—No entiendo cómo puedes estar tan tranquila —afirmó Malory mientras lavaba unos arándanos recién cogidos en el fregadero de la cocina.
—Oh, no es la primera vez que aso un pavo. —Zoe le dedicó una mueca por encima del hombro y continuó preparando los boniatos.
—Lo que no entiendo yo es cómo Zoe puede ser tan listilla —replicó Dana mientras torcía la boca delante de la montaña de patatas que aún le quedaba por pelar—. Cualquiera pensaría que un jodido enfrentamiento con un malvado dios hechicero, un conjuro escalofriante y cocinar para un ejército hundirían su estado de ánimo. En cambio, ¡oh, no!, nuestra Zoe está en buena forma esta mañana. Eso me obliga a abordar la cuestión. —Dana observó su cuchillo de mondar con el entrecejo fruncido—. ¿Por qué estamos aquí nosotras tres haciendo todo el trabajo mientras los hombres holgazanean como marqueses?
—Quería que estuviésemos solas un rato —explicó Zoe—, y esta era la forma más sencilla.
Dana acabó de pelar otra patata.
—Si tú lo dices…
—Y que Bradley me esté vigilando como un halcón me pone nerviosa.
—Un hombre tiene derecho a eso si te has desmayado en sus brazos —señaló Malory.
—No lo culpo. También es interesante que él estuviese allí para recogerme, ¿no te parece? Romántico, supongo, pero además interesante. Brad estaba arriba durmiendo, mientras yo estaba fuera durante… no sé cuánto. Horas. Se me antojaron minutos, pero en realidad fueron horas. —Volvió la vista hacia la puerta para asegurarse de que no hubiera nadie rondando—. Y después Brad ya no estaba durmiendo…, sino corriendo en la oscuridad y cortándose la manos. Kane intentó conseguir que regresara a Nueva York mentalmente, donde todo está ordenado, todo es normal.
—Sin embargo no lo logró. —Malory dejó el escurridor con los arándanos en el fregadero—. En el umbral… Era un momento decisivo, y Brad hizo su elección.
—Sí, la hizo, y también yo cuando le clavé las uñas a Kane. Esas son decisiones por las que hoy ambos podemos sentirnos de maravilla.
—Me encantaría haber visto cómo lo arañabas. —Dana atacó de nuevo las patatas—. Es lo único que lamento.
—Fue fantástico —admitió Zoe—. No recuerdo otra vez que haya hecho algo que me proporcionara tanta sensación de poder. A pesar de eso, después de todo, Brad bajó justo a tiempo para evitar que yo cayese al suelo de bruces. —El cuchillo descendió con un golpe seco—. Kane trató de mantenerlo lejos, atrapado en una ilusión.
—No quería que un hombre se interpusiera mientras él intimidaba a una damisela —dijo Malory agriamente.
—No, y creo que no quería que estuviésemos juntos mientras intentaba hacer que yo me sintiese como una perdedora.
—No hablas como si te sintieses una perdedora.
—Kane pulsó todos los botones adecuados, eso debo reconocérselo; pero no es el primero que los pulsa, y yo ya he aprendido a contrarrestarlos. Lo hizo porque está asustado. Porque estoy cerca. Porque sabe que puedo vencerlo. De modo que se centró en mis inseguridades y mis sentimientos, y luego trató de sobornarme. Y cuando nada de eso surtió efecto, se mosqueó.
—¿Se mosqueó? —Malory fue hasta ella y le rozó con suavidad los moretones de la mejilla—. Cielo, te agredió.
—Sí, tal vez, pero te prometo que él se ha quedado con un aspecto mucho peor. —Echó atrás la cabeza y soltó una carcajada—. Si yo hubiera estado en condiciones de pensar con claridad, habría continuado con una buena patada en las pelotas. Si es que tiene pelotas. Yo le he hecho daño, y Brad lo ha vencido. Juntos hemos logrado que huyera atemorizado. Y eso me alegra aún más el día. —Vio parpadear a Malory y suspiró—. Lo sé. Sé que no me queda mucho tiempo. Una parte de mí desea recorrer esta casa como una enferma mental para intentar encontrar la llave. En cambio esa no es la respuesta. No sé cuál es, solo sé que no es esa. De modo que voy a preparar la comida de Acción de Gracias, una comida de Acción de Gracias fabulosa. Porque soy parte de todos vosotros, y me siento muy agradecida por eso.
Dana dejó el cuchillo de mondar.
—Kane te ha hecho algo.
—Quizá sí —admitió Zoe—. Me ha atacado donde vivo. La pobrecita Zoe McCourt, que perdió la cabeza ante el primer chico que le sonrió. La que no acabó los estudios y se dedicó a gorronear peniques para poder comprar pañales para el bebé que tuvo que criar ella sola. ¿Por qué razón se cree que puede hacer algo que valga la pena? —Puso los boniatos en una fuente de horno con ayuda de una cuchara—. Pues porque puedo, y ya está. Vamos a tomar un vaso de vino.
—Bueno, ahora hablas con sentido común. —Aunque intercambió una mirada con Malory a espaldas de Zoe, Dana sacó una botella de Pinot Grigio.
—Hay cosas que voy a hacer hoy —dijo Zoe mientras cogía tres copas del armario—. Además de cocinar esto con vosotras y comérnoslo. Cosas que voy a hacer, cosas que voy a decir. Solo que primero he de organizarlas en mi cerebro. —Dejó las copas en la encimera y ladeó la cabeza mientras miraba por la ventana; vio a Simon y Brad recorriendo uno de los senderos del jardín que serpenteaban entre los arbustos, en dirección a los árboles—. ¿Qué diantres están haciendo?
Dana le puso una mano sobre el hombro mientras se inclinaba para servir el vino.
—Yo puedo decirte lo que no están haciendo: no están pelando patatas.
—¿Qué es lo que lleva Brad en la mano? —Zoe alzó su copa distraídamente y se desplazó un poco para tener mejor visión. Simon bailoteaba en torno a Brad, y los perros corrían de un lado a otro con la esperanza de iniciar un juego—. Se parece a… ¡Bueno, por todos los santos!
Se quedó contemplando, atónita, cómo Brad colgaba el comedero de pájaros de una rama, de modo que se balanceara sobre sus encantadores setos ornamentales. Después aupó a Simon para que pudiese meter comida por la abertura.
—Por todos los santos —repitió. Como en un sueño, dejó la copa de vino, fue hacia la puerta y salió al jardín.
—¿De qué coño va esto? —preguntó Dana.
—Ya me gustaría saberlo. —Con la nariz casi pegada al cristal de la ventana, Malory sonrió—. ¿Qué es eso? ¿Por qué han colgado una bota de un árbol?
A Zoe no se le había ocurrido coger una chaqueta, pero no le importó el penetrante viento, que llevaba hasta ella la risa de Simon mientras se alejaba corriendo para jugar con los perros. Además, su corazón estaba demasiado lleno de calor para que el frío pudiese tocarlo.
Brad continuaba en el sendero, con las manos en los bolsillos mientras observaba risueño el comedero. Al oír las pisadas de Zoe, se giró para saludarla y le preguntó:
—¿Qué opinas de esto?
Ella había ayudado a Simon a hacerlo, guiándolo en los pasos necesarios para transformar la bota de vaquero de un chillón color rojo en un comedero para pájaros, sujetándole las manos mientras abría un agujero en el cuero, viéndolo medir las tiras de madera para el techo puntiagudo.
Recordó que el niño se había sentido muy orgulloso, muy complacido de que nadie más de su clase hubiese realizado un proyecto como el suyo.
Simon le había dicho que podrían colgarlo en casa en el patio trasero, después de que lo puntuasen y se lo devolvieran.
«En casa», pensó Zoe.
—¿Simon te lo ha dado? —preguntó con precaución.
—Sí. Le han puesto un sobresaliente por él, ya sabes.
—Sí, lo sé.
—Hemos pensado… ¿Qué demonios estás haciendo aquí fuera sin abrigo?
Con un resoplido de impaciencia, Brad se quitó la chaqueta. Zoe permaneció en silencio mientras él le metía los brazos por las suaves mangas de piel color mantequilla.
—Os estaba viendo desde la cocina. Y me he fijado en que tú colgabas esto en tu precioso jardín, detrás de tu preciosa casa.
—Ajá. —Obviamente confundido, Brad alzó un hombro—. ¿Y?
—Simon te ha dado su comedero para pájaros, y tú lo has colgado. —En la base de la garganta le escocían las lágrimas—. Bradley, esto debe de ser lo más ridículo que has visto en tu vida. Es una bota vieja con un agujero. Vas a verla cada vez que mires por la ventana, y lo mismo todos los demás.
—Esa es la idea. —Retrocedió y miró la bota con una sonrisa radiante—. Es genial.
—Bradley, tengo que pedirte algo. Estaba pensando esta mañana, después de lo ocurrido…, estaba buscando la manera de pedírtelo. Aunque también pensaba que antes debería hablar con Simon, explicárselo y ver cómo él… —Se giró hacia el comedero y sonrió—. En cambio ahora veo que no tengo que hablar con él ni explicarle nada. Él ya ha elegido.
—¿Pedirme qué? —Alargó una mano para darle a la bota un empujoncito, solo por el placer de verla columpiarse.
—Quería pedirte que te cases conmigo. —Zoe sintió que todo su valor se evaporaba cuando Brad dejó caer la mano de golpe y se quedó mirándola sin pestañear, pero se esforzó por recuperarlo—. Pensaba que debía esperar hasta que todo lo demás hubiese terminado y yo hubiese mantenido una larga conversación con Simon y…, y toda esa clase de cosas. Hasta que no estuviese tan asustada por lo que pudiera pasar si te lo pedía. En cambio ahora pienso que ha sido una equivocación esperar y no haberte dicho que te quiero muchísimo, tanto que eso aún me asustaba más y por eso temía confiar en mí misma y en ti. Incluso en Simon. Además, ¡Dios!, me encantaría que dijeses algo y me cerraras la boca.
—Bueno, esto es bastante repentino. Espera un minuto.
Entre todas las posibilidades que Zoe se había imaginado —las mejores y las peores— no se encontraba que Brad se alejara para llamar a Simon. Notó que el calor le subía al rostro y a la vez se le formaba una bola de hielo en el estómago. No estaba segura de si era el resultado de la vergüenza, el dolor o la rabia. Se ciñó más la chaqueta mientras Brad se inclinaba para hablar con Simon.
No pudo oír lo que le decía, pero su hijo asintió rápidamente, lanzó un breve grito de guerra y se precipitó al interior de la casa a todo correr.
Con los pulgares metidos en los bolsillos delanteros del pantalón, Brad regresó al lado de Zoe. Su expresión era cortés y alegre.
—Veamos, ¿dónde nos habíamos quedado? Tú estabas pidiéndome que me casara contigo porque he colgado en el jardín el comedero para pájaros que me ha dado Simon.
—Sí. No. Maldita sea, Bradley, dicho así suena como si yo fuera idiota. A las únicas personas a las que Simon ha regalado cosas hechas por él mismo, aparte de a mí, es a los Hanson, y eso porque los considera como si fueran sus abuelos. Si te ha regalado esto es porque te quiere, y yo pensaba… ¡Lo has colgado!
—Resulta que me gusta. —No pudo evitar sonreír como un bobo cuando golpeó de nuevo con un dedo la bota de cuero rojo—. Me temo que quizá se te escape la originalidad artística del diseño; pero, aunque sea así…
—No me hables de originalidad artística. Déjame decirte algo, Bradley Charles Vane IV: si no estás preparado para mantener toda esa palabrería sobre estar enamorado de mí, entonces no sabes con quién has de vértelas.
Brad la miró con la misma sonrisa.
—¿Ah, no?
—Para mí, el matrimonio no es una broma, sino lo que espero del hombre al que amo y que asegura amarme. Mi hijo se merece un padre, no alguien que solo busque juguetear con las relaciones. Ninguno de nosotros lo aceptará.
Brad asintió.
—Supongo que eso está claro.
—¡Lo tengo! ¡Lo tengo! —Simon salió de la casa como una bala—. Estaba justo donde… —Se interrumpió ante la mirada de advertencia de Brad, pero, aunque bajó la cabeza, los hombros le temblaban de la risa.
—Me gustaría saber qué es tan divertido —dijo Zoe.
—Un pequeño asunto de hombres entre Simon y yo —explicó Brad al tiempo que sustraía con destreza la caja que Simon escondía en la mano—. ¿Sabes? Resulta que Simon y yo debatimos cierto tema hace un tiempo, y…
—Dijiste que tenías que esperar hasta que… —El niño encorvó los hombros al ver la mirada de Brad, y escarbó en el sendero con un pie—. Vale, vale, pero date prisa.
—Él y yo llegamos a un acuerdo —continuó Brad—. Y cuando se aclararon las dudas por ambos lados, me pareció adecuado enseñarle esto para que pudiese estar seguro de cuáles eran mis intenciones. —Alzó la cajita y la abrió.
—Era de su abuela y… ¡Jolín! ¿Es que no puedo decir nada? —protestó Simon cuando Brad lo hizo callar.
—Veamos primero qué tiene que decir tu madre.
Mirar el anillo era como mirar a las estrellas: delicado, brillante y bellísimo. Zoe solo pudo mover la cabeza con impotencia.
—Hace un minuto tenías muchas cosas que decir —señaló Brad—. Algo sobre que yo mantuviese mi palabra y lo que tú esperabas. En cualquier caso, a lo mejor yo debería responder a tu pregunta inicial. Sí. —Sacó el anillo del estuche—. Absolutamente sí. Seré tu marido y te amaré todos los días durante el resto de mi vida.
—Pónselo en el dedo —pidió Simon—. Se supone que tienes que ponérselo en el dedo, y después tienes que darle un beso.
—Conozco las instrucciones.
—¿Vosotros…, vosotros dos ya habíais hablado de esto? —logró preguntar Zoe.
—Así es. Cuando un chico acepta un padre, hay cosas que necesita saber. —Intercambió una mirada con Simon, una mirada que hizo que el corazón de Zoe centellease tan profusamente como el anillo—. Y cuando un hombre recibe un hijo, hay cosas que necesita decir.
—Son asuntos de hombre a hombre —afirmó Simon—. Tú no lo entenderías.
—¡Oh! —Ella sintió que en la garganta la risa se abría paso entre las lágrimas—. Entonces vale.
—Zoe, dame tu mano.
Ella lo miró primero a los ojos.
—Simon es lo más valioso del mundo para mí. —Posó la mano derecha sobre el hombro de su hijo y le tendió la izquierda a Brad—. Ahora los dos somos tuyos.
—Somos todos de todos.
A Zoe la embargó una sensación de calidez cuando el anillo se deslizó en su dedo y notó una deliciosa sacudida cuando le rodeó la piel.
—Encaja. Es precioso. Jamás he visto nada más hermoso.
—Pues yo sí. —Brad no separó los ojos de los de ella mientras la besaba.
—¿Ahora ya puedo llamarte papá? —Simon tiró a Brad de la manga—. ¿Puedo o tengo que esperar?
Cuando Brad cogió en brazos al niño, el corazón de Zoe ya estaba desbordado.
—No tienes que esperar. Ninguno de nosotros debe esperar. —Con la mano libre atrajo a Zoe, y los tres se convirtieron en una unidad—. No tenemos que esperar a nada.
Cuando oyó ovaciones procedentes de la casa, Zoe se giró y miró hacia allí. Todos sus amigos estaban en la terraza aplaudiendo.
—Les he contado algo —confesó Simon—. Cuando he entrado a por el anillo.
—¡Volved aquí! —les gritó Dana haciendo bocina con las manos—. Necesitamos champán, y lo necesitamos ya.
—Quiero ver cómo destapan las botellas. —Simon se liberó del abrazo y corrió hacia la casa.
A Zoe se le antojó que todo resplandecía como si lo hubiesen rociado con oro. Apretando con fuerza la mano de Brad, dio el primer paso por el sendero que llevaba a la casa.
Simon saltaba en la terraza. El perrito Homer trastabilló y acabó cayéndose, y Moe corrió en círculos en torno a él. Zoe vio cómo Flynn le propinaba a Jordan un puñetazo amistoso en el brazo, y vio como Malory cogía a Dana por la cintura.
Sintió la mano de Brad cálida contra la suya cuando sus dedos se entrelazaron.
Entonces lo supo.
—¡Oh! ¡Oh, por supuesto! ¡Qué sencillo! —La certeza la invadió como la luz, como aquella deliciosa luz dorada. Entonces saltó sobre Brad y se apretó contra él, riendo de pura alegría—. Qué perfecto y qué sencillo. ¡Deprisa!
Tirando de él, recorrió el sendero. «Un sendero que yo he elegido —se dijo—, y que mi hijo ha elegido también». El que lo cambiaba todo y conducía a su hogar.
—¡La llave! —En sus pestañas brillaban las lágrimas, pero aun así reía cuando llegaba a la terraza con el hombre que amaba, con su hijo, con su familia—. Sé dónde está la llave.
Fue hasta la puerta sin soltar la mano de Brad.
«La puerta de la cocina», pensó. La que utilizaban la familia, los amigos, los que vivían allí. La puerta de la vida diaria que jamás estaría cerrada para ella.
Se agachó y levantó el felpudo. Debajo de él, la llave era un resplandor dorado sobre la madera.
—Bienvenida a casa —dijo Zoe con dulzura, y la recogió—. Ahora es mi hogar, ¿lo ves? —Con la llave en la palma de la mano, se giró hacia Brad—. Tenía que creérmelo, desearlo, aceptarlo. Todo eso. Anoche me enfrenté a Kane aquí, cuando estaba tan baja de moral, tan asustada, tan cansada… De todas formas, me enfrenté a él y no logró que me rindiera. He encontrado la llave porque he peleado por ella. Y por ti, y por mí misma. —Cerró los dedos sobre la pieza de metal—. Lo hemos derrotado.
El viento llegó con un único y prolongado aullido. Rugió a través de la terraza con la suficiente violencia para empujarla hacia atrás y derribarla. A través de su bramido, Zoe oyó gritos y ruido de cristales rotos.
Rodó sobre sí misma y vio a sus amigos tirados por la terraza; vio a Brad protegiendo a Simon con su propio cuerpo de los cristales y objetos que volaban por el aire, y vio la niebla azul que reptaba por el suelo hacia ellos.
La llave latía dentro de su puño con un pulso frenético.
Zoe sabía que Kane mataría por conseguirla, los destruiría a todos ellos para detener aquel latido. Arrastrándose, se acercó a Brad y Simon.
—¿Está herido? Hijo, ¿estás herido?
—¡Mamá!
—¡Está bien! —contestó Brad a gritos—. Ve dentro. Entra en casa.
«Mi hogar», recordó ella sombríamente. Aquel cabrón no volvería a entrar en su hogar, nunca jamás pondría las manos sobre lo que era suyo. Deslizó la llave en la mano de Brad y se la cerró con fuerza.
—Protégelos. Llama a Rowena. Malory y Dana pueden convocarla.
«Si yo les doy la oportunidad», pensó, y tras reunir valor, fue rodando hasta el borde de la terraza. Mantuvo el puño apretado como si sujetara algo valiosísimo. Haciendo oídos sordos a los gritos que la llamaban a su espalda, se puso en pie. Encorvada contra la furia del viento, se dirigió a los árboles dando bandazos.
Kane iría tras ella, y eso les daría tiempo a los suyos. Mientras el hechicero creyese que la llave estaba en su poder, se centraría en ella. Los otros ya no significaban nada para él. «Insectos», se recordó a sí misma mientras se aferraba al tronco de un árbol para recuperar el equilibrio. En ese momento Kane no desperdiciaría su tiempo aplastando insectos.
Hasta que la llave se introdujese en la cerradura correspondiente, la guerra no habría concluido, de modo que Zoe se llevaría la batalla con ella.
La bruma le rodeó los tobillos, y pareció atraparla y tirar de ella, tanto que la invadió el pánico y comenzó a dar patadas y a chillar. Acabó cayendo de rodillas, y la pestilencia de la niebla le llenó la boca y los pulmones. Ahogándose, se levantó a duras penas y echó a correr.
El viento ya no era tan intenso, pero el frío…, oh, el frío era cortante, atravesaba el cuero de la chaqueta de Brad y el jersey y se le clavaba en la piel. Empezó a nevar con copos gruesos y sucios.
Kane estaba introduciéndola de nuevo en aquella primera ilusión. Zoe se presionó el vientre casi esperando notar la hinchazón del embarazo. Sin embargo, solo sintió el temblor de sus músculos tensos.
Llegó a la conclusión de que Kane estaba jugando con ella. Su ego se lo exigiría, para disfrutar de cierto entretenimiento. Desde luego, él podía atacarla en cuanto lo desease, arrebatarle la llave y vencer.
Desorientada, fue dando tumbos a través de la nevada, rezando para no estar dibujando un círculo que la llevase de nuevo a la casa. Su gente necesitaba tiempo. Ella había encontrado la llave. Si ellos podían llegar hasta la Urna de las Almas, Simon la abriría. Tenía que ser cierto. Él era parte de ella. Parte de su sangre y sus huesos. Su alma.
Una vez que se abriese la cerradura, todos estarían a salvo. Ella debía ocuparse de mantener a los suyos fuera de los pensamientos de Kane hasta que eso se llevara a cabo.
Un rayo negro rasgó el cielo y aterrizó a sus pies. Zoe chilló y se apartó del fuego, asfixiada por el nauseabundo olor del humo.
Cuando logró incorporarse de nuevo, Kane se interponía en su camino; su vestimenta negra ondeaba unos centímetros por encima de la nieve sucia.
—Una cobarde, después de todo. —En las mejillas aún se veían las señales dejadas por las uñas de Zoe—. Abandonas a tu propio hijo, a tus amigos, a tu amante, y echas a correr como un conejo para salvarte.
Ella dejó correr las lágrimas, deseosa de que él las viese y las tomara por una súplica. Se llevó la mano cerrada a la espalda, como si ocultara algo.
—No me hagas daño.
—Hace solo unas horas te he ofrecido hacer realidad tu mayor deseo. ¿Y cómo me lo has agradecido?
—Me asustaste. —Necesitaba un arma, pero temía despegar los ojos de él para buscar una.
—Deberías tener miedo. Deberías implorar. Si lo haces, quizá te perdone.
—Haré todo lo que tú quieras a cambio de que me dejes libre.
—Dame la llave por tu propia voluntad. Ven aquí, pónmela en la palma de la mano.
«Por propia voluntad», pensó Zoe. Esa era la trampa. Kane no podía cogerla por sí mismo, ni siquiera en esos momentos.
—Si te la doy, me matarás.
—Y si no… —la amenazó tácitamente—. En cambio, si me la entregas, si la trasvasas de tu mano a la mía, prescindiré de quedarme con tu alma. ¿Sabes lo que es vivir sin alma? ¿Sabes lo que es yacer inmóvil y vacía durante milenios, mientras tu… esencia está viva, aprisionada e indefensa? ¿Te arriesgarás a eso por algo que no tiene nada que ver contigo?
Zoe dio un paso adelante, como si la hubiese convencido.
—Rowena y Pitte nos dijeron que tú no podías derramar sangre humana, pero lo hiciste.
—Mi poder crece por encima del suyo. Más allá que el de cualquiera. —Al ver que ella avanzaba otro paso, sus pupilas parecieron cobrar color y dar vueltas—. El rey es débil y estúpido, casi más que un mortal en su dolor y sufrimiento. La guerra está prácticamente ganada. Cuando el día de hoy toque a su fin, yo reinaré. Todos los que han luchado contra mí, todos los que han pretendido detenerme, lo pagarán muy caro. Mi mundo volverá a estar unido de nuevo.
—Es el dolor lo que te proporciona el poder. Y el sufrimiento. ¿Es eso tu alma?
—Eres lista para ser mortal —reconoció—. La oscuridad siempre dominará a la luz. Yo escojo su fuerza. Mientras otros tratan por todos los medios de preservar esa luz y se distraen en batallas, política, diplomacia y normas de combate, yo utilizo la oscuridad. De modo que aquí estoy, y actúo a mi antojo hasta que todo haya terminado. Lo que hagáis vosotros o ellos para frenarme no es más que un retraso. Ahora, la llave.
—No puedes tenerla.
Kane estalló en cólera. Cuando alzó la mano, Zoe se agazapó, preparada para intentar esquivar el golpe.
Brad saltó a través de la cortina de nieve. Zoe vio el destello de un cuchillo, y lo vio hundirse, pero no pudo ver dónde. Se abalanzó hacia delante, pero volvió a retroceder cuando Brad chocó contra ella, arrojado hacia atrás.
—¡Cómo te atreves! —bramó el hechicero.
Zoe vio sangre en Kane, de un rojo brillante sobre el fondo negro. Entonces Brad la obligó a ponerse detrás de él.
—¿Y tú —replicó mientras giraba el cuchillo entre sus dedos— te atreves a pelear con un hombre o solo sabes enfrentarte a mujeres?
—¿O solo a mortales? —preguntó Pitte avanzando entre la nieve—. ¿Combatirás con alguien de tu misma condición, Kane? Poder contra poder, dios contra dios.
—Con mucho gusto.
—Mantente al margen, mujer —le ordenó Pitte a Rowena cuando esta se colocó a su lado.
—Sí. —Kane levantó el brazo—. Al margen.
Una sacudida estremeció el aire. Zoe salió volando y aterrizó violentamente de espaldas, junto a la ribera del río. Temblorosa, se dio la vuelta a duras penas. Vio a Brad a unos palmos de distancia, sangrando por la boca mientras se arrastraba hacia el cuchillo, que había saltado por los aires.
Sujetándose el brazo malherido, Zoe se puso de rodillas. Descubrió a Rowena tirada en el suelo, inmóvil, quizá muerta sobre la nieve sucia. Zoe comprendió que fuera la que fuese la fuerza que había empleado Kane, la había dirigido contra la diosa.
Pitte seguía en pie, sangrando, luchando. El aire chispeaba y humeaba de energía y poder, chisporroteaba de luz, rayos de oscuridad y un terrible sonido de desgarramiento.
—No te levantes —le ordenó Brad; luego escupió sangre y aferró el cuchillo.
Se abalanzó contra Kane, pero la muralla de bruma y nieve lo repelió.
—¡Ve al Risco! —le gritó a Zoe—. ¡Haz lo que has de hacer!
—No hay tiempo —respondió ella.
«La oscuridad domina a la luz», pensó mientras gateaba hacia Rowena. Podía sentir cómo la oscuridad ganaba peso, iba venciendo. Le temblaban los dedos cuando cogió la mano de Rowena. Estaba muy fría, pero percibió el pulso en la muñeca.
«Un dios puede respirar —se dijo—. Un dios puede morir».
Agarró la mano con angustia, y se giró hacia Pitte: lo vio caer sobre una rodilla, rotar y evitar un golpe mortal por unos centímetros.
—Ayúdame —pidió Zoe—. Ayúdame a detenerlo.
Levantó la cabeza de Rowena de la nieve y la sacudió mientras Brad daba puñetazos contra el muro.
Si pudiese reanimar a Rowena y Rowena añadiera su poder al de Pitte, aún podrían ganar. No queriendo emplear la nieve que Kane había creado, se arrastró hasta el río y metió las manos en el agua.
Vio el reflejo en la superficie, la joven diosa guerrera con su mismo rostro.
—Ayúdame —dijo de nuevo mientras sumergía un brazo en el agua.
Y sacó una espada.
Relucía como la plata en la luz mortecina, y el viento que silbaba a su alrededor entonó un canto. El poder, tan claro como el agua, recorría toda su longitud.
Sujetando la empuñadura con ambas manos, Zoe hizo un esfuerzo para ponerse en pie y, tras alzar el arma por encima de la cabeza, arremetió. Un grito guerrero brotó de su garganta —un sonido que no era completamente suyo—. En cuanto lo oyó, Kane se dio la vuelta hacia ella.
Hubo un choque, una especie de descarga eléctrica cuando ella atravesó la pared. Del impacto surgieron chispas. En la cabeza de Zoe había miles de gritos; en su piel, la sensación de un incendio. Cuando Kane elevó los brazos para atacarla, ella le clavó la hoja de la espada en medio del corazón.
El suelo osciló bajo sus pies, y los brazos le temblaron por el repentino impacto del frío. Vio como el rostro de Kane cambiaba: la furia, la conmoción, incluso el miedo se desvanecieron mientras los ojos se le teñían de rojo. Se le alargó la mandíbula y se le hundieron las mejillas cuando la ilusión de la belleza murió.
El pelo se tornó canoso y se transformó en finas volutas, y cuando despegó los labios quedaron a la vista unos colmillos afilados como sables.
Aunque se tambaleaba por la tensión, Zoe mantuvo firmemente asida la espada cuando él cayó. Jadeando, se irguió ante él y vio morir a un dios.
Kane se desvaneció en la bruma, o la bruma en él, hasta que no hubo nada más que su sombra en la nieve. Después la sombra se esfumó, y Zoe se quedó sosteniendo una espada con la punta hundida en la tierra.
—Has luchado muy bien, joven madre. —Con la voz tamizada por el dolor, Pitte se arrodilló ante ella, le tomó la mano y le besó los dedos—. Te debo más que mi vida.
—Rowena… está herida.
—Yo me ocuparé de ella. —Con un esfuerzo evidente, Pitte se puso en pie y le sonrió cuando ella le tendió la espada—. Ahora te pertenece a ti —dijo, y fue a cuidar de su mujer.
—Zoe. —Con el rostro manchado de sangre y humo, Brad le tocó el pelo, la mejilla, y después, con un sonido estrangulado, la estrechó fuerte entre sus brazos—. Zoe.
—Estoy bien. Estás herido. ¿Estás herido? Simon…
Él la mantuvo bien cogida cuando ella trató de separarse.
—Está a salvo, te lo prometo. Me he asegurado de que estuviese a salvo antes de venir a buscarte. Confía en mí.
Zoe soltó la espada y se abrazó a él.
—Sí, con todo lo que tengo.