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A Zoe le resultó mucho más peliagudo de lo que había esperado convencer a Simon de que pasara el día en casa de uno de sus amigos del colegio en vez de ir a colaborar con ella a ConSentidos.

Y es que a Simon le gustaba de verdad estar con aquel grupo de adultos. Dijo que quería jugar con Moe. Que podía ayudar haciendo cosas. Que no se pondría por medio.

Al final Zoe recurrió al ardid maternal más efectivo de todos: el soborno. Le prometió que, de camino, harían un alto en el videoclub para alquilar un par de juegos y una película.

Y cuando Moe fue invitado a formar parte de la reunión y a corretear en el patio trasero de Chuck con su perro labrador de color canela, Simon no se sintió solo satisfecho, sino en el paraíso.

Eso alivió gran parte de la culpabilidad y la preocupación de Zoe, y le dio la oportunidad de explorar su primera teoría.

Si el viaje de la pista era suyo, y si el bosque era una especie de símbolo, quizá se refiriesen a su vida en Pleasant Valley. A los caminos que ella había tomado en el sitio en que había construido su hogar.

Zoe había sido atraída hasta allí, hasta aquel precioso y pequeño pueblo del valle, y supo que aquel era su sitio en cuanto condujo a través de sus calles casi cuatro años antes.

Había tenido que trabajar, luchar y sacrificarse para hallar la alegría y la realización de sus proyectos. Había tenido que escoger sendas, direcciones y metas.

Estaba reconociendo el lugar de nuevo, conduciendo por aquellas calles que tan bien conocía. «Calles tranquilas —pensó—, a esta hora temprana de una mañana de domingo». Atravesó los barrios, como había hecho años atrás, cuando tenía la mente puesta en encontrar una casa para ella y para Simon. Recordó que eso era lo primero que había hecho para darse tiempo de hallar el ritmo del pueblo, para ver qué impresión le causaban los edificios, qué sentía ante las personas que observaba caminar o conducir.

Había sido en primavera, a finales de la estación. Había admirado los jardines, los patios, el carácter organizado del municipio.

Había descubierto el cartel de «Se vende» en el patio delantero lleno de maleza de una casita marrón. Con una especie de «clic» interno de reconocimiento, había sabido que aquello era lo que buscaba. Se volvió a detener junto a la acera, al igual que había hecho la primera vez, y observó lo que ya era suyo tratando de verlo como había sido en el pasado.

Recordó que las viviendas que había a ambos lados también eran pequeñas, pero estaban bien cuidadas. Había árboles que proporcionaban una sombra agradable. Una niña iba en bicicleta por la acera y, calle abajo, un adolescente lavaba su coche con la música a todo volumen.

Rememoró el hormigueo de anticipación que había burbujeado en su interior mientras anotaba el nombre y la dirección de la agencia inmobiliaria que aparecía en el cartel de venta.

Y allí era adónde había ido de inmediato. De modo que siguió la misma ruta. El precio inicial de venta resultaba demasiado alto, pero eso no la desanimó. Sabía que probablemente parecería una pardilla, con su ropa y sus zapatos de poco valor. Probablemente también sonara como una pardilla, con aquel acento rural del oeste de Virginia que caracterizaba su pronunciación.

«Pero no fui una pardilla», pensó Zoe con satisfacción.

Aparcó, como había aparcado entonces, y salió del coche para continuar a pie.

Había concertado una cita para ver la casa —casa por la que enseguida se iba a poner a regatear de forma implacable—, y había recorrido aquella calle del centro urbano, derecha hacia el salón de belleza para ver si necesitaban una empleada.

La agencia inmobiliaria estaba cerrada los domingos, al igual que el salón de belleza, pero Zoe fue andando hasta los dos, repitiendo el camino como había sido.

«Rebosante de nervios e ilusión, pero poniendo cara impasible», recordó. Había logrado el puesto de trabajo…, quizá demasiado rápido, con más facilidad de la que debería. ¿Sería otra de esas cosas que habían de suceder así? ¿O fue tan solo cuestión de tomar el camino adecuado en el momento oportuno?

Plantada ante el escaparate del establecimiento con las manos en las caderas, Zoe reflexionó. Había pasado más de tres años allí. Había realizado un buen trabajo.

Mejor que el de la bruja de la propietaria, Carly, y eso había sido parte del problema.

Demasiadas clientas empezaron a pedir que las atendiese Zoe, de modo que sus propinas eran cada vez más sustanciosas. A Carly no le gustaba nada eso, no le gustaba que una de sus chicas se llevara los laureles en su propio local. Así que comenzó a ponerle las cosas difíciles… Reducía las horas de Zoe o las sobrecargaba. Se quejaba de que hablase demasiado con la clientela o de que no hablase lo bastante. Cualquier cosa que sirviera para desmoralizarla o rebajarle el orgullo.

Zoe lo había tolerado, no se había defendido. «¿Debería haberlo hecho?», se preguntó. Necesitaba el trabajo, las clientas asiduas y el sueldo regular, además de las propinas. Si hubiese replicado, Carly la habría despedido mucho antes.

Aun así, resultaba desalentador haber soportado tal cantidad de mierda a cambio de un sueldo miserable.

No. Respiró hondo y alejó la rabia y la vergüenza. No; lo había aguantado por su hogar, su hijo, su vida. No era una batalla que pudiera haber ganado. Al final, la habrían echado en cualquier caso. Eso había ocurrido cuando llegó el momento de que la echaran, y ahí se encontró en otro cruce de caminos.

¿Acaso no habían sido esa rabia, esa vergüenza, la desesperación e incluso el pánico que había sentido al salir por última vez del salón de Carly los que la habían empujado hacia ConSentidos? ¿Habría empezado a montar su propio negocio si aún estuviera ganando un sueldo, mientras pagaba las facturas y la casa estaba a salvo?

«No», admitió. Habría soñado con esa idea, pero no la habría llevado a cabo. No habría encontrado el valor suficiente. Le había hecho falta una patada en el trasero para correr el riesgo e internarse por el siguiente camino.

Giró sobre sí misma y se quedó observando aquel pueblo que había llegado a conocer tan bien como su propia sala de estar. La ruta que llevaba a la tienda de ultramarinos; doblando la esquina iba hasta la oficina de correos; a la izquierda pasaba ante un pequeño parque; y recto y a la derecha conducía hasta la escuela de Simon.

Calle arriba se llegaba al Main Street Diner y sus batidos de leche, que Simon adoraba. Saliendo en línea recta del pueblo, se cogía la carretera que ascendía por las montañas hasta el Risco del Guerrero.

Desde donde estaba, Zoe podía encontrar con los ojos tapados el camino hasta el apartamento de Dana, a la casa en que vivían Flynn y Malory. A la biblioteca, al quiosco de periódicos, a la farmacia, a la pizzería.

Podía seguir el río hasta la casa de Brad.

«Diferentes senderos», pensó mientras regresaba a su coche. Diferentes elecciones, diferentes destinos. Pero eran parte de un todo. Ahora todo era parte de ella.

Si la llave estaba allí, en alguna parte de lo que era su hogar, la encontraría.

Se montó en el coche y, siguiendo un itinerario serpenteante, el camino más largo, se dirigió a ConSentidos.

Zoe no les dijo nada a sus amigos en toda la mañana. Primero necesitaba trabajar, no solo física sino también mentalmente, para cavilar sobre su teoría y descifrar qué le había ocurrido con exactitud la noche anterior.

No podía hablar de eso hasta que lo tuviese bien ordenado en la cabeza. Además, tenía que admitir que la dinámica era distinta cuando había hombres alrededor.

Había cosas que podía decir, incluso la manera de decirlas, cuando estaba a solas con Malory y Dana que no servían igual si se añadían hombres al público.

Incluso aunque fueran hombres en los que había llegado a confiar plenamente.

Zoe dejó la carpintería en manos de Brad y dedicó la mañana del domingo a aplicar cemento blanco a las baldosas del cuarto de baño.

Esa era la clase de trabajo que le dejaba la mente libre para pensar en lo que le había sucedido y en qué podría significar.

¿Era extraño que su experiencia no hubiese sido como las vividas por Malory y Dana en sus primeros encuentros con Kane? ¿O era significativo?

«Elige», le había dicho él. Eso, al menos, seguía un patrón. Sus dos amigas habían tenido que hacer una elección. Y, al parecer, el riesgo aumentaba con cada llave.

En realidad Kane no le había hecho daño. Estaba ese momento de dolor en medio de la ventisca, pero ella los había sufrido peores. ¿Por qué le habría mostrado tres escenas distintas, sin darle apenas tiempo de adaptarse a una ilusión antes de empujarla a la siguiente?

La primera había sido una pequeña fantasía inofensiva, nada tremendo ni vital. La segunda, más tediosa y familiar. Y la tercera…

«La tercera —pensó mientras extendía cemento blanco por el suelo—, la tercera era escalofriante». Estaba hecha a propósito para asustarla, en plan: «Estás sola, estás perdida, estás embarazada».

«Yo ya he pasado por eso», reflexionó.

Después, el dolor, la sangre. Como si hubiese sufrido un aborto, como si hubiese perdido al bebé. Pero Zoe no había perdido a su hijo, y él estaba protegido.

¿Y si Kane no lo sabía? Impactada, se sentó sobre los talones. ¿Y si Kane no sabía que Simon estaba protegido? En ese caso, ¿su primera amenaza a Zoe no giraría en torno a lo más valioso de su vida, la única cosa por la que ella moriría para mantenerla a salvo?

—Zoe.

La esponja que estaba utilizando para extender el cemento cayó sobre las baldosas con un «plaf».

—Perdona. No pretendía asustarte.

Brad estaba en la entrada del cuarto de baño, con un hombro apoyado en la jamba de la puerta; llevaba varios minutos en esa posición, observando a Zoe.

Sabía que había muchas cosas dando vueltas dentro de su cabeza. Las había visto pasar por su semblante.

—No; no hay problema. —Se inclinó de nuevo para seguir trabajando—. Ya casi he terminado aquí.

—El resto de la tropa está a punto de parar para comer.

—De acuerdo. Bajaré en cuanto haya acabado. Así el cemento tendrá tiempo de secarse.

Brad esperó hasta que ella estuvo con medio cuerpo fuera de la estancia. Entonces se puso en cuclillas.

—¿Vas a contarme qué te ha ocurrido?

La mano de Zoe vaciló, y después recuperó el ritmo de nuevo.

—¿A qué te refieres?

—He pasado bastante tiempo observándote como para saber cuándo te guardas algo. Dime qué ha pasado desde ayer, Zoe.

—Lo haré. —Metió la esponja en el cubo que había dejado junto a la puerta—. Pero no solo a ti.

—¿Kane te ha hecho daño? —Le cogió la mano, y usó la que le quedaba libre para girarle el rostro.

—No. Suéltame. Tengo las manos llenas de cemento blanco.

—Pero te ha hecho algo. —Su tono se había enfriado, como siempre que trataba de controlar su furia—. ¿Por qué no has dicho nada?

—Solo quería un poco de tiempo para pensar, para llegar a alguna conclusión; eso es todo. Me sería mucho más fácil contároslo a todos de una vez —añadió. La mano de Brad seguía sobre su mejilla, y la cara de él estaba muy cerca de la suya—. También me sería mucho más fácil si no me tocases de ese modo ahora.

—¿Ahora? —Deslizó los dedos hasta su nuca—. ¿O nunca?

Zoe habría querido desperezarse debajo de aquellas manos y ronronear.

—Dejémoslo en «ahora» de momento.

Se dispuso a levantarse, pero Brad ya estaba en pie y tiró de la mano de Zoe que aún sujetaba para ayudarla a incorporarse.

—Dime solo una cosa: ¿Simon está bien?

Zoe podía luchar contra la atracción. Incluso podía luchar contra el deseo sexual. Pero le costaría mucho luchar contra la preocupación evidente y profunda que Brad mostraba por su hijo.

—Sí. Está bien. La verdad es que quería venir hoy. Le gusta estar contigo…, con todos vosotros —añadió rápidamente—. Pero a mí no me apetecía hablaros de esto delante de él. Al menos por ahora.

—Pues bajemos a hablar del asunto, y yo me pasaré por tu casa un día de la semana que viene para ver a Simon.

—No tienes que…

—A mí también me gusta estar con él. Con vosotros dos. —Le rozó un lado de la garganta, el hombro—. A lo mejor podías invitarme a cenar otra vez.

—Bueno, yo…

—¿Mañana? ¿Qué tal mañana?

—¿Mañana? Pero si vamos a tomar espaguetis.

—Estupendo. Yo llevaré el vino. —Dando el tema por resuelto, tiró de Zoe—. Será mejor que vayamos a lavarnos.

Zoe no estaba segura de cuándo había patinado, ni de por qué le había resultado imposible negarse. Mientras se restregaba las manos con jabón antes de comer, cayó en la cuenta de que Brad la había enredado. De eso no había la menor duda, pero lo había hecho con tal habilidad que ella se había comprometido antes de poder advertirlo.

«De todas formas, eso será mañana». Ya tenía demasiadas cosas de las que preocuparse ese mismo día para hacerse mala sangre por un plato de espaguetis.

Aunque todavía quedaba trabajo por hacer allí, la cocina era el mejor lugar de reunión. Un tablero de contrachapado dispuesto sobre dos caballetes servía de mesa, y había cubos y escaleras de mano para sentarse.

Dana se acomodó sobre un cubo al lado de Zoe.

—¿Es de mantequilla de cacahuete y jalea? —preguntó, contemplando el sándwich que Zoe acababa de desenvolver—. ¿De mantequilla de cacahuete con trozos y jalea de uva?

—Ajá. —Zoe había empezado a alzar una mitad triangular para llevársela a la boca, y advirtió que Dana estaba prácticamente salivando—. ¿Lo quieres?

—Hace muchísimo que no me como un buen sándwich de esos. Medio del tuyo por medio del mío; es de jamón y queso suizo, con pan de centeno.

Hicieron el intercambio, y Dana dio un mordisco para probar.

—Excelente —dijo con la boca llena—. Nadie prepara estos sandwiches como una madre. Bueno, ¿vas a contarnos lo que está pasando o prefieres comer primero?

Zoe levantó la vista, y la paseó en torno a la mesa. Todos la estaban mirando, a la espera.

—¿Acaso lo llevo escrito en la frente?

—Daría lo mismo. —Malory metió una cuchara en su yogur—. Al llegar esta mañana parecías disgustada o, mejor dicho, como si intentaras no parecer disgustada. Y luego has subido corriendo al primer piso. Además, no has dicho nada sobre lo que opinas de la cocina ahora que está pintada.

—Oh, ha quedado preciosa. Pensaba decíroslo. —Incómoda como siempre que era el centro de la atención, Zoe partió en dos el medio sándwich—. Y quería esperar hasta que todos hiciésemos una pausa antes de contaros lo que sucedió anoche.

—Ahora estamos haciendo una pausa. —Dana frotó con afecto el muslo de Zoe—. ¿Qué pasó?

Zoe se tomó su tiempo en contarlo, pues quería ser clara, quería asegurarse de que no olvidaba ningún detalle.

—Fue diferente de lo que vivisteis vosotras. Diferente de las experiencias que los que estamos aquí hemos tenido con Kane antes. Incluso diferente de lo que nos ocurrió en esta casa el primer mes.

—¿Sabías que era Kane? —le preguntó Jordan.

—Esa es la cuestión. No estuve en ninguno de los tres…, los tres… lugares —dijo, pues suponía que debería llamarlos así— lo bastante para percibirlo. Tampoco creo que yo misma me transportara de uno a otro del modo que os ocurrió a algunos de vosotros. No hubo tiempo para eso. Fue más como estar tumbada en una hamaca, cerrar los ojos un segundo y aparecer de pronto en otro sitio distinto.

—Vayamos por partes. —Flynn ya había sacado un cuaderno—. «Tumbada en una hamaca». —Dio unos golpecitos a la página—. ¿Estabas en tu jardín?

—No. No tengo ninguna hamaca. La verdad es que jamás he estado tumbada en una hamaca a la sombra con una jarra de limonada y un libro. ¿Quién tiene tiempo para algo así? Sería agradable, y yo estaba pensando en que no iba a contar con mucho tiempo libre en las próximas semanas cuando de pronto, paf, estoy balanceándome en una hamaca y bebiendo limonada. —Frunció el entrecejo y no reparó en la mirada de extrañeza que le dirigía Brad—. No sé dónde estaba. Tampoco creo que importe; esa es la conclusión a la que he llegado después de darle muchas vueltas. No importa nada dónde estuviese esa ridícula hamaca; no era más que el símbolo de no tener nada que hacer en toda una tarde. O, supongo, durante el tiempo que yo quisiera no tener nada que hacer.

—Me parece que tienes razón —coincidió Malory—. Kane pulsa el botón de las fantasías y nos deja echarles una ojeada, experimentarlas. La mía era ser una gran artista y estar casada con Flynn. Con la casa perfecta y la vida perfecta. —Hizo un gesto señalando por encima de la mesa—. La de Dana era estar sola en una isla tropical sin preocuparse del mundo. Y la tuya, una tarde holgazaneando.

—Vaya fantasía más lamentable comparada con las vuestras. —Pero Zoe sonrió, aliviada al ver que su conclusión parecía válida.

—Pero Kane te arrancó de ella, en vez de darte tiempo para regodearte —apuntó Jordan—. Quizá no quería que tuvieses la oportunidad de ver que era falsa. Te permitió probarla apenas, y después la cambió. Una nueva estrategia.

—Creo que eso es en parte lo que quiere. Pero, bueno, pasemos a la segunda escena. Transcurría en la caravana de mi madre, y Dios sabe la cantidad de pelos que he barrido allí. Reconocí el sitio por su aspecto, por cómo olía y el modo en que mis hermanos se peleaban fuera. Pero no sé qué edad tenía yo. ¿Era como soy ahora? ¿Era una niña? ¿Algo intermedio? —Pensativa, sacudió la cabeza—. Lo que quiero decir es que no tuve ninguna percepción de mí misma, solo del calor, el agotamiento y lo irritante de aquella vida. Mi sensación podría resumirse en algo así como: «Esto es lo único que hago, limpiar el remolque y cuidar de los niños, y estoy cansada de ello». Podría decirse que me sentía particularmente utilizada y víctima. Creo que eso también tiene algo de simbólico.

—Atrapada en una espiral —resumió Brad—. Haciendo siempre lo que debe hacerse y para otras personas, sin vislumbrar una salida.

—Sí. Mi madre hizo todo lo que pudo, y necesitaba que yo la ayudase. Pero terminas por sentirte atrapada, es cierto; tanto que piensas que, hagas lo que hagas, jamás va a mejorar.

—De modo que puedes balancearte en una hamaca y disfrutar de la vida o puedes sudar y recorrer la misma espiral una y otra vez. —Dana frunció los labios—. Pero esas no son las únicas opciones. Las cosas no son solo blancas o negras. Tú misma lo has demostrado.

—Algunas personas podrían mirar mi vida y opinar que ahora solo estoy recorriendo una espiral diferente. Yo no lo siento así, pero podría parecerlo. Y luego está la tercera parte.

—Kane quería atemorizarte —dijo Malory.

—Oh, sí, y, caramba, misión cumplida. Hacía frío y yo estaba sola. No era una de esas nevadas perfectas y maravillosas. Era violenta y despiadada, de esas que matan. Y yo estaba exhausta, el bebé pesaba tanto dentro de mí… Solo deseaba echarme en algún sitio y descansar, pero sabía que no podía. Si lo hacía, moriría, y si yo moría, el bebé también moriría. —De forma inconsciente, se apretó el estómago con una mano, como para proteger lo que había crecido allí—. Después llegaron las contracciones. Yo sabía lo que eran; es algo que recuerdas de inmediato. Pero aquello era un retroceso, no un avance, que es lo que son los dolores del parto. Era un final, un final con toda aquella sangre sobre la nieve.

—Kane quería amenazarte a través de Simon. —El rostro de Flynn se endureció—. Pero eso no va a ocurrir. No se lo permitiremos.

—Creo que eso es parte de lo que pretendía. Intentar asustarme, utilizando para ello a Simon. Y creo que es una de las razones por las que también me sacó de esa tercera escena y me dijo que escogiese. Os tengo que confesar que en cuanto volví en mí y me encontré a Moe al lado gruñendo, subí como una bala a la habitación de Simon. —Lo recordó temblando como una hoja—. Pero él estaba todo despatarrado, como suele, con una pierna colgando fuera de la cama y las mantas enrolladas en la otra. Os juro que ese niño no puede quedarse quieto ni cuando duerme.

—Kane estaba usando a Simon como otro símbolo. —Brad sirvió más café, y como Zoe aún no lo había probado le tendió una taza.

Sus miradas se encontraron, y ella asintió mientras el miedo le revoloteaba en la garganta.

—Esa es la misma conclusión a la que he llegado yo.

—¿Un símbolo de qué? —preguntó Dana—. ¿De tu vida, Zoe?

—De su vida, sí —respondió Brad—. Y de su alma. Le dio a elegir: comodidad, tedio o la pérdida de todo lo que es. Le arrojó el guante.

—Así es. Pero yo creo… Me pregunto si Kane sabe que Simon está a salvo. Quizá no pueda ver que está protegido y que no le servirá de nada tratar de amenazarme de esa manera.

—Tal vez tengas razón —repuso Brad—. Pero yo opino que lo averiguará pronto, y que entonces buscará otra cosa que utilizar en tu contra.

—Mientras no sea mi hijo… Por otro lado, lo sucedido me empujó a pensar más a fondo en la pista. Me cabreó —añadió con una breve carcajada—. Así que pasé cierto tiempo analizándola. Se me ocurrió la idea de que quizá el valle sea como mi bosque y que las distintas cosas que he hecho o escogido sean como sus senderos.

—No está mal —aprobó Dana.

—Era algo sobre lo que trabajar. Esta mañana temprano he empleado una hora en conducir por el pueblo, en una especie de viaje por los caminos de la memoria. He intentado verme cuando llegué por primera vez y descubrir cómo han cambiado las cosas para mí.

—O cómo las has cambiado tú —terció Brad.

—Sí. —Complacida, le dedicó una de sus raras sonrisas—. No sé si es la dirección correcta, pero estoy agrupando lugares y, bueno, digamos acontecimientos que considero importantes personalmente. Si los reúno en mi cabeza, quizá uno de ellos sobresalga. Si eso me lleva a adentrarme por el camino adecuado, supongo que a Kane no le gustará. Entonces lo sabré.

Le resultaba difícil imaginarse a sí misma enzarzada en una batalla campal con alguien, y más aún contra un hechicero. Pero no iba a echarse atrás al primer puñetazo. Zoe se dijo que si había algo que sabía hacer era cómo resistir.

Quizá no encontrara la llave, pero no sería por no haberla buscado.

Pasó la noche del domingo buceando entre sus notas, hojeando los libros que habían reunido sobre mitología celta, entrando de vez en cuando en Internet con el ordenador portátil que Flynn le había prestado.

No estaba segura de si había aprendido algo nuevo, pero el ejercicio la ayudó a ordenar lo que sí sabía.

La llave, dondequiera que estuviese, sería algo personal para ella. Estaría relacionada con su vida, o con lo que quería en la vida. Y al final se reduciría a una elección. Aunque sus amigos, alguno de ellos o todos, pudieran estar conectados con la llave, ella sería la única capaz de hacer la elección.

De modo que mientras se preparaba para irse a la cama, Zoe se preguntó qué era lo que quería. ¿Una tarde en una hamaca? En ocasiones era tan sencillo como eso. ¿Saber que había logrado cruzar la puerta de aquella caravana para alejarse de allí? No había dudas respecto a eso. Tampoco respecto a que había conseguido hallar el camino de salida de aquel terrorífico bosque, y le había dado a su hijo no solo una vida, sino una buena vida.

Necesitaba saber esas cosas, y saber que continuaría construyendo esa vida para Simon y para ella misma. Necesitaba que ConSentidos fuese un éxito. Eso se debía en parte a una cuestión de orgullo.

Su madre siempre le decía que era demasiado orgullosa.

Tal vez lo fuera, y quizá ese orgullo fuera la causa de que las cosas resultasen más duras de lo que deberían haber sido. Pero también la había impulsado en los momentos difíciles.

No había obtenido todo lo que había soñado, pero lo que tenía estaba bien.

Apagó la luz. Aunque sintiera una punzada por no tener en medio de la oscuridad a nadie al lado hacia quien volverse, contaba con la satisfacción, incluso el orgullo, de saber que siempre podría confiar en sí misma.

Al día siguiente, Zoe estaba trabajando en el primer piso de ConSentidos. Se encontraba atornillando el equipamiento de los módulos acabados, cuando oyó gritos en la planta baja. Enseguida notó que eran gritos de emoción, no de angustia. De modo que terminó con el mueble que tenía entre manos antes de ir a ver cuál era la causa de aquel revuelo.

Siguiendo las voces, entró en la sección de Dana, y entonces fue Zoe quien soltó un grito cuando se encontró con un exhibidor de libros situado junto a una pared y dos enormes cajas de cartón en medio de la habitación.

—¡Han llegado! ¡Tus estanterías están aquí! ¡Oh, son fabulosas! Has hecho bien en elegir estas. Van de maravilla con tus colores.

—¿Verdad que sí? Tengo el diagrama que me dibujé, el que cambié seis docenas de veces. Pero ahora me pregunto si debería intercambiar la sección infantil con la de ficción.

—¿Por qué no te limitas a abrir las otras cajas, colocar todo donde habías planeado y ver después cómo queda? —propuso Malory mientras empuñaba un cúter.

El repartidor entró arrastrando un nuevo embalaje.

—Señora, ¿dónde quiere que le ponga esto?

—Oh, Dios —fue todo lo que pudo contestar Dana.

—Déjelo ahí mismo —indicó Zoe—. Ya lo colocaremos nosotras. ¿Cuántas estanterías has encargado? —le preguntó a Dana.

—Muchas. Quizá demasiadas, pero quería estar segura de poder exponerlo todo del modo que tenía en la cabeza. Pero ahora… Joder, el corazón me va a mil. ¿Es emoción? ¿Es pavor? Juzgad vosotras.

—Es emoción. —Alegremente, Malory abrió en canal otra caja—. Venga, vamos a colocar esta también. Coloquémoslas todas, y así verás lo magníficas que quedan.

—Esto es real —murmuró Dana mientras llegaba un paquete más—. Es auténticamente real. Ahora ya no será más un montón de habitaciones vacías.

—Estanterías, libros, mesas, sillas. —Zoe retiró el cartón—. Dentro de unas semanas nos sentaremos aquí a tomarnos nuestra primera taza de té.

—Sí. —Recobrándose, Dana las ayudó a trasladar el mueble a su lugar—. Después nos daremos una vuelta y admiraremos todas las cosas bonitas de la galería de Malory.

—Y acabaremos con un paseo por el salón de belleza de Zoe. —Malory retrocedió—. Mirad todo lo que hemos trabajado ya. ¿Podéis asimilar todo lo que ya hemos hecho?

Zoe contempló cómo entraba otra caja más y dijo:

—Ahora mismo, yo ni siquiera puedo asimilar lo que estamos a punto de hacer. Sigue dándole al cúter, Malory. Tenemos mucho trabajo por delante.

Continuaban arrastrando estanterías cuando otra furgoneta se detuvo junto a la acera.

—Es de Reyes de Casa. —Malory se volvió hacia sus amigas desde la ventana—. ¿Hoy esperábamos alguna entrega de Reyes de Casa?

—Tenemos encargadas algunas cosas —respondió Zoe—. No pensaba que pudieran estar ya. Iré a ver.

Se dirigió a la puerta principal, y se encontró con el conductor de la furgoneta en el porche.

—¿Esto es ConSentidos? —preguntó el hombre.

Oír cómo otra persona pronunciaba ese nombre hizo que Zoe se sintiese muy bien.

—Lo será.

—Le traigo unas ventanas. —Le tendió la factura para que se lo confirmara—. Y aquí tengo una lista, la de las ventanas que hay que reemplazar. Si está todo en orden, nos pondremos manos a la obra. Hoy mismo las tendrán colocadas.

—¿Colocadas? No hemos encargado la instalación, solo las ventanas.

—La instalación va incluida. Tengo una nota… —hurgó en el bolsillo— del señor Vane para la señorita McCourt.

—Yo soy la señorita McCourt.

Con el entrecejo fruncido, cogió el sobre y lo abrió. Dentro había una hoja con membrete, con un mensaje de una sola línea:

No discutas.

Zoe abrió la boca, la cerró de nuevo, y después miró al conductor. Vio que de la furgoneta salían dos hombres más y se apoyaban en el capó.

—El señor Vane ha dicho que usted debía llamarlo si había algún problema. ¿Quiere que empecemos o tenemos que esperar?

—No, no. Adelante, pasen y comiencen. Gracias.

Volvió al interior frotándose la nuca y vio cómo Dana y Malory ponían otra estantería en su sitio.

—Han llegado las ventanas nuevas.

—Eso es fantástico. Tal vez deberíamos ladear esta —sugirió Dana.

—Ha venido un grupo de operarios a instalarlas —continuó Zoe—. Bradley…, Reyes de Casa incluye la instalación.

—Brad es un encanto de hombre —afirmó Malory.

—Es una ventaja conocer al dueño. —Dana dio un paso atrás y sacudió la cabeza—. No; mejor la dejamos alineada.

Incómoda, Zoe empujó con el pie una lámina de cartón.

—¿No creéis que deberíamos pagárselo?

—Zoe, a caballo regalado… —Resoplando un poco, Dana devolvió a pulso la estantería a su posición inicial—. Al que, por cierto, yo preferiría besar en la boca antes que examinarle la dentadura. —Giró la cabeza, y su mirada se tornó lasciva—. Aunque, claro, este caballo en particular preferiría que fueses tú la encargada del besuqueo.

—Esta noche cena en casa.

—Bien. Pues dale uno grande y húmedo.

—Tengo miedo.

Malory dejó el cúter.

—¿De Brad?

—Sí. De él y de mí. —Se pasó un puño entre los pechos, como si algo le doliese allí dentro—. De lo que va a ocurrir.

—Oh, tesoro.

—No sé qué hacer ni qué pensar. Una cosa sería que fuera tan solo por diversión, por entretenimiento. Pero yo no estoy buscando diversión ni entretenimiento. No de esa clase.

—¿Y crees que él sí?

—No lo sé. Bueno, sí, claro que sí. Es un hombre al fin y al cabo. No se lo tengo en cuenta. Quizá esté atrapado por el romanticismo de toda esta historia, como se supone que hemos de unirnos para dar muerte al dragón… Pero, mirad, he de pensar en lo que ocurrirá después de eso.

—A él no le tienen sin cuidado las personas. —Con semblante serio, Dana negó con la cabeza—. Lo conozco prácticamente de toda la vida. Brad es un buen hombre, Zoe.

—Creo que lo es. Puedo ver que lo es. Pero no es mi hombre, no es probable que lo sea. Aun así, si sigue cruzándose en mi camino del mismo modo acabará por ganarme la partida. Temo que si eso sucede empezaré a desear algo que no puedo tener.

—Pues yo no pienso que exista nada que no puedas tener —replicó Malory—. No seríamos dueñas de este lugar si no fuese por ti.

—Eso es una tontería. Solo porque yo encontré la casa…

—No es solo la casa, Zoe: es la idea, la visión, la fe. —Con cierta impaciencia, Malory le puso una mano sobre el hombro y la sacudió un poco—. Tú iniciaste esto. Así que creo que cuando averigües qué es lo que de verdad deseas hallarás la manera de obtenerlo.

Para mantener las manos ocupadas, Zoe cogió el cúter y empezó a abrir la siguiente caja.

—¿Tú has estado enamorada alguna vez, enamorada de verdad, antes de conocer a Flynn?

—No. He sentido pasión, he estado encaprichada y he tenido inclinaciones muy intensas. Pero nunca he amado a nadie del modo en que amo a Flynn.

Zoe asintió.

—Y para ti, Dana, siempre ha sido Jordan.

—Tanto si quiero como si no, así es.

—Yo he estado enamorada. —Habló en voz baja mientras trabajaba—. Yo quería al padre de Simon. Lo quería con todo lo que tenía. Alguien podría decir que a los dieciséis años no tienes muchas cosas, pero yo tenía mucho amor que dar. Y se lo entregué todo a él. No pensé, no dudé; se lo di sin más. —Tiró del cartón y lo dejó caer al suelo—. Desde entonces he conocido a otros hombres. Algunos eran buenos, otros resultaron no serlo tanto. Pero ninguno de ellos se acercó ni remotamente a conmoverme de la forma en que me conmovió aquel muchacho cuando yo tenía dieciséis años. Yo lo deseaba, Malory, casi más de lo que deseaba vivir.

—Pero él no permaneció a tu lado —replicó.

—No, no lo hizo. Él me amaba, eso lo creo, pero no lo bastante para quedarse conmigo. No lo bastante para elegir estar conmigo, ni siquiera para reconocer lo que habíamos hecho entre los dos. Se alejó de mí y continuó viviendo su vida, mientras la mía se rompía en mil pedazos. —Para desahogar parte de aquella rabia antigua, empezó a hundir la cuchilla en el cartón—. Se comprometió con una chica hace unos pocos meses. Mi hermana me envió el recorte del periódico. Está organizando una gran boda para la primavera. Me enfurecí al leerlo. Me enfurecí porque está organizando una boda suntuosa para la primavera y ni siquiera le ha puesto los ojos encima a su hijo.

—Él se lo ha perdido.

—Sí, cierto: él se lo ha perdido. Pero, aun así, yo lo amé y lo deseé. No pude tenerlo, y eso casi me parte en dos. —Con un suspiro, apoyó la cabeza en el lateral de la estantería—. No voy a volver a desear lo que no pueda tener. Por eso me da miedo Bradley, porque es el único hombre de los que he conocido en diez años que ha hecho que recuerde, solo un poco, cómo era tener dieciséis años.