16

Zoe frotó una de las pantorrillas de Dana con crema exfoliante, y sonrió de oreja a oreja cuando su amiga soltó un gemido muy largo y sentido.

—Os agradezco muchísimo a las dos que hayáis renunciado a vuestra tarde de domingo para ser mis conejillos de Indias.

Esta vez Dana gruñó. Malory estaba sentada en uno de los taburetes de la sala de tratamientos y se pasaba los dedos por la piel, recién limpiada y exfoliada.

—No puedo creerme lo bien que sienta esto.

—A mí no me preocupaban los resultados, porque estos productos son excelentes. Pero quería asegurarme de que funcionara el tratamiento completo.

—Para mí sí que funciona —dijo Dana, arrastrando las palabras con voz apagada.

Zoe miró a su alrededor y repasó con la vista las estanterías llenas de distintos artículos, las velas encendidas, el montón de toallas color verde menta perfectamente dobladas que estaba encima de la repisa y la lámpara de cristal que había colgado del techo sobre la mesa acolchada.

Pensó que todo estaba en su sitio.

—Aunque, desde luego, cuando esté haciendo esto de verdad aquí no habrá tres personas charlando. ¿Quieres que nos callemos, Dana?

—Vosotras ni siquiera existís en mi pequeño mundo. Ese potingue huele tan bien como sienta.

—Es bueno que estemos haciendo una prueba. —Malory bebió un sorbo de la limonada que Zoe había enfriado en una jarra de cristal—. Si vamos a abrir el viernes, tenemos que resolver tantos problemas como nos sea posible, y en las tres áreas. —Tragó saliva a duras penas y se apretó el estómago con una mano—. ¡Dios, vamos a abrir el viernes! Aunque sea una especie de ensayo general antes de la gran apertura del 1 de diciembre, es todo un acontecimiento.

—Un gran día en todos los sentidos —aseguró Zoe.

—Vas a encontrar la llave. —Malory le tocó el hombro—. Lo sé.

La conexión —la mano de Malory sobre ella, y las suyas sobre Dana— le levantó el ánimo.

—Esa es otra razón por la que quería hacer esto hoy. Necesitaba pasar algo de tiempo así, las tres juntas a solas. —Alzó de nuevo la mirada hacia la lámpara de cristal. Lo cierto es que parecía que en los últimos meses se había vuelto un poco más mística—. Para recargar mi energía, mi poder femenino.

—¡Ra, ra, ra! —vitoreó Dana, y Zoe se echó a reír.

—Después de lo que sucedió ayer, me siento más confiada, pero una vocecilla sigue incordiándome, preguntándome por qué narices creo que puedo lograrlo.

—¿Es la voz de Zoe o la de Kane? —inquirió Dana.

—Es la de Zoe, lo que aún resulta mucho más irritante. Ayer sentí un torrente de emoción, de energía, cuando me di cuenta de qué estaba ocurriendo, de que yo sabía lo que era y podía controlarlo. Ahora necesito avanzar a partir de ahí.

—Regresaste a un principio, y a un final. —Malory examinó con curiosidad las botellas y los tubos esmeradamente alineados en los estantes de Zoe—. Y reuniéndonos hoy aquí las tres vamos a volver a lo fundamental. Tanto Dana como yo tuvimos momentos en nuestra parte de la misión en los que nos sentimos desanimadas y perdidas.

—¡Ya lo creo! —confirmó Dana—. Y momentos en los que nos fuimos por las ramas, ramas que llevaban a callejones sin salida. O eso parecía.

—Eso parecía. —Girándose, Malory asintió—. Sin embargo, sin seguir esas bifurcaciones, ¿habríamos llegado al camino correcto? Yo creo que no. Es algo en lo que he pensado mucho —añadió mientras se apoyaba en la encimera—. Una búsqueda no es algo lineal, no es recta. Da vueltas, serpentea, se solapa. Pero todos los pasos, todas las piezas, tienen su lugar. Veamos los tuyos.

—Dana debe enjuagarse.

—Entonces espera un segundo, Mal. —Enrollada en la sábana que Zoe le había proporcionado, Dana se encaminó a la ducha.

—Tienes algunas ideas. —Zoe fue a lavarse las manos—. Puedo verlas.

—La verdad es que sí —admitió Malory—. Quizá sea más fácil para mí ver…, bueno, el bosque en vez de los árboles, porque yo no estoy implicada del modo en que lo estás tú. Además, la experiencia que yo tuve en el desván es muy similar a lo que te sucedió ayer. Yo también sabía qué estaba ocurriendo, y lo controlé. Una parte de mí, una parte pequeña, quería quedarse en aquella ilusión y dejar atrás el resto.

Zoe se giró y vio comprensión en el rostro de Malory. Notó que la tensión de sus hombros se desvanecía.

—Lo cierto es que necesitaba oír eso. Muchísimo. Yo no quería quedarme con James, realmente no quería, pero una parte de mí recordaba cuánto había deseado estar con él.

—Lo sé. Lo sé perfectamente.

Zoe pensó que Malory tenía razón. Ella y Dana eran las únicas personas que de verdad podían entenderlo.

—Una parte de mí sintió lo mismo que entonces, tuvo el mismo anhelo. Habría sido muy fácil dejarse llevar al pasado y creer que todo podría acabar de un modo muy diferente.

—Pero tú no te dejaste llevar.

—No. —Empezó a cambiar la cubierta de la mesa de tratamientos, colocó la almohada y alisó el tejido de algodón—. Excepto por esa pequeña parte, yo sabía que no deseaba que las cosas fueran diferentes. En absoluto quería quedarme con el chico que había sido incapaz de permanecer a mi lado junto a su propio hijo. En cambio tenía que acordarme de él, recordarlo en serio, y lo que yo sentía por él. De ese modo podía decirle adiós.

—¿Y quieres estar con el hombre que está deseando permanecer a tu lado y junto a tu hijo?

—Sí —notó un revoloteo debajo del corazón mientras seleccionaba una loción para Dana—, pero por lo visto no confío en que ninguno de los dos consiga que salga bien. Túmbate de espaldas —le dijo a Dana cuando esta regresó—. Y hay algo más que eso, más que la falta de confianza en nosotros mismos. —Con eficiencia, colocó bien la toalla que cubría a Dana del pecho a las ingles, y después calentó la loción con las manos—. Si al final doy ese paso decisivo con Brad, ¿en qué clase de peligro lo pondré? Es una especie de paradoja. Cuando amas a alguien, deseas protegerlo. Si tengo que proteger a Brad, no puedo permitirme amarlo. No por completo.

—Si lo amas, deberías respetarlo lo bastante para saber que él se protegerá a sí mismo.

Zoe miró fijamente a Dana.

—Yo lo respeto.

—A mí me parece que no. Continúas preguntándote si va a defraudarte, a ti y a Simon, y cuándo lo hará, cuándo va a largarse. Zoe, estás hablando con alguien que ha pasado por ese mismo sitio. Tú piensas que no deberías entregarle a Brad un cien por cien porque necesitarás disponer de una pequeña reserva cuando él se dé el piro. No te estoy diciendo que no tengas derecho a eso. Tienes demasiadas cosas en juego.

—¿Y qué es lo más importante para Zoe de lo que tiene en juego? Personalmente —especificó Malory—. ¿Qué es lo único que no pondría en riesgo?

—Simon.

—Exacto.

—Sé que Bradley no le hará daño. —Zoe masajeó el cuerpo de Dana con la loción de arriba abajo—. Sin embargo, cuanto más lo busca Simon para la clase de cosas que los niños buscan de sus padres, más duro será el golpe si todo sale mal. Simon ha de lidiar con el hecho de no tener padre. Nunca. No por causa de un divorcio o incluso de la muerte, sino porque en toda su vida jamás lo ha tenido. Por mucho que yo le haya facilitado las cosas, por mucho que él sepa que lo quiero y que estoy para lo que necesite, Simon siempre sabrá que hay alguien que rechazó estar con él. Lo último que deseo es que vuelva a sentirse no querido.

—Y para evitar que eso suceda, te sacrificarías. Lucharías —añadió Malory—. Costase lo que costase, lucharías. Porque de todas las decisiones que has tomado, Simon es la más importante. Él es tu llave.

—¿Simon? —preguntó Zoe mientras Dana se incorporaba—. Oh, disculpa, ponte boca abajo. Tengo el cerebro revuelto.

—Malory ha llegado a una conclusión interesante. —Dana rodó sobre sí misma, y apoyó la cabeza sobre un puño—. Nosotras mismas somos las llaves, las tres. En eso nos han insistido una y otra vez. De las tres, Zoe es la única que se ha… recreado, podríamos decir, a sí misma en un hijo. Simon forma parte de Zoe. Zoe es la llave, ergo Simon también es la llave.

—Kane no puede tocarlo. —Zoe sintió que el miedo iba a atenazarle el cuello y la estrangularía—. Rowena aseguró que lo había protegido.

—Cuenta con ello. —Dana miró por encima del hombro—. Si Kane pudiese hacer algo a Simon, a estas alturas ya lo habría intentado.

—Yo creo que quizá no sea Rowena la única que protege a Simon, que es posible que haya alguien más —terció Malory—. Pienso que desde el otro lado están haciendo todo lo posible. Las hijas de otras personas ya han sufrido daño. Ellos no permitirán que eso ocurra de nuevo. Por eso nada amenaza a Simon.

—Si creyese lo contrario, me alejaría de toda esta historia en menos que canta un gallo. —Zoe hizo una pausa al ver que Malory asentía—. Kane debe de saber eso, así que habría hecho cualquier cosa para amenazar a mi hijo. No ha hecho nada porque no puede. De acuerdo. —Soltó un largo suspiro—. De acuerdo, trabajemos con esa idea. Si Simon es la llave, o una parte de ella por ser parte de mí, ¿no nos lleva eso de nuevo a las decisiones que he tomado relacionadas con él? Tenerlo fue una elección y quedarme con él fue otra…, la mejor de mi vida. Pero ya he repasado todo eso. Y aunque creo que retroceder para revisar el pasado era importante, lo cierto es que no he conseguido la llave.

—Tomaste otras decisiones —señaló Dana—. Avanzaste en otras direcciones.

—También he repasado algunas de ellas. Supongo que ha sido como una especie de viaje —continuó mientras acababa de extender la loción por la piel de Dana—. He estado recordándolas, volviendo a verlas, pensando al respecto. Esta revisión ha sido buena para mí en todos los aspectos, porque ha dado validez a mis elecciones y me ha permitido ver que los errores que cometí no lo eran tanto. ¿Quieres tumbarte boca arriba? Te traeré el albornoz.

—Viniste aquí, al valle —empezó Dana—. Conseguiste un trabajo, compraste una casa. ¿Qué más?

Malory levantó una mano mientras Zoe ayudaba a Dana con el albornoz.

—No voy a decir que todo eso no sea importante, y tal vez examinar algunos de los detalles nos dé una de las soluciones, pero podríamos mirarlo desde un ángulo diferente. ¿Y si algunas de las respuestas tuviesen que ver con las elecciones de Simon?

—Es un niño —señaló Dana al tiempo que se pasaba una mano por el antebrazo para admirar el trabajo de Zoe—. Su elección más problemática es con qué videojuego entretenerse.

—No. —Pensativa, Zoe sacudió la cabeza—. No. Los niños tienen que hacer muchas elecciones. Buenas o malas. Algunas de ellas no los abandonan y empujan en ciertas direcciones. Qué amistades forjan. A lo mejor leen un libro sobre un piloto de caza y deciden que quieren volar. En este mismo instante, de cien maneras distintas, Simon está decidiendo qué clase de hombre será.

—Entonces tal vez necesites repasar más detenidamente esas decisiones —sugirió Malory.

Una decisión de la que Simon se sentía especialmente orgulloso en ese mismo instante era la de haber optado por Homer como nombre para el cachorro. En él se combinaban varios de sus temas favoritos: el béisbol —porque el home es el lugar del terreno de juego desde el que se batea—, un personaje de dibujos animados y un perro. Rodeado por el frío ambiente otoñal del exterior de la casa, mientras contemplaba a Moe persiguiendo una pelota de tenis y a Homer persiguiendo a Moe, Simon pensó que la vida no podía ser más chula.

Además, los chicos estaban a punto de llegar para ver juntos el partido mientras su madre y sus amigas hacían cosas de chicas. Podría atracarse de patatas fritas hasta vomitar.

Recogió la pelota que Moe había dejado a sus pies, y después se dedicó a bailotear y hacer amagos de lanzarla que volvieron completamente majaras a los dos perros hasta que por fin la tiró hacia los árboles.

Cuando fuera a la escuela al día siguiente, les hablaría a todos sus compañeros de Homer. Quizá, si no era algo demasiado tontorrón, podía conseguir que Brad le hiciese una foto para que él pudiera enseñársela a todo el mundo.

Miró hacia el río mientras los perros correteaban juntos. La verdad es que aquel lugar le gustaba. También le gustaba su propia casa, con el jardín y todo lo demás, y porque vivía al lado de los Hanson. Pero, caramba, le encantaba estar allí, con un bosque para explorar y el río a un paso.

Si se quedaran una buena temporada, sería genial invitar a sus amigos. Caray, fliparían con la sala de juegos. Además podrían construir un fuerte en el bosque, y quizá ir a bañarse al río en verano. Si su madre no ponía el grito en el cielo ante esa idea.

A lo mejor aún podía hacerlo, incluso después de regresar a su casa. Podría pedírselo a Brad, y luego él le ayudaría a convencer a su madre. Eso también era genial, contar con otro hombre para formar equipo contra ella.

Era casi como tener un padre. No es que a él le importase eso, pero probablemente fuera así. Más o menos.

De todas maneras, iba a ser alucinante celebrar el día de Acción de Gracias allí, con todo el mundo abarrotando la casa, los chicos discutiendo sobre las jugadas del partido, y comiendo tarta de calabaza hasta que les saliese por las orejas.

Su madre preparaba una tarta de calabaza realmente buena, y siempre le daba pequeñas porciones de masa para que hiciese muñequitos con ellas.

Se preguntó si eso le parecería ridículo a Brad.

Miró a su alrededor y vio que Brad salía de la casa. Entonces corrió hacia él.

—¡Eh! ¿Quieres lanzar un poco la pelota? Moe está enseñando a Homer a atraparla.

—Claro —respondió mientras le encasquetaba un gorro de lana que llevaba consigo—. Está haciendo más frío.

—A lo mejor nieva. A lo mejor cae una nevada de dos metros y no hay colegio.

—Siempre puedes soñar. —Cogió la pelota y la lanzó por los aires de una manera que Simon admiró con desesperación.

—Si la nieve llega a dos metros, ¿puedes quedarte en casa en vez de ir a trabajar?

—Si la nieve llega a dos metros, me quedaré con gusto en casa en vez de ir a trabajar.

—Y podremos tomar chocolate caliente y jugar diez millones de partidas de videojuegos.

—¡Casi nada!

—¿Te pones un preservativo cuando tienes sexo con mi madre?

Toda la sangre de la cabeza se le bajó a la planta de los pies.

—¿Que si me pongo qué?

—Porque si no, podrías hacerle un bebé. ¿Te casarías con ella si le hicieras un bebé?

—¡Santa madre de Dios!

Simon notó un hormigueo en el fondo de la garganta, una especie de náuseas de nerviosismo. Pero no podía detener la avalancha de palabras: debía decirlas.

—El tipo con el que mi madre me hizo a mí no se casó con ella, y yo creo que eso hirió sus sentimientos. Ahora tengo que cuidar de ella, así que si no piensas casarte con ella si le haces un bebé, no podéis tener sexo. —Como el estómago le daba saltos, Simon bajó la mirada y dio a la pelota un buen puntapié—. Solo quería decírtelo.

—De acuerdo. ¡Guau! De acuerdo. Creo que necesito sentarme, en serio. —Antes de que la gelatina en que se habían convertido sus rodillas se fundiera por completo—. ¿Por qué no vamos dentro y… nos sentamos a charlar?

—Yo soy el hombre de la casa —repuso Simon con voz débil.

—Eres un hombre fantástico, Simon. —Brad hizo un gesto que esperaba que los animara a los dos: posó una mano sobre el hombro del niño—. Vayamos dentro a sentarnos y hablar de este asunto.

Mientras se quitaban la chaqueta, Brad rezó para pedir sabiduría o lo que fuera que pudiese ayudarlo. Se imaginó que la cocina sería el mejor sitio, porque podrían tener las manos ocupadas con bebida o comida, o con cualquier cosa que sirviese para que la charla fuera menos horrorosa para ambos.

Aunque se moría de ganas de tomar una cerveza, sacó Coca-Cola para los dos.

—Respecto al sexo… —empezó.

—Ya lo sé todo sobre el sexo —lo interrumpió Simon—. Mamá me ha dicho que no duele, pero que a veces la gente grita y hace ruidos así porque es divertido.

—Bien —logró articular Brad después de un momento, y le preocupó que Simon pudiese llegar a oír cómo se le fundían las neuronas—. Tu madre y yo… ¡Ah! Los adultos, los adultos sanos y solteros, mantienen a menudo relaciones que… Al carajo con esto. Mírame, Simon.

Esperó hasta que el niño levantó la cabeza. Todas las dudas, el desafío y la determinación estaban grabados claramente en su rostro. «Igual que su madre», pensó Brad.

—Estoy enamorado de tu madre. Hago el amor con ella porque es preciosa y porque deseo estar con ella de esa manera. Deseo estar con ella de todas las maneras posibles porque la quiero.

—¿Ella también está enamorada de ti?

—No lo sé. Eso espero.

—¿Pasas tiempo conmigo para que ella se enamore de ti?

—Bueno, ¿sabes?, la verdad es que verte me supone un sacrificio enorme, porque eres feísimo y hueles fatal. Además, eres bajito, y eso resulta de lo más fastidioso. Pero si funciona…

Simon notó que la risa le bailaba en los labios, pero se controló.

—Tú eres más feo todavía.

—Solo porque soy más viejo. —Posó una mano sobre la del chaval—. Y de algún modo, a pesar de tus numerosos defectos, también estoy enamorado de ti.

Un río de emociones le subió a Simon por la garganta y parecieron desbordarse en su rostro.

—Eso es muy raro.

—Ni que lo digas. Quiero teneros a vosotros dos más de lo que jamás he querido nada.

—¿Como si fuéramos una familia?

—Exactamente así.

Simon se quedó mirando la mesa. Había muchísimas cosas que deseaba decir, preguntar, pero quería hacerlo del modo correcto.

—¿Te casarías con ella incluso aunque no hicieseis un bebé?

Brad llegó a la conclusión de que, después de todo, la charla no iba a ser tan horrorosa.

—Me gustaría hacer un bebé, ahora que lo mencionas. Pero… Espera un minuto, hay algo que me gustaría enseñarte. Vuelvo enseguida.

Una vez solo, Simon se frotó los ojos con fuerza. Había temido que se le saltaran las lágrimas, ponerse a lloriquear como una chica o algo así. Cuando estabas manteniendo una auténtica conversación de hombre a hombre, como las llamaba el padre de Chuck, no podías echarte a llorar.

Dio un trago a su Coca-Cola, pero no le calmó el estómago. Todo parecía estar saltando en su interior. Cuando oyó que Brad regresaba, se esforzó por tranquilizarse y se enjugó la cara, solo por si acaso.

Brad se sentó de nuevo.

—Esto tiene que quedar entre nosotros. Solo entre nosotros dos, Simon. Necesito que me lo prometas.

—¿Es un secreto?

—Sí. Es algo importante.

—De acuerdo. No se lo contaré a nadie. —Simon se escupió en la palma de la mano con solemnidad, y luego se la tendió a Brad.

Durante un momento Brad no hizo nada. Curiosamente reconfortado, pensó que algunos gestos no cambiaban nunca. Después imitó a Simon y le estrechó la mano.

Sin pronunciar una palabra, Brad dejó un pequeño estuche sobre la mesa y lo abrió para mostrarle a Simon el anillo que había en su interior.

—Esto era de mi abuela. Me lo dio cuando ella y mi abuelo cumplieron su cincuenta aniversario de casados.

—¡Guau! Deben de ser absolutamente viejos.

A Brad le entraron ganas de reír, pero logró mantener la voz firme.

—Bastante. Este era su anillo de compromiso. Mi abuelo le regaló a su mujer uno nuevo en sus bodas de oro. Ella quiso que yo me quedase con el primero para que se lo entregara a la mujer con la que me case. Dice que da buena suerte.

Con los labios fruncidos, Simon volvió la mirada hacia la cajita y observó el resplandor del anillo.

—Es de lo más brillante.

Brad giró el estuche para poder examinar aquella anticuada pieza con pequeños diamantes en forma de florecilla.

—Creo que es algo que le gustaría a Zoe. Es delicado, es diferente, y ha demostrado su eficacia. He planeado dárselo el sábado.

—¿Y por qué vas a esperar? Podrías dárselo cuando regrese a casa.

—Tu madre no está preparada. Necesita un poco más de tiempo. —Miró al niño—. Simon, necesita encontrar la llave, y no más tarde del viernes. No quiero presionarla ni hacer nada que la distraiga antes de ese día.

—¿Qué pasaría si no la encuentra?

—No lo sé. Hemos de creer que va a encontrarla. De cualquier forma, yo le daré esto el sábado y le preguntaré si quiere casarse conmigo. Estoy contándote todo esto no solo porque seas el hombre de la casa y merezcas conocer mis intenciones, sino también porque Zoe y tú sois una unidad. Tú tienes todo el derecho del mundo a expresar tu opinión sobre este asunto.

—¿Cuidarás bien de ella?

«¡Oh, qué maravilla de niño!».

—Lo mejor que pueda.

—Tendrás que llevarle regalos de vez en cuando. Puedes construirlos tú mismo, igual que hago yo, pero lo que no puedes es olvidarte. Sobre todo el día de su cumpleaños.

—No me olvidaré. Te lo prometo.

Simon dibujó círculos con el vaso.

—Si te dice que sí y os casáis, ¿su apellido será igual que el tuyo?

—Espero que ella lo quiera así. Los Vane nos sentimos muy orgullosos de nuestro apellido. Significaría mucho para mí que ella también lo adoptara.

Simon volvió a mover el vaso y lo miró fijamente.

—¿Y el mío también será igual que el tuyo?

Dentro de Brad, todo se iluminó como una enorme vela de amor.

—También espero que tú lo quieras así, porque eso le diría a todo el mundo cómo me perteneces. Simon, si tu madre me acepta y nos casamos, ¿me llamarías papá?

El corazón de Simon latió con tal violencia que le retumbó en los oídos. El niño alzó la vista y sonrió.

—Vale.

Cuando Brad abrió los brazos, Simon hizo lo lógico con toda naturalidad y fue hacia ellos.

Había un montón de cosas sobre las que pensar, y todas ellas parecían empeñadas en mezclarse en la cabeza de Zoe mientras conducía a lo largo del río. La jornada casi había llegado a su fin, y eso le dejaba solo cinco días más. Cinco días para encontrar la llave que abría la última cerradura. Cinco días para rastrear en su mente, su corazón, su vida.

Nada era como había sido. Y cuando la semana terminase, todo volvería a cambiar otra vez. Nuevas direcciones, muchas sendas, cuando antes su ruta era de lo más directa.

Ganarse la vida para construir un hogar. Construir ese hogar para que su hijo pudiese llevar una vida saludable, feliz y normal. Por muy arduo que hubiese resultado de vez en cuando, había sido relativamente poco complicado. Se levantaba por las mañanas, daba el primer paso y seguía así hasta tenerlo todo hecho.

Después hacía lo mismo, con alguna pequeña variación, al día siguiente.

Había funcionado, y había funcionado bien.

Sin embargo, mientras reducía la velocidad para tomar una curva hubo de admitir que lo cierto era que, debajo de todo aquello, ella no había dejado de desear algo más. Cosas pequeñas, como esas tan bonitas que veía en las revistas. Había hallado la manera de tenerlas: aprendiendo ella misma a hacerlas. Lindas cortinas, un juego de ropa de mesa, un jardín que duraba desde la primavera hasta la primera helada.

Y cosas grandes. El dinero que había empezado a ahorrar para los estudios universitarios de Simon y que aumentaba un poco cada mes. El negocio que había iniciado.

Así que, por muy directa que fuese su ruta, ella siempre había tenido un ojo puesto en algún posible desvío.

Bien, en esos momentos había tomado uno.

Cuando se acercó a casa de Brad, vio el coche de Flynn y el de Jordan. Eso le provocó una sonrisa. El desvío no solo había llevado a su vida a dos mujeres a las que había acabado queriendo, sino que también le había traído tres hombres interesantes. Y en menos de tres meses habían llegado a ser para ella una verdadera familia, más que la suya propia.

Aparcó y esperó a que surgiese un sentimiento de culpabilidad ante esa idea. Como no surgió nada, se recostó en el asiento y reflexionó. No, no se sentía culpable en absoluto. Se dio cuenta de que ella había formado esa familia. Ellos, a través de algún milagroso giro del destino, la entendían como nunca lo habían hecho sus auténticos familiares. Como probablemente jamás podrían entenderla.

Ella podía querer a su madre y a sus hermanos. Compartía con ellos cientos de recuerdos y momentos…, buenos y malos. Sin embargo no sentía, no podía sentirla, la misma conexión, la misma intimidad con ellos que con aquella familia que había formado.

«Ellos son mi algo más», pensó.

Nada podría echar abajo jamás lo que habían edificado juntos durante los tres últimos meses. Ocurriera lo que ocurriese, ella siempre tendría su algo más.

Casi aturdida por esa sensación, salió del coche y se encaminó hacia la casa. Era estupendo ascender el sendero, era sencillo y natural dirigirse a la puerta principal sin saber bien qué podía esperarse cuando la abriese.

Perros correteando, tres hombres y un niño en un coma futbolero, el típico desastre masculino en la cocina. No importaba lo que se encontrara, porque fuese lo que fuese ella formaba parte de aquello.

Impactada, se detuvo. Ella formaba parte de aquello, de lo que sucedía en el interior de la casa. Y del dueño de la casa. Dio la vuelta y se acercó despacio hasta la orilla del río, donde se giró.

Recordó la primera vez que vio la casa, cómo había detenido el coche solo para quedarse contemplándola, admirada. Aún no conocía a Brad, aún no les conocía bien a ninguno de ellos. Sin embargo la casa la había dejado hechizada.

Se preguntó cómo sería vivir allí, dentro de algo tan maravillosamente diseñado. Tener una pequeña parte que pudiera llamar suya en aquel entorno perfecto de bosques y agua. Y cuando había puesto un pie en su interior, se había quedado encantada y asombrada. La calidez y el espacio la habían atraído. Se acordaba de que se había asomado a la ventana del salón principal y había pensado en lo increíble que sería vivir allí y poder mirar por aquella ventana siempre que lo desease.

Ahora era así. Ahora podía hacerlo.

Su búsqueda la había conducido hasta aquel lugar, a ella y a su hijo, para vivir en aquella casa con su propietario. Con el hombre que la amaba.

Brad la amaba.

Sin aliento, Zoe se puso la mano sobre la boca. ¿Aquello era una encrucijada o un destino?

Ansiosa por averiguarlo, corrió hacia la casa. Abrió la puerta de par en par y luego se quedó inmóvil, tratando de interpretar lo que sentía.

Se sintió a gusto, cómoda. También sintió entusiasmo y expectación. Una maravillosa mezcla de lo relajante y lo emocionante. «Aquí», pensó. Sí, allí había algo. Algo que podría ser suyo.

Moe apareció a la carrera, y Zoe rio cuando el perro saltó para plantarle las patas delanteras sobre los hombros y darle la bienvenida.

—Nunca aprenderás.

Le rascó la cabeza alegremente antes de empujarlo para quitárselo de encima, y después cogió en brazos al pequeño cachorro, que brincaba a sus pies.

Se colocó a Homer sobre el hombro, como si fuera un bebé, y mientras le daba palmaditas en el lomo se encaminó a la estruendosa sala de juegos.

—Vayamos a buscar a nuestros hombres.

Allí estaban, como ella se había imaginado, tirados de cualquier modo, en un cuadro viviente de una tarde de domingo intensamente masculina. El partido de fútbol debía de haber terminado, pero había otra competición en marcha, pues Flynn y su hijo se enfrentaban en lo que se le antojó un violento asalto de Mortal Kombat.

Jordan estaba hundido en una silla y balanceaba una botella de cerveza entre los dedos, con las largas piernas estiradas sobre una alfombra sembrada de pedacitos de patatas fritas, trozos del periódico dominical y pelos de perro.

Brad había ocupado el sofá y, con un cuenco de nachos en equilibrio sobre la barriga, parecía estar echando una cabezadita, a pesar de los estridentes sonidos de batalla procedentes del videojuego y de los dos contrincantes.

Arrobada de amor por todos ellos, Zoe se dirigió a Jordan. Él le dedicó una sonrisa soñolienta, pero alzó una ceja cuando ella hundió los dedos en su oscuro cabello y se inclinó para darle un fuerte y largo beso.

—Hola, guapetón.

—Hola, preciosa.

Soltando una carcajada al ver su expresión de perplejidad, Zoe se alejó. Se puso en cuclillas junto a Flynn, y mientras a Simon se le salían los ojos de las órbitas pasó un brazo por el cuello de Flynn, lo reclinó hacia atrás como en un paso de baile y pegó su boca a la de él con entusiasmo.

—Jolín, mamá.

—Espera tu turno. Hola, encanto —le dijo a Flynn.

—Hola, Zoe. ¿Malory ha tomado lo mismo que tú?

Ella agarró a Simon y lo atrajo hacia sí a la fuerza mientras él fingía resistirse. Le soltó una lluvia de besos en las mejillas y un exagerado «hum» sobre los labios.

—Hola, hijo mío.

—¿Has bebido algo, mamá?

—No.

Le hizo cosquillas y luego se puso de pie.

Brad seguía en el mismo lugar que antes, solo que con los ojos bien abiertos y clavados en ella. Con una sonrisa lenta, Zoe se arremangó el jersey con un solo movimiento mientras cruzaba la habitación.

—Me preguntaba si también te pasarías por aquí —dijo él.

—Te he reservado para el final.

Zoe alzó el cuenco de nachos y lo dejó en una mesita cercana. Después se sentó junto a la cintura de Brad, le cogió el suéter con fuerza y tiró de él.

—Ven aquí, y tráete contigo esa boca sexy que tienes.

Detrás de ella, Simon se puso a rodar por el suelo y a hacer como si vomitara, hasta que Moe se colocó encima de él.

Zoe finalizó el beso con un provocador mordisco al labio inferior de Brad, y le susurró:

—Terminaremos esto más tarde. —Después le dio un empujoncito para devolverlo a su posición previa—. Bueno. —Se levantó y se sacudió las manos como si hubiese completado una tarea—. Seguro que os encargaréis de recoger todo esto cuando hayáis acabado. Yo tengo cosas que hacer arriba.

Salió casi sin tocar el suelo, sintiéndose la reina del mundo.