UN DESCUBRIMIENTO INTERESANTE Y UN PLAN
Los cuatro se sentaron en la oscuridad de la habitación y hablaron largamente de los siniestros aullidos y de las luces verdes y azules. Ana estaba al lado de Julián, y no disimulaba su pánico.
—Regresemos a Kirrin —dijo—. Salgamos mañana mismo. No me hace ninguna gracia lo que está ocurriendo aquí.
—No he visto absolutamente nada —dijo Julián, desconcertado, mientras pasaba un brazo por los hombros de Ana—. He llegado muy cerca de las luces y los ruidos, pero han desaparecido cuando me he acercado un poco más. Tim se ha acercado aún más que yo y ladrando como un loco. Sin embargo, allí no había nadie.
—¿De modo que has estado cerca de las luces? —preguntó Dick.
—Sí, muy cerca —repuso Julián—. Lo más curioso es que subían a medida que yo me acercaba, y que Tim no ha encontrado a nadie. Si las luces las hubiera movido alguien, este alguien habría estado allí, y a Tim no se le habría escapado.
—¡Guau! —confirmó Tim, con absoluta convicción. Tampoco a él le gustaban aquellas cosas raras que estaban ocurriendo.
—Pues si no hay nadie que pueda hacer los ruidos y mover las luces, todavía peor —dijo Ana—. ¡Regresemos a casa, Julián! ¡Mañana mismo!
—De acuerdo —dijo Julián—. Estoy muy extrañado de lo que pasa aquí, pero se me ha ocurrido algo que podría aclararlo todo. Me gustaría comprobar mañana, a la luz del día, si estoy en lo cierto.
—¿Qué es lo que se te ha ocurrido? —preguntó Dick.
—Que es muy posible que alguien tenga grandes deseos de que nos vayamos de aquí. ¿Por qué? Porque quiere levantar las demás piedras del piso y buscar por todo el patio con tranquilidad. Estando nosotros aquí no puede hacerlo, y trata de asustarnos para que nos vayamos.
—Tu suposición es muy lógica, Julián. Esos siniestros aullidos y esas luces misteriosas pueden asustar a cualquiera hasta el extremo de ahuyentarlo. En fin, haremos una buena investigación cuando haya luz, y a ver si encontramos huellas de ese impostor.
—Lo haremos —dijo Julián—. Pero es muy extraño que Tim no lo descubriera. Tim percibe el olor de las personas por muy escondidas que estén. Bueno, realizaremos una minuciosa exploración mañana por la mañana.
—Y si no encontramos nada ni a nadie, nos iremos a casa, ¿no? —preguntó Ana.
—Sí, te lo prometo. De modo que puedes estar tranquila. No tendrás que pasar ni una noche más aquí. Bueno, procuremos dormir un poco.
Tardaron un buen rato en quedarse dormidos después de tantas emociones. Ana siguió escuchando por si oía algo sospechoso, pero no percibió ningún ruido, y al fin, rendida de cansancio, se quedó dormida.
Jorge y sus dos primos estuvieron también un buen rato despiertos, pensando en aquellas luces y en aquellos bramidos que, al parecer, no eran obra de nadie.
Sólo Tim estaba libre de toda preocupación. Se quedó dormido mucho antes que los demás, manteniendo una oreja erguida y atenta, y levantando la otra cuando Jorge se movía o Dick le decía algo a Julián.
El cansancio los tuvo dormidos hasta muy tarde. Julián, el primero que se despertó, miró al techo, sorprendido. ¿Dónde estaba? ¿En Francia? ¡Ah, no! Estaba en la casa en ruinas.
Despertó a Dick, que protestó un poco, pero que al fin abrió los ojos.
—¿Te acuerdas de los alaridos y las luces de anoche? —preguntó Dick—. ¡Qué susto nos llevamos! Ahora que la luz del sol entra por la ventana y podemos ver kilómetros y kilómetros de campo, nos parece ridículo el miedo que pasamos.
—Estoy seguro de que alguien pretende asustarnos —dijo Julián—. Nos hemos cruzado en su camino. Vino, o vinieron, con la esperanza de encontrar algo y no lo pueden buscar porque estamos aquí nosotros. Creo que lo mejor sería que lleváramos a las chicas a casa y volviéramos nosotros dos solos.
—A Ana le encantará la idea, pero Jorge no querrá —repuso Dick—. Ya sabes cómo es: vale tanto como un chico y es tan valiente como el primero. No tomemos ninguna decisión hasta haber echado una ojeada por los alrededores. No creo que haya nada sobrenatural en todo esto. Me parece, como a ti, que no son más que artimañas para asustarnos.
—Despertemos a las chicas —propuso Julián—. ¡Jorge! ¡Ana! ¡Arriba, dormilonas! ¡Levantaos y preparadnos el desayuno! ¡Para eso sois chicas: para hacer el desayuno a los chicos!
Jorge se levantó furiosa, que era lo que pretendía Julián.
—El desayuno te lo… —comenzó a decir. Pero se detuvo al ver el semblante alegre de su primo.
—Ha sido una broma para que os levantarais —dijo Julián—. ¡Vayamos a tomar un baño!
Se encaminaron alegremente al estanque. Tim los acompañaba, moviendo sin cesar su larga cola. El sol caía con fuerza y cada vez apetecía más el contacto con el agua. Cuando llegaron al estanque se encontraron con el desconcertante muchacho, que flotaba tendido boca arriba.
—Ahí está Guy —dijo Ana.
—¿Se llamará así hoy? —preguntó Jorge—. Recordad que ayer nos dijo que su nombre era Guy, y poco después negó que se llamaba así. O está loco, o se divierte tomándonos el pelo.
Llegaron a la orilla. El muchacho los saludó alegremente.
—¡Ánimo! ¡El agua está estupenda!
—¿Te llamas Guy esta mañana? —le preguntó Jorge.
—¡Claro! ¿Cómo quieres que me llame? —repuso Guy, extrañado—. ¡Hala! ¡No perdáis tiempo! ¡Echaos al agua!
Estuvieron un buen rato bañándose y jugando. Guy nadaba como una anguila y era un perfecto buceador. Se alejaba a grandes brazadas y se hundía repentinamente cuando los otros estaban a punto de llegar a su lado.
Cuando se cansaron de nadar, se sentaron en el borde del estanque para tomar el sol.
—Oye, Guy: ¿oíste o viste algo extraño anoche? —preguntó Dick.
—No vi nada —respondió Guy—, pero oí algo: una serie de aullidos lejanos que parecían acercarse cuando el viento soplaba hacia aquí. Jet se asustó y, mientras se oyeron los extraños gritos, estuvo temblando entre mis piernas.
—Nosotros también los oímos, y muy cerca —dijo Julián—. Además, vimos unas luces raras.
Estuvieron un rato comentando lo sucedido. Guy no pudo ayudarlos: había oído desde más lejos que ellos, y, por lo tanto, peor los angustiosos gemidos.
—Estoy hambrienta —dijo al fin Jorge—. Empiezo a soñar con tomates, quesos y jamones. Volvamos a la casa.
—Bien pensado —aprobó Julián—. Adiós, Guy; hasta pronto. Adiós, simpático Jet.
Se marcharon. El sol había secado casi por completo sus trajes de baño.
—Guy ha estado muy amable esta mañana —comentó Ana—. ¿Por qué será tan huraño otras veces?
—Oíd, ¿no es Guy aquel chico? —exclamó Jorge de pronto—. ¿Lo veis? Aquél que corre… No sé cómo ha podido venir tan de prisa. Lo acabamos de dejar en el estanque.
Desde luego, era igual que Guy. Lo llamaron, pero ni siquiera los miró, aunque tenía que haberlos oído. El grupo prosiguió su camino. Todos estaban extrañados. ¿Cómo podía cambiar una persona de humor tan rápidamente? Y ¿qué razones podía tener aquel muchacho para no ser siempre igual?
Tras un excelente desayuno, se dedicaron a explorar los alrededores de la casa, en busca de algún detalle que explicara lo sucedido la noche anterior.
—Los ruidos —dijo Julián, deteniéndose junto al pequeño grupo de árboles— salían de aquí, Por lo menos, así me pareció cuando vine a investigar. También creí ver que estaban aquí las luces, pero no en el suelo, sino por encima de mi cabeza.
—¿Por encima de tu cabeza? —exclamó Dick—. ¡Qué extraño!
—No, no es extraño —dijo Ana—. ¡Ni mucho menos! Alguien pudo subirse a uno de esos árboles y empezar a gemir y aullar con algún aparato en la boca, al mismo tiempo que encendía las luces, ¿no os parece?
Julián fijó la vista en los árboles y después en Ana. Luego sonrió, satisfecho.
—Ana ha acertado. ¡Qué lista es! No cabe duda de que una o dos personas se encaramaron a uno de esos árboles. Seguramente, fueron dos. Así, mientras una lanzaba los siniestros gemidos, la otra encendía las luces: las antorchas o lo que fuese. Quizá eran bengalas silenciosas, o globos de colores con una luz dentro.
—¡Claro! —dijo Dick—. Por eso las luces estaban a varios metros del suelo. Alguien las movía desde la copa del árbol.
—Como parecían flotar en el aire, nos asustamos —dijo Ana—. Me alegro de que fuesen esas estratagemas las causas de nuestros temores. Ya no conseguirán volver a asustarme.
—Eso —dijo Jorge— explica también que Tim no viera a nadie. No podía descubrir a los que estaban en la copa de un árbol y, seguramente, conteniendo la respiración cuando vieron a Tim debajo de ellos.
—¡Claro! Nos engañaron a todos. Nos parecía imposible que Tim sólo pudiera encontrar ruidos y luces —dijo Julián.
—¡Mirad! ¡Aquí hay algo! ¡Es un trozo de goma verde! —dijo Dick, mientras lo recogía del suelo—. No cabe duda de que eran globos que tenían una luz dentro. Los soltaban y los globos flotaban en el aire.
—Muy ingenioso —dijo Julián—. Tienen un buen repertorio de trucos. Desde luego, pretenden asustarnos para que nos vayamos.
—¡Pues no lo conseguirán! —dijo Ana inesperadamente—. ¡Yo no me voy! No me asustarán con esas ridículas artimañas.
—¡Muy bien, Ana! —exclamó Julián, dándole un golpecito en la espalda—. Nos quedamos. Tengo una magnífica idea.
Todos le pidieron que la explicase, y Julián lo hizo de este modo:
—Haremos ver que nos vamos a casa. Prepararemos nuestras cosas y nos iremos, pero sólo para acampar en otra parte. Dick y yo nos quedaremos esta noche cerca de aquí, escondidos, y, si viene alguien, sabremos dónde buscan. Además, trataremos de averiguar lo que buscan y por qué.
—Es un plan muy ingenioso —dijo Dick, entusiasmado—. Lo pondremos en práctica. Empieza una nueva aventura. Debemos estar prevenidos.