Capítulo XV

¡MUY BIEN, JORGE!

Ana consoló al muchacho. Se acercó a él, lo hizo sentarse en una piedra y se sentó a su lado.

—A ver esa pierna —le dijo—. Te duele, ¿verdad? Te la vendaré. No te preocupes. Te ayudaremos. Sabemos el motivo de lo que ha pasado, ¿verdad, Julián?

El muchacho miró a Ana, agradecido, y se sorbió las lágrimas. Ella le entregó su pañuelo para que se secase la cara, y Julián dio a Ana el suyo para que vendase al chico la pierna herida.

Debía de haberse caído al hoyo, aterrado al presenciar la lucha de su hermano con los dos desconocidos.

—¿Cómo sabéis lo que ha sucedido? ¿Os parece que podréis encontrar a Guy? —preguntó a Julián—. ¿Sí, de veras? Nunca me lo perdonaré. Es mi hermano, y yo no estaba aquí para luchar a su lado cuando me necesitaba.

—¡Anda, deja ya de mojar mi pañuelo! —dijo Ana, sonriendo.

Él trató de sonreír también y siguió diciendo a Julián:

—Me llamo Enrique Lawdler. A Guy y a mí nos encantan las ruinas y todas esas cosas. Hemos pasado la mayor parte de las vacaciones juntos, excavando en busca de objetos como ésos.

Y, al decir esto, indicó con la cabeza la vieja caja que contenía sus modestos hallazgos.

—Ya nos lo explicó Guy —respondió Julián—. Pero no nos dijo ni una palabra de ti. Como creíamos que tú y él erais el mismo chico, muchas veces nos desconcertabais: no comprendíamos lo que hacíais ni lo que decíais.

—Ya os he explicado —dijo Enrique— que los dos obrábamos como si el otro no existiese. Nosotros somos así. Cuando nos llevamos bien, nadie se lleva tan bien como nosotros; pero cuando nos indisponemos el uno con el otro, no hay odio peor que el nuestro. ¡Esto es horrible!

—¿Puedes decirnos algo de los hombres con los que Guy luchó? —preguntó Julián.

—Vinieron y le dijeron que se marchase y que iban a echar un vistazo a todo esto —dijo Enrique sorbiéndose una vez más las lágrimas—. Guy les contestó con muy malos modos. Le oí decir que si los volvía a ver rondando por el campamento, los apedrearía. Ya conocéis a Guy: se pone furioso cuando le molestan.

—¿En qué dirección se lo llevaron? —preguntó Dick.

—Hacia allá —dijo Enrique, señalando la dirección con el dedo—. He registrado todo el campamento, y nada: como si se los hubiera tragado la tierra. No he encontrado ni rastro.

—Investiguemos un poco —dijo Julián—. Quizá encontremos alguna pista. Pero supongo que los bandidos se habrán llevado con ellos a Guy porque sabía demasiado. Quizá encontraron aquí lo que buscaban y Guy los vio.

—¡Oh, entonces hemos llegado demasiado tarde! —dijo Jorge, descorazonada—. Ya tienen lo que querían. Ahora desaparecerán y nunca los volveremos a ver. Sin duda, han huido en un coche de los más rápidos, y se han llevado a Guy para asegurarse de que no hablará hasta que ellos estén seguros en otro país.

—¡Oh, no! —gritó Enrique—. No me digas que lo han raptado. ¡Sería horrible!

—Vamos. Investiguemos un poco —dijo Julián.

Todos empezaron a recorrer palmo a palmo el campamento, bajando a hoyos y zanjas, en busca de lo que todos sabéis. Pero pronto suspendieron la exploración. Había demasiadas piedras y éstas eran de todos los tamaños. Además, ¿qué iban a adelantar en caso de encontrar la que les interesaba? Los pájaros habían volado, seguramente con lo que buscaban. Si Guy no se hubiese tropezado con ellos, no habría sabido nunca que aquellos hombres habían estado allí registrándolo todo.

—No podemos hacer nada —dijo Julián—. Esto es demasiado extenso para que podamos encontrar alguna pista. Volvamos a nuestro refugio, hagamos el equipaje y regresemos a Kirrin para avisar a la policía. Es lo único que podemos hacer.

—Ven, Enrique —dijo Ana al muchacho, cuyo remordimiento le hacía usar el pañuelo sin cesar—. Conviene que vengas con nosotros y digas todo lo que sabes.

—Iré —repuso Enrique—. Haré cuanto sea necesario por rescatar a Guy. Nunca me volveré a pelear con él, ¡nunca! Y pensar que…

—No empieces otra vez —le dijo Ana—. Mira: estás poniendo tan triste a Tim, que tiene el rabo entre las patas.

Enrique intentó sonreír de nuevo. Todos dejaron el campamento y regresaron a su escondrijo: aquel hoyo abierto por las raíces del corpulento arbusto. Cuando llegaron, se dieron cuenta de que tenían apetito y empezaron a sacar latas de conservas.

—No nos hemos desayunado aún. Llevamos mucho tiempo sin comer, y estoy muerta de hambre —dijo Jorge.

—Pensad que si nos acabamos la comida no tendremos que cargar con las latas —dijo Dick—. Comamos. Un retraso de diez minutos no significa nada.

No había peligro de que los viesen. Por lo tanto, pudieron comer tranquilamente, sin apreturas, en el exterior. Se sentaron al sol y mientras comían, charlaban animadamente.

—A mí me parece que si Tim ladró esta madrugada, fue porque oyó a esos hombres cuando se acercaban al campamento —dijo Jorge.

—Lo mismo creo yo —afirmó Julián—. Estoy seguro de que estuvieron inspeccionando concienzudamente el campamento hasta que Guy se despertó y se lanzó contra ellos. Debimos levantarnos a investigar cuando Tim gruñó.

—¿Quiere beber alguien? —preguntó Jorge—. Iré a buscar agua a la fuente. ¿Dónde está la lata de piña vacía?

Ana se la dio. Jorge se levantó y echó a andar por el estrecho caminito que conducía a la fuente. A medida que se iba acercando, iba oyendo con más claridad el rumor del agua, sonido que le parecía delicioso.

«El agua siempre suena bien —se dijo—. Es un murmullo que me encanta».

¡Agua! Al pasar esta palabra por su mente, algo pareció golpear su cerebro. ¿Por qué? ¿Quién le había hablado de agua? ¡Ah, sí! Dick y Julián, al volver junto a ellas, después de pasar la noche al acecho en la casa. Les habían dicho que en el plano había una palabra, ACUA, que podía ser AGUA.

«¿Será AGUA?», se preguntó Jorge, mientras llenaba la lata y veía brotar el agua entre las blancas piedras.

Otra idea golpeó de pronto su cerebro.

«¡Losas blancas! ¡Agua! A lo mejor, la losa que buscaba la banda es una de éstas. Ahí veo una del mismo tamaño».

La miró con atención. Estaba firmemente colocada en el lugar de donde salía el agua que se deslizaba por el canalillo. ¿Habría algo escondido debajo de ella?

Jorge soltó la lata y volvió a todo correr al lado de sus compañeros.

—¡Julián! ¡Julián! ¡Creo que he encontrado la losa!

¡La hemos tenido muchas veces ante nuestras mismas narices!

Todos la miraron boquiabiertos. Julián se puso en pie de un salto.

—¿De veras? ¿Dónde está?

Seguida por todos, Jorge echó a correr hacia la fuente. Una vez allí, señaló la gran piedra blanca.

—Miradla —dijo—. Es del tamaño exacto y está junto al AGUA, como indica el plano que tienen los raptores de Guy, aunque éstos no sepan si la palabra es AGUA o ACUA.

—¡Me parece que has dado en el clavo, Jorge! —exclamó Julián—. El agua de las fuentes suele recorrer pasadizos subterráneos.

—Probemos a moverla —dijo Dick, con la cara roja de emoción—. Parece muy pesada.

Empezaron a luchar con la gran losa. El agua que salía de la fuente los iba empapando, pero esto a nadie le importaba. Enrique les ayudó: era un muchacho fuerte.

La losa se movió un poco, se deslizó ligeramente hacia un lado. Los muchachos siguieron empujándola con todas sus fuerzas.

—Creo que necesitaremos ayuda —dijo Julián—. Es muy pesada y está demasiado encajada.

—Iré por alguna de mis herramientas —dijo Enrique—. Estoy acostumbrado a luchar con piedras pesadas. Podremos moverla fácilmente si utilizamos la herramienta apropiada.

Salió corriendo a toda velocidad. Los demás, se sentaron después de sumergir en el agua las cansadas manos y refrescarse las sudadas frentes.

—¡Uf! —exclamó Julián—. ¡Vaya trabajo para un día tan caluroso! Menos mal que Enrique ha pensado en sus herramientas. Esto es lo que necesitamos.

—Nunca se me ocurrió pensar que hubiera dos gemelos —comentó Ana.

—La culpa la tuvieron ellos —dijo Julián—. Nunca mencionaban el uno al otro. En fin, lo que me preocupa es adónde habrán llevado a Guy. No creo que le hagan daño; pero no debe de ser nada agradable ser capturado por una banda de malhechores.

—Ya viene Enrique —dijo Ana, tras un largo silencio—. Uno de nosotros debe ir a ayudarle: trae un montón de herramientas.

Éstas demostraron su utilidad, sobre todo una que se podía emplear como palanca. La enorme losa comenzó a moverse cuando Julián y Dick aunaron sus esfuerzos.

—¡Ya sale, ya sale! —gritó Dick—. ¡Cuidado! ¡Va a caer sobre el canal! ¡Apartaos, chicas!

La piedra se fue desprendiendo de la pared y, al fin, cayó estrepitosamente. Todos se quedaron mirando el profundo boquete que quedó al descubierto. Julián se acercó y miró hacia el fondo.

—¡Esto no tiene fin! —dijo—. Dadme una linterna.

Temblando de emoción, dirigió el haz de luz a la abertura.

—Me parece que hemos encontrado lo que buscábamos. Aquí hay un túnel descendente que se pierde de vista y se va ensanchando a partir de la entrada.

La emoción general fue tan profunda, que nadie pudo decir palabra. Jorge propinó un codazo a Dick, y Ana dio unas palmadas tan fuertes a Tim, que éste lanzó un gemido lastimero. Enrique saltaba de alegría: se había olvidado de todas sus penas.

—¿Entramos? —preguntó Dick—. A mí me parece que sería conveniente que empezáramos por ensanchar la entrada. La tierra y las raíces la han estrechado.

—Y luego lo exploraremos —dijo Jorge con ojos fulgurantes—. ¡Qué estupendo! ¡Un túnel secreto y que sólo conocemos nosotros! ¡Daos prisa! Estoy impaciente por explorarlo.