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—No me gusta. No me gusta nada, señor embajador.

Leonard Masterman, el embajador havenita en Grayson, lo miró y frunció el ceño. Rara vez el capitán Michaels era tan elocuente, y su rostro reflejaba inquietud.

—¿Por qué demonios han tenido que enviarla a ella? —El agregado militar al mando recorría la alfombra del embajador de una punta a la otra—. De todos los oficiales en la Armada Manticoriana, ¡nos han tenido que encasquetar a Harrington! ¡Por Dios, es como si la historia se repitiera de nuevo! —se quejó con amargura, y el ceño de Masterman se frunció aún más.

—No entiendo su preocupación, capitán. Después de todo, este no es el sistema Basilisco.

Michaels no respondió inmediatamente porque Masterman estaba chapado a la antigua. Era el descendiente de una familia de legisladores, además de un diplomático de carrera que confiaba en los métodos de la diplomacia, y Operaciones Especiales había decidido que no debía saber nada acerca de Jericó, el capitán Yu o el Trueno de Dios porque, en teoría, representaría mejor su papel si no sabía que estaba interpretando uno.

—No, desde luego que no es Basilisco —afirmó el capitán, finalmente—. Pero si algún oficial manticoriano tiene una buena razón para odiarnos, es ella, y nos dio por saco en Basilisco, señor embajador. Si Courvosier utiliza su presencia para consolidar la teoría de la «amenaza havenita» en su sistema…

—Déjeme que me encargue de eso, capitán —le respondió Masterman con una leve sonrisa en los labios—. Créame, la situación está bajo control.

—¿Usted cree, señor? —preguntó Michaels dubitativo.

—Absolutamente. —Masterman echó su silla hacia atrás y cruzó las piernas—. De hecho, no puedo imaginar que la presencia de otro oficial manticoriano me satisficiera más. Estoy asombrado de que su ministerio de asuntos exteriores permitiera al almirante enviarla.

—¿Disculpe? —Michaels enarcó las cejas y el embajador soltó una risilla.

—Mírelo desde el punto de vista de los graysonitas. Es una mujer y nadie los advirtió de que vendría. Independientemente de lo buena que sea su reputación, no servirá para contrarrestar algo así. Los graysonitas no son iguales que los masadianos, pero sus burócratas siguen teniéndolo difícil para aceptar que están negociando con el gobierno de la reina Elizabeth, y ahora Mantícora les ha restregado por las narices sus diferencias culturales.

El embajador asintió ante la repentina mirada pensativa del capitán.

—Eso es. Y en cuanto a la operación en Basilisco… —Masterman frunció el ceño y luego se encogió de hombros—. Creo que fue un error y que se ejecutó de manera execrable pero, al contrario de lo que usted teme, estoy seguro de que podremos sacarle provecho si jugamos bien nuestras cartas.

La confusión de Michaels era evidente y Masterman suspiró.

—Grayson ignora lo que sucedió en Basilisco. Han oído nuestra versión y también la de Mantícora, pero saben que cada uno de nosotros tiene sus propios intereses. Eso significa que aceptarán las dos versiones con dudas, capitán, pero sus prejuicios en contra de las mujeres con uniforme serán una ventaja a nuestro favor. Querrán creer lo peor sobre ella, aunque solo sea para dar crédito a sus opiniones, y el que nosotros no tengamos a ninguna oficial será un factor que tendrán en cuenta.

—Pero es que nosotros sí tenemos mujeres oficiales —protestó Michaels.

—Por supuesto —continuó el embajador con paciencia—, pero hemos tenido cuidado de no enviar a ninguna a este sistema. Y, a diferencia de Mantícora, que probablemente no tuvo elección teniendo en cuenta que su líder es una mujer; no les hemos dicho que tengamos alguna. Tampoco les hemos dicho que no, pero sus prejuicios sexistas son tan profundos que dan por supuesto que es así a pesar de que no lo hayamos confirmado. Así que, de momento, creen que nosotros somos una buena y anticuada sociedad patriarcal. Nuestra política exterior los inquieta, pero la social es menos amenazadora que la de Mantícora.

—Muy bien, eso puedo entenderlo —estuvo de acuerdo Michaels—. No se me había ocurrido que pudieran llegar a pensar que no tenemos personal femenino, de hecho, creí que pensarían que habíamos tenido tacto con ellos. Pero ya veo adonde quiere llegar.

—Bien. Y tal vez no se dé cuenta de lo vulnerable que es Harrington. Ya es bastante malo que sea una mujer en el papel de un hombre, pero además ha cometido un asesinato —dijo el embajador, y Michaels parpadeó sorprendido.

—Con el debido respeto, señor, nadie va a creer eso. Maldita sea, a mí no me gusta ni un pelo, pero sé que todo eso fue pura propaganda.

—Claro que lo sabe y yo también, pero los graysonitas no. Soy consciente de que fue una farsa montada para satisfacer a los demás y, para ser honesto, no me gustó. Pero ya está hecho, así que podríamos aprovecharnos de eso. Todo lo que Grayson sabe es que la corte de Haven encontró culpable del asesinato de toda una tripulación de una nave mercante a la capitana Harrington. Desde luego, Mantícora insiste en que esa «nave comercial» era una nave camuflada cogida desprevenida en un acto de guerra. ¿Y qué otra cosa podrían decir? Pero el que una corte la haya condenado predispondrá a un porcentaje de personas en su contra, especialmente porque es mujer. Todo lo que tenemos que hacer es recordarles su «culpabilidad» con tristeza, en lugar de enojo, y explicarles que es el resultado lógico de la catástrofe que deriva de encargar a una mujer, con todas sus debilidades, el gobierno de una nave de guerra.

Michaels asintió despacio. Sentía una punzada de remordimientos, lo que era bastante sorprendente, pero Masterman tenía razón y los prejuicios de los graysonitas los harían más proclives a aceptar una historia que cualquier planeta civilizado no se detendría ni a considerar.

—¿Ve, capitán? —Preguntó el embajador, casi en un susurro—. Esto nos permitirá cambiar todo el punto de vista interno de Grayson sobre Mantícora. Abandonarán sus opiniones basadas en las ventajas que estos pueden proporcionarles y los juzgarán a partir del rechazo emocional que deriva de su propia intolerancia. Y si he aprendido una cosa en el transcurso de los años es que, cuando se enfrentan las emociones con la lógica, son las primeras las que salen victoriosas.

* * *

—… y este es nuestro centro de información de combate, caballeros. —Andreas Venizelos era bajo para ser un manticoriano, pero aun así era unos centímetros más alto que los oficiales graysonitas que estaban con él en el compartimiento. Gesticuló para señalar la magnífica eficacia de sus equipos.

El almirante Yanakov logró no quedarse mirando con la boca abierta, pero las palmas de las manos le hormiguearon cuando tocó los maravillosos instrumentos. El tanque holográfico se extendía tres metros y las visualizaciones en pantallas planas mostraban todas las naves que estaban a diez minutos luz de Grayson. No con unos únicos códigos de luz para los grupos de embarcaciones, sino como unidades individuales con representaciones gráficas de masa y vector.

Se acercó más a uno de los marineros y miró por encima de su hombro. El joven, o al menos aparentemente joven, ni siquiera se inmutó y Yanakov se giró de vuelta hacia Venizelos.

—¿Podría activar el tanque holográfico, comandante?

Venizelos lo miró durante un instante y luego buscó con su mirada más allá de él.

—¿Capitana?

Yanakov sintió cómo su expresión trataba de congelársele en la cara. Se dio la vuelta. La capitana Harrington estaba detrás de él, sus fuertes y angulosas facciones estaban impasibles y se obligó a que sus ojos se encontraran con los de ella. La sensación de anormalidad se hacía cada vez más fuerte cuando veía su uniforme, y tenía la sospecha de que había delegado la función de portavoz a su primer oficial porque ella también se sentía incómoda.

—¿Le importaría que viéramos la visualización holográfica en marcha… capitana? —Su voz le resultó forzada y se maldijo por vacilar antes de otorgarle su rango.

—Desde luego que no, almirante. —Su voz musical de soprano incrementaba la sensación de irrealidad. Se parecía mucho a la de su tercera mujer, y el imaginarse a Anna vestida con uniforme lo repugnaba.

—Por favor, active el tanque, jefe Waters —pidió.

—Sí, señora —respondió un suboficial con una energía que parecía antinatural para responder a una mujer. Pero, pensó Yanakov con desesperación, no se lo parecía si contestaba a un oficial. ¡Maldita sea, el concepto mismo de una oficial era un oxímoron!

El tanque holográfico parpadeó hasta cobrar vida, extendiendo su extremo superior casi hasta el techo del puente, y los apretujados oficiales graysonitas emitieron un suave sonido de aprobación y maravilla. Había pequeños códigos de luz junto a cada punto; flechas que señalaban nombres, líneas de puntos que proyectaban vectores, cifras y letras que detallaban la energía de vuelo, la aceleración y las emisiones de sensores activos. Debía de ser así como Dios veía las estrellas, y la envidia por las capacidades de aquella nave hormigueó en la mente de Yanakov.

—Como puede ver, almirante —Harrington levantó una mano para señalar con elegancia al holograma—, calculamos…

Dejó de hablar cuando el comandante Harris, el oficial de operaciones de Yanakov, dio un paso hasta quedarse entre ella y el tanque, en busca de una vista más próxima de los símbolos. Ella dejó la mano en el aire un momento y luego los labios se le tensaron.

—Perdóneme, comandante —dijo, en un tono carente de emoción—. Estaba a punto de enseñarle algo al almirante Yanakov.

Harris se giró y Yanakov se ruborizó ante su expresión gélida y desdeñosa. El mismo estaba teniendo bastantes problemas para asimilar que existían mujeres oficiales, pero Harris era un partidario de la línea dura del conservadurismo. Empezó a abrir la boca pero la cerró de golpe al advertir un diminuto gesto de su almirante. Frunció los labios y dio un paso atrás, cada línea de su cuerpo una expresión silenciosa de su resentimiento, para que Harrington pudiera continuar.

—Como puede ver, almirante —continuó en ese mismo tono desapasionado—, calculamos el alcance de las armas de cada nave de guerra. Desde luego, una visualización con tanto detalle puede suponer una desventaja para nuestro control táctico, así que nos servimos de otras más pequeñas en el puente para evitar el exceso de información. El CIC es responsable de decidir qué amenazas tenemos que ver y…

Continuó explicándolo sin mostrar ningún enojo ante la insultante conducta de Harris y Yanakov escuchó con atención, mientras se preguntaba si debería haber enviado abajo a Harris. Desde luego, tendría que mantener una larga charla con él en privado. ¿Pero debería haberlo reprendido ahora? Hubiera humillado a su oficial de operaciones delante de sus compañeros, ¿pero cómo se tomarían los manticorianos el que no lo hubiera hecho?

Miró hacia arriba y vio que Andreas Venizelos lo miraba, y la furia en los ojos del oficial manticoriano respondió a su pregunta.

* * *

—Sé que son diferentes, Bernard, pero tenemos que hacer concesiones —Benjamín Mayhew IX, el Protector Planetario de Grayson, cortó otra rosa y la dejó en la cesta que sujetaba un sirviente, luego se giró para mirar atentamente a su comandante en jefe naval—. Sabías que serían mujeres vestidas con uniforme y debiste darte cuenta de que tendrías que tratar con ellas antes o después.

—¡Por supuesto! —El almirante Yanakov miró furioso a la cesta, sin preocuparse de ocultar que pensaba que el arreglo floral no era precisamente el arte más masculino al que la cabeza del estado debía dedicarse. Era uno de los pocos que no escondía sus verdaderos sentimientos, pero también era primo del Protector Benjamin, y todavía podía recordar cómo hacía travesuras en las alfombras del palacio cuando él mismo ya vestía un uniforme.

—Entonces creo que no entiendo tu vehemencia. —Mayhew hizo un gesto y el sirviente se retiró—. Tampoco es una situación que vayas a tener que soportar eternamente.

—No lo digo por mí —respondió Yanakov algo impaciente—, solo he dicho que a mis oficiales no les gusta. Desde luego que no. De hecho, que «no les gusta» es decirlo con mucha suavidad, Ben. Lo odian, y circulan unos rumores muy malos sobre su competencia.

—¿Su competencia? ¡Por Dios Santo, Bernard! ¡La mujer ha sido galardonada con la Cruz de Mantícora! —Yanakov lo miró confuso y Mayhew suspiró—. Será mejor que aprendas algo sobre las condecoraciones extranjeras, querido primo. Para tu información, la Cruz de Mantícora está muy cerca de la Estrella de Grayson, y solo se consigue por el heroísmo durante la batalla.

—¿La Estrella de Grayson? —Yanakov parpadeó mientras intentaba digerir esa noticia. No le parecía posible que alguien tan atractivo y joven…

Se detuvo, maldiciéndose mentalmente. Maldita sea, ¡aquella mujer no era tan «joven» como él quería creer! Tenía, de hecho, cuarenta y tres años-T, apenas doce menos que él, pero aun así…

—Muy bien, así que tiene cojones —gruñó—. Pero apuesto a que ganó esa medalla en Basilisco, ¿no es cierto? —El Protector asintió y Yanakov se encogió de hombros—. Eso hará que los oficiales que no confían en ella desconfíen aún más. —Se ruborizó ante la expresión de su primo, pero continuó con sus argumentos tercamente—. Sabes que tengo razón, Ben. Van a pensar lo mismo que los havenitas. Están dispuestos a decir a voz en grito: ¡que condecorarla solo fue la consecuencia de una propaganda deliberada para disimular lo que realmente ocurrió, es decir, que estaba de mala uva por tener la regla y que por eso hizo volar una nave mercante desarmada! —Rechinó los dientes debido a la frustración—. ¡Maldita sea!, si tenían que enviarnos a una mujer, ¿no podrían al menos haber enviado a alguna de quien no se rumorease que es una asesina?

—¡Eso es una mierda, Bernard! —Mayhew se abrió paso a lo largo de la terraza de techo abovedado hasta el palacio, seguido por su impasible guardaespaldas—. Ya conoces la versión de Mantícora sobre lo ocurrido en Basilisco, y sabes tan bien como yo lo que Haven quiere en esta región. ¿Quién crees que dice la verdad?

—Mantícora, claro. Pero lo que tú o yo creamos es lo de menos. La mayoría de mi gente está predispuesta a juzgar que una mujer es un peligro potencial en un puesto de mando. Los que no piensan automáticamente que serán una panda de chifladas están horrorizados por exponer a una mujer a un combate; y los conservadores, como Garret y los suyos, se dejan guiar por sus emociones y no por la lógica. La ven como un insulto calculado contra nuestra forma de vida, y si crees que me lo estoy inventando, ¡tendrías que haber oído la conversación que mantuve con mi oficial de operaciones! En estas circunstancias, la versión de Haven sobre lo que pasó, solo confirma los temores de los tres grupos. ¡Y no vayas a culpar solo a mi gente! Algunos de tus civiles son mucho peor que cualquier militar y lo sabes. Joder, ¿y qué hay de Jared?

—El querido y dulce primo Jared. —Mayhew sonaba tan disgustado como lo parecía, luego hizo un gesto con la mano en el aire—. ¡Oh, tienes razón, tienes razón! Y el viejo Clinkscales es aún peor, aunque al menos él no es el segundo en la línea de sucesión al protectorado. —El Protector se arrebujó en una silla demasiado acolchada—. Pero no podemos perder esta oportunidad por algo tan absurdo como los prejuicios culturales, Bernie. Mantícora puede hacer mucho más por nosotros que Haven; están más cerca, su tecnología es mejor y está claro que sienten menos deseos de comérsenos enteros un buen día.

—Entonces te sugiero que les digas eso a los negociadores —suspiró Yanakov.

—Ya lo sé, pero tú eres el historiador. Ya sabes cómo el Consejo redujo la autoridad constitucional del Protector durante el último siglo. Prestwick es un Canciller decente, pero no creo que esté dispuesto a ceder y permitir que yo gobierne directamente. Estoy pensando que necesitamos un ejecutivo más fuerte que lidie con todo lo que se nos viene encima, pero me siento un poco desconcertado por lo que soy en este momento y, a pesar de lo que me gustaría tener, la verdad es que mi poder se basa solo en mi prestigio. Es cierto que el clan Mayhew todavía cuenta con bastante influencia gracias a ese prestigio, pero una parte muy desproporcionada de él está con los conservadores y ellos, como tú mismo has dicho, creen que aceptar cualquier tipo de ayuda del exterior amenaza la forma de vida de Grayson. Tengo, de momento, al Consejo de mi parte y creo que también cuento con el apoyo de la mayoría de la Cámara, pero no basta, y si los militares no se apuntan, entonces perderé ese soporte. Vas a tener que convencer a tu gente para que razone.

—Ben —dijo Yanakov despacio—, lo intentaré, pero no tienes idea de lo difícil que va a ser conseguir lo que me estás pidiendo. —Mayhew se enderezó en la silla, pero el almirante continuó hablando—. Te conozco desde que eras un niño y siempre he sabido que eras más listo que yo. Si estás seguro de que necesitamos la alianza con Mantícora, te creeré. Pero a veces creo que tu abuelo hizo mal al enviaros a ti y a tu padre a estudiar fuera. Oh, sé cuáles son las ventajas, pero en algún punto del trayecto perdiste contacto con la forma en la que tu gente se siente acerca de unas cuantas cosas, y eso es peligroso. ¡Hablas de los conservadores en la Cámara, Ben, pero la mayoría de ellos lo son menos que la población en su conjunto!

—Me doy cuenta de ello —respondió Mayhew en voz baja—. Al contrario de lo que puedas pensar, el tener un punto de vista diferente hace que ver ciertas cosas sea más fácil; como, por ejemplo, lo complicado que resulta abrir mentes cerradas, y los Mayhew tienen tan poco interés en convertirse en el Pahlavi de Grayson como de ser sus Romanov. No te estoy proponiendo cambiar la sociedad de la noche a la mañana, pero estamos hablando de la supervivencia de nuestro planeta, Bernie. Estamos hablando de una alianza que podría proporcionarnos industria moderna y una flota manticoriana permanente contra la que Simonds y sus fanáticos no se atreverán a jugar. Y firmemos o no con Mantícora, no podemos perder la oportunidad de intentar mejorar. Les doy a los havenitas otro año-T antes de ir abiertamente en contra de Mantícora, y cuando lo hagan pasarán directamente a través de nosotros a menos que hagamos algo para detenerlos. Tenemos que ponernos en marcha, Bernie, y lo sabes incluso mejor que yo.

—Sí —suspiró Yanakov—. Sí, lo sé. Y lo intentaré, Ben. De verdad que lo haré. Pero desearía que Mantícora hubiera sido más lista y no nos hubiera comprometido en una situación semejante, ¡porque me condenaría diciendo que podría resolverla!