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* * *

—Hola Bernard —saludó Courvosier al encontrarse con Yanakov fuera de la sala de conferencias—. ¿Tienes un minuto?

—Desde luego, Raoul.

Sir Anthony Langtry, el embajador manticoriano, desvió con naturalidad al resto del grupo de Yanakov, y el graysonita sonrió. En los últimos tres días Courvosier y él habían llegado a comprenderse mucho mejor de lo que nadie hubiera esperado, por eso supo que aquel encuentro, hábilmente planeado y no programado, no era accidental.

—Gracias. —Courvosier esperó mientras Langtry conducía a los demás graysonitas al interior, luego sonrió a modo de disculpa—. Solo quería aconsejarte que tuvieras cuidado con tu presión sanguínea.

—¿Mi presión sanguínea? —Yanakov se había acostumbrado al hecho de qué aquel hombre, que parecía tener dos tercios de su edad, era en realidad cuarenta años mayor. Si Courvosier quería advertirle de algo, estaba dispuesto a escucharlo.

—Sí. —El rostro de Courvosier se contrajo en una mueca—. Puesto que el tema de la ayuda económica está en el programa de hoy, me temo que vas a tener que aguantar al honorable Reginald Houseman.

—Ah, ¿y quiere eso decir que el Señor Houseman es un problema?

—Sí y no. Le he enseñado la ley y estoy casi seguro de que jugará según mis reglas cuando llegue el momento de elaborar un borrador político, pero sé que me considera solo un oficial de la armada, mientras que él es un gran estadista. —Courvosier volvió a hacer una mueca—. El muy hijo de puta también se cree que todos los militares queremos resolver los problemas con un arma en cada mano y un cuchillo entre los dientes.

—Ya veo. Bueno, nosotros también tenemos ejemplos de ese tipo por aquí —explicó Yanakov, pero Courvosier sacudió la cabeza.

—No como él, créeme. Forma parte de un grupo local que quiere minimizar los gastos que se destinan a la Flota para evitar «provocar» a Haven, y cree de verdad que podríamos evitar la guerra con ellos si los militares dejaran de aterrorizar al Parlamento con las terribles historias de los supuestos preparativos havenitas. Y, lo que es peor, se considera un estudioso de la historia militar. —En los labios de Courvosier se dibujó una sonrisa al recordar algo gracioso, luego se encogió de hombros—. El caso es que no es uno de mis mayores admiradores y no está nada contento con los acuerdos de cooperación militar que tú y yo estuvimos planeando ayer. Tiene toda una serie de razones, pero la básica es que «su examen del problema» le hace suponer que nuestra presunción sobre que los propósitos de Masada para Grayson son fundamentalmente hostiles es algo «demasiado pesimista». —Yanakov parpadeó sorprendido y Courvosier asintió—. Exactamente. Cree en la convivencia pacífica y no termina de asimilar que una cabra montesa no puede coexistir con un hexapuma. De hecho, considera que nosotros deberíamos estar buscando una manera para convivir pacíficamente con Haven.

—¿Estás de broma, no?

—Ojalá fuera así. De todos modos, tengo la sospecha de que entenderá la presencia de vuestro Canciller como su último recurso para evitar que la situación la controlemos la gente ávida de pelea. Le dije que tuviera cuidado con lo que hacía, pero realmente no formo parte del Ministerio de Asuntos Exteriores. Dudo que esté muy preocupado sobre las quejas que pueda enviarles a sus superiores y, por el aspecto que tenía anoche, yo diría que se va a tomar muy en serio su papel de estadista. Tengo la sospecha de que empezará a tratar de convenceros de las ventajas de entablar una cooperación económica con Masada para resolver esas «mínimas» diferencias religiosas que existen entre vosotros.

Yanakov lo miró con atención, sacudió entonces la cabeza y sonrió abiertamente.

—Bueno, me alivia saber que también tienes a gente en tu equipo con el cerebro de mosquito. Muy bien, Raoul, gracias por avisarme. Hablaré con el Canciller y trataré de calmar a mi gente si los pone nerviosos.

—Genial. —Courvosier le dio un apretón en el brazo y sonrió.

Los dos almirantes entraron juntos en la sala de conferencias.

* * *

—… de modo que —explicó el Canciller Prestwick, dando por finalizado su primer argumento— nuestras necesidades básicas son que se nos ayude en materia industrial y, más específicamente, cualquier ayuda que nos quieran prestar para los proyectos de construcción orbital, almirante. En especial, y dadas las circunstancias, las destinadas a nuestra expansión naval…

—Ya veo. —Courvosier y Yanakov intercambiaron miradas, luego el primero asintió hacia Houseman—. ¿Señor Houseman? Quizá quiera responder a eso.

—Desde luego, almirante. —Reginald Houseman se giró hacia el graysonita con una sonrisa—. Señor Canciller, alabo la claridad con la que ha esbozado sus necesidades, y el reino hará cuanto esté en su mano para cumplir con cada una de ellas. Si se me permite, sin embargo, me gustaría estudiar sus propuestas en orden inverso.

Prestwick se recostó y asintió conforme.

—En cuanto a la expansión naval, mi gobierno, como el almirante Courvosier ya ha acordado con el contraalmirante Yanakov, tiene previsto proporcionarles un destacamento de seguridad permanente en Yeltsin a cambio de los derechos para crear aquí una base. Por ende, estableceremos aquí nuestros propios servicios y equipos de reparaciones que, claro está, ustedes podrán compartir con nosotros.

Houseman miró de reojo a Courvosier y continuó hablando rápidamente.

—Creo, no obstante, que existen otras posibilidades no militares a las que todavía no se les ha proporcionado la importancia que tienen.

Yanakov vio cómo Courvosier se ponía tenso y sus miradas se encontraron a lo ancho de la mesa, pero entonces el almirante se recostó en su silla, con expresión resignada, al oír a Prestwick hablar.

—¿Posibilidades no militares, Señor Houseman?

—Sí, señor. Aunque nadie puede subestimar o ignorar la amenaza militar a la que se enfrenta su planeta, quizá existan formas no militares de resolverlo.

—¿Sí? —Prestwick miró a Yanakov y el Contraalmirante le pidió que se relajara mediante un gesto disimulado—. ¿Y en qué consistirían esas formas, Señor Houseman? —le preguntó el Canciller despacio.

—Bueno, me doy cuenta de que solo soy un economista —explicó Houseman, intentando parecer que se subestimaba, y el embajador Langtry se cubrió los ojos con una mano—, pero me da la sensación de que la expansión naval restará materiales y mano de obra a otros proyectos. Teniendo en cuenta la necesidad de construir más granjas orbitales para su creciente población, no puedo evitar preguntarme, como economista, si no sería más eficaz encontrar algún medio, que no sea el de construir naves de guerra, para asegurar la paz con Masada.

—Ya veo. —Prestwick entrecerró los ojos, pero Yanakov repitió el gesto de calma y el Canciller logró dominar su respuesta incrédula—. ¿Y cuál sería ese medio?

—El interés, señor. —Houseman lo pronunció como si fuera un concepto que acabara de inventarse—. A pesar del desequilibrio de población entre su planeta y Masada, su capacidad industrial es considerablemente mejor que la de ellos. Y los masadianos tienen que haberse dado cuenta de ello. Y aunque ahora mismo ninguno de los dos sistemas tiene ventajas que atraigan grandes volúmenes de comercio interestelar, su proximidad mutua los convierte en una zona de mercado lógica. El tiempo de transporte y los costes serían muy bajos entre ambos, lo que implica que existe la posibilidad de que entablen una relación comercial muy rentable.

—¿Con Masada? —escupió alguien, y Langtry levantó la mano para preguntar lo mismo que acababa de decir el hombre que estaba frente a sus ojos. Houseman volvió la cabeza en dirección a la voz que había formulado la pregunta, pero no llegó a completar el giro. Entre tanto, la sonrisa se afianzó en sus labios, mientras Prestwick se tomaba un momento para responder.

—Esa es una sugerencia muy interesante, señor, pero me temo que la hostilidad que existe entre Grayson y Masada la hace bastante poco práctica.

—Señor Canciller —continuó Houseman con seriedad, teniendo mucho cuidado de que su mirada no se cruzara con la de Courvosier—, soy un economista, no un político, y lo que importa al economista es la base, las frías y realistas cifras del balance. Y esa base es siempre más alta cuando los grupos potencialmente hostiles se dan cuenta del interés mutuo y reaccionan de forma inteligente para sacarle el mayor rendimiento. Bien, en esta ocasión, lo que tenemos son dos sistemas vecinos, cada uno de ellos, si disculpan mi franqueza, con economías marginales. En las presentes circunstancias, una carrera armamentística entre ellos no tiene sentido en el marco económico, así que me parece que cualquier método que reduzca la competición militar es muy deseable. Me doy cuenta de que superar una herencia de varios siglos de desconfianza no será fácil, pero estoy seguro de que cualquier persona razonable se dará cuenta del beneficio que se obtendrá si se esfuerzan para llevarlo a cabo.

Calló para sonreírle a Prestwick y Courvosier se obligó a controlar su genio. Como la mayoría de los ideólogos, Houseman estaba convencido de que la pureza del fin justificaba el medio, cualquiera que este fuera, lo que significaba que lo que realmente le importaba era dar por terminados seis siglos de peleas absurdas. Tenía que expresar su opinión, y el único modo en que Courvosier podría haberlo evitado hubiera sido apartándolo de las negociaciones. Y eso no era práctico porque era el segundo miembro de mayor importancia en la delegación y tenía contactos en Mantícora, así que la única solución era dejarle hablar y luego cerrarle la boca definitivamente.

—Masada está superpoblada en lo que se refiere a su capacidad productiva —continuó Houseman—. Y Grayson necesita más apoyo de capital para su expansión industrial. Si abrieran mercados en el sistema Endicott, podrían asegurarse una fuente planetaria cercana de alimentos y el capital suficiente para responder a sus necesidades, al suministrar a Masada los bienes y servicios que requiere para su población. El beneficio para la economía graysonita es obvio, incluso a corto plazo. A largo plazo, una relación comercial que satisfaga las necesidades de ambos solo serviría para aminorar o incluso eliminar la hostilidad que los ha dividido durante tanto tiempo. Puede que dé lugar a una situación en la que la expansión naval sea tan innecesaria como el desperdicio económico que supone.

La parte de la mesa ocupada por los graysonitas lo miraba incrédula y horrorizada; todos se giraron al mismo tiempo para mirar a Courvosier, y el almirante rechinó los dientes. Le había aconsejado a Yanakov que vigilara su presión sanguínea, pero no había contado con que le fuera a resultar tan complicado controlar la suya.

—Almirante Courvosier —le preguntó Prestwick con sumo cuidado—, ¿constituye esto un rechazo a nuestra petición de ayuda en la expansión naval?

—No señor, en absoluto —respondió Courvosier, ignorando que Houseman se había ruborizado. Había intentado advertirle de que se equivocaría, pero Houseman le había otorgado tanta importancia a su superioridad moral que no había querido escucharlo. En estas circunstancias, su vergüenza servía de poco a Raoul Courvosier—. El gobierno de Su Majestad —continuó con firmeza— es perfectamente consciente de la amenaza que supone Masada para Grayson. En caso de que Grayson se alíe con Mantícora, el gobierno tiene la intención de dar todos los pasos necesarios y prudentes para salvaguardar la integridad territorial del planeta. Si desde el punto de vista de su gobierno y de su ejército, esos pasos incluyen la expansión y modernización de su flota, les ayudaremos de forma práctica.

—Señor Canciller —intervino Houseman—, aunque el almirante Courvosier es un representante directo de Su Majestad, está claro que es ante todo un militar y que, como tal, sus soluciones son básicamente militares. Solo estoy intentando hacerle entender que hombres razonables, que negocian desde puntos de vista coherentes, pueden a veces…

—Señor Houseman —la voz profunda y habitualmente agradable de Courvosier se hizo gélida y el economista se giró para mirarlo con resentimiento—, como acaba de señalar —continuó él con la misma voz fría—, yo soy el representante directo de Su Majestad. Soy, además, el jefe de esta delegación diplomática. —Le sostuvo la mirada hasta que el otro la bajó y volvió a centrar su atención en Prestwick—. Ahora, bien —siguió como si nada—, como estaba diciendo, Señor Canciller, les ayudaremos en su expansión naval de la forma que podamos. Desde luego, como usted ha indicado, tienen también otras necesidades. El equipo y los materiales transferidos desde nuestros cargueros a su custodia empezarán a resolver algunas de ellas, pero la solución a largo plazo va a resultar ser una tarea prolongada y complicada. Complacer sus requisitos militares va a hacer necesario un intercambio y una repartición, y estoy seguro de que el Señor Houseman estará de acuerdo en que la mejor manera de equilibrarlo todo será modernizando su base tecnológica e industrial. Y creo que podemos suponer que su pareja comercial será Mantícora y no Masada, al menos —sonrió fugazmente— en un futuro cercano.

Un murmullo de risas, con un fondo innegable de alivio, estalló en el lado de los graysonitas, y aunque el rostro de Houseman se volvió horrendo durante un segundo, se suavizó hasta convertirse en una expresión impasible y profesional.

—Creo que esa es una presunción acertada —afirmó Prestwick.

—Entonces procederemos siguiendo esa base —continuó Courvosier con calma. Miró de nuevo al consejero económico y había algo de frialdad en su tono cuando dijo—: ¿Señor Houseman?

—Bueno, por supuesto —respondió Houseman—. Yo solo estaba… —calló y se obligó a sonreír—. En ese caso, Señor Canciller, supongo que primero deberíamos recapacitar acerca de qué garantías nos ofrece el gobierno de Grayson para que podamos hacerle esos préstamos que impulsarán los consorcios graysonitas. Después de eso…

La tensión desapareció de los rostros de los delegados graysonitas y Yanakov se recostó en su silla, suspirando aliviado. Se encontró con la mirada de Courvosier y ambos intercambiaron una breve sonrisa.

* * *

El espacio era profundo, oscuro y vacío a sesenta y cinco minutos luz de la Estrella de Yeltsin, pero entonces, de pronto, brillaron dos naves espaciales, irradiando la gloria azul del hipertránsito desde sus velas de Warshawski en un instante fugaz y deslumbrante que ningún ojo o sensor pudo advertir. Flotaron durante un momento, con las velas reconfigurándose en cuñas de impulsión, y entonces empezaron a moverse, acelerando a escasamente media docena de gravedades en un arco que se cruzaría con el extremo más alejado del cinturón de asteroides. Pero nadie los vio venir.

* * *

—¡Almirante Courvosier, debería sentirse avergonzado por la forma en que me humilló frente a la delegación graysonita!

Raoul Courvosier se recostó tras la mesa que ocupaba en la embajada manticoriana y le lanzó una mirada que hubieran reconocido a la perfección todas las generaciones de guardiamarinas errantes.

—¡No había necesidad de que subestimara mi posición y mi credibilidad de una forma tan obvia! ¡Todos los diplomáticos saben que deben tener en cuenta cualquier posibilidad, y la oportunidad de aminorar la tensión en esta región sería mucho mayor si Grayson tuviera en cuenta las ventajas de comerciar pacíficamente con Masada!

—Quizá yo no sea un diplomático —dijo Courvosier—, pero sé bastante acerca de la cadena de mando. Le pedí expresamente que no sacara a relucir su opinión y me dio su palabra de que no lo haría. Conclusión: usted me mintió, y la humillación que ha sufrido como consecuencia de ello me importa muy poco.

Houseman palideció y luego enrojeció de ira. No estaba acostumbrado a que nadie lo tratara con un desprecio tan frío, y mucho menos un ignorante Neandertal uniformado. Era un sabio en su campo y tenía credenciales que lo demostraban. ¡Cómo se atrevía aquel… mermedón patriótico a hablarle de esa manera!

—Era mi deber decirles la verdad, ¡lo entienda usted o no!

—Su deber era ceñirse a mis directrices o decirme honestamente que no podía hacerlo, y el que viniera hasta este sistema con sus ideas preconcebidas y no se haya preocupado siquiera un poco en aprender algo desde que llegó, lo convierte en un ser tan necio como deshonesto.

Houseman lo miró con la boca abierta, estaba demasiado furioso como para decir algo, y el almirante continuó con una voz franca e hiriente.

»La razón de que estas personas estén aumentando su población después de varios siglos de control tajante de la tasa de natalidad, la razón de que necesiten esas granjas orbitales, es que Masada se está preparando para aniquilarlos a todos, y lo único con lo que cuentan es con la mano de obra para defenderse. Estaba preparado para pensar que exageraban, pero después de estudiar sus informes de inteligencia y los archivos públicos, creo, Señor Houseman, que han minimizado la importancia del asunto. Sí, es cierto que su base industrial es más fuerte, pero los otros los superan en número por tres a uno, ¡y necesitan la mayor parte de su industria solo para sobrevivir en su entorno planetario! Si se hubiera molestado en examinar la base de datos de su biblioteca o el resumen que elaboró la plantilla del embajador Langtry, lo sabría. Pero no lo ha hecho, y yo no tengo la menor intención de permitir que exponga sus opiniones ignorantes y que estas tiñan la posición oficial de esta misión.

—¡Eso es absurdo! —Escupió Houseman—. ¡Masada no tiene la capacidad necesaria para empezar a crear un ejército de tal magnitud que se enfrente a Yeltsin!

—Pensé que lo militar pertenecía estrictamente a mi área de conocimiento —respondió Courvosier con voz gélida.

—No hace falta ser un genio para saberlo, ¡solo tener una mente abierta! Mire las cifras de sus ingresos per cápita, ¡maldita sea! ¡Se arruinarían si hicieran el intento!

—Incluso asumiendo que eso fuera verdad, eso no significaría que no lo intentaran. El punto que no parece poder o querer entender es qué la razón no es la que guía su motivación. Están comprometidos con la idea de derrotar a Grayson y forzar la imposición de su modo de vida en ambos sistemas porque lo ven como su deber religioso.

—¡Tonterías! —Bufó Houseman—. ¡No me importan todas esas estupideces que sueltan por la boca! ¡El hecho es que su economía no podrá aguantar esa presión, desde luego, no para «conquistar» un planeta con un entorno tan hostil!

—Entonces quizá pueda decírselo usted mismo, y no sus futuras víctimas. Su flota es un veinte por ciento más fuerte que la de Grayson y mucho más fuerte aún en términos de unidades hipercapaces. Tienen cinco cruceros y ocho destructores, mientras que Grayson solo cuenta con tres cruceros y cuatro destructores. Eso no les bastará para defenderse. El grueso de la Armada Masadiana está diseñado para llevar a cabo operaciones en el sistema estelar vecino, pero el grueso de la flota de Grayson consta de NLA sublumínicas para la defensa local. Y las NLA, Señor Houseman, son incluso menos capaces en combate porque, a pesar de su tonelaje, sus pantallas laterales son mucho más débiles que las de las naves espaciales. Las fortificaciones locales orbitales son como para echarse a reír, y Grayson no sabe cómo construir pantallas esféricas, de forma que sus fuertes no cuentan con defensas pasivas antimisiles. ¡Y, finalmente, el gobierno masadiano, que atacó con armas nucleares sus objetivos en la última guerra, repite de forma incesante su propósito de aniquilar a los «renegados traidores» de Grayson si es la única manera de «liberar» y de «purgar» al planeta!

El almirante se puso en pie, mirando fijamente al diplomático que estaba al otro lado de la mesa.

—De todo eso podría haberse enterado leyendo los archivos públicos, Señor Houseman, y los informes de nuestra embajada lo confirman. ¡También ratifican que esos masadianos retrasados industrialmente han destinado más de una tercera parte de su producto bruto para el ejército durante los últimos veinte años! Grayson no ha podido permitirse eso. Han podido mantenerse a cierta distancia solo porque su mayor PIB implica un porcentaje menor que pueden destinar a lo militar y que es, además, la mitad que ellos en términos absolutos. ¡En estas circunstancias, solo un idiota podría sugerir que brindaran a sus enemigos más poder económico con el que aniquilarlos definitivamente!

—Esa es su opinión —farfulló Houseman. Su rostro estaba pálido debido a la ira y la conmoción, porque solo había echado un vistazo casual a los tonelajes totales cuando los había comparado con la fuerza naval. Ni siquiera se había parado a pensar cuáles podían ser las diferencias en sus capacidades.

—Sí, es mi opinión. —Su voz era más serena, pero no existía en ella ninguna concesión—. Y porque es así, es también la opinión del gobierno de Su Majestad y de la delegación diplomática en este sistema. Si está en desacuerdo, tendrá la oportunidad de decírselo personalmente al Primer Ministro y al Parlamento cuando regresemos a casa. Entretanto, sin embargo, tendrá que evitar insultar tan gratuita y absurdamente la inteligencia de los que han pasado toda su vida enfrentados a esa amenaza o lo apartaré de la delegación. ¿Está claro, Señor Houseman?

El economista volvió a mirar fijamente a su superior durante un momento, luego asintió con sequedad y salió del despacho dando un portazo.