13
La guerrera del uniforme de Bernard Yanakov pendía sobre una silla, el botón de arriba de su camisa estaba desabrochado. Miró con el ceño fruncido su CTR, luego levantó la mirada cansada y sonrió para dar la bienvenida a Raoul Courvosier, que entraba por la puerta abierta y tras el que se adivinaba el sonido de las impresoras imprimiendo.
Llevara o no prendas de civil, nadie podría tomar a Courvosier por otra cosa que un oficial de la Armada, y Yanakov se sentía muy agradecido por su compañía. No solo porque le hubiera prestado los sensores del destructor a Grayson, sino porque había puesto a su disposición su vasta experiencia. Y todo ello a pesar, Yanakov lo sabía, de las protestas de ciertos miembros de su delegación que pretendían subir a bordo del Madrigal y quitarse de en medio.
—Necesitas dormir —le dijo el manticoriano con franqueza y Yanakov asintió.
—Lo sé —suspiró—, pero… —No terminó la frase y se encogió de hombros. Courvosier lo entendía y también asintió. No estaba de acuerdo, pero lo entendía.
Una mente exhausta no era la mejor herramienta para planear un sistema de defensa, pero Yanakov no podía conciliar el sueño. A la Orbita Cuatro le habían seguido la Cinco y la Seis, y ninguno de sus comandantes había tenido tanta suerte como Hill. O quizá era que los masadianos se habían hecho más listos. Atacaban desde seis millones de kilómetros o más, de modo que los impulsores de los misiles defensivos se apagaban unos cinco minutos antes de llegar a sus objetivos. Eso les brindaba a los defensores tiempos de rastreo mayores y mejores posiciones desde las que acabar con esas amenazas. Quizá a los masadianos les costara muchos misiles, pero a los graysonitas les había costado ya el nueve por ciento de sus recursos de procesamiento orbitales… sin mencionar a los dos mil seiscientos defensores uniformados y los dieciséis mil trabajadores civiles.
—¿Sabes? —Meditó el almirante manticoriano, que miraba a través de la pared de cristal a la plantilla metida de lleno en el frenesí de la batalla—. Hay algo muy peculiar en el planteamiento de este ataque. —Se giró para mirar a Yanakov—. ¿Por qué no se alejan completamente del sistema o continúan por el cinturón?
—Continúan por el cinturón —respondió Yanakov, algo sorprendido—. Están atacando nuestros nodos en una secuencia en línea recta y directamente en contra de la órbita del cinturón.
—Ya lo sé, ¿pero por qué se toman tanto tiempo? ¿Por qué entran, atacan un solo objetivo y luego vuelven a salir? Porque podrían abrirse camino a lo largo del cinturón en muy poco tiempo.
—De esa forma pueden vernos venir, elegir un objetivo distinto o retirarse por completo, y nosotros no podremos situarnos de tal forma que los podamos interceptar, a menos que nos extendamos de tal manera que la fuerza que consiga cazarlos sea solo carne de cañón —explicó Yanakov con amargura.
—No, no creo que sea por eso. —Courvosier se rascó la barbilla y frunció el ceño, mientras observaba la pantalla. Los atacantes masadianos se movían despacio por ella, retirándose de su tercer ataque, y él sacudió la cabeza—. Sus sensores no son mejores que los vuestros, ¿no es verdad?
—De hecho, puede que peores.
—Muy bien. Vuestro conjunto de sensores orbitales os ofrece una detección gravitatoria en tiempo real de hasta treinta y cuatro minutos luz, ocho minutos luz detrás del cinturón en su vector normal de retirada. Es más, los masadianos saben que es así.
—Supongo que sí. —Yanakov se frotó los ojos que le ardían, se levantó y caminó por la habitación para situarse al lado de su amigó y observar la visualización—. Desde luego, hay mucho retraso en la transmisión desde las baterías más apartadas, especialmente en esas que están en el extremo más alejado de Yeltsin, pero están atacando las primarias, así que el mando central dispone de los datos en tiempo real donde realmente importa. Esa es la razón de que se retiren fuera de nuestro alcance de detección después de cada asalto, escogen un nuevo vector de ataque y vuelven a la carga. Como has dicho, nuestros sensores de a bordo tienen un alcance muy limitado en comparación con los vuestros. Incluso aunque acertáramos y emplazáramos ahí una unidad que pudiera interceptarlos, su comandante no podría verlos lo bastante cerca como para hacerlo, y posiblemente tampoco podríamos pasarle órdenes a la velocidad luz desde el mando central para que los interceptara.
—Eso lo puedo entender —afirmó Courvosier—, pero no has respondido a lo que quiero saber. Siguen saliendo por el mismo jodido lugar todas las veces y tienen que saber que los estás viendo hacerlo.
—¿Eh? —Yanakov frunció el ceño y Courvosier asintió.
—Eso es. Vuelven al mismo punto antes de que tus sensores los pierdan. Mientras se abren camino por el cinturón, regresan siempre al mismo lugar después de haber atacado a un objetivo. Eso no solo los hace más vulnerables ante la posibilidad de ser interceptados, sino que además malgastan tiempo en esa operación y, sin embargo, siguen apareciendo a no más de punto-tres-cero mientras lo hacen. ¿Por qué crees que lo están haciendo?
—Bueno… —Yanakov se rascó la cabeza—. Están lanzando muchos misiles en cada ataque. Eso tiene que dejar sus Santabárbaras casi vacías, quizá tengan cargueros por allí con suministros y tienen que regresar hasta ellos para rearmarse. Y supongo que la escasa velocidad será para que no tengan que aminorar demasiado si llegamos a esconder algo delante de ellos.
—Puede ser, puede ser —murmuró Courvosier—. Pero también es posible que tengan a alguien oculto allí, vigilando desde que el Intrépido, el Apolo y el Trovador se marcharon. Quizá crean que era toda nuestra escolta y tal vez no sepan cuándo van a regresar, pero tienen que saber que es muy posible que aparezca algún escuadrón manticoriano dentro de poco. Creo que eso forma parte de sus planes. Deben de haber tomado la decisión rápidamente, con la esperanza de acabar con vosotros antes de que intervenga algún almirante de la RAM para apoyaros.
—De alguna forma, uno ya lo ha hecho —respondió Yanakov, con una sonrisa cansada.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Cierto, pero no estoy muy seguro de en qué se apoya tu deducción. No existe ningún tipo de comercio entre Yeltsin y Endicott. Eso significa que no hay flujo de información, así que, ¿cómo han podido saber que estabais aquí?
—El que fuéramos a enviar una misión y un convoy diplomático ha sido por todos conocido durante meses —argumentó Courvosier—. Es evidente que debían saber que íbamos a enviar una escolta. Una vez hubiéramos llegado, un espía podría averiguar cuáles eran nuestros planes. Date cuenta de que, a partir de ahí, ha empezado su cuenta atrás. Digamos que el espía esperó uno o dos días desde que vio partir al Intrépido para volver a Masada, otro día para movilizarse y llegarían aquí justo cuando empezaron a atacar. —Negó con la cabeza—. Saben que algunas de las escoltas se han marchado y están tratando de invadir el planeta antes de que llegue otra fuerza manticoriana para reemplazarlas.
—Dudo que tengan esa capacidad técnica para desarrollar una operación así, Raoul. Oh, desde luego, podrían meter y sacar una nave. Todo lo que tendrían que hacer sería trasladarse más allá de nuestra distancia de detección y entrar con una cuña de bajo consumo. Luego podrían esconderse en el cinturón de asteroides. Incluso aunque los viéramos, lo lógico es que pensáramos que se trataba del tráfico minero habitual y salir sería igual de fácil. Pero si hubieran hecho eso, necesitarían sensores tan buenos como los vuestros para saber qué estaba ocurriendo en el sistema interior. —Yanakov sacudió la cabeza—. No, esa cuenta atrás tiene que ser una coincidencia.
—Quizá. —Courvosier se estremeció—. En cualquier caso, la capitana Harrington estará de vuelta dentro de cuatro días.
—No puedo esperar tanto tiempo —afirmó Yanakov y Courvosier lo miró sorprendido—. Han destruido casi el diez por ciento de nuestros procesadores; si les doy otros cuatro días, destruirán cuarenta años de inversión, sin mencionar que matarán a otros miles de personas, especialmente si, como tú mismo has señalado, continúan entrando y saliendo siguiendo ese descabellado plan para abrirse camino alrededor del cinturón. Tengo que detenerlos antes que eso… suponiendo que dé con la forma de interceptar a esos bastardos con toda mi fuerza.
—Ya veo. —Courvosier se mordió la parte interior del labio durante un minuto, luego frunció el ceño con atención—. ¿Sabes? Tal vez haya algo que puedas hacer.
—¿El qué?
—Estás demasiado cansado para pensar con claridad, Bernie. Si ellos regresan continuamente al mismo punto, tú no deberías permitirles que te vieran acercándote.
—Tienes razón. —Yanakov se dejó caer en una silla y empezó a teclear de forma apresurada—. ¡Si sabemos a dónde se dirigen, podríamos esperar a que dieran la vuelta, reunir a todas nuestras fuerzas en esa trayectoria e interceptarlos en el vector de su retirada!
—Eso mismo —sonrió Courvosier—. Saca a tu gente, acelerad tanto como podáis hasta que esos chicos malos os tengan fuera de sus sensores, luego apagad los impulsores y permaneced estacionados hasta que se retiren de su siguiente ataque. ¿Cuál es la máxima aceleración de tu flota?
—Quinientas ges más o menos, para las unidades hipercapaces —respondió Yanakov—. Setenta y cinco para las NLA. —Estudió los cálculos durante un momento, hizo una mueca y empezó a cambiar los números.
—¿Tienen las NLA el suficiente armamento para justificar el retraso de las demás?
—No, eso es precisamente lo que estoy estudiando —asintió Yanakov, cuando los últimos cálculos empezaron a cobrar sentido—. Muy bien, así está mejor. Bien, teniendo en cuenta el patrón de movimientos que han tenido hasta la fecha de hoy, creo que podremos ponernos en marcha en… —tecleó un cálculo rápido— unas tres horas y media. Digamos, tres para ser más concretos.
—¿Lo que significa que podríais llegar a…?
—A aproximadamente 53.000 km/s. E incluso aunque no regresen, eso nos llevará al punto donde nuestros sensores los pierden en unas cuatro horas desde la órbita de Grayson —continuó Yanakov, todavía trabajando en su terminal—. Teniendo en cuenta sus patrones de ataque, podremos reactivar nuestros impulsores… digamos, ¡a las tres horas desde su siguiente huida y eso aún los interceptará, aunque intenten retirarse en el instante en el que adviertan nuestra presencia! —Dejó de teclear y en sus ojos había algo parecido al temor—. ¡Por la gracia de Dios el Examinador, tienes razón! ¡Podemos hacerlo!
—Lo sé —respondió Courvosier, pero no parecía tan entusiasmado. Yanakov lo miró dubitativo y él se limitó a encogerse de hombros—. Oh, está muy bien pensado y me gusta la idea de utilizar el que sean tan predecibles en su contra, pero todavía hay algo que no termina de convencerme. Verás, no tiene sentido que nos brinden una oportunidad tan grande, ¿no te parece?
—¿Acaso no has oído decir que el general que comete el último error es el que pierde?
—Creo que fue Wellington, o quizá Rommel —frunció el ceño Courvosier—. ¿Yanakov? —Se encogió de hombros—. El caso es que queremos que sean ellos lo que cometan el error.
—No entiendo cómo podría volverse en nuestra contra —argumentó Yanakov—. Mantener a la flota dentro del sistema no nos lleva a nada. Por lo menos, esto nos brinda una oportunidad. Y, como tú mismo has dicho, la capitana Harrington estará de vuelta en cuatro días. Si tienen cargueros con misiles ahí fuera, puede que consigamos deshacernos de ellos y evitar así que se suministren, incluso aunque no logremos interceptarlos. Y aunque solo consigamos demorar sus operaciones unos cuantos días, eso bastará para evitar más daños hasta que ella regrese y pateé a esos bas…
No concluyó la frase. Una expresión muy curiosa apareció en su rostro y Courvosier enarcó una ceja.
—Perdona —farfulló Yanakov—, suponiendo que vuestras naves quisieran ayudarnos.
—¿Y por qué demonios no íbamos a querer hacerlo? —inquirió Courvosier.
—Pero no sois… quiero decir que no somos… —Yanakov calló durante un momento y se aclaró la garganta—. Todavía no hemos firmado el tratado. Si pierdes esas naves o reciben daños bajo tu responsabilidad, tu gobierno podría…
—Mi gobierno hará lo que Su Majestad les diga que haga —afirmó Courvosier tajante—. Y Su Majestad me dijo que regresara con un tratado firmado con Grayson. —Yanakov lo miró pero no dijo nada, y él se encogió de hombros—. Eso no lo conseguiré si permito que Masada os elimine, ¿no crees? —El contraalmirante negó con la cabeza—. No estoy preocupado por la reacción de la Corona, ni siquiera por la del Parlamento. Aquí se está poniendo en duda el honor de la reina, e incluso aunque no fuera así, no dormiría bien si os diera la espalda ahora, Bernie.
—Gracias —agradeció Yanakov en voz baja y Courvosier volvió a encogerse de hombros, esta vez se sentía incómodo.
—Olvídalo, en realidad se trata de una maniobra disimulada para convencer a los conservadores de tu gobierno.
—Desde luego. —Yanakov sonrió y Courvosier le devolvió la sonrisa.
—Bueno, siempre puedo fingir que es por eso, ¿no crees? —Volvió a rascarse la barbilla y calló durante un momento—. De hecho, y con tu permiso, voy a llevar al Madrigal con esa fuerza que pretende interceptar al enemigo.
—¡¿Qué?! —La sorpresa traicionó a Yanakov y se convirtió en una muy poco diplomática exclamación, pero Courvosier se limitó a negar con la cabeza con una tristeza fingida.
—Ya te he dicho que necesitas dormir. Los sensores del Madrigal son mejores que los vuestros y, por lo tanto, también que los de los masadianos. Si incluimos la nave en el grupo de intercepción, sus gravitatorios los detectaran a un mínimo de dos minutos luz antes de que puedan veros. Eso significa que podréis mantener a la fuerza con los impulsores activos durante más tiempo y construir un vector base mayor, porque solo tendréis que apagar los impulsores cuando lleguen y no cuando creáis que estén de vuelta. Y, francamente, entre tú y yo, no creo que ningún crucero masadiano lo vaya a pasar bien cuando se lo encuentre ahí fuera, Bernie.
—Pero… ¡pero eres el líder de una delegación diplomática! Si algo llegara a pasarte…
—El Señor Houseman estaría encantado de relevarme en ese triste momento —dijo Courvosier, haciendo una mueca—. No sería, desde luego, el desenlace más feliz, pero tampoco completamente desastroso. Y le dije al Ministerio de Asuntos Exteriores, cuando acepté el empleo, que solo sería temporal. De hecho —sonrió con malicia—, creo que he guardado un uniforme o dos entre las ropas de civil.
—¡Pero Raoul!
—¿Me estás diciendo que no quieres que vaya? —le preguntó Courvosier, fingiendo estar herido.
—¡Claro que no! Pero las posibles consecuencias…
—… quedan muy por debajo de los posibles beneficios. Si una nave de la reina lucha junto a las vuestras y en contra de vuestros antagonistas, solo puede ser un extra en la ratificación de cualquier tratado, ¿no te lo parece a ti también?
—Desde luego que sí —respondió Yanakov, pero todo aquello no terminaba de convencerle, porque sabía qué los motivos de aquella oferta no eran diplomáticos—. Claro —continuó hasta que hubo recuperado el control de su voz—, tienes más graduación que cualquiera de mis oficiales. ¡Maldita sea, tu rango es incluso mayor que el mío!
—Creo que olvidaremos ese detalle —aconsejó Courvosier con ironía—. Después de todo, mi «flota» consta de un único destructor, por Dios Santo.
—No, no, debemos respetar el protocolo —afirmó Yanakov con una sonrisa cansada—. Y puesto que todo esto forma parte de una estratagema diplomática furtiva, y no una oferta espontánea y generosa para ayudar a unas personas que han hecho todo lo posible para ofender a tu subordinada de mayor graduación y a la mitad de tus demás oficiales, será mejor que la llevemos a cabo de forma incondicional. —Le miró con ojos cálidos y extendió la mano—. Le ofrezco, por tanto, la posición de segundo al mando en la flota combinada graysonita-manticoriana, almirante Courvosier. ¿Acepta el puesto?