—Champán, langosta y limusina. ¡Oh, caramba! —exclamó Dana mientras colocaban en la cocina la estantería de hierro forjado que habían comprado.
—Tiene mucha clase —coincidió Malory—. A lo mejor Brad podía darle lecciones a Flynn sobre cómo preparar una cena a una mujer.
—Esa es una parte del problema. Yo soy más bien una mujer de cerveza, hamburguesa y furgoneta. Fue maravilloso, absolutamente maravilloso, pero como lo es un sueño fantástico.
—¿Qué hay de malo en eso? —preguntó Dana.
—Nada —Zoe hinchó los carrillos y luego soltó el aire poco a poco—, pero estoy comenzando a tener sentimientos serios hacia Brad.
—Repito: ¿qué hay de malo en eso?
—Veamos, ¿por dónde empiezo? Apenas pertenecemos al mismo planeta. Yo estoy tratando de abrir un negocio que va a absorber todos los minutos que pueda sacarle al día, y eso está después de criar a Simon, lo que me llevará unos diez años. Me quedan tres semanas para encontrar la última llave de la Urna de las Almas, y si la búsqueda fuera como el juego de frío o caliente, ahora mismo yo tendría el culo congelado.
—¿Sabes? Nunca he oído hablar de nadie a quien se le haya congelado el culo —repuso Dana—. Me pregunto por qué. —Escogió una de las latas de té de calidad que había decidido comprar y la colocó en una balda de la estantería. Ladeó la cabeza en un ángulo y en otro para someter la posición a un juicio crítico.
—Hablemos más en serio. —Con un gesto seco Malory puso en un estante una pieza de su nuevo material, un cuenco modelado artesanalmente—. Ni el negocio ni Simon son ninguna razón para que no tengas un hombre en tu vida, si ese hombre te atrae; si crees que es un buen hombre.
—Por supuesto que me atrae. Una mujer en coma se sentiría atraída por él. Y es bueno. Yo no quería creerlo, pero es muy buen hombre. —Zoe dejó una de sus velas perfumadas en la estantería—. Sería menos complicado si no lo fuera. En ese caso podría ceder a la tentación lo bastante como para tener un lío tórrido y húmedo, y después los dos seguiríamos nuestro camino sin arrepentimientos.
—¿Por qué estás pensando ya en separaciones y arrepentimientos? —preguntó Malory.
—He tenido una única constante en mi vida, y es Simon. Ahora tengo otra, con vosotras dos. Ambas cosas son como milagros. No voy a confiar en tener una tercera.
—Y la gente me llama pesimista a mí —reflexionó Dana—. Vale, te doy una idea. —Depositó otra latita en la balda—. Considera a Brad como un hombre adulto, de modo que si decidís tener ese lío tórrido y húmedo ambos seréis responsables del resultado. Ah, y no olvides ponernos al corriente de todos los detalles. Además recuerda que, aunque en esta fase de la búsqueda tú tengas la pelota en las manos, las tres seguimos siendo un equipo, lo que significa que no eres la única que se expone a acabar con el culo congelado.
—Bien apuntado —terció Malory mientras dejaba una fuente pintada a mano; luego asintió de forma aprobatoria ante el frasco de boticario con crema para las manos que añadió Zoe—. Creo que es hora de celebrar una reunión oficial. Juntaremos seis buenas cabezas y veremos qué clase de ideas podemos aportar.
—Quizá eso sirva para acabar con mi bloqueo mental.
Zoe colocó una bandeja de elegantes jabones y otra vela, y luego retrocedió mientras Malory disponía un jarrón alto y fino y un par de candeleros de porcelana blanca.
—No hay tal bloqueo —la contradijo Dana—. Estás buscando teorías, indagando cosas, organizándolas y examinándolas mentalmente. Todo eso está tomando forma, como esta estantería. Un poco aquí, un poco allá, y después te apartas un paso y observas el conjunto, ves qué necesitas añadir o ajustar.
—Eso espero. Necesita libros —repuso Zoe señalando la estantería con la cabeza.
—Llegará la primera remesa la semana que viene. —Dana se acercó a Zoe y le puso un codo sobre el hombro—. Dios, ya sé que no es más que una estantería de cocina, pero, joder, tiene una pinta fantástica.
—Se parece a nosotras. —Complacida, Malory pasó un brazo alrededor de la cintura de Zoe—. ¿Sabéis cuándo nos parecerá más fantástico aún? Cuando la gente empiece a comprar.
En el piso de arriba, Zoe se había encaramado a la escalera de mano y estaba colgando unos pequeños armarios para almacenar productos sobre las pilas de lavar el pelo. Mientras trabajaba, fue repasando las tareas que se había fijado para esa semana.
Necesitaba pasar más tiempo con el ordenador. No solo para continuar investigando, sino también para hacer pruebas con el diseño de la lista de servicios para el salón de belleza y el spa.
Se preguntaba si podría conseguir papel de un color parecido al de las molduras de la pared. Algo distintivo.
Además tendría que decidir, de una vez por todas, qué precios poner. ¿Reducía unos dólares las tarifas de su competidora en el pueblo, o las aumentaba un poco y obtenía un beneficio razonable?
Iba a utilizar productos que proporcionaban resultados muchos mejores que los del otro establecimiento local, y que costaban más dinero. Además, iba a ofrecer a los usuarios una atmósfera mucho más atractiva.
Y el otro salón no servía a los clientes… «Clientela», se corrigió, clientela sonaba más sofisticado. En el otro salón no servían a la clientela agua mineral con hielo e infusiones, tal como ella planeaba hacer. Tampoco les ponían un reposacuellos caliente relleno de hierbas relajantes mientras les arreglaban las uñas.
Zoe acabó de colgar el armario, se pasó el antebrazo por la frente y empezó a bajarse de la escalera.
—Qué color tan maravilloso.
Pillada por sorpresa, Zoe se agarró a la escalera y miró hacia abajo, hacia Rowena.
—No te he oído… —«¿…surgir del aire como si nada?», acabó la frase mentalmente.
—Perdona. —Los ojos de Rowena danzaron como si hubiesen adivinado los pensamientos de Zoe—. Malory y Dana me han dicho que subiera. He estado con ellas admirando todo lo que habéis hecho entre las tres. Me apetecía ver vuestro espacio. Y repito: los colores son maravillosos.
—Quería que fuesen divertidos.
—Pues lo has logrado. ¿Qué he interrumpido?
—Oh, acababa de terminar. Armarios de almacenaje, para guardar champús, acondicionadores del cabello y esa clase de cosas. Las pilas para lavar el pelo irán justo debajo.
—Ah.
—Y, bueno, los muebles modulares para las estilistas. —Señaló con la mano—. Los secadores de pie ahí, el mostrador de recepción, la zona de espera… Voy a colocar un sofá, un par de sillas y un banco acolchado. Y esa zona que hace esquina…, esa es para arreglar las uñas. He encargado un sillón masajeador para lo que llamaré «pedicura ConSentidos». La pedicura normal será buena, pero esta otra va a ser formidable. Incluirá… Seguramente no te interesa.
—Al contrario. —Rowena se acercó para examinar aquel espacio, y después pasó a la habitación contigua—. ¿Y esta?
—Una de las salas de tratamientos faciales o masajes. Al otro lado del pasillo aplicaremos vendas reductoras, y ofreceré una especialidad para eliminar toxinas y un trabajo absolutamente magnífico con parafina. El cuarto de baño grande lo quiero usar para tratamientos exfoliantes.
—Es muy ambicioso.
—Lo he estado planeando durante muchísimo tiempo. Es difícil creer que esté ocurriendo de verdad. Tenemos previsto abrir a principios de diciembre. Rowena, no he descuidado la llave. Es solo que aún no he averiguado dónde está.
—Si fuera algo fácil, no sería importante. Ya lo sabes —añadió, dándole una palmadita distraída en el hombro antes de regresar al salón principal—. Nada de esto ha sido fácil.
—No, pero esto es trabajo. Paso a paso. —Sonrió un poco cuando Rowena se volvió hacia ella y alzó una ceja—. De acuerdo, ya lo he captado: paso a paso.
—Dime, ¿cómo está tu hijo?
—Simon se encuentra bien. Hoy está con un amigo. Anoche fuimos a cenar a casa de Bradley.
—¿En serio? Estoy segura de que disfrutasteis mucho.
—Sé que hay cosas que no puedes decirme, pero voy a preguntarte de todas maneras. No te pregunto por mí. No me da miedo llevarme mis golpes.
—No, imagino que no te da miedo. Ya te has llevado muchos.
—No más de los que me corresponden. Yo acepté este reto, al igual que Malory y Dana, pero Bradley no. Quiero saber si algo está provocando que él tenga ciertos sentimientos por mí, sentimientos que se supone que lo he de usar para encontrar la llave.
Rowena se detuvo ante un espejo y se toqueteó el cabello con un gesto femenino imperecedero.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque Bradley está encaprichado con el retrato, con el rostro de Kyna, y resulta que yo me parezco a ella.
Rowena sacó una botella de champú de una caja de cartón y la examinó.
—¿Tan pobre opinión tienes de ti misma?
—No; no digo que Bradley no pueda estar, que no esté, interesado por mí. Por quien yo misma soy. Sin embargo, para él el cuadro fue el principio de ese interés.
—Él compró esa pintura, escogió un sendero. El sendero lo llevó hasta ti. —Dejó la botella en su sitio—. Muy interesante, ¿verdad?
—Necesito saber si la elección fue suya.
—No soy yo la persona a quien debes preguntar. Y, Zoe, tú no estás preparada para creer a Brad, en caso de que él te responda. —Cogió otro frasco y lo abrió para olerlo—. Tú deseas que yo te prometa que él no saldrá herido. No puedo hacer eso. Y creo que Brad se sentiría insultado si supiera que me has pedido tal cosa.
—Pues entonces tendrá que sentirse insultado, porque yo tenía que pedírtelo. —Zoe levantó las manos, y las dejó caer de nuevo—. Probablemente no importe. Kane apenas se ha molestado conmigo. Pensábamos que iba a sacar toda la artillería, pero no me ha dado más que un golpecito, como haría con una mosca. No parece muy preocupado porque yo pueda encontrar la llave.
—Así que ninguneándote de ese modo Kane erosiona tu seguridad en ti misma. Se lo pones muy fácil.
A Zoe le sorprendió el tono desdeñoso de Rowena.
—Yo no he dicho que vaya a abandonar… —empezó. Luego se interrumpió y soltó un resoplido—. Dios, Kane me ha calado mejor de lo que yo había advertido. Está jugando conmigo. Durante la mayor parte de mi vida, la gente me ha ninguneado o me ha dicho que yo no sería capaz de llevar a cabo lo que más quería.
—Tú les has demostrado que se equivocaban, ¿no es así? Demuéstrale ahora a Kane que también se equivoca él.
A pocos kilómetros de allí, en el Main Street Diner, Brad se movió un poco para que Flynn pudiera acomodarse junto a él en el reservado. Al otro lado de la mesa Jordan, con sus largas piernas estiradas, examinaba ya la carta plastificada.
—Colega, aquí no ha cambiado el menú en los últimos sesenta años —señaló Flynn—. Ya deberías sabértelo de memoria. Sujétalo en alto para que pueda verlo —añadió, y como Brad ya tenía un café delante se lo cogió para tomar un sorbo.
—¿Cómo es que siempre te sientas a mi lado y te bebes mi café? ¿Por qué nunca te sientas con Jordan y te bebes el suyo?
—Soy un gorrón por costumbre. —Sonrió a la camarera, que se había acercado con una taza y la cafetera—. Hola, Luce. Yo voy a tomar el sándwich de rollo de ternera.
Ella asintió y lo anotó.
—He oído que esta mañana has estado en el pleno del Ayuntamiento. ¿Ha habido alguna novedad?
—Solo la palabrería habitual.
Luce soltó una risita burlona y miró a Jordan.
—¿Y a ti qué te traigo, chicarrón?
Cuando la camarera se marchó con los pedidos, Flynn se recostó y giró la cabeza hacia Jordan.
—¿Has oído que el señor Pez Gordo Vane, aquí presente, mandó anoche una limusina de un kilómetro de largo a que recogiera a su chica para cenar?
—¿No lo dices de coña? ¡Menudo fantasma!
—Solo medía medio kilómetro, y ¿cómo carajo te has enterado?
—Tengo olfato para las noticias. —Flynn se dio unos golpecitos en un lado de la nariz—. De todos modos, mis fuentes han sido incapaces de confirmar si dicha fantasmada dio sus frutos.
—Gané al chaval en Smackdown, pero él me dio una paliza en Grand Theft Auto.
—Estás loco por la madre —concluyó Jordan—. Apuesto que para el crío fue todo un regalo montar en la limusina.
—Así es. Y también para Zoe. ¿Oísteis lo que dijo el otro día? ¿Lo de que nunca se había tumbado en una hamaca? —Se le ensombreció el rostro mientras le quitaba a Flynn el café de las manos—. ¿Cómo puede alguien haberse pasado toda la vida sin probar lo que es descansar en una hamaca?
—Y ahora tú quieres comprarle una para que pueda balancearse en ella —repuso Flynn.
—Supongo que sí.
—Lo que te convierte en…, veamos… —Jordan se quedó mirando al techo—. Oh, sí, eso significa que estás acabado. —Después su expresión se volvió formal—. Zoe es una mujer estupenda. Se merece un descanso, que alguien le quite algún peso de encima.
—Estoy trabajando en ello. En tu caso, Jordan, si un hombre se hubiese acercado a tu madre con intenciones serias, ¿te habría molestado eso?
—No lo sé. No ocurrió nunca…, quizá ella no permitió que ocurriese. No puedo decírtelo con seguridad. Imagino que hubiera dependido de quién fuera y cómo la tratase. ¿Tú vas en serio?
—Para mí está empezando a ser algo serio.
—Eso nos remite de nuevo a todos nosotros —terció Flynn—. Nosotros tres y ellas tres. Absolutamente bien ordenado.
—Quizá, a veces, las cosas hayan de ser ordenadas.
—Ya lo sé. Resulta que estoy comprometido con la reina del orden. De todas formas, es algo sobre lo que tenemos que reflexionar. ¿Qué papel se supone que has de representar tú en esta obra en la que estamos metidos? —preguntó Flynn en tono práctico.
Brad dejó la cuestión en suspenso mientras les servían los sandwiches.
—He estado pensando en eso —dijo al fin—. A mí me parece que la mayor parte de la pista alude a cosas que le han sucedido a Zoe, a lo que hizo antes de conocerme. Sin embargo, esas cosas la trajeron hasta aquí. Entonces, si damos por hecho que yo formo parte de esto, esas mismas pistas podrían aplicarse a cosas que me sucedieron a mí o que hice antes de conocer a Zoe. Esas cosas me trajeron de vuelta al valle.
—Diferentes caminos, igual destino. —Jordan asintió—. Es una teoría. Ahora vuestros caminos se han cruzado.
—Está la cuestión de qué hacéis ahora —apuntó Flynn—, pero también cómo. La diosa con una espada indica un combate.
—Zoe no va a luchar sola —prometió Brad—. En los cuadros, la espada está envainada. En el mío está junto a la diosa, dentro del ataúd, y en el del Risco del Guerrero la lleva colgada en la cadera.
—En el retrato que Rowena hizo del rey Arturo, la obra que yo compré, también está envainada, dentro de la piedra —agregó Jordan.
—Ella nunca tuvo la ocasión de empuñarla. —Brad rememoró la imagen del rostro inmóvil y pálido del cuadro—. Quizá se suponga que somos nosotros quienes hemos de proporcionarle esa oportunidad.
—Malory podría echar otro vistazo a las pinturas —sugirió Flynn—, y ver si se le ha escapado algo. Yo no…
—Espera un segundo —le pidió Jordan cuando su teléfono móvil empezó a sonar. Lo sacó y sonrió al ver el número que aparecía en la pantalla—. Hola, Larga. —Alzó el café—. Ajá. Pues resulta que mis socios y yo estamos ahora mismo en el despacho. Enseguida lo hago —dijo tras escuchar un minuto, y se apartó el teléfono de la oreja—. Reunión a las seis de la tarde en casa de Flynn. Todos de acuerdo —anunció de nuevo por el móvil—. A mí me va de maravilla. Zoe preparará chile —informó a sus amigos.
—Dile a Dana que le diga a Zoe que iré a recogerla.
—Brad dice que le digas a Zoe que él irá a recogerla. Pensábamos pasarnos por ConSentidos después de comer para echaros una mano… De acuerdo. Pues entonces te veré luego en casa. Oh, eh, ¿Dana? Ejem, ¿qué llevas puesto? —Sonrió de oreja a oreja y después se guardó el teléfono en el bolsillo—. Debe de haber colgado.
Mientras el chile se cocía a fuego lento, Zoe llenó la mesa de la cocina con sus notas y papeles. Para variar, la casa estaba en silencio; era hora de sacar provecho de esa circunstancia.
Tal vez había intentado ser demasiado organizada, imitando el estilo de Malory. O había dependido demasiado de los libros, siguiendo el ejemplo de Dana. ¿Por qué no probar con el impulso y el instinto en aquella tarea, como haría con cualquier otro proyecto?
¿Qué hacía cuando quería escoger pintura nueva para las paredes o una tela nueva para las cortinas? Extendía un puñado de muestras sobre la mesa y las examinaba hasta que algo le llamaba la atención.
En ese momento sabía que había encontrado lo que buscaba.
Ante ella estaban sus propias notas manuscritas con todo esmero, además de una copia de las de Dana y Malory. Tenía un informe detallado de los acontecimientos escrito por Jordan y las fotografías que Malory había sacado de los cuadros.
Cogió el cuaderno que había comprado al día siguiente de su primera visita al Risco del Guerrero. Ya no parecía tan reluciente y nuevo como entonces. Parecía usado, y quizá eso fuese mejor.
Mientras pasaba las hojas recordó que dentro de aquel cuaderno había gran cantidad de trabajo. Muchas horas, mucho esfuerzo. Aquel trabajo, aquel tiempo empleado y aquel esfuerzo habían ayudado tanto a Malory como a Dana a llevar a cabo su parte de la búsqueda.
Algo de lo que había allí la ayudaría a ella a completar su parte, con la que finalizaría la búsqueda.
Abrió el cuaderno al azar y empezó a leer lo que había escrito:
Kyna, la guerrera. ¿Por qué es la mía? Veo a Venora, la artista, en Malory, y a Niniane, la escriba, en Dana. En cambio, ¿cómo es que yo soy una guerrera?
Soy peluquera. No: especialista en cabello y piel… Debo acordarme de enfatizar eso. Trabajé para serlo. Soy una buena trabajadora, pero eso no es lo mismo que combatir.
Belleza para Malory, conocimiento para Dana, valor para mí. ¿Dónde interviene el valor?
¿Solamente en el hecho de vivir? Eso no parece suficiente.
Reflexionando, Zoe dio unos golpecitos con el lápiz en el papel, y luego dobló una esquina para señalarlo. Continuó hojeando aquella sección hasta llegar a una página en blanco.
«Quizá el simple hecho de vivir sea suficiente. ¿No tuvo que optar Malory por vivir en el mundo real… sacrificando algo de belleza? Y Dana tuvo que aprender a ver la verdad y vivir con ella. Esos fueron pasos esenciales en sus búsquedas… ¿Cuál es el mío?».
Se puso a escribir rápidamente, tratando de hallar la pauta, intentando conformar una. Mientras ideas y posibilidades se sucedían en su cerebro, desgastó la mina del lápiz, lo dejó a un lado y cogió otro.
Cuando también este se quedó romo, se levantó de la mesa y cogió el sacapuntas.
Una vez afilados, se puso un lápiz detrás de cada oreja y fue hasta los fogones para remover el chile sin dejar de pensar.
Tal vez estuviera en el camino correcto o tal vez no… Desde luego, de lo que estaba absolutamente segura era de que no podía ver el final del sendero. En cualquier caso, se dirigía hacia algún sitio, y eso ya era importante.
Con la mente divagando, alzó la cuchara para probar el guiso, y se quedó mirando su reflejo apagado sobre la campana de extracción de humos.
Su cabello era una larga cascada que le caía por los hombros, y estaba adornado con una ancha banda dorada que llevaba una piedra oscura en el centro, en forma de diamante. Sus ojos eran más dorados que marrones. Muy claros, muy directos.
Podía distinguir el color verde del vestido —un tono oscuro como el del bosque— y la correa de cuero cruzando uno de sus hombros. También el destello plateado de la empuñadura de una espada en su cadera.
Había árboles envueltos por la bruma matutina, reflejos nacarados de las hojas cubiertas de rocío, ondeantes rayos del sol de la mañana. Entre los árboles había numerosas sendas.
Zoe podía sentir el suave tacto del mango de la cuchara de madera que sostenía en la mano, podía oler el vapor que brotaba de la cazuela humeante.
Se dijo a sí misma que aquello no era una alucinación. No era obra de su imaginación.
—¿Qué tratas de decirme? ¿Qué quieres que vea?
La imagen retrocedió, de modo que Zoe la vio completa: la esbelta constitución, los pies calzados con botas. Durante un momento ambas permanecieron mirándose la una a la otra. Después la figura se dio la vuelta, atravesó la niebla dirigiéndose hacia el bosque y, con una mano sobre la empuñadura de la espada, se internó en uno de los senderos.
—No sé qué es lo que significa esto, maldita sea. —Frustrada, Zoe golpeó con el puño la campana extractora—. ¿Qué narices se supone que significa?
Con un brusco giro de la muñeca, apagó el fuego. Había llegado al límite de su paciencia en lo tocante a dioses.
Brad aparcó delante de la entrada de la casa de Zoe un poco antes de lo necesario. Imaginaba que todos los hombres que se veían arrastrados por la veloz ola del amor, la lujuria o el encaprichamiento —fuera lo que fuese lo que le ocurría a él— tenían tendencia a llegar temprano a sus citas con las mujeres que los obsesionaban.
No le sorprendió que Zoe saliese de la casa en cuanto apagó el motor. Había estado cerca de ella el tiempo suficiente para saber que era una persona formal.
Iba cargada con una mochila, un bolso grandísimo colgado del hombro y una cazuela enorme.
—Deja que te eche una mano —le dijo Brad alzando la voz mientras se bajaba del coche.
—No necesito que me echen ninguna mano.
—Por supuesto que sí, a menos que lleves una mano extra guardada en ese bolso. —Le cogió la olla, y se quedó algo extrañado cuando ella intentó recuperarla.
—¿Sabes? De vez en cuando, para variar, sería agradable que escucharas de verdad lo que digo. —Zoe abrió de golpe la puerta trasera del gran y reluciente monovolumen de Brad y lanzó la mochila al interior—. Y aún sería más agradable si te tomaras la molestia de preguntar en vez de soltar órdenes o dar las cosas por supuestas.
—Será mejor que te devuelva esto.
Zoe le arrancó la cazuela de las manos, y luego se inclinó para depositarla en el suelo del vehículo.
—No te he pedido que vinieras hasta aquí a recogerme. No necesito que me lleven y me traigan. Tengo un coche.
Brad pensó que el amor, la lujuria y el encaprichamiento podían quedarse en el asiento de atrás, al igual que el chile, cuando la irritación ocupaba el asiento del conductor.
—Me pillaba de camino. No tenía sentido coger dos coches. ¿Dónde está Simon?
—Va a cenar y dormir en casa de un amigo suyo. ¿Debería haberlo consultado antes contigo? —Rodeó el automóvil hecha una furia y después apretó los puños cuando Brad se le adelantó y le abrió la puerta—. ¿Te parezco una inútil? ¿Te parece que soy incapaz de abrir la maldita puerta de un coche pijo?
—No. —Brad la cerró de un empujón—. Adelante —la invitó, y se fue al otro lado a grandes zancadas.
Esperó hasta que Zoe estuvo sentada y con el cinturón de seguridad puesto y bien abrochado.
—¿Te importaría decirme qué mosca te ha picado? —Habló con el más amable de los tonos, el mismo tono peligrosamente amable que empleaba su padre cuando estaba a punto de hacer picadillo a un contrincante.
—La mosca que me haya picado es asunto mío, igual que mis estados de ánimo. Ahora estoy de mal talante, eso me ocurre a veces. Si creías que era dulce, complaciente y fácil de manipular, estabas muy equivocado. Y ahora, ¿vas a arrancar este coche o vamos a quedarnos aquí?
Brad puso en marcha el motor y dio marcha atrás.
—Si te has formado la idea de que yo pienso que eres dulce, complaciente o fácil de manipular, la que está equivocada eres tú. Lo que tú eres es quisquillosa, cabezota y susceptible.
—Tú opinas así, ¿verdad? Solo porque no me gusta que me digan qué he de hacer, cómo y cuándo. Soy tan capaz e inteligente como tú. Quizá más, ya que no he crecido con alguien al lado que satisficiera todos mis deseos y peticiones.
—¡Espera un minuto!
—He tenido que luchar por todo lo que tengo. He luchado para conseguirlo —soltó— y he luchado para conservarlo. No necesito que nadie venga montado en un corcel blanco, ni en una limusina o en un gran Mercedes, a rescatarme.
—¿Quién diablos está intentando rescatarte?
—Y tampoco necesito que venga ningún…, ningún hombre con pinta de príncipe azul a intentar excitarme. Si quiero acostarme contigo, lo haré.
—Preciosa, te doy mi palabra de que ahora mismo no estoy pensando en sexo.
Zoe tomó aire con los dientes apretados.
—Y no me llames preciosa. No me gusta nada. Me molesta especialmente pronunciado en ese tono prepotente de colegio de pago.
—Resulta que «preciosa» es lo más educado que se me ocurre llamarte en estos momentos.
—No quiero que seas educado. No me gusta que seas educado.
—¿Hablas en serio? Entonces te encantará esto.
Acercó el coche al arcén, sin inmutarse por el estallido de cláxones coléricos que empezaron a sonar tras él para protestar por su brusca maniobra. Se liberó del cinturón de seguridad de un manotazo y con la otra mano agarró a Zoe del jersey. Tiró de ella hacia delante, y luego volvió a tumbarla en el asiento con un beso que no tenía nada que ver con el romance, sino con la ira.
Ella empujó, peleó, se indignó. En aquellos furibundos instantes, su fuerza competía con la de él, y quedó demostrado brutalmente que Brad la sobrepasaba en potencia.
Cuando la soltó y volvió a colocarse el cinturón, Zoe respiraba entrecortadamente.
—A la mierda el príncipe azul —masculló Brad mientras se reincorporaba al tráfico.
Zoe pensó que Brad ya no parecía un personaje de cuento. A menos que fuese uno de esos guerreros que asaltaban poblados y se quedaban con todo lo que querían. De esa clase de guerrero que subía una mujer a su caballo y se la llevaba consigo aunque ella siguiera gritando.
—Creía que no estabas pensando en sexo.
Él le dirigió una sola mirada iracunda.
—Te he mentido.
—No voy a disculparme por lo que he dicho. Tengo derecho a decir lo que pienso. Tengo derecho a estar irritable y enfadada.
—Bien. Yo tampoco voy a disculparme por lo que acabo de hacer. Tengo los mismos derechos.
—Supongo que sí. En realidad no estaba cabreada contigo. Ahora sí que lo estoy, pero antes no. Solo estaba cabreada en general.
—Puedes contarme por qué o no contármelo.
Se detuvo ante la casa de Flynn y esperó.
—Es por algo que ha ocurrido. Preferiría explicarlo delante de todos, una sola vez. No voy a disculparme —repitió—. Si continúas cruzándote en mi camino, te convertirás en el blanco más accesible de mis iras.
—Lo mismo digo —replicó él, y salió del coche—. Voy a llevar tu jodida cazuela —añadió mientras abría la puerta trasera y cogía la olla—, que lo sepas.
Zoe se quedó mirándolo: allí estaba él, plantado en un frío atardecer de otoño con su magnífico abrigo y sujetando una enorme cazuela de chile. La expresión de su cara, según se le antojaba a Zoe, mostraba que dudaba entre tirarle el guiso a la cabeza y continuar sosteniéndolo entre las manos.
Zoe sintió el hormigueo de la risa en la garganta, y al final dejó salir una carcajada mientras recogía la mochila.
—Es agradable, cuando me estoy comportando como una burra, tener cerca a alguien rebuznando y dando coces como yo. Esa cazuela está muy llena, así que ten cuidado de no tropezar y mancharte con chile ese precioso abrigo. —Se encaminó hacia la puerta—. «A la mierda el príncipe azul» —dijo, y volvió a reírse—. Eso ha estado muy bien.
—Tengo mis momentos —murmuró Brad, y la siguió al interior de la casa.
Mientras el chile estaba calentándose a fuego lento en la cocina de Flynn, Zoe echó una ojeada al salón. Advirtió que el toque de Malory ya se apreciaba por todas partes. Las mesas, las lámparas, los jarrones y los cuencos. El arte colgado de las paredes o repartido por toda la estancia. Había muestras de tela sobre uno de los brazos del sofá y lo que parecían utensilios antiguos para avivar y mantener el fuego junto a la chimenea.
Percibió un aroma a flores de otoño y a mujer.
Zoe recordó la primera vez que había entrado en esa habitación. Hacía poco más de dos meses, toda una vida. Entonces no había nada más que el enorme y feo sofá, un par de cajones de embalaje que servían de mesa y algunas cajas sin abrir.
El sofá seguía siendo feo, pero el muestrario de telas indicaba que Malory iba a remediarlo. Igual que se ocuparía, a su manera organizada y creativa, del resto de la casa.
Zoe pensó que Malory y Flynn se habían convertido en una pareja y que estaban transformando la casa en un hogar.
Sobre la repisa de la chimenea colgaba un recuerdo de cómo ambos habían llegado a ese punto. Zoe se acercó más y miró hacia el retrato que Malory había pintado bajo el hechizo de Kane. La diosa cantora, erguida junto a un bosque mientras sus hermanas la observaban. Era magnífico y hermoso, y estaba lleno de alegría inocente.
La llave que se hallaba en el suelo, a los pies de Venora, había sido extraída del cuadro, llevada a las tres dimensiones por deseo de Malory, y con ella se había abierto la primera de las cerraduras de la Urna de las Almas.
—Está bien aquí —dijo Zoe—. Está muy bien aquí.
Se dio la vuelta. Sabía que todos estaban esperándola, y tenía que aplacar sus nervios. Malory y Dana ya habían encabezado sus reuniones. Ahora era su turno.
—Supongo que será mejor que empecemos.