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Al final fue Zoe quien hubo de fingir que comía, y no a causa de los platos, sino sencillamente porque era incapaz de relajarse. Le resultaba difícil tragar cuando tenía en el estómago un nudo prieto y enmarañado.

Zoe ya había cenado antes en aquel comedor, con sus techos altísimos y su rugiente fuego. Sabía lo bonito que resultaba todo bajo las luces de las arañas y las velas.

Pero en esta ocasión no tenía ninguna duda de cómo iba a terminar la velada. No era una cuestión de suerte. No dependía del azar de un sorteo, con Malory, Dana y ella misma metiendo la mano en una caja tallada para ver cuál de las tres sacaba el disco que llevaba inscrito el emblema de la llave.

Malory y Dana ya habían completado sus turnos, y habían triunfado contra algo que, como Zoe había acabado averiguando, era de proporciones desmesuradas. Las dos habían encontrado sus llaves. Lo habían conseguido, y ya se habían abierto dos de las cerraduras.

Ella las había ayudado. Era consciente de que había contribuido con ideas, apoyo e incluso consuelo. Sin embargo, llegado el momento de la verdad, sabía que habían sido ellas quienes habían cargado con todo el peso. Al final, Malory y Dana habían tenido que llegar hasta lo más hondo de sí mismas para alcanzar la llave.

Ahora le tocaba a ella cargar con el peso, asumir el riesgo. Era su oportunidad.

Debía ser lo bastante valiente, lo bastante inteligente, lo bastante fuerte. De lo contrario, todo lo que habían logrado antes no serviría para nada.

Con todo aquello atascado en la garganta, resultaba difícil engullir incluso aquel asado de cerdo tan deliciosamente cocinado.

La conversación fluía en torno a la mesa, como si no fuese más que una cena normal entre amigos extrovertidos. Malory y Flynn estaban sentados justo enfrente de ella. Malory se había recogido el pelo en lo alto, de modo que sus rizos color oro viejo le caían por la espalda y dejaban despejado su rostro. Sus enormes ojos azules rebosaban de ilusión y alegría mientras hablaba del trabajo que estaban haciendo en ConSentidos.

De vez en cuando, Flynn la tocaba —el dorso de la mano, el brazo— de un modo natural que decía: «Me alegra que estés aquí y me alegra que seas mía», y eso reconfortaba a su amiga Zoe.

Para mantener la cabeza ocupada con asuntos más sencillos, Zoe decidió que intentaría convencer a Flynn de que le permitiese retocarle el cabello. Era de un precioso y cálido marrón, con reflejos castaños y muy espeso. Pero con unos tijeretazos aquí y allá, ella podía mejorarle el corte, sin que perdiera ese aspecto alborotado e informal que sentaba tan bien con sus rasgos delgados y la forma de sus ojos verde oscuro.

Se puso a divagar, cortando y peinando mentalmente a su antojo a los comensales.

Se sobresaltó cuando Brad le dio un toquecito con el pie por debajo de la mesa.

—¿Qué pasa?

—Te necesitamos en este planeta —respondió él.

—Solo estaba pensando, eso es todo.

—Pero no estás comiendo —señaló.

Molesta, Zoe clavó el tenedor en un pedazo de cerdo.

—Sí que estoy comiendo.

Su voz estaba tensa, y tenía el cuerpo rígido. Brad no podía culparla por eso. Pero pensó que conocía un modo de relajarla un poco.

—Parece que Simon se lo está pasando de maravilla.

Zoe miró hacia su hijo. Rowena lo había sentado junto a ella, y ambos mantenían una conversación que aparentaba ser intensa y casi íntima, mientras el niño arrasaba con lo que había en su plato.

Con una sonrisa, Zoe pensó que no sería necesario pasarse por un McDonald’s.

—Hace amigos con facilidad. Incluso con personas mágicas.

—¿Con personas mágicas? —repitió Brad.

—Así es como él los considera. Ha asimilado todo esto y piensa que es guay.

—Sí que lo es. No hay nada más guay para un chaval que la lucha entre el bien y el mal. Para ti es un poco más problemático.

Zoe pinchó otra porción de carne y la deslizó desde un extremo del plato al otro.

—Malory y Dana lo han logrado. Yo también puedo.

—De eso estoy seguro —afirmó él, y continuó comiendo mientras ella lo miraba frunciendo el entrecejo—. ¿Ya has encargado las ventanas nuevas para ConSentidos?

—Lo hice ayer.

Brad asintió con la cabeza, como si esa información fuese una novedad para él. Creía que a ella no le gustaría saber que había dado instrucciones en Reyes de Casa para que lo mantuviesen al tanto de las visitas de Zoe a la tienda y de los pedidos que realizara.

—Habrá que reemplazar parte de las molduras. Puedo acercarme por allí y ayudarte con eso.

—No tienes por qué molestarte. Yo puedo ponerlas.

—Me gusta trabajar con madera siempre que tengo la oportunidad. —Brad sonrió con despreocupación, de un modo natural y amistoso—. Lo llevo en la sangre. ¿Y qué hay de la iluminación? ¿Ya te has decidido?

Advirtió que había conseguido distraerla. Quizá a ella no le entusiasmara verse obligada a conversar con él, pero al menos ya no pensaba en la llave. Y estaba comiendo.

Brad estaba loco por Zoe. O quizá loco sin más, pues no podía decirse que ella lo animase precisamente. Desde que se habían conocido, dos meses atrás, se había mostrado quisquillosa y distante. Excepto en la única ocasión en que él había logrado pillarla con la guardia baja y la había besado.

Brad recordó que en aquel paréntesis no hubo nada de distante ni quisquilloso, y esperaba que ella se hubiese sentido tan sorprendida y turbada por la experiencia como él.

Incluso allí mismo, si se dejaba llevar, podía elaborar una fantasía muy entretenida sobre dedicarse a poco más que a pegar sus labios a la base de aquel cuello tan largo y adorable.

Además estaba el chaval. Simon había sido un premio adicional en su particular paquete de galletas de la suerte. Divertido, despierto, interesante, el chico era todo un placer. Incluso aunque no se hubiese sentido atraído por la madre, Brad habría pasado algún tiempo con el hijo.

El problema era que Simon estaba mucho más dispuesto que Zoe a pasar el rato con Brad. Muchísimo más dispuesto. Pero Bradley Charles Vane IV nunca había renunciado a nada que quisiera sin haber luchado por conseguirlo.

Tal como él lo veía, aún había unas cuantas batallas que entablar, y tenía la intención de tomar parte activa en todas ellas. Él estaba allí por Zoe, y ella tendría que acostumbrarse a eso. Estaba allí para ayudarla. Y estaba allí para tenerla.

Zoe arrugó la frente hasta que sus cejas se unieron, e interrumpió lo que estaba diciendo sobre instalaciones eléctricas y sistemas de iluminación.

—¿Por qué me estás mirando así?

—¿Así cómo?

Zoe se inclinó hacia él un poco —lo justo, según advirtió Brad, para que no la oyera el fino oído de su hijo.

—Como si estuvieses a punto de darme un mordisco a mí, en vez de a lo que te queda de patatas gratinadas.

Brad se inclinó también hacia ella, acercándose lo bastante para ver que se estremecía.

—Voy a darte un mordisco, Zoe. Solo que no aquí ni en este momento.

—Ya tengo suficientes asuntos en los que pensar sin tener que preocuparme por ti.

—Pues tendrás que hacerme sitio. —Puso una mano sobre la de ella antes de que pudiera apartarla—. Y piensa en esto: Flynn formó parte de la búsqueda de Malory, y Jordan de la de Dana. Echa cuentas, Zoe. Tú y yo somos los únicos que quedamos.

—Yo soy muy buena en contabilidad. —Liberó la mano de un tirón, porque el contacto le producía un hormigueo—. Y según mis cuentas, la única que quedo soy yo.

—Supongo que muy pronto veremos cuál de los dos es mejor sumando y restando. —Decidió dejar el tema en ese punto y apuró su copa de vino.

De nuevo en el salón, donde encontraron café y pastel de manzana cortado en porciones tan grandes que a Simon se le salieron los ojos de las órbitas, Malory frotó la espalda de Zoe de forma reconfortante.

—¿Estás lista para esto?

—Debo estarlo, ¿no?

—Todos nosotros estamos contigo. Somos un buen equipo.

—El mejor. Solo que pensaba que estaría preparada. He contado con más tiempo que nadie para prepararme. No creía que fuese a estar tan asustada.

—Para mí fue más fácil.

—¿Cómo puedes decir eso? —Desconcertada, Zoe sacudió la cabeza—. Tú te metiste en esto sin saber prácticamente nada.

—Exacto. Y tú tienes dándote vueltas en la cabeza todo lo que hemos aprendido y experimentado en los dos últimos meses. —Con una sonrisa comprensiva, Malory le apretó la mano—. Mucho de lo que sabemos es terrorífico. Y aún hay más: cuando empezamos, no estábamos tan involucradas entre nosotras, con Pitte y Rowena, ni con las hermanas. Ahora todo importa más de lo que importaba hace dos meses.

Zoe soltó un resoplido estremeciéndose.

—No estás consiguiendo que me sienta mejor.

—No lo pretendo. Has de cargar con un gran peso, Zoe, y a veces tendrás que hacerlo tú sola por mucho que queramos descargarte de él. —Malory alzó la vista, y se alegró al ver que Dana se les acercaba.

—¿Qué ocurre? —preguntó Dana.

—Solo una breve charla para levantar la moral antes de empezar. —Malory volvió a coger la mano de Zoe—. Kane tratará de hacerte daño. Intentará engañarte. De hecho…, y he pensado mucho en esto, como este es el último asalto, donde se pierde o se gana todo, estará más resuelto a detenerte que nunca.

Dana tomó la otra mano de Zoe.

—¿Qué? ¿Ya estás más animada?

—Yo también he pensado mucho en esto. Tengo miedo de Kane. —Zoe cuadró los hombros—. Creo que me estás diciendo que debería temerlo, que para estar preparada de verdad debería temerlo.

—Justamente.

—Entonces supongo que estoy todo lo preparada que puedo estar. Necesito hablar con Rowena antes de pasar a la estancia del cuadro. He de establecer una condición antes de dar el siguiente paso. —Miró a su alrededor, y al ver que Rowena ya estaba inmersa en una conversación con Brad, dijo entre dientes—: ¿Por qué Bradley estará siempre donde yo quiero estar?

—Buena pregunta. —Dana le dio una palmadita en la espalda.

Malory esperó hasta que Zoe estuvo cruzando el salón.

—Dana, yo también estoy asustada.

—Bien, pues entonces ya somos tres.

Zoe se detuvo frente a Rowena y carraspeó.

—Lamento interrumpir. Rowena, necesito hablar contigo un minuto antes de que comencemos con la próxima… cosa.

—Por supuesto. Imagino que está relacionado con lo que debatíamos Brad y yo.

—No lo creo. Es sobre Simon.

—Sí. —Rowena la invitó a sentarse con unos toquecitos al cojín que tenía al lado—. Exactamente. Bradley me ha insistido mucho en que haga algo palpable, algo específico para Simon.

—Kane no va a tocar al chico. —En el tono de Brad había acero, frío e inflexible—. No va a utilizarlo. Simon ha de quedar excluido del juego. Y eso no es negociable.

—¿Y ahora vas a fijar las condiciones para Zoe y su hijo? —preguntó Rowena.

—No —repuso Zoe rápidamente—. Yo puedo hablar por mí misma y por Simon. Pero gracias. —Miró a Brad—. Gracias por pensar en él.

—No solo estoy pensando en él, y quiero dejar esto tan claro como el agua. Pitte y tú queréis la tercera llave —le dijo Brad a Rowena—. Queréis que Zoe triunfe. Kane quiere que ella fracase. Dijiste que había normas en contra de causar daño a mortales, derramar su sangre y arrebatarles la vida. Kane quebrantó esas normas la última vez, y habría acabado con Dana y Jordan si hubiese podido. No hay ninguna razón para creer que esta vez vaya a combatir con limpieza. De hecho, hay todo tipo de motivos para creer que jugará de un modo aún más sucio.

Los músculos que rodeaban el corazón de Zoe se contrajeron y la dejaron sin respiración.

—Kane no va a tocar a mi hijo. Tienes que prometerlo. Has de garantizarlo, o esto termina ahora mismo.

—Nuevas condiciones. —Rowena alzó una ceja—. ¿Y hasta un ultimátum?

—Digámoslo de otro modo… —Con una mirada cortante, Brad acalló a Zoe antes de que ella pudiese abrir la boca—. Si no haces algo para retirar a Simon del tablero, si no lo proteges de Kane, el niño podría ser utilizado contra Zoe y provocar que fracasara. Estás muy cerca, Rowena, demasiado cerca para permitir que una sola condición te bloquee el camino.

—Buena jugada, Bradley. —Rowena le dio unas palmaditas en la rodilla—. En ti, Simon tiene a un paladín formidable. Y en ti —le dijo a Zoe—. Pero eso ya está resuelto.

—¿Qué? —Zoe miró hacia Simon, que, a hurtadillas, estaba dándole a Moe un pedazo de corteza de su tarta.

—Está bajo protección, la más fuerte que he podido realizar. Lo hice mientras él dormía, la noche en que Dana encontró la segunda llave. Joven madre —dijo tiernamente mientras tocaba la mejilla de Zoe—, jamás te pediría que arriesgaras la vida de tu hijo; ni siquiera por las hijas de un dios.

—Entonces está a salvo. —Zoe cerró los ojos al sentir el aguijón de unas lágrimas de alivio—. ¿Kane no puede herirlo?

—Está tan a salvo como me ha sido posible. Kane tendría que enfrentarse a mí y a Pitte. Y puedo asegurarte que un ataque de ese tipo le costaría muy caro.

—Pero y si lo hiciese, ¿qué…?

—Entonces habría de vérselas con todos nosotros —terció Brad—. Con nosotros seis… y un perro enorme. Flynn y yo hemos estado hablando antes. Deberías llevarte a Moe, tenerlo contigo como hizo Dana. A modo de sistema de alerta precoz.

—¿Llevarme a Moe? ¿A mi casa? —¿Aquel perro grandote y patoso en su minúscula casita?—. Me gustaría que me hubieses consultado antes de tomar una decisión de ese tipo.

—Es una sugerencia, no una decisión. —Ladeó la cabeza, y, aunque su voz volvió a sonar afable, su rostro estaba inexpresivo—. Solo es una sugerencia sensata y razonable. Además, un chaval de la edad de Simon debería tener un perro cerca.

—Cuando yo crea que Simon está listo para tener un perro…

—Vamos, vamos. —Sofocando una carcajada, Rowena dio más palmaditas a Brad en la rodilla, y luego a Zoe—. ¿No es absurdo que peleéis cuando los dos solo pensáis en lo que es mejor para Simon?

—¿Podríamos empezar ya con lo que hemos venido a hacer? Estoy cada vez más nerviosa esperando que sea oficial.

—Por supuesto. Simon podría salir con Moe a dar una vuelta por los jardines. Estará vigilado —le aseguró a Zoe—. Estará seguro.

—De acuerdo.

—En ese caso, voy a ocuparme de ello y después pasaremos a la otra sala.

Zoe se encontró sentada en el sofá con Brad, y sin el amortiguador que era Rowena entre ellos. Entrelazó las manos sobre el regazo mientras Brad cogía su taza de café.

—Lo siento si te he parecido desagradecida y maleducada —empezó ella—. No soy desagradecida.

—¿Solo maleducada?

—Quizá. —Al ser consciente de que lo había sido, notó que le ardía la cara—. Pero no lo pretendía. No estoy acostumbrada a que nadie…

—¿Te ayude? —apuntó—. ¿Se preocupe por ti? ¿Por Simon?

En su voz había algo mordaz, pero también había algo frío y brusco que hizo que Zoe se sintiese pequeña. Para contrarrestarlo, se giró y lo miró directamente a los ojos.

—Así es; no estoy acostumbrada a eso. Nadie me ha ayudado a criar a mi hijo, a alimentarlo ni a quererlo. Nadie me ha ayudado a levantar un techo sobre su cabeza. Lo he hecho todo yo sola, y creo que he realizado un trabajo decente.

—No has hecho un trabajo decente —la corrigió—, has hecho un trabajo extraordinario. Pero ¿acaso eso significa que hayas de rechazar las manos que te tiendan?

—No, en absoluto. Es que tú me confundes.

—Bueno, eso es un comienzo. —Le cogió la mano y se la llevó a los labios antes de que ella pudiese protestar—. Porque haya suerte.

—Oh, gracias. —Se puso en pie deprisa cuando vio regresar a Rowena.

—Si todos estamos preparados, deberíamos seguir la tradición de iniciar la búsqueda en la estancia contigua.

Brad mantuvo su atención en Zoe. Estaba un poco pálida, pero no perdió la compostura. Aun así, cuando empezaron a recorrer el amplio pasillo él se percató de cómo Malory y Dana avanzaban para flanquear a su amiga.

En el transcurso de los dos últimos meses, las tres se habían convertido en un equipo, una tríada, incluso una familia. Brad creía que ya nada cambiaría eso. Iban a necesitar esa unidad para lo que estaba por llegar.

El corazón le dio un vuelco cuando entró en la siguiente sala y observó el cuadro que la dominaba.

Representaba a las Hijas de Cristal momentos antes de que les arrebataran el alma; estaban muy juntas. Al igual que se hallaban muy juntas en ese momento las tres mujeres que compartían los rostros de aquellas trágicas semidiosas.

Venora, con los vívidos ojos azules de Malory, estaba sentada con un arpa en el regazo y una floreciente sonrisa en la cara. Niniane, con los fuertes rasgos de Dana y su espeso cabello castaño, se encontraba al lado de su hermana en un banco de mármol y sujetaba un pergamino enrollado y una pluma.

De pie, con una espada en el cinto y sosteniendo un perrito, Kyna lo miraba. Su pelo era una larga cascada de color tan negro como la tinta en vez del cabello corto, perfilado y sexy que lucía Zoe. Pero los ojos, aquellos ojos almendrados de color topacio, eran los mismos.

Tiraban de Brad como si le hubiesen clavado arpones en el corazón.

Las tres hermanas irradiaban belleza, alegría, inocencia, en un mundo suntuoso de color y luz. No obstante, una inspección más detallada revelaba señales de una oscuridad en ciernes.

En el denso verdor del bosque se veía una sombra con forma de hombre y sobre las brillantes baldosas se deslizaba la sinuosa silueta de una serpiente.

En una esquina, el cielo mostraba una tonalidad morada; se estaba fraguando una tormenta en la que las hermanas aún no habían reparado. Y los amantes que se abrazaban al fondo se hallaban demasiado embebidos en sí mismos para advertir el peligro que se cernía sobre las que debían proteger.

Si se miraba más de cerca todavía, podían verse tres llaves incluidas ingeniosamente en la escena. Una, disfrazada en la forma de un pájaro, parecía volar a través del cielo cerúleo. Otra se ocultaba en medio de la frondosa vegetación del bosque. La tercera se reflejaba en el fondo del estanque que había detrás de las hermanas, que compartían su último instante de paz e inocencia.

Brad había visto qué aspecto tenían tras el encantamiento. Pálidas e inmóviles como la muerte, en ataúdes de cristal, tal como las había pintado Rowena.

Él había adquirido ese cuadro, titulado Después del hechizo, incluso meses antes de regresar al valle y conocer aquella misión y a aquellas mujeres. Se había sentido impelido a comprarlo después de caer enamorado, fascinado u obsesionado (le pedía a Dios llegar a averiguarlo) ante el rostro de Zoe.

—Se han encontrado dos llaves —empezó Rowena—. Se han abierto dos cerraduras. Ahora no queda más que una. —A la vez que hablaba, avanzó hasta situarse debajo del retrato, mientras el fuego de la chimenea crepitaba con llamas rojas y doradas detrás de ella—. Vosotras aceptasteis realizar esta búsqueda porque teníais curiosidad y os hallabais en un punto en el que ciertos aspectos de vuestra vida resultaban inciertos e insatisfactorios. Y —añadió— porque se os pagó por ello. Pero habéis seguido adelante porque sois fuertes y sinceras. Nadie más, nadie en tres milenios, había llegado tan lejos.

—Habéis aprendido el poder del arte —prosiguió Pitte, y se reunió con Rowena—. Y el poder de la verdad. Los dos primeros pasos nos conducen al tercero.

—Os tenéis las unas a las otras —les dijo Rowena a las amigas—. Y tenéis a vuestros hombres. Juntos habéis creado una cadena. No debéis permitir que Kane la rompa. —Dio unos pasos adelante y se dirigió a Zoe como si estuviesen solas en la habitación—: Ahora es tu turno. Desde el principio eras tú quien debía finalizar la búsqueda.

—¿Yo? —Parecía que el pánico quería adueñarse de su garganta—. Si eso es cierto, ¿por qué en las otras ocasiones hubo que elegir entre Malory, Dana y yo?

—Siempre ha de haber una opción. El destino es la puerta, pero tú escoges atravesarla o darte la vuelta. ¿La atravesarás?

Zoe miró el cuadro y asintió con la cabeza.

—Entonces te daré tu mapa, tu pista hacia la llave, y deseo que te sirva de guía.

Se apartó, alzó un pergamino y comenzó a leer:

La belleza y la verdad están perdidas sin el coraje para conservarlas. Pero un par de manos puede apretar demasiado fuerte, de modo que lo que es valioso se escurra por entre los dedos. La pérdida y el dolor, la aflicción y la voluntad, iluminan el abrupto sendero que atraviesa el bosque. A lo largo del viaje hay sangre, y están la pérdida de la inocencia y los fantasmas de lo que podría haber sido.

Cada vez que el camino se bifurca, es la fe la que elige la dirección o la incertidumbre la que bloquea el paso. ¿Es desesperación o será dicha? ¿Puede haber realización sin riesgo o pérdida? ¿Será un final o un principio? ¿Irás hacia la luz o regresarás a la oscuridad?

Hay una a cada lado, con las manos tendidas. ¿Te inclinarás por una, por la otra, o cerrarás las manos apretando los puños para conservar lo que ya es tuyo hasta que se convierta en polvo?

El miedo está al acecho, y su flecha se clava en el corazón, la mente, el estómago. Sin cuidados, las heridas supuran, y las cicatrices desatendidas durante demasiado tiempo se transforman en corazas que se interponen entre los ojos y lo que más necesita ser visto.

¿Dónde se halla la diosa, con la espada en ristre, que desea intervenir en todas las batallas a su debido tiempo? Que también desea bajar la espada cuando llegue el momento de la paz. Encuéntrala, conoce su poder, su fe y su valiente corazón. Porque cuando por fin la mires, tendrás la llave con que liberarla. Y la encontrarás en un camino en el que ninguna puerta volverá a cerrarse ante ti.

—Oh, vaya. —Zoe se apretó el estómago con una mano—. Puedo quedarme con el pergamino, ¿verdad? Jamás podré aprenderme todo eso.

—Por supuesto.

—Bien. —Hizo un gran esfuerzo para mantener la voz calmada y firme—: Ha sonado un poco…

—Violento —concluyó Dana.

—Sí, eso. —Zoe se sintió mejor, considerablemente mejor, cuando Dana le puso una mano sobre el hombro—. Pero, comparada con las otras, me ha parecido que esta pista es más bien un montón de preguntas.

Rowena le alargó el pergamino.

—Respóndelas —dijo sin darle importancia.

Cuando estuvieron solos, Pitte se situó al lado de Rowena y observó el cuadro.

—Kane irá tras Zoe enseguida —dijo Rowena—. ¿No lo crees así?

—Sí. Ha tenido más tiempo para estudiarla, para conocer sus debilidades, comprender sus miedos y sus necesidades. Utilizará todo eso contra ella.

—El niño estará a salvo. Hagamos lo que hagamos, nos cueste lo que nos cueste, debemos mantenerlo a salvo. Es un chaval encantador, Pitte.

Al percibir la desdicha y el anhelo en su voz, Pitte la atrajo hacia él.

—Estará a salvo. Cueste lo que cueste. —Presionó los labios contra su frente—. Kane no lo tocará.

Ella asintió y, volviendo la cabeza, miró hacia el fuego.

—Me pregunto si Zoe tendrá tanta confianza como yo en ti. ¿Podrá tenerla, con todo lo que ha habido antes y todo lo que está en juego?

—Cualquier cosa cae rendida ante el coraje de una mujer. —Alzó la cabeza de Rowena y le rozó la mandíbula con el pulgar—. Si ella posee apenas una pizca de tu valor, vencerá.

—Ella no te ha tenido a ti. No ha tenido a nadie. Todos me han llegado al corazón, Pitte. Nunca habría imaginado sentir este… —se llevó una mano al pecho—, este afecto. Pero por encima de todos me conmueve esta valerosa joven madre.

—Entonces confía en ella, en su batallón. Están… llenos de recursos y son listos. Para ser humanos.

Con eso logró hacerla reír y animarla de nuevo.

—Llevas tres mil años entre ellos y sigues considerándolos una curiosidad.

—Quizá. Pero, al contrario que Kane, yo he aprendido a respetarlos…, y a no subestimar jamás a una mujer. Venga —la rodeó con sus brazos—, vamos a la cama.

Mucho después de haber acostado a Simon, Zoe encontró montones de cosas en las que entretenerse. Mucho después de que Simon dejara de susurrarle a Moe, mucho después de que oyese cómo el perro saltaba a la cama y cómo el niño reía desesperadamente tapándose la boca, Zoe se puso a pasear por toda la casa en busca de algo con lo que ocupar las manos y el cerebro.

Su turno se iniciaba con la salida del sol, y ya se temía que estaría despierta para ver empezar el día.

No era, ni mucho menos, su primera noche de insomnio. En su cuenta personal eran imposibles de contar. Noches en que Simon había estado nervioso o enfermo. Noches que había pasado dando vueltas y más vueltas en la cama, preocupada por las facturas. Noches que había llenado con docenas de tareas solo porque el día no había sido lo bastante largo para terminarlas.

Incluso había habido ocasiones en que había sido incapaz de dormir porque se sentía demasiado feliz para cerrar los ojos. Recordó que la primera noche en aquella casa la había empleado en pasarse horas recorriéndola, tocando las paredes, mirando por las ventanas, haciendo planes de todo el trabajo que quería realizar allí hasta convertirlo en un hogar para Simon.

Esa misma noche era otra gran ocasión, de modo que no tenía sentido lamentarse por perder algunas horas de sueño.

A medianoche seguía estando demasiado inquieta para acostarse, y decidió regalarse una ducha caliente y larga…, una ducha que no interrumpiría un chaval reclamando su atención.

Colgó su mejor camisón —de color rojo amapola— tras la puerta del baño y luego encendió una de las velas que ella misma había elaborado para que la habitación se llenase de fragancia además de vapor.

Zoe creía que los pequeños rituales marcaban la pauta para el sueño.

Se tranquilizó con el impulso del agua y el sedoso tacto del gel de flor de melocotonero que estaba considerando incluir entre los productos de su salón de belleza. Decidió que dejaría que la pista le diese vueltas en la cabeza, intentando verla primero como un todo. Después, como las piezas de un puzzle. Cada una de ellas debía explicarse a sí misma, de forma que iría tras su significado hasta…, hasta la siguiente.

Paso a paso, hasta que comenzase a ver con claridad. Para Malory había sido un cuadro, y un libro para Dana. ¿Qué le correspondería a ella? «¿Champú y crema facial?», se preguntó riéndose a medias. Esa era la clase de cosas que ella conocía. Eso y que era importante en el mundo de un niño. También sabía cómo hacer cosas. Cómo realizarlas o transformarlas.

Se recordó que era buena con las manos, y las giró debajo del agua mientras las examinaba. Pero ¿qué tenía eso que ver con caminos en un bosque o una diosa con espada?

«Un viaje», pensó al cerrar el grifo de la ducha. Eso debía de ser algún tipo de símbolo, porque en la realidad ella jamás había estado en ningún sitio. Y no parecía que eso fuese a cambiar en un futuro inmediato.

Quizá tuviese relación con su traslado al valle, o con la apertura de su negocio junto a Malory y Dana. «O —reflexionó mientras se secaba con una toalla— tal vez no sea más que la vida».

¿Su vida? ¿La de las tres hermanas? Se dijo que era algo que debía averiguar, mientras se extendía por la piel la loción con aroma a melocotón. En su propia vida no había nada muy interesante, pero quizá no tuviese por qué serlo. Se acordó de que Dana había tomado palabras concretas de su pista para trabajar sobre ellas. Tal vez debiese probar ese sistema.

La diosa con la espada…, eso era bastante fácil. Kyna llevaba la espada, y Kyna era su equivalente. Pero eso no explicaba cómo se suponía que iba a conocerla para hallar la llave que la liberaba.

Sacudiendo la cabeza, Zoe se volvió y miró hacia el espejo empañado que había sobre el lavamanos.

Su cabello era largo, un torrente negro que le caía por los hombros y hacía que su rostro pareciese muy, muy pálido. Sus ojos eran directos, intensos y dorados. Los vapores de la ducha caracoleaban entre Zoe y el espejo, y relucieron como una cortina cuando ella alzó una mano temblorosa para posarla sobre un reflejo que no era el suyo.

Durante un momento pareció que sus dedos iban a traspasar la cortina, el cristal, y tocar otra piel.

De pronto se encontró sola, en un cuarto de baño lleno de vapor, con la mano pegada al espejo empañado. Y mirando su propio rostro.

«Ya estás imaginando cosas», pensó, y bajó la mano. A eso lo llamaban proyección. Intentaba verse a sí misma en la joven diosa, y estaba lo bastante cansada y alterada para creer que podría. Se dijo que aquel era otro ángulo de vista que debía considerar; pero por la mañana, cuando tuviese el cerebro más despejado.

Se metió en la cama con sus papeles y se puso a revisar las listas de suministros. Para el salón de belleza, para la zona de spa que pensaba añadir más adelante, para el propio edificio.

Sopesó varias ideas nuevas, tomó algunas notas, trató de concentrarse.

Pero la llave y la pista continuaban dando vueltas al fondo de su mente.

Un bosque. Había muchos bosques en las Laurel Highlands de Pensilvania. ¿Se refería a un bosque literal, con árboles y todo eso, o era una metáfora?

A ella no se le daban muy bien las metáforas.

Sangre, ¿qué significaba la sangre? ¿Aludía a la sangre de Jordan, cuando resultó herido? ¿O era la de otra persona? ¿La de ella?

Desde luego, a lo largo de los años había sufrido muchos cortes y arañazos. Una vez, cuando tenía…, ¿cuántos años?, ¿once?, se cortó el pulgar. Estaba troceando tomates para hacer sandwiches. Sus dos hermanos pequeños empezaron a pegarse y uno de los críos chocó contra ella.

El cuchillo le rajó el pulgar, desde la punta hasta más abajo del nudillo, y del tajo empezó a salir sangre como de una fuente. Recordó que aún tenía la cicatriz mientras giraba el dedo y recorría con la vista la leve línea.

Pero esa cicatriz no era gran cosa, y desde luego no era ningún tipo de coraza. De modo que seguramente no se refería a ella.

Dolor y pérdida, sangre y desesperación. Dios, ¿por qué su pista tenía que ser tan deprimente?

Se dijo que debería hacer las cosas lo mejor que pudiese, sin más, y volvió a coger sus papeles. Parpadeó cuando empezó a ver borroso, y se quedó dormida con la luz encendida.

Soñó con su sangre, goteando rítmicamente sobre un espantoso suelo de linóleo marrón mientras unos niños gritaban a su alrededor.