18

A la mañana siguiente, Malory irrumpió en ConSentidos agitando uno de los varios ejemplares de El Correo que llevaba.

—¡El artículo! Nuestro artículo sale en la edición de la mañana.

Miró a la derecha, a la izquierda, hacia lo alto de las escaleras, y luego soltó un resoplido enfurruñado al ver que nadie aparecía corriendo. El artículo de Flynn sobre ConSentidos y sus «innovadoras propietarias» —¡oh, le encantaba esa parte!— iba en la primera página de las noticias del valle… ¿y ella no podía conseguir ninguna reacción de sus socias?

Con el abrigo ondeando a sus espaldas, fue disparada hacia la sección de Dana. Como siempre, la visión del color, los libros, las preciosas mesas…, todo en general le dio ganas de ponerse a bailar de alegría. De modo que se dirigió danzando a la habitación contigua y sonrió cuando vio a Dana detrás del mostrador con el teléfono en la oreja.

Tras añadir una sacudida y un giro a su danza, agitó el periódico, pero Dana se limitó a asentir con la cabeza y continuar hablando:

—Eso es. Sí, lo tengo disponible. Estaré encantada. Sí que podría…, sí… Bueno, yo no… Ajá. —Saludó con un gesto alegre a Malory y se estremeció en cuanto vio el periódico que su amiga había colocado delante de ella, sobre el mostrador—. Enseguida la paso con el salón de belleza. —Respiró hondo y se quedó mirando fijamente el recién instalado sistema telefónico—. Por favor, permite que pase bien la llamada. Por favor, no permitas que corte la comunicación. —Pulsó unos cuantos botones, cruzó los dedos y luego colgó el auricular. Un instante después oyó el débil sonido de un teléfono en el piso de arriba—. Gracias, Dios. Mal, no te lo vas a creer.

—Olvídalo. ¡Mira esto! Mira, mira. —Clavó un dedo en el artículo.

—Oh, eso. —Al ver que a Malory se le descolgaba la mandíbula, Dana sacó un montón de copias de El Correo de debajo del mostrador—. He comprado cinco. Lo he leído dos veces. Y habría vuelto a leerlo, pero he estado ocupada manipulando este teléfono. Mal…, creo que ese es el tuyo.

—¿Mi qué?

—Tu teléfono. —Dana rodeó el mostrador, agarró a Malory del brazo y la arrastró hasta el otro extremo de la casa—. He entrado hace diez minutos, y los teléfonos ya estaban sonando. Zoe ha dicho… No importa. Contesta.

—Mi teléfono está sonando —murmuró Malory, y se quedó mirándolo como si fuese un artilugio alienígena.

—Observa esto. —Dana carraspeó y alzó el auricular—. Buenos días, ConSentidos, la Galería. Sí. Un momento, por favor, enseguida le paso con la señorita Price. —Apretó el botón de espera—. Señorita Price, tiene una llamada.

—Tengo una llamada. De acuerdo. —Se secó las manos en el abrigo—. Soy capaz de ello. Lo he hecho durante años para otra persona, así que puedo hacerlo para mí misma. —Abrió la línea—. Buenos días. Soy Malory Price.

Tres minutos más tarde, ella y Dana estaban bailando una polca veloz a lo largo de la estancia y el vestíbulo.

—¡Hemos triunfado! —gritó Dana—. Es un éxito y ni siquiera hemos abierto las puertas. Vamos arriba a ver a Zoe.

—¿Y no atendemos los teléfonos?

—Deja que vuelvan a llamar. —Riéndose como una loca, Dana subió las escaleras tirando de Malory.

Zoe estada sentada en una de sus sillas del salón de belleza inclinada hacia atrás y con una expresión de incredulidad en la cara. Dana voló hacia ella e impulsó la silla, que se puso a girar con fuerza.

—¡Somos cojonudas!

—Tengo citas concertadas —balbuceó Zoe a duras penas—. Ya casi tengo el sábado completo del todo, y hay dos manicuras, una pedicura, una para cortar y teñir, y dos masajes para el viernes. Además una madre y su hija me han pedido hora para un tratamiento facial la semana que viene. ¡La semana que viene!

—Esto hay que celebrarlo —decidió Malory—. ¿Por qué no tenemos champán aquí? Si tuviésemos champán y zumo de naranja, podríamos preparar mimosas.

—El teléfono estaba sonando cuando he llegado —continuó Zoe con la misma voz aturdida—. Aún no eran ni siquiera las nueve y el teléfono ya estaba sonando. Todo el mundo decía que había leído el artículo en el periódico. Quiero casarme con Flynn y ser la madre de sus hijos. Lo lamento, Mal, pero creo que es mi deber.

—Ponte a la cola. —Malory cogió el ejemplar de El Correo que Zoe tenía sobre el mueble modular—. Mirad esto, ¿no estamos magníficas? —Alzó la página en la que aparecían las tres fotografiadas cogiéndose por la cintura en medio del vestíbulo que conectaba sus empresas—. Price, McCourt y Steele —leyó—, la belleza y el cerebro que se esconden detrás de ConSentidos.

—Debo decir que Flynn ha hecho un trabajo impecable con este artículo. —Dana se inclinó sobre el hombro de Malory para examinarlo de nuevo—. Damos una impresión estupenda, aunque, claro, eso no es ninguna novedad. Lo cierto es que ha acertado con el enfoque que le da a ConSentidos. Un toque divertido. Además, toda la historia esa de que es un local llevado solo por mujeres, de que se rehabilita un edificio y del impulso que supone para la economía del valle, bla, bla, bla. Eso interesa a la gente.

—Y aparecemos realmente divinas —añadió Zoe—, lo que nunca está de más. Yo he leído el artículo antes de desayunar, y después he tenido que volver a leerlo cuando ya había llegado aquí.

—Lo llevaré a enmarcar —afirmó Malory—. Colgaremos una copia en la cocina. —Sacó un bloc de notas del bolso para apuntarlo—. Ah, aprovechando que tengo esto en la mano, podemos repasar lo que vamos a servir el viernes en la inauguración. Yo traeré las pastas. Dana, tú te ocupas de las bebidas, y Zoe, de la fruta y el queso.

—Mi teléfono está sonando otra vez —dijo Zoe, que dejó asombradas a sus amigas porque se puso a llorar.

—¡Oh, oh! Tú te encargas de ella —le indicó Dana a Malory—. Yo contestaré al teléfono.

Y salió disparada hacia la recepción mientras Dana sacaba pañuelos de papel de una caja que había sobre la mesa y se los ponía a Zoe en las manos.

—Lo lamento, lo lamento. ¿Por qué sigo haciendo esto?

—No te lo guardes. Venga, suéltalo todo.

Zoe no podía parar, y solo logró emitir un sollozo estrangulado y mover una mano hacia Dana cuando volvió de hablar por teléfono.

—Bajemos a la cocina a tomar un té. —Malory levantó a Zoe de forma brusca y, tras pasarle un brazo por la cintura, la sacó del salón de belleza.

—De acuerdo. Vale. Dios, pero qué idiota soy. —Zoe se sonó con rabia—. No sé qué coño me está pasando.

—Pues podría ser que estás a punto de abrir un negocio, que debes finalizar una búsqueda que se acerca a su fecha límite y que hay un hombre. Quizá la combinación de las tres cosas haya traído una ligera sombra de estrés a tu vida. Cielo, vamos a descansar un rato aquí y ahora mismo.

—Me siento de lo más imbécil. —Todavía sorbiendo por la nariz, Zoe dejó que Malory la sentase en una silla de la cocina—. ¿Por qué tengo que llorar? Todo es fantástico, todo es maravilloso. —Las lágrimas se desbordaron de nuevo, y Zoe se limitó a apoyar la cabeza sobre la mesa y sollozar—. Estoy asustadísima.

—Eso no es nada malo. —Colocándose detrás de ella, Malory empezó a masajearle los hombros mientras Dana ponía a hervir el agua del té—. No es nada malo sentirse asustada, cielo.

—No tengo tiempo para estar asustada. Tengo mi propio salón de belleza. Llevo casi diez años pensando cómo podría lograrlo, y ahora es real. El teléfono está sonando. Eso me hace absolutamente feliz, pero, entonces, ¿por qué me derrumbo?

—Yo también estoy asustada.

Zoe alzó la cabeza y miró a Malory parpadeando.

—¿Tú?

—Aterrorizada. Cuando he leído el artículo de Flynn por primera vez, he notado que me zumbaban los oídos y un gusto metálico en el fondo de la garganta. Cuanto más contenta me sentía, más intenso era el zumbido y más saliva tenía que tragar para eliminar el mal sabor de boca.

—Yo sigo despertándome en mitad de la noche. —Dana se giró hacia el fogón—. Pienso: «Voy a abrir una librería», y en mi estómago se despiertan las mariposas y celebran una fiesta.

—Oh, gracias, Dios. —Escandalosamente aliviada, Zoe se apretó las sienes con fuerza—. Gracias, Dios. Todo va bien cuando estoy ocupada, si estoy haciendo algo o pensando en todo lo que debo hacer. Sin embargo, a veces, cuando me paro y todo se me cae encima de golpe, lo que deseo es encerrarme en un armario bien oscuro y lloriquear. Aunque al mismo tiempo deseo dar volteretas laterales. Me estoy volviendo loca yo solita.

—Las tres estamos en el mismo barco —afirmó Dana—, que ha recibido el nombre de Neurosis.

Zoe logró esbozar una sonrisa llorosa mientras Dana disponía unas coloridas tazas sobre la mesa.

—La verdad es que me alegra que a vosotras también os enloquezca esto. Comenzaba a sentirme una completa idiota. Hay algo más: creo que sé dónde está la llave. No exactamente —añadió enseguida en cuanto notó que los dedos de Malory saltaban sobre sus hombros—, pero creo que está en casa de Bradley. Hay algo especial en ese lugar. Además, cuando ayer consideré esa posibilidad algo pareció abrirse ante mí. Presiento que estoy en lo cierto. Por eso, porque siento que estoy a un paso de encontrarla, dentro de mí está todo revuelto.

—¿Porque estás a punto de encontrar la llave o porque está en casa de Brad? —preguntó Malory.

—Por ambas razones. —Zoe cogió su taza con las dos manos—. Todo está llegando a un punto crucial. La búsqueda, ConSentidos. Me he centrado tanto en esos dos asuntos desde septiembre que ahora que están tan cerca de terminar sé que debo empezar a mirar más allá, a lo que va a ocurrir luego. Y no puedo verlo. Tener dos propósitos tan importantes como estos ha sido mi motor. Ahora tendré que afrontar las consecuencias.

—No tendrás que hacerlo tú sola —le recordó Malory.

—Ya lo sé. Esa es otra parte del tema. Estoy habituada a lidiar con los problemas por mí misma. En toda mi vida, aparte de Simon, jamás he estado tan próxima a nadie como lo estoy de vosotras dos. Es como un regalo increíble. Aquí tienes a estas dos mujeres maravillosas, que serán tus amigas; tu familia.

—Joder, Zoe —Dana cogió uno de los arrugados pañuelos de papel—, vas a conseguir que me eche a llorar.

—Lo que quiero decir es que aún estoy acostumbrándome a saber que os tengo. A comprender que puedo llamaros por teléfono si os necesito, o sencillamente pasar a visitaros. Venir aquí y veros. Que puedo contaros que estoy asustada, o triste, o contenta, o que necesito ayuda…, lo que sea, y que vosotras estaréis ahí. —Bebió té para aliviar el escozor de la garganta, y luego dejó la taza—. Después están los chicos. Nunca había sido amiga de ningún hombre. No de verdad. Con Flynn y Jordan… puedo charlar o estar con ellos sin ninguna razón, flirtear sabiendo que no hay nada más que amistad. También sé que Simon puede pasar tiempo con ellos y tener esa clase de influencia masculina adulta… Eso es otro regalo.

—No has mencionado a Brad —señaló Malory.

—Estaba a punto de hacerlo. Estoy nerviosa y emocionada porque tengo la certeza de que voy encontrar la llave, y de que está conectada a Brad. Al mismo tiempo, saber que está conectada a él me da más miedo del que he sentido jamás por nada.

—Zoe, ¿te has planteado que quizá sea el miedo lo que te impide encontrar la llave? —preguntó Dana.

Ella asintió.

—Sí, pero no puedo obviarlo. Brad cree que está enamorado de mí.

—¿Por qué lo matizas de ese modo? —inquirió Malory—. ¿Por qué no te limitas a decir que está enamorado de ti?

—A lo mejor porque lo deseo demasiado. No solo lo deseo por mí, sino también por Simon. Sé que es parte de todo esto. Bradley es fantástico con él, pero su relación es todavía…, bueno, una novedad. Lo cierto es que Simon es un chaval de casi diez años, y es hijo de otro hombre.

Sin pronunciar ni una palabra, Dana se acercó al armario y sacó su caja de bombones para las emergencias. La dejó sobre la mesa, delante de Zoe.

—Gracias. —Mientras elegía uno al azar, Zoe soltó un suspiro—. Si Bradley me ama, aceptará a Simon. Sé que siempre sería bueno y amable con él, de eso estoy segura. Sin embargo, ¿no faltaría algo, esa conexión inquebrantable?

—No tengo ni idea. —Malory se hundió una mano entre los rizos de la melena—. En cualquier caso, yo diría que eso es algo que deben resolver ellos dos.

—Sí, pero Simon está acostumbrado a que estemos siempre los dos juntos, y solos, a ser el centro de mi atención, a hacer lo que yo digo… o a intentar hacer lo que yo digo. Para que esto funcione, necesitará tiempo para ver a Bradley como a algo más que un amigo con una sala de juegos alucinante. Tiempo para adaptarse a que haya alguien más con auténtica autoridad sobre él, al igual que Brad deberá adaptarse a tener un hijo ya algo crecido. Si tomara ese camino por mi cuenta, implicaría que los arrastraría a los dos conmigo, y quizá antes de que estén preparados.

—Eso es sensato. —Cediendo a la tentación, Malory cogió uno de los bombones—. Es lógico. Sin embargo, a veces esta clase de asuntos no son ni una cosa ni la otra.

Zoe soltó un resoplido.

—Hay algo más. Rowena y Pitte dijeron que cuanto más me importase Bradley, con más fuerza lo atacaría Kane.

—De modo que te estás reprimiendo para protegerlo. —Dana arqueó las cejas—. Eso cabreará a Brad. Sé que si se tratara de Jordan, solo porque quiero a ese gilipollas, probablemente yo trataría de hacer lo mismo.

—He estado dándole vueltas y más vueltas en la cabeza. De esta manera y de aquella. Si hago esto, qué sucederá. Si hago lo otro… —Se encogió de hombros, cansada—. Hay demasiado en juego. Todo está en juego ahora, así que no puedo coger nada solo porque me parezca brillante y hermoso; al menos no sin tener en cuenta las consecuencias.

—A lo mejor deberías añadir algo más a la mezcla. —Malory le puso una mano sobre el hombro—. Puede que no te decidas a coger algo brillante y hermoso porque para ello deberías renunciar a otras cosas.

—¿A qué debería renunciar?

—A la casa y la vida que has construido por ti misma. A la familia que has creado con Simon. La forma de todo lo que tienes ahora cambiará para siempre si alargas la mano y coges algo más. Es una idea terrorífica, Zoe. Si no alargas la mano, puedes perder a Brad. Si la alargas, se te escapará otra cosa. Has de decidir qué es más valioso para ti.

—No se trata de mí. Ni siquiera solo de mí, Simon y Brad. —Zoe se puso en pie y llevó su taza al fregadero—. Mi llave está relacionada con la valentía, pero ¿la de tomar algo o la de renunciar a ello? Hemos leído mucho sobre dioses, y sabemos que no siempre son amables, ni justos. También sabemos que quieren algo a cambio. —Se dio la vuelta—. En caso de fracasar, la penalización…, antes de que fuese revocada, habría sido la pérdida de un año de nuestras vidas. Ni siquiera habríamos sabido cuál. Podría haber sido incluso este año, justo ahora. En eso hay una especie de crueldad. Malory, a ti se te dio algo que habías deseado toda tu vida. Te dejaron poseerlo, saborearlo, sentirlo. Sin embargo, para encontrar la llave tuviste que devolverlo. Eso te dolió.

—Sí, me dolió.

—Y tú, Dana, casi pierdes la vida para hallar tu llave. Los dioses cambiaron las reglas y podrías haber muerto.

—Pero no fue así.

—Sin embargo, podrías haber muerto. ¿Crees que los dioses habrían derramado una sola lágrima?

—Rowena y Pitte… —empezó Malory.

—Para ellos es diferente. Han vivido con nosotros durante miles de años, y en algunos aspectos no son más que simples peones, como nosotras. En cambio, a los que habitan al otro lado de la Cortina de los Sueños, a los que nos observan desde detrás, ¿les preocupa si después de esto vivimos felices o no? —Volvió a sentarse—. ¿Cómo nos conocimos nosotras tres? ¿Cómo es que teníamos tiempo para buscar las llaves? Habíamos perdido nuestros respectivos empleos. Un puesto de trabajo que, en mi caso, yo necesitaba, y que vosotras dos adorabais. Los dioses nos los arrebataron para que pudiésemos ser más útiles, y después nos tentaron con dinero contante y sonante para que firmáramos en la línea de puntos. Puede que su motivación fuese noble y generosa, pero nos manipularon.

—Tienes razón —admitió Dana—. No hay nada que objetar a eso.

—Conseguimos este local gracias a ese dinero —prosiguió Zoe—. Pero nos lo ganamos. Nosotras corrimos el riesgo, hicimos el trabajo. Si este sitio es un milagro, lo hemos realizado nosotras.

Asintiendo, Malory se recostó en su silla.

—Continúa.

—De acuerdo. Flynn y tú. Vosotros os conocisteis cuando os conocisteis porque él estaba conectado a la historia. Tú te enamoraste de él, y él de ti. Pero si eso no hubiese ocurrido, incluso sin que hubiese ocurrido, tú habrías tomado la decisión que tomaste en el desván. No habrías aceptado una ilusión, por mucho que lo desearas, sacrificando unas almas. Lo sé porque te conozco. Si tú quisieras a Flynn del mismo modo que yo, como a un amigo, como a una especie de hermano, habrías hecho lo mismo.

—Eso espero —replicó Malory—. Quiero pensar que sí.

—Yo sé que sí. También podríais haber sentido algo más efímero el uno por el otro, algo que se hubiera debilitado después de finalizar el mes que duró tu búsqueda de la llave, en vez de volverse más profundo. A los dioses no les habría importado nada tu felicidad, solo les importaba si tenías éxito o fallabas.

—Eso puede que sea verdad, pero las cosas que experimenté y las elecciones que tomé durante ese mes eran parte de lo que he construido y de lo que tengo con Flynn.

—Pero eres tú quien lo ha construido junto con él —repuso Zoe—. Jordan regresó al valle en ese momento porque también estaba conectado. Era una pieza más que había que añadir. Dana, tú necesitabas aclarar tus sentimientos hacia él; eso era algo fundamental. Pero podrías haberlos aclarado de manera diferente con los mismos resultados. Podrías haberle perdonado. Podrías haber comprendido que no lo amabas, pero que apreciabas vuestra historia juntos. La amistad más que la pasión. Podrías haber renunciado a lo que había entre vosotros y, aun así, haber encontrado la llave. Tú no estás pensando en un ramo de azahar porque los dioses te hayan sonreído.

—Quizá lo del ramo de azahar sea llevarlo un poco demasiado lejos, pero vale, te sigo. —Con gesto ausente, Dana pescó un bombón y se puso a mordisquearlo mientras reflexionaba—. Cuando te vuelves a mirarlo todo en conjunto, es lo que nos dijeron desde el principio. Cada una de nosotras es una llave. De modo que lo que obtengamos, o no, al final está en nuestras manos.

—Sin embargo ellos nos manipulan —apuntó Zoe—. Nos reunieron a las tres y nos lanzaron a esas situaciones. Bradley ha regresado al valle, y eso no es nada extraño, porque este es su hogar y él tiene ambiciones puestas aquí. A pesar de ello, sin toda esta historia yo jamás lo habría conocido. Malory podría haberse tropezado con Flynn en cualquier momento, pero es de lo más improbable que yo hubiese tenido la posibilidad de conocer a Bradley Charles Vane IV. ¿Y qué es lo primero que empujó a Bradley hacia mí? El cuadro. Manipularon sus sentimientos. —Estaba muy irritada solo de pensar en eso. Con los ojos echando chispas, se puso a comer bombones—. Ya sé que ahora no se trata de un cuadro, pero el cambio que se ha producido en Bradley es un mero incidente para ellos. Tenían que forzar que nos conociéramos para que yo pudiera ser conducida a la llave (o alejada de ella, según el lado en que se encuentre cada uno). Tanto si la hallo como si no, mi utilidad llegará pronto a su fin, lo mismo que la de Bradley. ¿Creéis que a los dioses les preocupa que esa utilidad implique dolor, sufrimiento y pérdida? —Empezó a ponerse furiosa; su voz sonaba tan cortante como un cuchillo—. Si eso significa que su corazón, o el mío, termina roto, a ellos les tendrá sin cuidado. ¿No es incluso probable que ese tormento sea necesario para el último paso? Desesperación y dolor, eso está en mi pista. Y sangre —prosiguió—. No será la de Bradley. No me arriesgaré a eso ni siquiera para salvar tres almas.

—Zoe —Malory habló con cuidado—, si ya os amáis el uno al otro, entonces, ¿no habéis construido ya vuestro propio final?

—¿Crees de verdad que lo hemos hecho? ¿O esa es mi ilusión y lo que tendré que sacrificar? Hay otra parte de la pista. ¿Cómo se supone que he de mirar a la diosa y saber cuál es el momento de alzar la espada y cuál el de bajarla? ¿Lucho por lo que quiero para mí o me rindo por el bien general?

—Esas son suposiciones lógicas y razonables, preguntas lógicas y razonables. —Dana levantó una mano antes de que Malory pudiese poner alguna objeción—. Los dioses no tienen por qué gustarnos, pero deberíamos darles crédito. Nadie nos prometió que al final de esto íbamos a aterrizar sobre una montaña de pétalos de rosa. Lo que nos prometieron fue una montaña de dinero.

—Que le den por el culo al dinero —soltó Malory.

—Me encantaría poder decirte que te mordieras la lengua, pero por desgracia siento lo mismo que tú. De todas formas —señaló Dana—, aunque Zoe ha planteado esas suposiciones tan lógicas y razonables, se ha dejado fuera las partes sobre la esperanza, la dicha y la realización. Sobre los caminos que se cruzan y que llevan unos a otros.

—Estoy sentada en el corazón de esa dicha, esperanza y realización justo aquí y ahora, con vosotras dos. —Zoe extendió los brazos para abarcar la estancia y todo lo que habían levantado entre las tres—. No estoy dejando fuera esas partes, pero necesito ser realista. Debo serlo porque quiero creer, casi más de lo que puedo soportar, que cuando llegue al final del plazo con esa maldita llave en la mano voy a tener una oportunidad de…, de algo más.

—Entonces, ¿qué viene ahora? —preguntó Dana.

—Necesito que vosotras dos penséis en esto. Sois las únicas que habéis tocado de verdad una de las llaves. Dana, Jordan, Flynn y tú conocéis la casa de Bradley casi como él mismo. Admitiré toda la ayuda que pueda recibir. —Se puso en pie—. De todas formas, en este preciso instante será mejor que empecemos a contestar de nuevo los teléfonos.

Sólo quedaba una pequeña muestra de la luna, una simple y fina curva que flotaba en el cielo negro. Aunque Zoe deseaba, desesperadamente, una tormenta con nubes oscuras que tapase incluso ese resto, no podía dejar de mirar aquella luz menguante.

Había buscado en todas partes. En ocasiones estaba segura de que sus ojos o sus dedos se habían deslizado sobre aquel resplandor dorado, pero era incapaz de verlo o tocarlo. A menos que lo lograra en las próximas cuarenta y ocho horas, todo por lo que habían pasado Malory y Dana, todo lo que habían conseguido, no habría servido para nada.

Las Hijas de Cristal yacerían eternamente en sus ataúdes de cristal, inmóviles y vacías.

Envuelta en una chaqueta, se sentó en la terraza trasera mientras intentaba aferrarse a aquella última esquirla de esperanza.

—Está aquí, lo sé. ¿Qué es lo que se me escapa? ¿Qué es lo que no he hecho que debería haber hecho?

—Mortales… —dijo Kane a su espalda—. Miran hacia lo que ellos llaman los cielos y preguntan qué hacer, qué pensar.

Zoe se quedó petrificada, y él le pasó la punta del dedo por la base del cuello. Ella percibió el contacto como una línea de hielo.

—Eso me divierte. —Sus suaves botas no hicieron ningún ruido mientras la rodeaba para ir a recostarse contra la barandilla de la terraza.

Zoe pensó que era de una belleza imponente. Una belleza apropiada para la oscuridad, para las noches sin luna, para las tormentas.

—Has fallado —anunció él con absoluta naturalidad.

—No es cierto. —El frío empezó a colársele en los huesos, y tuvo que reprimir la necesidad de echarse a temblar—. Todavía queda tiempo.

—Se va consumiendo, minuto a minuto. Cuando el último vestigio de la luna se vuelva negro, yo lo tendré todo. Y tú no tendrás nada.

—No deberías venir aquí a regodearte antes de que haya acabado el plazo. —Zoe quería levantarse, ponerse de pie en una posición desafiante, pero sus piernas parecían de goma—. Da mala suerte.

—La suerte es una superstición de los mortales, una de vuestras muchas muletas. La especie humana las necesita. —Deslizó los dedos por la cadena de plata del amuleto que llevaba al cuello y comenzó a moverlo lentamente de un lado a otro.

—¿Por qué nos odias?

—El odio indica un sentimiento. ¿Acaso tú sientes algo por el insecto que aplastas con el pie? Para mí, vosotros sois menos que eso.

—Pues yo no mantengo conversaciones con el insecto que aplasto. En cambio, aquí estás tú.

Una oleada de irritación recorrió el rostro de Kane, y eso proporcionó a Zoe cierta firmeza.

—Como ya te he dicho, me divertís. Especialmente tú, de las tres que Rowena y Pitte han escogido para esta condenada misión. La primera… tenía estilo y una mente despierta. La segunda era puro fuego e inteligencia.

—Ellas te vencieron.

—¿De verdad? —Soltó una carcajada, un sonido suave, desdeñoso y burlón, mientras balanceaba el colgante—. ¿No te has planteado que, después de tanto tiempo, podría apetecerme un poco de diversión? Si todo hubiera concluido rápidamente, me habría negado a mí mismo el entretenimiento de veros tramando, planeando y felicitándoos. Haberlo terminado enseguida también habría significado privarme del placer de ver cómo te retuerces ahora. Tú me interesabas sencillamente porque careces del cerebro y la clase de tus compañeras. Casi sin estudios y criada en un ambiente miserable. —Cambió de postura mientras levantaba el amuleto un par de centímetros—. Dime una cosa: ¿dónde estarías ahora de no haber recibido la invitación del Risco del Guerrero? Desde luego que no en esta casa, no con su propietario. Ese hombre, cuando se apague el… resplandor de este objetivo común, te verá como lo que eres. Te dará la espalda, como hizo el otro. En cualquier caso, tú ya sabes eso.

El balanceo lento y regular del colgante de plata comenzó a marear a Zoe.

—Tú no sabes nada sobre mí. Ni sobre él.

—Sé que eres una fracasada. Y cuando falles en tu búsqueda, también lo sabrán los demás. Fue muy cruel por parte de Pitte y Rowena involucrarte en esto, esperar tanto de ti, mezclarte con esas personas —continuó Kane, mientras una neblina se extendía en finas nubes azules por el suelo de la terraza—. Personas que tienen mucho más que ofrecer que tú. Fue cruel dejarte saborear cómo podría ser la vida para que ahora pases el resto de tus días ansiándolo.

—Mis amigos…

—¡Amistad! Otra ilusión propia de los mortales, y tan falsa como la suerte. Ellos te abandonarán en cuanto fracases, y vas a fracasar. Una mano como la tuya no está destinada a girar la llave. —Su voz se había vuelto tranquilizadora. Kane se irguió y se acercó más a Zoe, con el amuleto oscilando y oscilando, como un péndulo reluciente—. Siento cierta simpatía por ti. La suficiente para ofrecerte una compensación. De todas las cosas que Rowena y Pitte han introducido tan a la ligera en tu vida, ¿cuál te gustaría conservar? ¿Tu pequeño negocio, esta casa o el hombre? Elige una y yo te garantizo que será tuya.

Estaba hipnotizándola. Zoe podía sentir que iba a la deriva, notó que la bruma reptaba sobre su piel, muy, muy fría. Sería muy fácil dejarse arrastrar por aquellas promesas arrulladoras, quedarse al menos con algo. Notó las manos rígidas, heladas y entumecidas, pero logró cerrarlas hasta que sintió que las uñas se le clavaban en las palmas.

Con un fiero esfuerzo, despegó los ojos del colgante y los dirigió al rostro de Kane.

—Eres un embustero. —Casi se quedó sin aire y con los pulmones destrozados cuando se puso en pie a duras penas—. Eres un embustero y un tramposo.

Él la atacó. Aunque Zoe no vio la embestida, la sintió como un golpe de hielo cortante en la cara. Sin pararse a pensar, impulsada por la rabia, saltó hacia delante y le clavó las uñas en las mejillas.

Vio la conmoción en los ojos de Kane…, un instante de absoluta incredulidad. Vio como brotaba la sangre en los surcos que le había dejado en la piel.

Después fue empujada contra la pared de la casa, y se quedó allí clavada por una violenta corriente de aire tan frío que pudo ver cristales de hielo, negros como el ónice, girando en su interior.

Kane se alzaba frente a ella, enorme con su abrigo negro hinchado por el viento, y con la cara manchada de sangre.

—Podría matarte con un simple pensamiento —la amenazó.

No, no podía, no podía. Si no, lo habría hecho. «Es un embustero —se recordó Zoe con nerviosismo—. Y un matón». Sin embargo, sí que podía hacerle daño. ¡Dios, podía hacerle daño! Sintió un dolor desgarrador e intenso dentro del pecho.

—¡Vuelve al infierno! —le gritó—. Aquí no eres bienvenido.

—Cuando esto haya terminado, lo perderás todo. Y yo añadiré tu alma a mis trofeos.

Como si alguien hubiese pulsado un interruptor, el viento cesó. Zoe cayó hacia delante, a cuatro patas, jadeando y temblando por la impresión.

Aturdida, se quedó mirando el suelo de madera de la terraza, y luchó por aclarar sus pensamientos. Cuando levantó la cabeza vio que la noche había dado paso a una aurora tibia y brumosa. En medio de la niebla del amanecer, en el lindero del bosque, había un ciervo con un pelaje que parecía oro reluciente. El collar de piedras preciosas que llevaba al cuello lanzaba llamaradas a través de la bruma, y en sus ojos ardía un fuego verde.

La neblina se cerró como una cortina, y cuando volvió a abrirse el ciervo ya había desaparecido.

—Aún no he acabado.

Zoe habló en voz alta para reconfortarse con el sonido de su propia voz. Kane le había tendido una trampa en la que había perdido horas de un tiempo precioso, pero ella aún no había acabado.

Cuando se puso en pie y se miró las manos vio que había sangre en ellas. La sangre de Kane.

—Lo he herido. He herido a ese hijo de puta.

Le corrieron lágrimas por las mejillas mientras iba hacia la casa a trompicones. Se le empañó la vista. Creyó que oía a alguien gritar, un gruñido amenazador, un golpe. Formas y sonidos se fundieron en un vacío oscuro.

La niebla seguía humeando en la terraza y se deslizó sobre la cama en la que Brad estaba durmiendo. Lo congeló. Lo atrapó. Él se giró en sueños y estiró una mano en busca de calor y sensaciones agradables. En busca de Zoe.

Sin embargo, estaba solo.

En medio de la oscuridad. El bosque, frío y húmedo, olía a descomposición y un viento helador lo recorría. Brad no podía ver el sendero, solo las monstruosas formas de los árboles, nudosos y retorcidos como pesadillas. Las espinas del brezo silvestre le rasgaban la piel, se le hundían en las manos como colmillos hambrientos.

Podía oler su propia sangre, su propio sudor provocado por el pánico. Y algo más salvaje.

Algo que lo perseguía.

Percibió un movimiento malicioso entre la maleza y las sombras. «No solo me persigue —pensó mientras luchaba por abrirse paso entre el brezo—. Además me hostiga». Fuera lo que fuese, quería tanto que tuviese miedo como matarlo.

Tenía que salir de allí, alejarse antes de que aquello que lo estaba acechando se cansara del juego. Cuando eso ocurriera, saltaría sobre él y lo haría pedazos.

«Sálvate a ti mismo». Cuando llegó tambaleándose a un claro del bosque, oyó una vocecita dulce y tranquilizadora que le hablaba dentro de la cabeza: «Esta no es tu lucha. Vete a casa».

Era cierto. De eso se trataba. Debería irse a casa. Aturdido, desorientado, fue dando traspiés hacia un débil resplandor. Finalmente empezó a correr en esa dirección cuando oyó el aullido del depredador a su espalda.

El resplandor lo producía una puerta. Brad, respirando aliviado, se abalanzó sobre ella. Lo haría. Tenía que hacerlo. Abrió la puerta de un tirón, justo cuando sentía en la nuca el aliento caliente del ser que lo perseguía.

Sobre la oscuridad se derramó la luz. Y color, y movimiento. Se hallaba en el umbral de sus oficinas de Nueva York. Sus manos heridas goteaban sangre sobre la tarima pulimentada de roble.

A través de las amplias ventanas de tres hojas, vio los rascacielos recortados contra el horizonte, todas aquellas resplandecientes torres que se elevaban en el cielo matinal.

Una joven rubia vestida con un traje negro se acercó a él y le dirigió una radiante sonrisa.

—Bienvenido de nuevo, señor Vane.

—Sí. —Sentía los labios entumecidos. ¿Por qué haría tanto frío allí?—. Gracias.

Michael, su ayudante, llegó corriendo. Vestía unos tirantes rojos sobre una camisa azul y sujetaba en la mano una gruesa agenda.

—Aquí tengo su programa para el día de hoy, señor Vane. Tiene el café sobre su escritorio. Será mejor que empecemos.

—Debería… —Brad podía oler el café, y la loción para después del afeitado de Michael. Oyó sonar un teléfono. Confundido, alzó el brazo y observó cómo la sangre goteaba de su mano herida—. Estoy sangrando.

—Oh, nos ocuparemos de eso. Lo único que tiene que hacer es entrar hasta el fondo de la oficina.

—No. —Se tambaleó. Las náuseas retorcieron su estómago y el rostro se le cubrió de sudor por el esfuerzo realizado—. ¡No! —Se aferró a la jamba de la puerta para conservar el equilibrio y volvió la vista hacia la oscuridad—. Esto no es real. Solo son más chorrad…

Se interrumpió al oír gritar a Zoe.

Giró sobre sí mismo y se separó de la puerta.

—Ahí fuera morirá —exclamó Michael a sus espaldas segundos antes de que la puerta se cerrara con un estruendo como el de un disparo.

Brad se internó en la oscuridad llamando a Zoe. Aunque se abrió paso desesperadamente entre el brezo, no podía ver, no podía ver nada aparte de un continuo velo negro.

No podía encontrar a Zoe, jamás la encontraría. Y lo que habitaba en la penumbra los mataría a los dos porque él no se había mantenido junto a ella.

«Ella solo quiere tu dinero. Un padre rico para su hijo bastardo».

—¡Menuda mierda!

Exhausto, mareado, Brad cayó de rodillas. Se estaba dejando liar, se estaba permitiendo creer aquellas mentiras.

Aquello tenía que parar.

Echó atrás la cabeza y cerró los puños con rabia.

—Esto no es real. Esto no está ocurriendo. Maldita sea, estoy en casa. Y Zoe también.

Despertó boqueando para tragar aire, rodeado por los últimos jirones de niebla y con Moe a los pies de la cama gruñendo como un lobo.

—Vale, muchacho. ¡Joder! —Un poco agitado todavía, estiró el brazo para acariciar al perro, pero notó que el dolor le recorría la mano. La giró y vio la sangre que cubría su palma y que seguía brotando de numerosas heridas—. Bueno, algo sí que era real.

Respirando profundamente, se pasó la mano ensangrentada por el pelo. Un instante después saltó de la cama. ¡Zoe! Si la sangre era real, los gritos de Zoe también podían serlo.

Corrió hasta su habitación y abrió la puerta de par en par. A la suave luz de la aurora, pudo ver que ella no había dormido en su cama. Impulsado por el pánico, se dirigió al cuarto de Simon, donde se estremeció de alivio cuando lo encontró ovillado junto al perrito.

—Quédate con él —le ordenó a Moe—. Tú quédate con Simon —repitió, y luego se precipitó escaleras abajo en busca de Zoe.

Llamándola a gritos, irrumpió en el salón principal justo a tiempo para verla entrar a trompicones desde la terraza.

Cuando abrió los ojos, Zoe vio el rostro de Brad, pálido y con el cabello alborotado.

—Necesitas un corte de pelo —musitó.

—¡Santo Dios, Zoe! —Le agarró la mano con bastante fuerza para sentir sus huesos—. ¿Qué cojones estabas haciendo ahí fuera? ¿Qué ha ocurrido? No, tranquila. —Se obligó a no dejarse llevar por el terror—. Sigue tumbada. Te traeré un poco de agua.

Corrió hasta la cocina, llenó un vaso y después se agarró a la encimera para recuperar un pulso regular.

Se ordenó a sí mismo respirar despacio y hondo, se lavó las manos ensangrentadas y después cogió el vaso de agua para regresar junto a Zoe.

La encontró sentada, y de nuevo con color en las mejillas. Brad nunca había visto a nadie tan blanco como Zoe cuando entró por la puerta de la terraza.

—Tómatelo con calma —le indicó—. Bebe despacio.

Ella asintió, aunque era difícil obedecer con la garganta al rojo vivo.

—Estoy bien.

—No estás bien. —No lo dijo levantando la voz, pero su tono era tajante y frío—. Te has desmayado. Tienes un moretón en la cara y sangre en las manos. ¡Y una mierda estás tú bien!

«Es asombroso cómo hace eso», pensó Zoe. Brad jamás alzaba la voz, pero lograba transmitir su mal humor y su autoridad con la mayor efectividad.

—Esta sangre no es mía. Es de Kane. —Volver a ver la sangre, saber lo que había hecho, le ayudó a recuperarse—. Le he arañado su maldita cara. Tengo unas uñas largas y duras, y le he rajado las mejillas a ese cabrón. Me ha sentado muy bien. —Devolvió a Brad el vaso vacío y, como pensaba que a los dos les iría bien, le dio un beso—. Siento haberte asustado. Estaba… ¡Oh! —Con un gemido angustiado, le cogió la mano—. Estás lleno de rasguños y heridas.

—He tenido una pequeña aventura en el bosque mientras tú hacías… lo que estuvieras haciendo.

—Kane ha actuado sobre los dos a la vez —concluyó Zoe en voz baja—. A pesar de ello, aquí estamos, aquí mismo, ¿no es cierto? —Se llevó la mano herida de Brad a los labios—. Vamos a limpiarte estos cortes y me dices qué te ha ocurrido. Yo te contaré lo que me ha pasado a mí, pero primero quiero que sepas algo. —Le tomó la cara entre las manos y lo miró a los ojos—. Quiero que sepas que todo va a salir bien. Vayamos a la cocina. Quiero lavarme las manos, vendar las tuyas y preparar café. —Soltó un resoplido y se puso en pie. Advirtió, con cierto orgullo, que sus piernas estaban firmes y su mente, centrada—. Hablaremos del resto mientras trabajo.

—¿Mientras trabajas?

—Tengo que rellenar un pavo.