9

—He traído todas mis notas —empezó Zoe—, por si acaso necesitamos echarles una ojeada. O por si yo me desvío de mi propósito y tengo que consultarlas. He pasado la mayor parte de la última semana pensando en todo esto yo sola, sin hablar con nadie sobre el tema, al menos no mucho. Creo que ha sido un error. O tal vez no haya sido un error, pero ya es hora de abordar el asunto. —Soltó un suspiro—. La verdad es que no soy nada buena con esta clase de asuntos. Me limitaré a exponer los temas sobre los que he reflexionado, y vosotros podéis intervenir cuando os parezca.

—Zoe —Dana cogió una lata de cerveza de la mesa y se la tendió a Zoe—. Relájate.

—Eso intento. —Bebió un pequeño sorbo—. Creo que Kane no me ha presionado demasiado porque solo ve lo que está en la superficie. De todo lo que ha ocurrido hasta ahora, hemos aprendido que en realidad él no entiende lo que somos en nuestro fuero interno. Pienso que esa es la razón de que nos odie. Nos odia —murmuró— porque es incapaz de ver lo que somos, y no puede dominar lo que no puede ver.

—¡Buen enfoque! —aprobó Jordan, lo que ayudó a que Zoe se relajase un poco más.

—A continuación viene lo que creo que él ve en mí: una mujer procedente de un entorno… «desfavorecido», que es como lo llaman ahora. Con una infancia difícil. En realidad fue pobre, pero a la gente no le gusta usar esta palabra. No tengo mucha educación formal. Me quedé embarazada a los dieciséis años, y me he ganado la vida peinando y cortando el pelo. De peluquera la mayoría de las veces, además de empleos temporales de camarera y qué se yo qué más para lograr llegar a fin de mes. Yo no poseo la clase y la cultura de Malory.

—Oh, en realidad eso es…

—Espera —Zoe alzó una mano para detener la vehemente protesta de Malory—, solo escúchame. No tengo eso, ni tampoco la educación y la seguridad de Dana. Lo que sí tengo es una espalda fuerte y un hijo al que criar. Todo esto es cierto. Sin embargo no es…, bueno, no es todo. Hay más cosas que Kane no ve ni comprende. —Bebió otro trago para humedecerse la garganta—. Determinación. Yo no me conformé con ser pobre. Quería más, y encontré la manera de conseguirlo. Después está mi palabra. Aquella noche, en el Risco, hice una promesa, y cuando yo hago una promesa la mantengo. No soy cobarde. Creo que Kane apenas se ha molestado conmigo porque no ve nada de eso. Aún más, él ha tenido tiempo de sobra para observarme o examinarme, o lo que sea que haga, y es lo bastante inteligente para suponer que yo tendría una pobre opinión de mí misma y de mis oportunidades si él actuaba como si yo no le preocupase en absoluto. —Respiró hondo—. Ese es su error, no va a ganarme haciendo que yo sienta que no vale la pena luchar conmigo.

—Vas a darle una buena patada en el culo —afirmó Dana.

Los ojos de Zoe resplandecieron y, aunque no lo advirtió, su sonrisa fue como la de una guerrera.

—Oh, sí, voy a darle una buena patada en el culo, y después le retorceré las pelotas hasta que se le pongan azules.

Deliberadamente, para arrancarle otra sonrisa, Flynn cruzó las piernas protegiéndose.

—¿Y has resuelto la manera en que vas a enfocar eso?

—Más o menos. En el caso de Malory y Dana, ellas tuvieron que dar pasos, tomar decisiones, incluso hacer sacrificios. Eran un reflejo de la pista, y… —se giró a mirar el cuadro—, y de la diosa a la que representaban. Así que yo he de averiguar cómo refleja a la mía lo que he hecho o lo que debo hacer. El cachorro y la espada, eso es lo que lleva Kyna en la pintura del Risco del Guerrero. Ella cuida y defiende, supongo. Yo tengo un hijo al que llevo cuidando y defendiendo más de nueve años.

—No solo a él —terció Jordan—. Está en tu naturaleza cuidar y defender a cualquiera que te importe, a cualquiera que lo necesite. Es algo instintivo, y eso es parte de tu fuerza. Otra de las cualidades que Kane jamás podrá entender de ti es que te afecten las mujeres del cuadro, que te importen lo bastante para ponerte en peligro por ellas.

—Amistad —añadió Brad señalando la pintura—. La familia, y la preservación de esos valores. Esos son elementos esenciales en tu vida.

—Entonces supongo que todos estamos en el mismo punto, porque yo estaba pensando que algo básico de la búsqueda, hasta el momento, ha sido vivir la vida del modo en que realmente se desee, dando los pasos y corriendo los riesgos necesarios, estando dispuestos a hacer sacrificios y trabajar para lograr que suceda. —Zoe descubrió que sonaba bien en voz alta. Sonaba a solidez—. En mi caso, decidí tener un hijo. Muchas personas me dijeron que estaba cometiendo una equivocación, pero yo sabía en lo más profundo de mi corazón que deseaba ese niño, y quería hacer lo correcto por él. Me marché de casa porque intuía que jamás podría hacer lo correcto por él si me quedaba allí. Tenía miedo, y fue muy duro. Sin embargo, fue una decisión adecuada para mí, y para Simon.

—Escogiste el camino —dijo Brad en voz baja.

—Lo elegí, y hubo algo de la pérdida y la desesperación de las que hablaba Rowena en la pista. No puedes criar a un niño sin una cierta dosis de pérdida y desesperación, al menos no es posible si estás sola. Sin embargo, también te llevas toda la dicha, y el orgullo, y la sorpresa. Escogí venir aquí, al valle, porque eso era lo que quería para mí y para mi hijo. Después tuve que decidir si continuaba empleándome a fondo a cambio de un sueldo o si me daba una oportunidad y emprendía algo por mí misma. No tuve que ponerme en marcha yo sola, y, ya lo sabéis, se debió a otras elecciones. —Se agachó para sacar unos papeles de la mochila—. ¿Veis esto? Lo he hecho yo. Es una especie de carta de navegación, como un mapa o un gráfico. —Se lo entregó a Malory primero—. Mira, este es el sitio en el que crecí…, que en realidad no está muy lejos de aquí. A menos de cien kilómetros de la frontera estatal. He escrito los nombres de mis familiares y de las personas que en alguna medida supusieron una influencia para mí…, de un modo o de otro. Después he buscado los lugares en los que viví y en los que trabajé, con sus nombres y todo eso. Hasta que acabé aquí, con todos vosotros. ¿Sabéis? Estaba pensando que, en parte, esto no son más que episodios de una vida. Lo que haces y lo que te ocurre mientras lo estás haciendo.

Malory alzó los ojos del mapa y los clavó en los de Zoe.

—Has trabajado en Reyes de Casa.

—Solo con un horario parcial: tres noches a la semana y las tardes de los domingos, durante tres meses y antes de que naciera Simon. —Se giró hacia Brad—. Ni siquiera había pensado en eso antes.

—¿En qué tienda?

—En la que hay a las afueras de Morgantown, en la autopista sesenta y ocho. La verdad es que allí se portaron muy bien conmigo, porque cuando fui a buscar algo de trabajo extra ya estaba de seis meses. Me puse de parto atendiendo la caja número cuatro. Puede ser que eso signifique algo: me puse de parto mientras estaba trabajando para ti.

Brad cogió el gráfico que le pasaron, lo miró y se fijó en las fechas.

—En marzo de ese año yo estaba en esa tienda detectando y corrigiendo fallos. —Dio unos golpecitos al papel—. Recuerdo que uno de los encargados llegó a una reunión y pidió disculpas por haberse retrasado unos minutos. Por lo visto, una de las cajeras había empezado a tener contracciones y él había querido asegurarse de que salía en condiciones hacia el hospital.

—¡Tú estabas allí!

—No solo eso, sino que cuando regresé a la mañana siguiente para rematar el trabajo resultó que había ganado la porra que habíamos hecho con el bebé. En efecto, yo había apostado a que sería un chico, pesaría tres kilos y tardaría doce horas en nacer.

Zoe soltó un suspiro tembloroso.

—Te acercaste mucho.

—Lo bastante para ganar doscientos dólares.

—Esta historia pone los pelos de punta —afirmó Dana—. ¿Adónde vamos con eso?

—Una parte estará donde vayamos Zoe y yo. —Brad miró de nuevo el mapa—. No volviste a trabajar a la tienda de Morgantown.

—No. Acepté unas cuantas horas extra en el salón de peluquería en el que estaba empleada, porque me permitieron llevar conmigo al bebé. Por muy amables que fueran en Reyes de Casa, no es posible atender una caja registradora con un recién nacido debajo del mostrador. —«Él estaba allí», pensó Zoe otra vez. Sus caminos se habían cruzado en el momento más importante de su vida—. No quería gastar dinero en pagar a una niñera —continuó—. Supongo que era más que eso, que en realidad no estaba preparada para perder de vista a Simon.

Brad observó el rostro de Zoe y trató de imaginarla…, de imaginarse a ellos dos en aquel día de casi diez años atrás.

—Si yo hubiera pasado ese día por la planta baja unos minutos antes, podría haberte visto, haber hablado contigo.

El escalofrío que recorrió a Zoe no fue de miedo, sino de emoción.

—Decidí ir primero a las oficinas y celebrar allí las reuniones previstas. Una de esas pequeñas decisiones que en apenas un instante cambian lo que ocurre después.

—No estaba previsto que os conocierais en ese momento. —Malory sacudió la cabeza—. Ya sé que esto suena a cosa del destino y el hado, pero no debemos descartar nada. Incluso a pesar de nuestra capacidad de elección. No estaba previsto que os conocierais antes de estar los dos aquí. Caminos, cruces, intersecciones, Zoe los ha puesto todos en su gráfico. —Malory se inclinó hacia delante y ladeó la cabeza para leer a la vez que Brad—. Podrías añadir los tuyos, Brad: del valle a Columbia, de regreso al valle, a Nueva York, a Morgantown, a donde sea, y luego de nuevo aquí. Encontrarías diferentes intersecciones y cruces que os han conducido a los dos a donde estáis ahora. No es solo una cuestión de geografía.

—No. —Brad colocó un dedo sobre los nombres que Zoe había anotado cerca de su pueblo natal—. James Marshall, ¿es ese el padre de Simon?

—En el sentido técnico. ¿Por qué?

—Lo conozco. Su familia y la mía hicieron algunos negocios. Nosotros le compramos unos terrenos a su padre, aunque fue el hijo quien se ocupó del acuerdo. Un buen pedazo de tierra cerca de Wheeling. Yo cerré el trato antes de marcharme de Nueva York. Ha sido una de las palancas que he utilizado para regresar al valle y hacerme cargo de esta área.

—Conociste a James —susurró Zoe.

—Lo conocí, y pasé con él el tiempo suficiente para saber que no te merece, ni a ti ni a Simon. Necesito otra cerveza.

Durante un momento, Zoe se quedó donde estaba.

—Voy a echarle un vistazo al chile. Dadme solo…, Hum, unos minutos y lo serviré.

Se fue corriendo a la cocina.

—Bradley.

Él no se detuvo. Abrió la nevera de forma brusca y sacó una cerveza.

—¿Es esa la razón por la que estabas cabreada cuando he ido a recogerte a tu casa? —preguntó—. ¿Porque habías hecho tu mapa, habías empezado a reflexionar sobre el asunto y habías visto lo estrecha que es la conexión conmigo?

—Sí, en parte se trata de eso. —Entrelazó los dedos y luego los separó—. Es como un ladrillo más, Bradley, y aún no he averiguado si ese ladrillo sirve para construir un camino sólido bajo mis pies o para levantar un muro que me encierre.

Él se quedó mirándola, sintiendo el pulso de una furia atónita.

—¿Quién está intentando encerrarte, Zoe? Es tremendo que me acuses de algo así.

—No me refiero a ti. No se trata de ti, se trata de mí. De lo que pienso, lo que siento, lo que hago. Además, maldita sea, no puedo impedir que te moleste que aún no haya resuelto si es un camino o un muro.

—Un camino o un muro —repitió él, y después bebió un largo trago de cerveza—. Dios, eso sí que puedo entenderlo. Aunque preferiría no entender nada.

—Me siento presionada, y me pongo furiosa cuando noto presión. No es culpa tuya ni tu responsabilidad, pero tampoco creo que lo sea mía. Creo que no me gusta lidiar con algo de lo que no soy culpable ni responsable.

—James fue un imbécil hijo de puta por dejarte marchar.

Zoe soltó un suspiro.

—Él no me dejó marchar. Se limitó a no retenerme. Y eso hace mucho tiempo que ya no me enfurece. —Se acercó a los fogones y levantó la tapa de la cazuela—. Ha ocurrido algo más. Voy a acabar de preparar la cena y te lo contaré mientras comemos, a ti y a los demás.

—Zoe —le tocó un hombro y luego abrió un armario para buscar los platos—, respecto a esos ladrillos…, siempre puedes derribar un muro y utilizar los cascotes para cimentar un camino.

Cenaron en la cocina apretados en torno a la mesa, porque el comedor aún estaba muy lejos de alcanzar los mínimos requeridos por Malory. Mientras tomaban cerveza, chile y pan caliente, Zoe les contó lo que había visto en el espejo empañado del cuarto de baño y en la campana de extracción de humos de la cocina.

—La primera vez pensaba que me lo había imaginado. Parecía demasiado extraño que no fuese fruto de mi fantasía…, y apenas duró un par de segundos. Sin embargo hoy… la he visto —afirmó Zoe—. He visto a Kyna donde debería haber estado yo.

—Si Kane está intentando otro acercamiento —comentó Dana—, no lo sigo.

—No es algo de Kane. —Zoe miró su plato con el entrecejo fruncido—. No sé cómo explicaros por qué estoy tan segura de que no tiene nada que ver, excepto que no sentía que fuese él. Hay una sensación particular cuando Kane te toca. —Alzó la vista para buscar confirmación de sus palabras en Malory y Dana—. Quizá no mientras está sucediendo, sino después, y vosotras dos lo sabéis. No era obra suya. Era algo cálido —prosiguió—. Las dos veces ha sido algo cálido.

—A lo mejor Rowena y Pitte están añadiendo unas cuantas florituras. —Flynn se llevó a la boca otra cucharada de chile—. Dijeron que Kane había quebrantado las reglas con Dana y Jordan, y que se resarcirían de eso.

—Podría costarles caro —terció Brad.

—Puede ser, y por esa razón quizá también hayan decidido resarcirse aún más; una especie de «De perdidos, al río».

—A mí eso no me cuadra —replicó Brad—. Si quisieran sobrepasar la línea en estos momentos, en los inicios de la búsqueda de Zoe, ¿por qué no hacer algo consistente, algo palpable? ¿Por qué, en cambio, algo tan críptico?

—Tampoco creo que proceda de Rowena y Pitte. —Zoe dio vueltas a la comida en el plato—. Creo que procedía de Kyna.

—¿De Kyna? —Fascinada, Malory se irguió en la silla—. Pero ¿cómo? Las hermanas carecen de poderes.

—Tal vez. En realidad no sabemos cómo funciona todo eso, pero digamos que es cierto. De todos modos, sus padres sí poseen poderes. Empecé a pensar en qué ocurriría si alguien tuviera a Simon encerrado en algún sitio. Me volvería loca. Si existiese alguna manera de sacarlo de ese lugar, yo haría todo lo que estuviese en mis manos.

—Han pasado tres mil años en esa situación —apuntó Flynn—. ¿Por qué esperar hasta ahora para actuar?

—Lo sé. —Zoe cogió una rebanada de pan y partió un trozo—. Pero esta ocasión es distinta para ellos, ¿no? ¿No dijo eso Rowena? Además, quizá no hayan tenido ninguna oportunidad antes de ahora, antes de que Kane derramase sangre, sangre mortal.

—Continúa por ahí —la animó Jordan cuando se quedó callada—. Desarrolla esa idea.

—Bien. Si Kane cambió la naturaleza del hechizo cuando se saltó sus normas, si eso hubiera abierto…, bueno, una especie de resquicio en la Cortina de los Sueños, ¿no intentarían unos padres que aman a sus hijas enviar algo de luz a través de ese resquicio? Ellos querían que yo viese a Kyna; no solo en un cuadro, sino de una manera más personal.

—Que la vieras en ti —concluyó Brad—. Que miraras al espejo y la vieras en ti.

—Sí. —Zoe soltó un suspiro de alivio—. Sí, así es como lo siento. Es como si desearan que ella me contase algo. Desde luego que Kyna no puede decirme: «Eh, Zoe, la llave está debajo de la maceta de los geranios del porche», pero es como si tratara de mostrarme algo que he de hacer o algún lugar al que he de ir para encontrar la llave.

—¿Qué llevaba puesto? —preguntó Jordan.

—Joder, Hawke. —Dana le dio un fuerte codazo.

—No; hablo en serio. Fijémonos en los detalles. ¿Iba ataviada igual que en los cuadros?

—Ah, ya te entiendo. —Zoe frunció los labios—. No. Estaba vestida con un traje corto de color verde oscuro. —Cerró los ojos para rememorar la imagen—. Y botas, unas botas marrones que le llegaban más arriba de las rodillas. Lucía su colgante, el que según la leyenda les regaló su padre a las tres hermanas, y una pequeña diadema… Una tiara, así se llama también, ¿verdad? Algo similar a la que usa Wonder Woman, de oro y con una piedra con talla de diamante en el centro. Verde oscuro, como el vestido. También una espada en la cadera. ¡Oh! —Volvió a abrir los ojos—. Llevaba colgado uno de esos… —Impaciente consigo misma, movió una mano entre los omóplatos—. Un carcaj, eso es, para llevar las flechas. Y un arco atado con una correa al hombro.

—Se diría que la dama iba de caza —apuntó Jordan.

—En el bosque —continuó Zoe—. Tomó el sendero que se internaba en el bosque para ir a cazar. Una cacería es como una búsqueda.

—Quizá el bosque de la pista sea más literal de lo que habíamos supuesto —consideró Dana mientras comía—. Me pondré a investigar sobre bosques en libros y en cuadros, además de los bosques de la zona que rodea el valle. Podría salir algo.

—Si puedes describirme la escena, Zoe, yo podría intentar dibujar un boceto para que todos la veamos igual que tú —sugirió Malory.

—De acuerdo —asintió Zoe de manera resuelta—, eso me parece positivo. Tenía la sensación de que el tiempo se me estaba escapando, pero esto me parece positivo. Kyna tenía una mirada tan intensa y triste… —añadió bajando la voz—. No sé cómo podría vivir conmigo misma si no la ayudase.

Zoe estaba sumida en sus pensamientos mientras Brad la llevaba a casa, y se quedó mirando fijamente la luna, tan pálida como la cera.

—Creo que nunca había prestado tanta atención a las fases de la luna como ahora. Levantaba la vista y ahí estaba, llena, por la mitad o apenas una fina rodaja. Nunca pensé que me fijaría en si es creciente o menguante. Sin embargo ahora creo que jamás dejé de advertirlo. Sabría en qué momento se halla el ciclo lunar sin ni siquiera mirar al cielo. Ya me quedan menos de tres semanas.

—Tienes una carta de navegación, tienes un esquema, has adoptado un punto de vista. No puedes montar el puzzle sin las piezas, y ahora estás reuniendo esas piezas.

—Soy consciente de ello. Me ha ayudado hablar y contar lo ocurrido, pero ahora está todo dándome vueltas en la cabeza. Y nada se estará quieto el tiempo necesario para que pueda examinarlo con tranquilidad. Yo no puedo jugar con las palabras de forma que se conviertan en respuestas, como hace Dana, ni extraer soluciones de imágenes, como Malory. Yo tengo que…, no sé, poner las manos encima para colocarlo en su lugar. Sin embargo aún no tengo nada sobre lo que poner las manos. Es frustrante.

—En algunas ocasiones debes alejarte de las piezas. Regresar más tarde y pasearte entre ellas, observándolas desde un ángulo diferente. —Entró en el sendero de acceso a la casa de Zoe y paró el coche—. Esta noche duermo aquí.

—¿Qué?

—No voy a dejar que te quedes sola cuando ni siquiera Simon está en casa por si ocurre algo. —Se bajó del coche y cogió la cazuela de la parte trasera—. Dormiré en el sofá.

—Tengo a Moe… —empezó mientras el perro saltaba desde el porche para abalanzarse sobre ellos.

—La última vez que lo comprobé, Moe era incapaz de marcar un número de teléfono y de conducir un coche. Podrías necesitar a alguien que sepa hacer ambas cosas. —Se detuvo ante la puerta principal y esperó a que ella abriera—. No vas a quedarte aquí sola. Dormiré en el sofá —repitió.

—No hay…

—No discutas.

Agitando las llaves, Zoe le lanzó una mirada dura.

—Quizá me guste discutir.

—No tendría ningún sentido, pero, si es eso lo que deseas, hagámoslo dentro. Está oscuro, empieza a hacer frío y Moe está cada vez más interesado por lo que hay dentro de esta olla.

Zoe abrió la puerta y fue derecha hacia la cocina.

—Déjala ahí, ya me ocupo yo de eso. —Sacó una de las fiambreras que utilizaba para guardar las sobras y luego se quitó el abrigo y lo tiró sobre una de las sillas de la cocina—. A lo mejor no se te ha ocurrido que he dejado que Simon pase la noche con un amigo porque necesitaba disponer de un tiempo para estar sola.

—Sí, se me ha ocurrido. No te estorbaré. —Se quitó el abrigo y luego recogió el de Zoe—. Voy a colgarlos.

Sin decir nada, Zoe empezó a traspasar el chile sobrante a la fiambrera.

Sabía que Brad tenía la mejor de las intenciones. No es que a ella le importase tener un hombre fuerte y capaz en casa. La cuestión es que no estada habituada a tener un hombre fuerte y capaz en casa. Especialmente uno que le dijera lo que había que hacer.

Mientras cerraba el envase herméticamente, se dijo que eso era una parte del problema. Había estado pilotando su propio barco durante tanto tiempo que el hecho de que alguien cogiese el timón, por muy buena intención que tuviese, la irritaba.

Si aquello era un defecto de su carácter, bueno, tenía derecho a unos cuantos defectos.

«Una parte del problema», pensó de nuevo mientras se llevaba la cazuela al fregadero para limpiarla. La otra parte, la de mayor peso, era tener en casa a un hombre que la atraía cuando entre ellos no había ningún parapeto en forma de niño de nueve años.

«Y eso —comprendió mientras ponía a escurrir la olla— es una completa estupidez».

Fue al salón. Brad estaba sentado en una silla y hojeaba una revista. Moe, que había perdido toda esperanza con respecto al chile, se hallaba despatarrado encima de sus pies.

—Si quieres material de lectura —empezó Zoe—, puedo ofrecerte algo mejor que revistas de peluquería.

—Está bien: las modelos tienen un aspecto fantástico. ¿Puedo hacerte un par de preguntas? La primera tiene que ver con la disponibilidad de una almohada y mantas.

—Oh, pues sí que hay existencias de esos artículos.

—Bien. La segunda me la ha sugerido esta pelirroja que lleva un piercing en la ceja… ¿Cómo se puede poner uno algo así?

—¿Quieres ponerte un piercing en la ceja?

—No, no, en absoluto. Es que resulta que hace tiempo me di cuenta de que… Tú llevabas una camiseta bastante corta y unos vaqueros de talle muy bajo, así que no pude evitar ver esa varita de plata…, no pude evitar ver que tienes un piercing en el ombligo.

Zoe ladeó la cabeza.

—Así es.

—Me preguntaba si siempre llevas la varita.

Ella mantuvo la expresión seria y formal.

—En ocasiones la sustituyo por un pequeño aro de plata.

—Ajá. —Incapaz de controlarse, Brad dirigió la vista hacia el estómago de Zoe—. Interesante.

—Antes de venir al valle, cogí un segundo trabajo en un salón de tatuajes y piercings. En esa época estaba ahorrando todo lo que podía para pagar la entrada de una casa. Como era empleada, me salió gratis. Además, si tú ya habías pasado por lo mismo, era más fácil tratar con los clientes. Y no —añadió, leyéndole el pensamiento a Brad—, las únicas partes de mi cuerpo que estuve dispuesta a agujerearme fueron el ombligo y los lóbulos de las orejas. ¿Te apetece beber algo? ¿Un aperitivo?

—No; estoy bien. —Sin contar con que la boca se le había hecho agua—. ¿Tatuajes? ¿Te hiciste alguno?

Zoe sonrió, tan amigable como una profesora de escuela dominical.

—Pues sí, uno pequeñito. —Sabía que Brad estaría preguntándose qué se había tatuado y, sobre todo, dónde. De momento dejaría que siguiese preguntándoselo—. No tienes por qué dormir en el sofá, Bradley. —Vio como a él se le entrecerraban los ojos y notó, a pesar de estar a un metro de distancia, que se le tensaba el cuerpo—. No es necesario, ya que solo estamos nosotros dos. —Esperó un largo segundo—. Puedes acostarte en la cama de Simon.

—La cama de Simon —repitió Brad como si hablara en una lengua extranjera—. Sí. Bien. Vale.

—¿Por qué no me acompañas arriba y te enseño dónde está todo?

—Claro. —Dejó la revista a un lado y dio un empujoncito a Moe para que rodara sobre su cuerpo y poder liberar así los pies.

—Hay muchas toallas limpias en el armario del cuarto de baño —empezó a decir Zoe, divirtiéndose, cuando subían las escaleras—. También hay un cepillo de dientes por estrenar que puedes utilizar.

Brad mantuvo las manos a los lados caminando detrás de ella mientras trataba de no torturarse con imágenes de tatuajes y aros en el ombligo. Fracasó estrepitosamente.

—Tengo una reunión con el personal a las ocho y media de la mañana, así que estaré fuera de tu camino muy temprano.

—Yo soy madrugadora, así que no me molestarás.

Abrió la puerta de la habitación de Simon. Había una litera con colchas de color azul marino y en la ventana cortinas de un rojo vivo. La estantería, del mismo tono que las colchas, estaba llena de las cosas que coleccionan los chicos: figuritas de acción articuladas, libros, piedras y coches en miniatura. Junto a la ventana había un escritorio rojo de un tamaño adecuado para Simon, con una lámpara de Superman, libros escolares y más cachivaches propios de un chaval.

Estaba arreglado, pero distaba mucho de seguir un orden estricto, con un tablero de corcho rebosante de dibujos, fotografías e imágenes recortadas de revistas. Había zapatos que se había quitado de una patada, gorras de béisbol colgadas de los postes de la litera superior, la mochila de ir al colegio en el suelo con parte de su contenido desparramado. Y un aroma leve y agreste que hablaba de la niñez.

—Es una habitación estupenda.

—Tenemos un combate periódico sobre el tema de la limpieza. Yo gané el último, así que aún está bastante bien. —Se apoyó en la jamba de la puerta—. ¿Te supone algún problema dormir aquí?

—No, ningún problema.

—Te agradezco que seas un caballero y que no intentes aprovecharte de la situación para conseguir mis favores.

—Me quedo aquí porque no debes estar sola, no porque pretenda aprovecharme de nada.

—Hum, ajá. Solo quería asegurarme de eso, y como ya estoy segura, voy a contarte una cosa: yo no soy un caballero. —Dio un paso adelante y presionó su cuerpo contra el de Brad—. Voy a aprovecharme de la situación —le agarró el trasero con ambas manos y lo apretó— y voy a intentar conseguir tus favores. ¿Qué vas a hacer al respecto?

El organismo de Brad se erizó; el pulso se le alborotó.

—¿Lloriquear de gratitud?

Riendo, Zoe le mordió el labio inferior.

—Llora más tarde. Pon tus manos sobre mí —pidió, y cautivó su boca—. Por todas partes.

Brad le agarró el jersey por detrás y buscó un punto de anclaje antes de saltar fuera de su propia piel. El sabor de Zoe, cálido y maduro, lo inundó, mientras su sexy y prieto cuerpo chocaba contra él.

Después deslizó las manos por debajo del jersey para recorrer la larga y suave espalda, el hueco de la cintura, la sutil curva de las caderas. «Más». Su frenético cerebro solo podía pensar en una cosa: más.

Ella arqueó el cuerpo y ronroneó mientras Brad se deleitaba con su garganta.

Él sintió un vuelco en el estómago cuando Zoe tiró de la hebilla de sus pantalones.

—Para mí ha pasado demasiado tiempo. —Ella tenía la voz ronca, los dedos afanosos—. Tendrás que perdonarme que vaya tan deprisa.

—No hay problema. —Con un movimiento rápido, él la recostó contra la pared—. No hay ningún problema. —Le sacó el jersey por la cabeza y lo tiró; antes de que tocara el suelo, Brad ya tenía las manos sobre los pechos de Zoe.

Jadeando, ella metió sus manos entre los brazos de Brad para desabotonarle la camisa, mientras luchaba por mantener su boca pegada a la de él. Dios, deseaba sentirlo contra ella. Deseaba sentirlo dentro de ella. Su piel había vuelto a la vida, la sangre le corría ardiendo, el corazón le latía a un ritmo que había olvidado que pudiese ser tan veloz, tan intenso, tan emocionante.

Desesperada, empujó una mano de Brad hacia abajo y se la sujetó con firmeza entre los muslos. Echó la cabeza atrás, exponiendo la línea de la garganta a los labios y los dientes de él, moviendo las caderas mientras le apretaba la mano contra el tejido del pantalón y el calor que había debajo.

Para Brad, fue como sujetar un manojo de nervios en carne viva; nervios con extremos como cristal cortante. Rasgaban los suyos propios, pero no le hacían ningún daño. El perfume de Zoe, algo exótico que evocaba noches, sombras, secretos, se introducía en su sistema nervioso como una droga. Hasta que todo lo que tocaba y paladeaba sabía a Zoe.

La necesidad de ella tenía la potencia de un rayo.

Le soltó con brusquedad el botón de los vaqueros, y tiró de estos hacia el suelo. Mientras ella sacudía los pies para deshacerse por completo de los pantalones, él introdujo los dedos en el calor de allí abajo. Vio la oleada de sorpresa y placer que recorría el rostro de Zoe mientras ella se derramaba en su mano.

—No te pares. —Su boca era implacable y febril debajo de la de él, y sus uñas le arañaron con violencia la espalda antes de clavarse en sus caderas.

Zoe se dejó llevar por aquella salvaje sensación que le golpeaba como un látigo la mente y el cuerpo, se dejó llevar estremeciéndose y ansiando más. La abrasaba por dentro, la estimulaba hasta tal punto que pensó que enloquecería por la pura fuerza de su avaricia.

Se pegó a Brad con una exigencia urgente y gritó cuando él la penetró intensa y profundamente. Aun así, no tenía bastante. Zoe bombeó con las caderas en un intento brutal por aumentar la velocidad, gimió de deseo por encima del sonido de la carne contra la carne, contra la pared, cuerpo contra cuerpo.

Brad cabalgó con Zoe en aquella carrera desenfrenada y sudorosa hacia la liberación, hasta que se le nubló la vista y sintió el aullido de su sangre. Entonces ambos llegaron juntos, temblando, hasta el final.

El corazón de Zoe seguía desbocado cuando dejó caer la cabeza sobre el hombro de Brad. Boqueó para tomar aire, y notó cómo este se abría paso a duras penas hasta los pulmones y volvía a salir.

Reparó confusamente en que estaba desnuda, sudada e inmovilizada contra la pared, junto al dormitorio de su hijo. Debería sentirse horrorizada, pero no lo estaba. En realidad, lo que estaba era encantada.

—¿Qué? ¿Bien? —La voz de Brad sonó amortiguada; Zoe notó cómo los labios de él se movían contra su pelo.

—Creo que he estado mucho mejor que bien. Creo que he estado fantástica.

—Lo has estado. Lo eres. —La había tomado allí mismo, contra la pared. O ella lo había tomado a él—. Todavía no puedo pensar —admitió, y apoyó una mano en la pared para mantener el equilibrio—. Hoy te has decidido por el aro. —Deslizó la otra mano por el cuerpo de Zoe hasta que pudo rozar el aro de su ombligo—. Es de lo más sexy. No tenía ni idea. —Se echó hacia atrás lo justo para ver como Zoe se reía—. Hemos ido muy deprisa. Creo que se me ha escapado el tatuaje.

Aturdida y encantada, Zoe le acarició el pelo.

—Eres un tipo curioso, Bradley Charles Vane IV. Completamente entusiasmado por piercings y tatuajes.

—Nunca había reaccionado de este modo con otra persona. ¿Dónde está?

—Te lo enseñaré. Antes tendría que comunicarte que no he terminado de usarte esta noche. —Se inclinó hacia delante y dibujó despacio con la lengua una línea húmeda por la garganta de Brad—. Aunque quizá prefieras estar tumbado en el próximo asalto.

—¿Todavía sigo en pie?

Zoe volvió a reír; después se giró y, mientras se encaminaba hacia la habitación del otro lado del pasillo, se dio unos golpecitos en el omóplato izquierdo.

—Espera. —Brad la cogió del brazo y se acercó para examinar mejor la imagen—. Es un hada.

—Exactamente. En ocasiones es un hada buena. —Miró por encima del hombro, con una sonrisa juguetona en los labios—. Otras veces es mala. ¿Por qué no vienes conmigo y averiguas de qué humor está hoy?