Reuniones, estudios de mercado y los planes para la expansión mantuvieron a Brad atado a Reyes de Casa durante los dos días siguientes. No podía quejarse, ya que había sido idea suya regresar a Pleasant Valley y convertir esa población en su base de operaciones mientras supervisaba el cuadrante noreste del negocio familiar, ponía al día la tienda del valle y la ampliaba en mil quinientos metros cuadrados.
Eso acarreaba trámites burocráticos, conferencias telefónicas, modificaciones en el personal y los procedimientos, asesoramiento de arquitectos y consultas con constructores, regatear con o ser perseguido por los proveedores…
Podía manejar la situación. Lo habían educado para ello, y se había pasado los últimos siete años en las oficinas de Nueva York aprendiendo los entresijos y pormenores de las tareas de un alto ejecutivo en una de las cadenas de venta al detalle más importantes del país.
Él era un Vane, la cuarta generación de los Vane de Reyes de Casa. No tenía la intención de errar el disparo. En realidad, tenía la intención de acertar en el centro de la diana y transformar la primera tienda de Reyes de Casa en la más grande, la de mayor prestigio y la más rentable del sistema nacional.
A su padre no le había entusiasmado esa decisión. B. C. Vane creía que estaba basada en los sentimientos. «Y así es», pensó Brad. ¿Por qué no? Su abuelo había heredado una humilde ferretería, y luego lo había arriesgado todo para que sobresaliera. El resultado fue que la pequeña tienda se convirtió en un punto de venta de gran éxito entre los consumidores gracias a sus suministros de materiales con los que hacer mejoras en el hogar; todo un punto de referencia en las Laurel Highlands.
Dejándose guiar por su instinto, su astucia y su visión comercial, abrió una segunda tienda, y luego una tercera, y después más. Al final llegó a ser todo un símbolo del emprendedor estadounidense y su rostro apareció en la portada de la revista Time antes de su quincuagésimo cumpleaños.
«De modo que es una cuestión de sentimientos», pensó Brad, aunque eso se aligeraba con una buena dosis del instinto, la astucia y la visión de los Vane.
Observaba su pueblo natal mientras iba conduciendo por el centro urbano. Pleasant Valley estaba prosperando a su manera firme y tranquila. En aquel condado, el mercado inmobiliario era muy sólido, porque cuando alguien compraba una casa allí la tendencia era a instalarse y permanecer en la localidad. Las ventas al detalle aumentaban, y se mantenían por encima de la media nacional. Además, los dólares que dejaban los turistas iban a un saludable manantial que alimentaba la economía local.
En el valle se valoraba mucho su ambiente de pueblo pequeño, aunque el hecho de estar a solo una hora de Pittsburgh le añadía una pátina de sofisticación.
Quienes iban de vacaciones podían hacer excursionismo, esquiar, navegar, pescar y disfrutar de alojamientos encantadores y buenos restaurantes, además de encontrarse en plena naturaleza. Todo ello a una corta distancia del bullicio de la ciudad.
Era un buen lugar para vivir, y para los negocios.
Brad pretendía hacer las dos cosas.
Lo que no se había propuesto era estar tan presionado, pero es que jamás se habría imaginado que a su regreso iba a verse involucrado en la búsqueda de unas llaves mágicas. Tampoco se había esperado que fuera a quedarse prendado de una cautelosa madre soltera y su irresistible hijo.
De todos modos, de lo que se trataba era de fijarse unos objetivos, establecer las prioridades y ocuparse de los detalles.
Aparcó el coche y entró en El Correo del Valle para encargarse de algunos de esos detalles.
Se regodeó con la idea de que su amigo dirigiese el diario local. Quizá Flynn no proyectara la imagen de ser un hombre capaz de vigilar al personal y conseguir publicar un periódico todos los días dentro del plazo previsto, ni la de interesarse por la publicidad, los contenidos y el precio del papel. «Esa —concluyó Brad mientras se encaminaba hacia la sala de redacción y el despacho de Flynn— es la razón de que mi viejo amigo sea tan bueno en su trabajo».
Flynn tenía una peculiar forma de inducir a los demás a hacer cosas, y a que las hicieran como él quería, sin dejar que se notase su influencia.
Brad serpenteó entre mesas y redactores, a través de la cacofonía de teléfonos, teclados y voces. Olió a café, a bollería recién horneada y a una loción para después del afeitado con aroma a pino.
Allí estaba Flynn, tras las paredes de cristal del despacho del editor jefe, sentado en la esquina del escritorio con una camisa a rayas, vaqueros y unas Nike destrozadas.
Acogiéndose al privilegio que otorga una amistad de treinta años, Brad se dirigió hacia la oficina y traspasó la puerta abierta.
—Yo mismo cubriré esa reunión personalmente, señor Mayor. —Flynn hizo un gesto con la cabeza hacia el teléfono que había sobre la mesa con la luz del altavoz encendida.
Sonriendo, Brad se metió las manos en los bolsillos y esperó mientras Flynn acababa de hablar.
—Lo siento, no me había dado cuenta de que estabas hablando por teléfono.
—Vaya, ¿qué está haciendo un ejecutivo experimentado como tú en mi humilde oficina esta mañana? —preguntó Flynn.
—Me he pasado para traer el diseño del encarte de la semana que viene.
—Pues llevas una ropa muy elegante para ser el chico de los recados. —Toqueteó la manga del traje de Brad.
—Después tengo que ir a Pittsburgh, por asuntos de negocios. —Dejó los papeles sobre el escritorio de Flynn—. Tenía que hablar contigo porque quiero editar diez páginas a todo color y sacarlas en tu periódico la semana del Día de Acción de Gracias. Voy a pegar fuerte el viernes negro, el día en que empieza la temporada de rebajas en Estados Unidos.
—Yo soy tu hombre. Lo que necesitas es que tu gente hable con la mía. Me gusta decir eso —añadió Flynn—, suena muy a Hollywood.
—Esa es la idea. Estoy lanzando esta campaña publicitaria en el ámbito local más que en el nacional. Se trata de un folleto específico para la tienda del valle, y lo quiero con estilo y que resulte práctico. Una publicación que el consumidor pueda meter y sacar del bolso o el bolsillo, y llevarla consigo mientras compra. Además quiero que aparezca en El Correo un día sola, sin ningún otro encarte, folleto ni tríptico publicitario.
—Hay montañas de encartes contratados para la semana del Día de Acción de Gracias, porque, como ya sabes, coincide con el inicio de la temporada de rebajas —apuntó Flynn.
—Exacto. No quiero que mi suplemento se pierda en medio de la confusión. Debe salir solo.
Flynn se frotó las manos.
—Eso va a costarte un montón de dinero, acaparador.
—¿Cuánto?
—Hablaré con los de publicidad y te daremos un precio. ¿Diez páginas a todo color? —preguntó Flynn mientras tomaba nota—. Te daré la respuesta mañana.
—Estupendo.
—Guau. Míranos: aquí estamos haciendo negocios. ¿Quieres un café para celebrarlo?
Brad miró la hora y calculó el tiempo que tenía.
—Sí. Hay algo más de lo que me gustaría hablar contigo. ¿Puedo cerrar la puerta?
Flynn alzó un hombro con indiferencia.
—Claro. —Sirvió el café y volvió a sentarse en la mesa—. ¿Es sobre la llave?
—No he sabido nada al respecto en estos dos días. La última vez que vi a Zoe me dio la impresión de que no quería hablar sobre el tema. Al menos no conmigo.
—De modo que te estás preguntado si Zoe me ha contado algo, mejor dicho, si se lo ha contado a Malory y ella me lo ha comentado. Por ahora no —respondió Flynn—. Malory cree que Zoe está esperando a que ocurra algo más, y que tiene los nervios a flor de piel ante la incertidumbre de no saber cuándo hará Kane el siguiente movimiento.
—He estado pensando sobre la pista que le dio Rowena. Del modo en que yo lo interpreto, es Zoe quien ha de hacer el siguiente movimiento. He quedado en verla el viernes por la noche, pero quizá deberíamos reunimos todos antes para poner nuestras ideas en común.
—¿El viernes por la noche? —Flynn bebió un sorbo de café—. ¿Es un acontecimiento social?
—Simon vendrá a casa a jugar. —Impaciente, Brad se paseó por la oficina mientras hablaba—. Llevará a su madre con él.
—Muy hábil.
—Se hace lo que se puede. Es un chaval fantástico, y no tan complicado como su madre.
—Mi impresión es que Zoe ha tenido que recorrer un camino muy difícil, y se ha abierto paso ella sola. Eso nos conduce de nuevo al tema de la pista.
—Es una mujer increíble.
—¿Estás muy colgado de ella?
—Colgado del todo. —Tratando de tranquilizarse, Brad se apoyó en el alféizar de la ventana—. El problema es que ella no confía en mí, aunque estoy haciendo progresos. Al menos últimamente no se queda paralizada ni se pone a la defensiva cada vez que la veo. Sin embargo, a veces me mira como si yo hubiera llegado de otro planeta y no viniese en son de paz.
—Lleva mucha carga a la espalda. Las mujeres que se encuentran en esa situación deben ser más cuidadosas, si son listas. Y Zoe lo es.
—El chiquillo me tiene loco: cuanto más tiempo paso con él, más quiero. Me gustaría conocer la historia de su padre.
Flynn sacudió la cabeza ante la mirada inquisidora de Brad.
—Lo lamento, pero mis fuentes de información no sueltan prenda sobre ese tema. Podrías probar un acercamiento directo y preguntárselo a Zoe tú mismo.
Brad asintió.
—Una cosa más, y después tendré que irme: ¿vas a escribir la historia?
—«Las Hijas de Cristal» —dijo Flynn mientras miraba al vacío como si estuviera leyendo el título de un artículo impreso en el aire—. Pleasant Valley (Pensilvania). Dos dioses celtas han visitado la pintoresca región de las Laurel Highlands y han desafiado a tres mujeres del pueblo para que localicen las llaves de la legendaria Urna de las Almas. —Se rio un poco y alzó de nuevo la taza de café—. Sería una historia tremenda: aventura, intriga, amor, dinero, riesgo personal, triunfo profesional, y el poder de los dioses. Todo ello aquí mismo, en nuestro tranquilo pueblo natal. Sí, he pensado en escribirlo, y en hacerlo bien. Cuando me enteré por primera vez de esta historia pensé: «Dios. ¡Dios! Podría ser el artículo del siglo». Claro que también podrían haberme encerrado en una habitación acolchada, aunque eso no me habría detenido.
—Entonces, ¿qué fue lo que te detuvo?
—Habría puesto en apuros a las chicas, ¿no te parece? Otra vez. Algunas personas las creerían, otras muchas no. En cualquier caso, todo el mundo les haría preguntas y las machacaría buscando respuestas y declaraciones. Ellas…, bueno, en realidad ninguno de nosotros podría volver a llevar una vida normal después de eso. —Bajó la vista hacia el café y volvió a encogerse de hombros—. En el fondo se trata de eso, de que todos nosotros podamos vivir del modo que queramos, porque tenemos ese derecho. Sería diferente si la historia la escribiera Jordan, si la convirtiera en una novela. Entonces sería ficción. En fin, que yo no la escribiré para publicarla en el periódico.
—Siempre has sido el mejor de los tres.
Flynn se quedó con la taza a medio camino de la boca.
—¿Eh?
—El más lúcido y el de mejor corazón. Por eso has permanecido en el valle, en el periódico, cuando lo que deseabas era marcharte. Quizá por eso Jordan y yo pudimos irnos, porque sabíamos que tú estarías aquí cuando regresáramos.
Era insólito que Flynn se quedase sin palabras, pero eso fue lo que sucedió en ese momento.
—Bueno… —Eso fue todo lo que logró decir.
—He de salir para Pittsburgh. —Brad dejó su taza de café y se incorporó—. Llámame al móvil si ocurre algo mientras estoy fuera.
Sin poder hablar todavía, Flynn se limitó a asentir con la cabeza.
Zoe midió y mezcló el tinte de la señora Hanson. A su vecina le gustaba el color castaño con reflejos de un rojo intenso. Zoe le había propuesto una combinación de tonalidades que les gustaba a las dos, y ya llevaba tres años ocupándose del corte y el color del pelo de la señora Hanson una vez al mes.
Era la única clienta a la que Zoe atendía en casa. El recuerdo de haber crecido con cabello por el suelo y el olor de productos químicos en el aire era la causa de que hubiese jurado no convertir jamás su hogar en un negocio.
Sin embargo el caso de la señora Hanson era diferente, y la hora al mes que Zoe pasaba arreglándole el pelo en la cocina tenía más de visita que de trabajo.
Aún se acordaba del día en que se había mudado a la casa, y de cómo la señora Hanson —cuyo cabello era entonces de un desafortunado negro betún— se había acercado a darles la bienvenida al barrio a ella y a Simon.
La mujer les había llevado galletas con tropezones de chocolate, y después de lanzar una buena ojeada a Simon había hecho un gesto de aprobación con la cabeza. Luego le había ofrecido sus servicios como canguro oficial, y le había explicado que desde que sus hijos se habían hecho mayores echaba de menos tener un niño en casa.
Había sido la primera amistad de Zoe en el valle, y se había convertido no solo en una abuela suplente para Simon, sino también en una madre para ella misma.
—La otra noche vi llegar a tu joven hombre. —La señora Hanson estaba sentada en el taburete de la cocina; al hablar, sus ojos azules centellearon en su bonito rostro.
—Yo no tengo ningún hombre, ni joven ni viejo. —Zoe le hizo una raya en el pelo y aplicó tinte a las raíces grises.
—Un joven muy guapo —continuó la mujer sin inmutarse—. Se parece un poco a su padre, al que conocí algo cuando tenía su misma edad. Esas rosas que te trajo se conservan muy bien. Mira, se han abierto de un modo precioso.
Zoe miró hacia la mesa.
—Les he recortado el tallo y les cambio el agua con frecuencia para que se mantengan frescas.
—Es como tener un rayo de sol en la mesa. Las rosas amarillas van muy bien contigo. Hay que ser un hombre listo para verlo. Simon se pasa el día que si Brad esto, que si Brad aquello. De eso deduzco que es bueno con él.
—Lo es. La verdad es que se llevan muy bien. Están a partir un piñón. —Mientras trabajaba, Zoe frunció el entrecejo—. Parece que a Brad le gusta mucho Simon.
—Imagino que también le gustará mucho la madre de Simon.
—Somos amigos…, o al menos eso estoy intentando. Lo cierto es que me pone nerviosa.
La señora Hanson soltó una carcajada.
—Los hombres son así; se supone que han de poner nerviosas a las mujeres.
—No de ese modo. Bueno, sí, de ese modo. —Zoe se rio y volvió a mojar el pincel en la mezcla de color—. Nerviosa en general.
—¿Ya te ha besado? —Ante el largo silencio del Zoe, la señora Hanson cacareó complacida—. Bien. No me dio la impresión de ser un tipo lento. ¿Cómo fue?
—Cuando acabó tuve que comprobar que mi cabeza seguía en su sitio, porque sentí como si me hubiese estallado.
—Ya era hora, caramba. Estaba un poco preocupada por ti, tesoro. Me parecía que trabajabas día y noche y no te tomabas jamás un rato para ti misma. En cambio últimamente veo a esas chicas tan simpáticas con las que has empezado a juntarte y a Brad Vane viniendo por aquí, y eso me reconforta. —Echó la mano hacia atrás para dar una palmadita en la de Zoe—. Todavía trabajas día y noche, especialmente ahora que estás montando tu propio negocio, pero te veo bien.
—No podría abrir ese negocio si muchas tardes tú no te ocuparas de Simon cuando sale de la escuela.
La señora Hanson le quitó importancia con un ruidito y rechazó las palabras de Zoe con un ademán.
—Sabes de sobra que me encanta tener al chico conmigo. Es como si fuera mío. Con Deke en California, casi no veo a mis nietos desde que Jack se trasladó a Baltimore. No sé qué haría sin Simon. Me alegra la existencia.
—A ti y a tu marido, Simon os considera sus abuelos. Eso me quita un peso de encima.
—Cuéntame cómo van las cosas en el salón de belleza. Casi no puedo esperar a que lo abras, y a que saques de quicio a esa estirada de Carly cuando comiences a robarle la clientela. Sara Bennett me ha asegurado que la chica nueva que ha contratado Carly para sustituirte no está a la altura que requiere el negocio.
—Es una lástima. —Lo dijo con una risita—. No le deseo mala suerte a Carly, excepto por el modo en que me despidió, acusándome de haberle quitado dinero de la caja registradora —continuó, mientras iba acalorándose—, llamándome ladrona.
—Cálmate.
—Oh, lo siento. —Zoe se disculpó al advertir que le había dado un tirón de pelo—. Cuando pienso en aquello, empiezo a verlo todo rojo. Yo hacía un buen trabajo en su local.
—Demasiado bueno. Por eso tantas clientas de las habituales querían que les arreglases el pelo tú en vez de ella. La devoraron los celos, eso es lo que ocurrió.
—¿Te acuerdas de Marcie, la encargada de las manicuras en el salón de Carly? La llamé hace un par de días, solo para tantearla. Pues va a trabajar para mí.
—No me digas.
—Hemos de mantenerlo en secreto hasta que tenga todo preparado. No quiero que Carly la despida, que la deje sin empleo antes de que yo haya abierto. Sin embargo, está preparada para anunciárselo en cuanto la avise. Además es amiga de una estilista que trabaja en el centro comercial de las afueras. Esa chica va a casarse a principios de año y quiere encontrar algo más cerca del pueblo. Así que yo le dije: «¿Y qué tal en el mismo pueblo?». Marcie va a hablar con ella para que vaya a verme. Dice que es muy buena.
—Sí que lo estás organizando todo…
—¿Sabes? Tengo buenas vibraciones. Cuento con Chris para hacer los masajes y algunos de los tratamientos corporales. ¿Te acuerdas de mi amiga Dana? Ha contratado a una mujer para que atienda en su librería, y esa mujer tiene una amiga que acaba de regresar al valle y que trabajaba en un spa de Colorado. También voy a hablar con ella. Es tan emocionante…, siempre y cuando no piense en las nóminas.
—Vas a hacerlo bien. Mejor que bien.
—Hoy ha estado el fontanero colocando la grifería de las pilas para lavar el pelo. Tengo las luces instaladas y voy a seguir trabajando con los módulos. A veces me quedo mirando a mi alrededor y pienso: «Esto tiene que ser un sueño».
—Los sueños no has de ganártelos, Zoe, y tú te has ganado esto.
Más tarde, mientras limpiaba el bol y el pincel del tinte, Zoe pensó que sí, que se lo había ganado. O al menos estaba ganándoselo. Aun así, mucho de aquello era como un regalo. Se prometió a sí misma que jamás lo infravaloraría.
Haría un buen trabajo. Sería una buena socia y una buena jefa. Ya sabía lo que era trabajar para alguien más interesado en llenar todas las horas del libro de reservas que en las necesidades básicas de sus empleados, para alguien que ha olvidado cómo era estar plantada hora tras hora hasta que los pies te ardían, hasta que tenías un dolor de riñones tan insoportable como un dolor de muelas.
En cambio ella no lo olvidaría.
Quizá aquel no fuese el camino que habría deseado tomar muchos años atrás, cuando era una chiquilla que imaginaba que iba a tener cosas bonitas y una vida tranquila que se habría forjado ella misma usando el cerebro.
Sin embargo, era el camino que había tomado, y se iba a encargar de que fuese el correcto.
—Podrías volver atrás y cambiarlo todo.
Zoe se giró desde el fregadero y miró a Kane. La sorpresa, la conmoción e incluso el miedo se hallaban enterrados bajo gruesas capas de niebla. Ella sabía que esas emociones estaban allí, pero apenas podía sentirlas.
Kane era muy guapo, de una belleza oscura. Pelo negro y ojos profundos, huesos afilados, esculpidos bajo una piel blanquísima. No de complexión fuerte como Pitte, sino con un cuerpo grácil y elegante que Zoe imaginaba que podría moverse con la misma rapidez que una serpiente.
—Me preguntaba cuándo vendrías. —Su voz sonó apagada, como si se hubiera formado en su mente más que en su boca.
—Te he estado observando. Ha sido un pasatiempo muy placentero. —Se acercó más y le rozó la mejilla con los dedos—. Eres adorable. Demasiado adorable para trabajar tanto. Demasiado para pasarte la vida ocupándote del aspecto de los demás. Tú siempre has querido más. Nadie lo ha entendido.
—No. Eso disgustaba mucho a mi madre. Hirió sus sentimientos.
—Nunca te ha conocido. Te utilizó como una esclava.
—Necesitaba ayuda. Ella hacía lo que podía.
—Sin embargo, cuando fuiste tú quien necesitó ayuda, ¿qué? —Su voz era amable, su rostro estaba lleno de comprensión—. Pobrecita de ti. Utilizada, traicionada, rechazada. Además, toda una vida para pagar un solo acto de imprudencia. ¿Y si nunca hubiese sucedido? Tu vida habría sido muy distinta. ¿No te lo has planteado nunca?
—No, yo…
—Mira. —Alzó una bola de cristal—. Mira lo que podría haber sido.
Incapaz de hacer lo contrario, Zoe observó la bola, y se introdujo en la escena.
Entonces se giró sentada en una mullida silla de cuero hacia la enorme ventana de la esquina para mirar las agujas y las torres de una gran ciudad. Sujetaba el auricular de un teléfono junto a la oreja y en su rostro había una expresión satisfecha.
—No, no puedo. Me marcho a Roma esta noche. Algo de negocios y mucho placer. —Examinó el fino reloj de oro que llevaba en la muñeca—. El placer es una pequeña recompensa de los de arriba por haber conseguido la cuenta de Quatermain. Una semana en el Hastler. Por supuesto que te enviaré una postal. —Rio y se giró de nuevo en la silla hacia el escritorio. Su ayudante entró en la oficina con una taza de porcelana, delicada y alta—. Hablaré contigo cuando regrese. Ciao.
—Su café con leche, señorita McCourt. Su coche estará aquí dentro de quince minutos.
—Gracias. ¿Y el informe Modesto?
—Ya está en su maletín.
—Eres la mejor. Tú sabes cómo encontrarme, pero hasta el martes estoy ilocalizable. Así que, a menos que sea algo grave, finge que me he marchado a Venus y que es imposible dar conmigo.
—Puede contar con ello. Nadie se merece unas vacaciones más que usted. Páselo muy bien en Roma.
—Eso pienso hacer.
Sorbiendo su café con leche, se volvió hacia el ordenador y abrió un documento para revisar los detalles finales.
Le encantaba su trabajo. Algunas personas dirían que solo se trataba de números, contabilidad, déficit o superávit presupuestario. En cambio para Zoe era un desafío, incluso una aventura. Se ocupaba de las finanzas de algunas de las corporaciones más grandes y complejas del mundo, y lo hacía muy bien.
«Un largo camino desde los libros de cuentas de mi madre», reflexionó. Un camino muy largo.
Zoe había estudiado mucho para obtener una beca que le permitiera entrar en la universidad y luego había trabajado duro para conseguir la licenciatura y asegurarse el acceso a una de las firmas bancarias de Nueva York más prestigiosas internacionalmente.
Desde entonces no había dejado de subir peldaños. Hasta un despacho en la esquina del piso quince, con su propia plantilla, y antes de cumplir treinta años.
Tenía un apartamento precioso, una vida emocionante, una profesión en la que le encantaba zambullirse día tras día. Había viajado a todos esos lugares que se había imaginado cuando era una niña y salía a hurtadillas a pasear de noche por los bosques.
Tenía todo lo que nunca había podido explicar a su familia que necesitaba. Tenía el respeto de los demás.
Satisfecha, apagó el ordenador y apuró la taza de café. Se levantó, cogió su maletín y se colgó el abrigo del brazo.
Roma la esperaba.
El trabajo sería lo primero, pero después llegaría la diversión. Estaba planeando sacar tiempo para ir de compras. Algo de piel, algo de oro. Una escapada a Armani o Versace. ¿Y por qué no a los dos? ¿Quién se lo merecía más que ella?
Se encaminó hacia la puerta, pero luego se detuvo y se volvió. Tenía una sensación apremiante, algo que tiraba en el fondo de su mente. Se olvidaba de algo. Algo importante.
—Su coche ha llegado, señorita McCourt.
—Sí, ya voy.
Se dirigió a la puerta de nuevo. Pero no. No, no podía irse sin más.
—Simon. —Giró la cabeza con tal violencia que tuvo que apoyarse en la pared—. ¿Dónde está Simon?
Cruzó la puerta a toda prisa, llamándolo a gritos. Atravesó el cristal y cayó en el suelo de su cocina.
—No sentí miedo —les contó Zoe a Dana y Malory—. Ni siquiera cuando aterricé en el suelo. Fue más como: «Hum, ¿qué te parece?».
—¿Kane no te dijo nada más? —preguntó Dana.
—No. Fue muy delicado —respondió Zoe mientras lijaba los módulos de su salón de belleza a la pared—. Muy comprensivo. Nada temible.
—Porque estaba intentando seducirte —concluyó Malory.
—Así es como lo veo yo también. —Zoe sacudió el mueble para comprobar si estaba bien firme—. «¿No te gustaría que las cosas fueran de este modo, en vez de como han acabado siendo?». Hizo que pareciese como si fuera una simple cuestión de tomar un camino en vez de otro.
—La bifurcación en el sendero. —Dana se puso en jarras.
—Exactamente. —Zoe señaló dónde debía ir el último tornillo y luego perforó el agujero—. Aquí te presento la oportunidad de tener una profesión de altos vuelos, una vida de fábula, viajar a Roma para pasar una semana allí. Lo único que has de hacer es una cosita sin importancia: no quedarte embarazada a los dieciséis años. Debe de haber averiguado que no puede amenazarme a través de Simon, así que ¿por qué no eliminarlo sin más de la ecuación?
—Te está subestimando.
Zoe alzó la vista hacia Malory.
—Oh, sí, claro que sí, porque en aquella bola de cristal no había nada que se acercara a lo que tengo con Simon. ¿Sabéis qué? Ni siquiera se acercaba a lo que estoy haciendo aquí con vosotras dos. —Sonrió y se puso de pie—. Aunque llevaba unos zapatos realmente fantásticos. Creo que eran de Manolo Blahnik, como esos que usa… ¿Cómo se llama? Sarah Jessica Parker.
—Hum: unos magníficos zapatos sexys o un niño de nueve años. —Dana se dio unos golpecitos en la barbilla—. Difícil decisión.
—Creo que de momento seguiré siendo fiel a los zapatos de la firma Payless. —Retrocedió para observar el módulo ya instalado—. Kane no me asusta. —Soltó una carcajada, y luego dejó el taladro—. Estaba segura de que me iba a asustar, pero no fue así.
—No bajes la guardia —la previno Malory—. Él no aceptará un simple «no, gracias» por respuesta.
—Pues es la única respuesta que va a recibir. De cualquier modo, consiguió que volviera a pensar en la pista. Elecciones. El momento de la verdad, como tú, Malory, lo llamaste en los cuadros. Supongo que yo tuve uno la noche en que fue concebido Simon, o cuando decidí tenerlo. A pesar de eso, creo que para mí hay otro momento de la verdad relacionado con una elección que ya he hecho o que debo hacer.
—Redactemos una lista —propuso Malory, y Dana se echó a reír.
—¿Cómo es que yo ya sabía que ibas a proponer eso?
—Una lista —continuó Malory al tiempo que lanzaba una mirada desabrida a su amiga— de acontecimientos y decisiones importantes que Zoe haya tomado, y de otros menores pero con consecuencias importantes. Del mismo modo que cuando ella misma pensó en el valle como en un bosque atravesado por senderos. Esta vez su vida será el bosque. Buscaremos intersecciones, conexiones, determinar cómo una elección llevó a otras, y si alguna de ellas concierne a la llave…
—Yo ya he estado dándole vueltas a eso, y estaba pensando… —Zoe colocó el siguiente módulo, sacó la cinta métrica y luego volvió a dejarla—. Las decisiones que vosotras dos tomasteis, los hechos que os condujeron a vuestras llaves, implicaron a Flynn y Jordan. Brad y yo somos los únicos que quedamos, de lo que deduzco que mi llave lo implicará a él. Eso lo coloca en primera línea, junto a mí.
—Brad puede cuidar de sí mismo.
—De eso estoy convencida. Y yo también puedo cuidarme sola. De lo que no estoy segura es de si puedo preocuparme por él. No puedo permitirme cometer ningún error; por la llave, pero también por Simon y por mí misma.
—¿Te preocupa que estar más cerca de Brad, iniciar una relación personal con él, pueda significar cometer un error? —preguntó Malory.
—En realidad lo que está empezando a preocuparme es que el error consista en no estar más cerca de él. Eso me está dificultando ser práctica.
—Vas a ir a su casa esta noche —dijo Malory—. ¿Por qué no sigues el ejemplo de Simon, aunque solo sea por una vez, y disfrutas de estar con alguien a quien, obviamente, le gusta estar contigo?
—Voy a intentarlo. —Volvió a coger la cinta métrica—. Me ayuda saber que llevo una carabina. Dos, para ser más exacta, si contamos a Moe.
—Antes o después, por mucho que aprecie a Simon, Brad querrá verte a solas.
Zoe le pasó la cinta a Dana y empuñó el taladro.
—Entonces me preocuparé por eso antes o después.
«Antes, después y en este mismo momento», pensó Zoe cuando estuvo sola de nuevo.
Sabía de sobra que, con una atracción física tan intensa, era cuestión de tiempo que acabaran juntos y a solas. Sin embargo ella podía, y lo haría, decidir el momento, el lugar y el tono. Establecer las normas. Deberían seguir unas normas, al igual que tendría que haber entendimiento entre ambos antes de dar un paso tan íntimo.
Si Bradley Vane iba a ser uno de sus desvíos en el camino, era de vital importancia asegurarse de que ninguno de los dos terminara perdido, solo y sangrando al final del sendero.