A Zoe se le pegaron las sábanas. No podía acordarse de cuándo le había sucedido eso por última vez. Desde luego, no en la última década. En consecuencia, eran casi las diez cuando llegó a ConSentidos, con un niño y un perro a la zaga.
Aparcó junto a la acera, pues el sendero de acceso ya estaba ocupado por completo. El coche de Flynn, el de Jordan. Y uno de los de Brad. Tenía dos que ella supiera, y probablemente tendría más.
Se las arregló para enganchar la correa a Moe antes de que saltara del coche, y, con la habilidad de las madres para los juegos de manos, agarró el bolso y la pequeña nevera portátil, controló al perro y vigiló a su hijo con ojo de águila mientras cargaba con todo.
—Ten bien sujeto a Moe —le dijo a Simon pasándole la correa—. Ocúpate de que te haga caso. Hemos de averiguar qué quiere hacer hoy con él Flynn.
—Puede quedarse conmigo. Podemos entretenernos en la parte de atrás.
—Ya veremos. Ve para allá, pero quédate donde yo pueda verte desde la casa hasta que lo haya pensado.
Al entrar se encontró con Dana.
—Eso está bien. —Lista para ponerse manos a la obra, Zoe se abrochó el cinturón de herramientas—. ¿Qué estás haciendo?
—Iba a dar la segunda capa de pulimento a mis suelos, pero Jordan asegura que no lo hago bien. De modo que la está dando él, con lo cual solo me queda la opción de pintar la cocina, porque resulta que aquí existe la opinión unánime de que lo único para lo que sirvo es para pintar.
—Eres una pintora excelente —repuso Zoe con diplomacia.
—Hum. Malory y Flynn iban a pulimentar su galería, pero allí es ella la que asegura que él no lo hace bien, y por eso lo ha enviado arriba, a trabajar con Brad.
—¿Arriba? ¿En mi espacio? ¿Qué está haciendo Bradley ahí?
—Creo que iba a… —Dana decidió ahorrar saliva al ver que Zoe salía disparada escaleras arriba para averiguarlo por sí misma.
Zoe ya había pintado personalmente las paredes del salón de belleza. Eran de un rosa profundo que tiraba a púrpura. Opinaba que era un color cálido, femenino, pero no tanto como para que produjese rechazo en los hombres.
Para contrastar, en las molduras y los muebles auxiliares que había empezado a hacer se había decantado por un verde vivo, y pensaba utilizar los mismos colores, pero en tonalidades más suaves, para las áreas de tratamiento.
La madera de los suelos ya estaba pulida y sellada —tarea de la que se había encargado ella misma—, y luego protegida por una capa de cera.
Zoe tenía planes para los expositores, y ya había escogido la tela para elaborar fundas para un sofá de segunda mano y un par de sillas que le estaban reservando.
Ya se había decidido por el tipo de iluminación, por las mesas de tratamiento, incluso por el color de las toallas que usaría. En su salón todo tendría su toque personal, reflejaría su visión y estaría creado por sus propias manos.
Sin embargo, allí estaba Bradley Charles Vane IV ocupado en serrar el tablero de uno de sus muebles modulares.
—¿Qué estás haciendo?
Nadie la oyó, por supuesto. Era imposible con el zumbido de la sierra de Brad, los golpes de la pistola de clavos de Flynn y la música a toda pastilla.
Era como si ella no estuviese allí. Bien, pues iba a solucionar eso de inmediato.
Avanzó hasta que su sombra se proyectó sobre el tablero y la plantilla que estaba siguiendo Brad. Él alzó la vista y le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que le tapaba la luz.
Zoe no se movió ni un milímetro.
—Quiero saber qué estás haciendo.
—Espera un minuto —respondió él casi a gritos, y acabó de cortar el tablero. Apagó la sierra y se levantó las gafas protectoras—. Han traído tu contrachapado.
—Quiero… ¿Mi contrachapado? —Llena de emoción, se giró hacia donde Brad apuntaba. Y allí estaba, de un maravilloso verde vivo—. Es perfecto. Sabía que sería perfecto. Pero se suponía que no iba a llegar hasta la semana que viene.
—Pues se ha adelantado. —Él mismo se había encargado de acelerar las cosas—. Hoy deberíamos poder hacer un par de módulos.
—Yo no espero que…
—Hola, Zoe. —Flynn dejó la pistola de clavos y le sonrió—. ¿Qué te parece?
—Me parece que es muy amable de vuestra parte que me echéis una mano de esta manera. Que renunciéis a vuestro sábado y todo eso. Pero yo puedo encargarme de esto si vosotros queréis… hacer otra cosa.
—Hemos empezado bien. —Flynn miró por encima del hombro de Zoe—. ¿Dónde están el perrazo y el chiquillo?
—Fuera, en la parte de atrás. No sabía qué hacer con ellos.
—Ahí fuera tienen mucho espacio para corretear. Iré a echarles un vistazo. —Se puso en pie—. ¿Queréis que os traiga café cuando vuelva?
—Solo si no lo preparas tú —respondió Brad.
—Desagradecido. —Flynn le guiñó un ojo a Zoe y los dejó solos.
—No quiero que tú… —empezó ella.
—Has escogido un buen diseño —la interrumpió Brad—. Para los módulos. Nítido y sencillo. Resulta fácil seguir tus planes, captar lo que tienes en mente.
Zoe se cruzó de brazos.
—No pensaba que nadie tuviese que seguirlos.
—Has hecho un buen trabajo. —Se detuvo un segundo mientras ella lo miraba sin parpadear—. Una planificación meticulosa, una buena selección, talento para el diseño. ¿Hay alguna razón por la que tengas que hacerlo todo sola?
—No. Solo que no deberías sentirte obligado. Eso es todo.
Brad alzó una ceja.
—Desagradecida.
Derrotada, Zoe soltó una breve carcajada.
—Quizá sea más que yo sé cómo trabajo, pero ignoro si tú eres bueno. —Rodeó la base del mueble que él estaba terminando—. Bueno, parece que no lo haces mal.
—Mi abuelo estaría muy orgulloso si oyera eso.
Con la madera entre los dos, Zoe le sonrió.
—Quiero cortar el contrachapado yo misma. Quiero poder…
—Mirarlo cuando esté acabado, mirarlo un año después de que esté acabado, y decir: «Eh, eso lo he hecho yo».
—Sí. Exactamente. No creía que fueras a entenderlo.
Él desplazó su peso, se quedó con una cadera adelantada y ladeó la cabeza.
—¿Sabes por qué he regresado al valle?
—Supongo que no. En realidad no.
—Pregúntamelo algún día. ¿Quieres encargarte de la pistola de clavos? Acabaremos con esto.
Zoe tuvo que admitir que trabajaban bien juntos, y que Brad no la trataba como si fuese incapaz de manejar herramientas, tal como ella se había figurado que haría. Al contrario, daba por supuesto que era muy capaz.
Brad tendía a ser mandón sobre algunas cosas. Si Zoe empezaba a levantar algo que él consideraba demasiado pesado, le ordenaba de sopetón que lo dejara. E insistió en bajar a recoger su nevera portátil.
Pero ella lo pasó por alto ante la emoción de extender la cola para el contrachapado de su primer módulo.
Incluso con las ventanas abiertas para disfrutar de una buena ventilación, las emanaciones eran fuertes.
—Menos mal que estamos trabajando en pequeñas sesiones —apuntó Brad—. Si hiciéramos esto en períodos largos sin un ventilador siquiera, estaríamos colocados antes de terminar.
—Hace un par de años, me entusiasmé reformando las encimeras de mi cocina. Me mareé tanto como un bebedor de sábado por la noche, y tuve que salir y tumbarme sobre el césped.
Brad la observó y advirtió que, aunque estaba algo sonrojada, bellamente sonrojada, sus ojos seguían nítidos.
—Si empiezas a sentirte así, dímelo.
—Estoy bien. —Tocó la cola con la punta del dedo—. Esto ya casi está.
—Qué lástima. No me habría importado verte mareada.
Zoe dirigió la vista hacia él mientras se incorporaba.
—Aquí hay mucho aire fresco.
—Pues estás un poco colorada. —Le deslizó un dedo por la mejilla—. Tienes una piel de lo más increíble.
—Es, ah, como un anuncio. —No sabía si antes estaba colorada de verdad, pero en ese instante sintió cómo le subía la sangre a la cara—. Utilizo muchos de los productos que voy a encargar. Hay un serum maravilloso que logra detener el tiempo.
—¿En serio? —Curvó un poco los labios mientras le bajaba el dedo por la garganta—. Pues parece que funciona.
—No quiero emplear ningún producto en el que no crea.
—¿Qué es lo que haces con tu boca?
Al oír esa pregunta, a Zoe se le desencajó la mandíbula.
—¿Qué?
—¿Qué usas? Tus labios son suaves. —Los rozó con la yema del pulgar—. Tersos. Tentadores.
—Hay un bálsamo labial que… No lo hagas.
—¿Que no haga qué?
—No me beses. No puedo complicarme de ese modo. Y tenemos que trabajar.
—En eso te doy la razón. Pero el trabajo ha de parar alguna vez. La cola ya debe de haber reposado lo suficiente. ¿Estás lista?
Zoe asintió. Con aire fresco o sin él, notó que estaba algo aturdida.
Y podía afirmar que el único responsable de eso era Brad. Se imaginaba que él ya lo sabía, sabía cómo aquellas miradas prolongadas e intensas, aquel contacto supuestamente accidental, afectaban a una mujer.
De manera que tendría que ser firme antes de que la metiesen en problemas.
Alzaron el contrachapado entre los dos. Era un proceso exigente, que requería trabajo en equipo y precisión para crear una superficie lisa. En cuanto la cola de un lado entrara en contacto con la del otro no habría vuelta atrás.
Cuando estuvo colocado, redondearon los bordes, y las abrazaderas tensaron la superficie para mantenerla en su lugar mientras se secaba la cola, Zoe dio unos pasos atrás.
Sí, estaba bien; había tenido razón al curvar los extremos, en darle aquel sutil movimiento. Sencillo, práctico, pero con una fluidez que le proporcionaba un toque de distinción.
La clientela podría no reparar en los detalles, pero percibiría el efecto.
—Es un buen diseño —dijo Brad a su lado—. Muy ingenioso lo de hacer orificios para meter los cables de esos artilugios que utilizáis en peluquería.
—Se llaman secadores y tenacillas.
—Eso. Del modo que lo has ideado, los cables no estarán estorbando por todas partes ni se enredarán. Y da un aspecto muy despejado.
—Quiero que parezca distinguido pero informal.
—¿Y qué es lo que piensas hacerles a los clientes en las otras habitaciones?
—Oh, rituales secretos. —Le dedicó un ademán displicente que le provocó la risa—. Cuando haya ganado lo bastante para reinvertir dinero en el negocio, quiero instalar una ducha sueca y una bañera de hidroterapia en el cuarto de baño. Lo convertiré en una especie de spa. Sin embargo, aún falta mucho para eso. De momento, lo que tengo planeado es hacer el segundo módulo.
Brad pensó que Zoe trabajaba muy duramente. No solo porque sabía lo que quería y cómo obtenerlo, ni siquiera por su buena disposición a sudar para conseguirlo.
Debajo de todo ello subyacía la convicción de que debía actuar así.
Zoe paró de trabajar solo para asegurarse de que su hijo había comido y se encontraba bien.
Cuando estaban preparando el contrachapado del segundo mueble modular, los otros se disponían a dar la jornada por concluida.
Malory subió las escaleras y se puso en jarras.
—¡Guau! Cada vez que entro aquí hay algo nuevo. Zoe, esto tiene un aspecto magnífico. Los colores son absolutamente fabulosos. Estos son los módulos, ¿verdad? —Se acercó a examinar el que ya estaba terminado—. No puedo creer que lo hayas hecho tú misma.
—He tenido ayuda con eso. —Absorta, movió los hombros entumecidos y se acercó a Malory—. Sí que es verdad que tiene una pinta fabulosa, ¿verdad? Soy consciente de que podría haber comprado algo prácticamente por el mismo precio, pero no me habría sentido tan a gusto. ¿Cómo van las cosas por ahí abajo?
—Los suelos están acabados, y la cocina, pintada. —Como si hubiese recordado de pronto que aún lo llevaba, Malory se quitó el pañuelo que se había puesto para protegerse el cabello—. Hemos dado la primera capa a los armarios y hemos frotado tanto los apliques que han perdido un centímetro de grosor.
—Yo me he metido tan de lleno en los módulos… Debería haberos echado una mano a ti y a Dana en la cocina.
—Hemos tenido manos de sobra, gracias. —Hundió los dedos entre sus rizos de color dorado oscuro para ahuecarlos—. Vamos a ir a casa a comer pollo frito. ¿Ya estás lista para venirte?
—Lo cierto es que me gustaría rematar esto. Dile a Simon que venga aquí y ya nos reuniremos con vosotros un poco más tarde.
—¿Por qué no me lo llevo yo? Ya está fuera jugando con Flynn y Moe.
—Oh, bueno. No quería…
—Simon estará bien, Zoe. Ven a casa en cuanto hayas acabado. Intentaré guardarte un muslo de pollo frito. Y a ti también, Brad.
—Oh, tú no tienes por qué quedarte… —Mientras Zoe se giraba, Malory le guiñó un ojo a Brad y se encaminó a las escaleras.
—Quieres terminar este mueble, ¿no?
—Sí, pero no pretendía complicarte la vida.
—Cuando me compliques la vida, ya te avisaré. ¿Estás preparada para encolar esto?
Para ahorrar tiempo, Zoe no discutió.
Acabaron y fijaron el segundo módulo, y lo colocaron junto al primero antes de recoger y guardar las herramientas. Dejaron las ventanas abiertas unos centímetros.
Antes de que ella pudiese reaccionar, Brad ya había cogido su pequeña nevera portátil.
—Ya basta por hoy.
—Gracias por la ayuda, en serio. Si quieres irte, deja la nevera en el porche. Yo voy un momento a ver cómo han quedado los suelos y la cocina, y a comprobar que todo esté bien cerrado antes de irme.
—Esperaré. A mí también me gustaría echar un vistazo a lo que han hecho.
Zoe empezó a bajar las escaleras. Luego se detuvo y se volvió hacia Brad.
—¿Estás cuidando de mí? ¿Es eso? Porque yo puedo cuidar de mí misma.
Brad se cambió la nevera de mano.
—Sí, estoy cuidando de ti. Aunque no me cabe ninguna duda de que eres capaz de cuidar de ti misma, de tu hijo, de tus amigos y de perfectos desconocidos.
—Pues si resulta que soy tan capaz, no necesito que me vigiles. Así que ¿por qué lo haces?
—Porque disfruto con ello. Además, disfruto cada vez que te miro, sin más; porque eres una mujer hermosa y me siento muy atraído por ti. Como tú no me has dado muestras de ser corta ni lenta de mente, estoy seguro de que ya estás al tanto de que me atraes. Pero si en tu cabeza aún queda alguna duda, podrías acabar de bajar estas jodidas escaleras para que yo pueda dejar la nevera en el suelo y demostrártelo.
—Te he hecho una pregunta muy sencilla —repuso Zoe—. No te he pedido ninguna demostración.
Descendió los peldaños que quedaban, y ya había girado de forma brusca hacia la cocina cuando oyó el ruido de la nevera al chocar contra el suelo.
No tuvo tiempo de reaccionar, no cuando sus pies se alzaron del suelo y volvieron a tocarlo de golpe mientras Brad le daba la vuelta y la aprisionaba contra la pared.
Zoe percibió la furia en los ojos de Brad, una furia que los tornaba ardientes y casi negros. Verlo le produjo un hormigueo en la garganta igual de ardiente, compuesto de temor y rabia, y con la dosis justa de excitación para confundir la mezcla.
—Cuida de ti misma —la desafió él—. Y luego pasaremos a la demostración.
Zoe se quedó mirándolo, esperando hasta que él se hubo calmado una pizca. Luego alzó una rodilla en medio de las dos piernas de Brad, veloz como el rayo, y frenó justo un milímetro antes de causar un grave daño.
Brad parpadeó, lo cual le resultó a Zoe inmensamente satisfactorio.
—De acuerdo. En primer lugar, permíteme que alabe tu control: exquisito de verdad. —No se movió. Los dos sabían que bastaría con un único y rápido ademán para que cayese arrodillado—. En segundo lugar, quiero agradecerte, con toda sinceridad, que utilices ese control en este caso.
—No soy ninguna pueblerina indefensa.
—Nunca te he considerado ni pueblerina ni indefensa. —De pronto, la situación, y su posición en ella, se le antojaron ridículamente divertidas. Empezó a sonreír, y después a reírse a carcajadas mientras doblaba la frente hacia la de Zoe—. No sé cómo te las arreglas para cabrearme, pero lo consigues. —Aflojó los dedos con que la sujetaba por los hombros, y al final la soltó del todo para apoyar las manos en la pared, a ambos lados de la cabeza de Zoe—. ¿Te importaría bajar esa rodilla? Al menos unos centímetros. Me está poniendo nervioso.
—Esa es la idea. —Pero accedió a su petición—. No sé por qué te parece tan divertido esto.
—Yo tampoco. Joder, Zoe, de un modo u otro acabas picándome. Respóndeme a esto: ¿acaso no debería encontrarte hermosa? ¿Se supone que no debería sentirme atraído por ti?
—¿Y cómo crees que he de contestar a eso?
—Es un misterio, ¿verdad? —Recorrió su rostro con la mirada, descendiendo hacia la boca—. Intenta ponerte en mi lugar.
—Apártate un poco. —Le dio unos golpecitos en el pecho, porque el aire no le salía de los pulmones—. Así no puedo hablar contigo.
—De acuerdo. Solo un segundo.
Y le rozó los labios con los suyos, en una especie de promesa susurrada que originó un revoloteo en el estómago de Zoe.
Después de eso, retrocedió.
—Sería fácil dejarte. —No del todo segura de poder mantener el equilibrio, siguió apoyada contra la pared—. Abandonarme yo misma. También tengo necesidades, necesidades normales, como cualquiera. Y no he estado con un hombre desde hace más de un año…, casi dos en realidad.
—No me importaría que hubieses estado con un hombre ayer mismo. A mí me interesa el ahora.
—Bueno, pero el caso es que no he estado con nadie en todo ese tiempo. Hay razones para ello.
—Simon.
Zoe asintió con la cabeza.
—Él es la gran razón. No permitiré que entre en mi vida ningún hombre que no quiera que Simon entre en la suya.
—Sabes que yo sería incapaz de hacerle daño. —La furia regresó a su rostro—. Es de lo más ofensivo que insinúes lo contrario.
—Sé de sobra que no le harías daño, así que no vale la pena que te alteres por ese motivo. Pero yo también existo, y tengo derecho a ser precavida conmigo misma. Tú no estás buscando solo cogerme de la mano ni darme un par de besos tiernos a la luz de la luna, Bradley.
—Sería un comienzo.
—Que no acabaría ahí, y los dos lo sabemos. No le veo sentido a empezar algo sin saber si puedo terminarlo. No sé si acostarme contigo sería bueno para mí. No sé si acostarme contigo y que tú me desees se debe a esas necesidades normales o a lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
—¿Crees que me siento atraído por ti a causa de la llave?
—¿Y si fuese así? —Alzó las manos con las palmas hacia arriba—. ¿Cómo te sentirías por ser utilizado de ese modo? El hecho es, Bradley, que tú y yo no estaríamos aquí si no fuera por la llave. No procedemos del mismo lugar. Y no me refiero al valle.
—No.
—No tenemos nada en común, excepto la llave.
—La llave —coincidió él—. Amigos que nos importan a ambos, un lugar en el que se hunden mis raíces y en el que tú has plantado las tuyas. La necesidad de construir algo por nosotros mismos. Y luego hay un chaval. Resulta que te pertenece a ti, pero me ha atrapado. Contigo o sin ti, me habría atrapado. ¿Entendido? —Ella solo pudo afirmar con la cabeza—. Hay más, pero de momento añadamos solo la química sexual. Suma todo eso y a mí me parece que obtendrás una base común bastante sólida.
—La mitad de las veces no sé qué decirte ni cómo decírtelo.
—Quizá no deberías pensar tanto en eso. —Le tendió una mano—. Echémosle un vistazo a la cocina. Si no salimos pronto de aquí, lo único que quedará del pollo frito serán los huesos.
Zoe agradeció que Brad hubiese abandonado el tema. Ella era incapaz de separar en áreas independientes pensamientos y emociones, inquietudes y necesidades. Al menos en aquel preciso momento.
También agradeció que el tiempo que pasaron en casa de Flynn transcurriese entre pollo frito y relax, sin centrarse en la llave.
Aún no tenía nada que ofrecer, y había demasiada información, demasiadas preguntas rodando en su cerebro para organizarlas en una conversación inteligente.
Habrían de celebrar pronto una reunión, todos ellos, pero primero necesitaba algo de tiempo para revisarlo todo.
Tanto a Malory como a Dana se les habían ocurrido teorías enseguida. Esas teorías habían sido perfeccionadas, redirigidas y cambiadas a lo largo de las cuatro semanas de plazo, pero habían constituido un fundamento.
Zoe pensó que ella, en cambio, aún no tenía nada.
De modo que dedicaría la noche a pensar sobre la pista y todas sus notas, repasando, paso por paso, las dos búsquedas previas. En algún lugar habría respuestas.
En cuanto Simon y Moe estuvieron acostados y la casa, felizmente, en silencio, se sentó a la mesa de la cocina. Había notas, documentos y libros dispuestos en montones. Zoe decidió que ya había rebasado la dosis diaria de café, de forma que preparó una tetera.
Dando sorbos a la primera taza de té, releyó la pista de nuevo y apuntó en una página en blanco de su cuaderno las que pensaba que podrían ser palabras importantes.
Belleza, verdad, coraje.
Pérdida, dolor.
Bosque.
Sendero.
Viaje.
Sangre y muerte.
Fantasmas.
Fe.
Miedo.
Valiente.
Probablemente se le escapaba algo, pero la lista le proporcionaba un principio. Belleza para Malory, verdad para Dana. Coraje para ella.
Pérdida y dolor. ¿Aludía a las hermanas o a ella misma? Si consideraba la segunda opción, ¿cuál era su pérdida y cuál su dolor? En el pasado más reciente, había perdido su empleo. Zoe reflexionó y lo anotó. Pero eso al final había resultado ser una oportunidad para ella.
¿Bosques? Eran abundantes, pero para ella algunos significaban más que otros. Había bosques en el Risco del Guerrero. Había bosques en el lugar donde había nacido y crecido. Había bosques en los márgenes del río que pasaba junto a la casa de Brad. Pero si el bosque era simbólico, podía aludir a no verlo a causa de los árboles. A no tener la perspectiva completa de algo por estar demasiado absorta preocupándose de los detalles individuales.
A ella le ocurría a veces eso, era cierto. Pero, caramba, había muchísimos detalles, y ¿quién iba a preocuparse por ellos si no lo hacía ella?
Tenía que acudir a una reunión de padres y profesores dentro de poco. Simon necesitaba zapatos nuevos y un abrigo de invierno. La lavadora había comenzado a chirriar. Y aún no se había puesto a limpiar los canalones. Debía comprar toallas para el salón de belleza y también una máquina lavadora y secadora. Eso significaba que la lavadora de su casa tendría que seguir chirriando un tiempo.
Apoyó la mano en un puño y cerró los ojos solo un minuto.
Lograría hacerlo todo; esa era su tarea. Pero cualquier día de esos iba a tumbarse a la sombra durante una tarde entera, sin nada más que un libro y una jarra de limonada fría como el hielo.
La hamaca se balancearía con la delicadeza de una cuna y el libro descansaría, olvidado y sin leer, sobre el estómago de Zoe. Ya sentía en la lengua el sabor ácido de la limonada.
Tenía los ojos cerrados detrás de unas gafas oscuras y podía notar cómo la brisa soplaba suavemente sobre su rostro.
No sabía cuándo era la última vez que había estado tan relajada. Con la mente y el cuerpo en completo reposo. No había nada que hacer, excepto deleitarse en el silencio y la paz.
Se abandonó con un suspiro de auténtica satisfacción.
De pronto se encontró en la caravana, sudando en medio de un calor espantoso. Mientras barría cabello cortado hasta formar un montón, Zoe pensó que era como vivir dentro de un cubo.
Podía oír pelear a su hermano y su hermana pequeños; sus voces se colaban a través de las ventanas mugrientas. Agudas, tensas y enfadadas. Allí todo el mundo parecía siempre muy enfadado.
Ese pensamiento hizo que le latiese el corazón con violencia.
Fue hacia la puerta, la abrió de golpe y les espetó a gritos a sus hermanos:
—¡Callaos! Por el amor de Dios, callaos cinco putos minutos y dadme un poco de paz.
Luego se encontró deambulando por un bosque, con una gruesa capa de nieve invernal bajo los pies. El viento aullaba entre los árboles y sacudía las ramas hacia un cielo de color pétreo.
Zoe estaba helada, perdida, asustada.
Echó a andar a duras penas, encorvándose para protegerse de la ventisca, y pasó un brazo por debajo de su vientre hinchado para sujetar al bebé que llevaba dentro.
Este pesaba mucho, y ella estaba exhausta.
Quería detenerse, descansar. ¿Qué sentido tenía proseguir? ¿De qué servía? Jamás hallaría la salida.
El dolor le retorció el vientre y la impresión la dobló por la mitad. Notó algo húmedo entre las piernas, miró hacia abajo y, horrorizada, vio la sangre que se derramaba sobre la nieve.
Aterrorizada, abrió la boca para gritar, y se encontró de nuevo en la hamaca, a la sombra, saboreando otra vez la limonada.
«Elige».
Se irguió de repente sentada ante la mesa de su propia cocina, temblando, mientras a su lado Moe gruñía al aire.