance que él y sus defensas eran mejores… pero ninguna de ellas estaba activada y ya estaban dentro del alcance máximo de sus misiles a reacción. La tentación de disparar era muy grande, pero volvió a desdeñarla a sabiendas de que tendría que esperar que se acercaran lo más posible. Se recordó que habían estado fuera del sistema lo bastante como para no saber lo que había ocurrido. No, tratarían de volver a ponerse en contacto con él, intentarían averiguar por qué no respondía y cada segundo que se demoraban los acercaba trescientos treinta kilómetros a sus misiles.

* * *

—Contacte con el comandante McKeon —pidió Honor con el ceño fruncido y Alistair McKeon apareció en su pantalla de comunicaciones.

—No sé lo que está ocurriendo —le dijo sin preámbulos—, pero será mejor que eches un vistazo.

—Sí, señora. Seguramente se deba a un fallo en las comunicaciones. Todavía aceleran hacia nosotros, así que lo más probable es que quieran establecer contacto.

—Tendría que ser algo muy drástico para que hubiera afectado a las comunicaciones a bordo de los tres. Llámalos otra vez cuando alcances un segundo luz.

—Sí, señora.

* * *

—El destructor nos está llamando, señor.

El oficial de comunicaciones tenía, en esta ocasión, un tono seco y agobiado, y Danville no lo culpaba. El Trovador había aumentado unos cuantos km/s2 su aceleración en línea directa al Bancroft y la distancia había bajado a un segundo luz. Eso era mucho más cerca de lo que se había atrevido a desear que Dios les permitiera. De hecho, el destructor había entrado dentro del alcance de energía y todavía no había señales de que tuviera ninguna sospecha. Incluso los cruceros estaban dentro del alcance efectivo de los misiles de las NLA.

—Espere, teniente Early —dijo con mucha formalidad, aunque su tono de voz era menos sereno de lo que hubiera deseado—. Atacaremos al destructor con nuestros láseres. Lance sus misiles sobre los cruceros.

Su oficial táctico transmitió las órdenes por el canal de comunicaciones del escuadrón y Danville se mordió el labio. «Acércate un poquito más», le pidió al destructor. «Solo un poquito. Acortad un poco la distancia de vuestros cruceros… malditos seáis».

* * *

—Esto es ridículo —murmuró McKeon.

¡Las NLA estaban a solo un segundo luz de distancia y todavía no habían dicho ni palabra! A menos que se convenciera de que los graysonitas habían sufrido algún tipo de fallo que hubiera afectado a las comunicaciones de toda una flota, estaba claro que aquellos idiotas estaban planeando algo. ¿Pero el qué? Si esta era alguna prueba rara, no le estaba resultando en absoluto entretenida.

—Muy bien, Táctica —dijo, finalmente—, si quieren jugar, jugaremos con ellos. Consígame un mapa del casco de su unidad líder.

—¡Sí, señor! —Había un deje irónico en la voz habitualmente fría de Carstairs, y los labios de McKeon se arrugaron al advertirlo. El pulso del radar necesario para trazar un mapa del casco a esa distancia prácticamente derretiría los receptores de las NLA, y la mayoría de las naves entendería el mensaje que estaba a punto de enviar tan bien como Carstairs. Era una manera de gritar «¡Eh, tú, idiota!» conocida en toda la galaxia. Pero claro, esta gente había estado aislada durante tanto tiempo que quizá no se dieran cuenta de lo maleducado que estaba a punto de ser el Trovador. No obstante, tenía la esperanza de que sí se percataran.

—¡¿Pero qué…?! —jadeó Early y la expresión de Danville se arrugó en una mueca cuando el receptor de amenazas chilló con una alarma estridente.

—¡Disparen! —espetó.

El NSM Trovador no recibió ninguna advertencia. Los láseres son armas de velocidad luz; cuando tus sensores se dan cuenta de que alguien los ha disparado contra ti, ya han impactado.

Cada una de las NLA masadianas disparó una ráfaga de láser, y si las pantallas del Trovador hubieran estado activas, el impacto de las armas de relativa potencia hubiera sido inocuo. Pero las pantallas estaban desactivadas y el rostro de McKeon se quedó blanco como el hueso cuando el fuego energético acertó de lleno en el arco de estribor de la nave. Las láminas de metal se hicieron pedazos, las alarmas de daños y de impacto ulularon y el Trovador se sacudió cuando la energía cinética se vertió dentro del casco.

—¡Dios Santo, nos han disparado! —Carstairs parecía más furioso que asustado, pero McKeon no tenía tiempo para preocuparse de cómo se sentía su oficial táctico.

—¡Todo a babor! —ordenó.

El timonel estaba tan asombrado como los demás, pero sus reflejos, entrenados durante veinte años, asumieron el mando. Antes siquiera de darse cuenta de lo que le habían ordenado, giró la nave hacia arriba y a babor, al mismo tiempo que torcía para que la garganta de la cuña de impulsión fuera inaccesible para el enemigo. Lo hizo bien porque la siguiente salva de láseres impactó, sin causar ningún daño, en la barriga de la cuña del Trovador, al mismo tiempo que la alarma de los camarotes principales empezaba a sonar.

McKeon se sintió levemente aliviado cuando la cuña interceptó el ataque, pero el aviso de las estridentes alarmas de daños y las señales de pérdida de presión refulgían y ninguno de los miembros de su tripulación estaba preparado para un ataque. Ninguno de ellos estaba vestido con su traje de vacío, y eso significaba que alguno estaría muerto. Rezó porque no fueran demasiados e incluso eso fue un pensamiento tardío, pues ya había visto el recorrido de los misiles que habían pasado junto al Trovador en dirección a los cruceros que estaban a popa.

—¡Patrona, esas NLA han disparado al Trovador! —informó el teniente Cardones. Y luego—: ¡Lanzamiento de misiles! ¡Preparados para impacto en cuatro-cinco segundos!

Honor giró la cabeza con absoluta incredulidad. ¿Les estaban disparando? ¡Aquello era una locura!

—¡Active la defensa puntual! ¡Haga sonar la alarma general!

La alférez Wolcott apretó el botón de AG[2] situado detrás del codo de Cardones. El oficial táctico estaba muy ocupado; había anticipado las órdenes de su capitana y sus manos volaban sobre su panel de control.

—¡Zulú-Dos, jefe Killian! —espetó Honor.

—Sí, señora. Ejecutando Zulú-Dos.

El tono de Killian era casi imparcial, no por causa de la serenidad que brinda la profesionalidad, sino como si todavía la sorpresa no hubiera hecho mella en él y, sin embargo, su reacción fue casi tan rápida como la de Cardones. El Intrépido se retorció para realizar una maniobra evasiva, aunque todavía no tenía la velocidad base necesaria para que la reacción fuera de lo más efectiva, y Honor pudo oír cómo se rasgaba la tapicería cuando Nimitz hundió las garras en el respaldo de su silla.

En una esquina perdida de su mente recordó al cachorro inseguro, un teniente de rango inferior del que ya no quedaba nada a día de hoy. Rafael Cardones tenía sus prioridades muy definidas, y la luz de espera verde de los láseres de defensa puntual parpadearon hasta adoptar una tonalidad rojiza, antes siquiera de que activaran las pantallas. No tenían tiempo de lanzar los contramisiles, solo los láseres tenían el tiempo de respuesta adecuado, y gracias únicamente a que recibían las órdenes por medio de los ordenadores.

Los generadores de las pantallas empezaron a rotar al mismo tiempo que abrieron fuego los láseres. Uno de los misiles que se dirigía a su encuentro, se desvaneció, luego otro y también un tercero, mientras los ordenadores desarrollaban su trabajo metódicamente y asignaban con precisión los niveles de amenaza. Otros misiles quedaron hechos pedazos cuando la defensa puntual del Apolo atacó a los que se aproximaban a la nave, y Honor agarró con fuerza los brazos de su silla de mando, a la vez que Nimitz le rodeaba el cuello con su cola de forma protectora.

Se sentía confusa. No alcanzaba a comprender por qué los graysonitas estaban atacándolos, pero ella les había permitido hacerlo. Santo Dios, ¡si hubieran retrasado el inicio del ataque otros veinte segundos, ni siquiera los rápidos reflejos de Rafael Cardones podrían haber salvado a la nave! Tres pequeñas y miserables NLA, procedentes de un planeta tan primitivo que ni siquiera conocía los circuitos moleculares, ¡podrían haber aniquilado a todo su escuadrón!

Pero no habían contenido su ataque y el corazón, que amenazaba con salírsele del pecho, aminoró su palpitar. La lenta aceleración de los misiles graysonitas no solo aumentaba sus tiempos de vuelo, sino que los convertía en blancos más fáciles, y además no disponían de cabezas láser. Requerían un impacto directo y no lo conseguirían. Por lo menos, no contra Rafe Cardones.

Volvió a mirar hacia abajo y en sus labios se dibujó una sonrisa. La mayor parte de su gente debía estar todavía corriendo hacia sus posiciones y la tripulación encargada del armamento aún no lo tendría todo a punto, pero las armas de energía brillaron con el uniforme color rojo que indicaba que estaban listas.

—Señor Cardones —dijo con voz ronca—, tiene vía libre para disparar.

* * *

El comandante Danville consiguió evitar lanzar una maldición. No había estado presente durante el inicio de Jericó y no había creído los informes que decían que una sola nave manticoriana había aniquilado a dos cruceros ligeros y a un par de destructores antes de que el resto de la Flota la destruyera. Ahora supo que debería haberlo creído. Había logrado dos impactos limpios en el Trovador y la caída en la potencia del impulsor indicaba que también había afectado a la cuña del destructor, no obstante había virado con mayor rapidez que un hurón masadiano a la hora de ocultar sus flancos vulnerables.

La nave que podría haber destruido se le había escapado, pero incluso la velocidad de respuesta del Trovador era insignificante en comparación con la defensa puntual de los cruceros. El Bancroft y sus hermanos tenían una masa de nueve mil toneladas cada uno. Eran, por tanto, demasiado pequeños para contar con recámaras internas dignas, así que transportaban sus misiles en santabárbaras de un solo disparo. Reducía el número total de pájaros muy poco y les permitía lanzar andanadas extremadamente pesadas, a pesar de su tamaño. Quizá una por cargador, pero en cualquier caso las NLA eran cáscaras de huevo armadas con mazos. Cuando se enfrentaban las unas contra las otras, solía dar como resultado una orgía de destrucción mutua; contra las naves regulares de guerra, la NLA más realista lo único que podía esperar era lanzar sus misiles antes de que la borraran del universo.

Pero el escuadrón de Danville había recibido todas las posibles ventajas. Habían lanzado treinta y nueve misiles hacia el Intrépido y el Apolo, con la prerrogativa de la sorpresa a su favor y en contra de unas defensas que ni siquiera estaban activadas. ¡Con toda seguridad alguno tendría que haber penetrado!

Pero no fue así.

Vio cómo el último misil de su primera salva desaparecía quedándose a unos mil kilómetros del crucero ligero, y las alarmas de amenaza trinaron de nuevo cuando los sistemas de ubicación de objetivos se centraron sobre sus diminutas naves. El Bancroft terminó de describir su frenético giro, poniendo frente al enemigo el costado por el que todavía no había disparado, y el teniente Early volvió a lanzar una nueva salva que cargó contra los enemigos. Pero fue inútil. Inútil.

Dios permitiría que murieran en vano.

* * *

La defensa puntual de Rafe Cardones ya estaba completamente operativa. No se preocupó de utilizar las CME porque la distancia era demasiado corta y, de acuerdo con su base de datos, los misiles graysonitas eran bastante simples. Disparó los contramisiles casi al mismo tiempo que los lanzó el enemigo, pero se los dejó a la alférez Wolcott. Él tenía otras cosas en mente.

Las pesadas santabárbaras estaban todavía poniéndose en línea, pero las armas de energía estaban preparadas. Sus dedos danzarines bailaron sobre el catálogo de objetivos y una gran llave solitaria brilló en el centro de su panel de control al aceptar sus órdenes.

La accionó con determinación.

Nada ocurrió durante un instante interminable. Luego las maniobras del jefe Killian enfilaron el costado de estribor del Intrépido hacia las NLA. Fue solo un momento… pero ese momento fue todo lo que necesitaban los ordenadores a la espera.

Un fulgor mortal brilló a lo largo del flanco armado del crucero, que escupió un denso fuego energético que se asemejaba al aliento de un dios. La distancia era poco más que un cuarto de millón de kilómetros. Ninguna pantalla graysonita podría resistir la embestida de esa furia a una distancia tan corta. Hicieron lo que pudieron, pero los haces los atravesaron como si las naves estuvieran hechas de papel, y cada una de las NLA era el objetivo de dos láseres y un Gráser, más poderosos de lo que jamás serían los suyos.

La atmósfera se liberó entre el amasijo de hierros cuando el NSM Intrépido hizo estallar al Bancroft y a sus consortes en pedazos diminutos.