Pasadas las doce y media, Zoe estaba instalando los rieles para los focos de la librería de Dana. Habían tomado la decisión de concentrarse aquella tarde en un área del edificio hasta completar todos los detalles finales de esa sección. En un rápido juego de piedra, papel y tijera, había salido elegida la de Dana.
—Yo creo que tiene sentido. —Dana fue colocando tarjetas de felicitación en un pequeño expositor giratorio—. Hay mucho más espacio en casa de Brad, y cuenta con servicio de limpieza. Además, Brad también es capaz de cocinar si es necesario. Tú podrías concentrarte en la llave y en tu salón de belleza, y dejar de lado todo lo demás hasta que termine el mes.
Zoe admitió que era lógico. Incluso era sensato. Sin embargo…
—No es tan sencillo. ¿Cómo puedo ahondar en la idea de que mi casa forma parte de la búsqueda si no estoy en ella?
—¿Eso te ha llevado a algún sitio? —preguntó Malory.
—No, no parece haberme llevado a nada, pero solo han pasado un par de días desde que empecé a trabajar con esa posibilidad. —Como sus palabras fueron recibidas con un silencio, Zoe bajó los brazos y suspiró—. Vale, de acuerdo; sé que ya debería haber percibido algo si fuese importante. De todas formas, no puedo estar segura del todo.
—A mí eso me suena a que intentas evitarlo —repuso Dana torciendo la boca.
Poniéndose a la defensiva, Zoe le lanzó una mirada larga y dura como el acero.
—No es que lo evite. Se trata de… precaución. Y no es comparable a que Jordan se quede en tu apartamento mientras esperáis a trasladaros al Risco del Guerrero, o a que Malory se vaya a vivir con Flynn. Vosotros estáis comprometidos. En cambio yo tengo que pensar en Simon.
—Brad está loco por Simon —señaló Malory.
—Ya lo sé. —Levantó el destornillador eléctrico para acabar de fijar los rieles al techo—. Sin embargo, eso no significa que debamos hacer las maletas y mudarnos a su casa. No quiero que Simon se confunda respecto a mí y Brad solo por el sexo, ni que se acostumbre a esa enorme casa, a todas las cosas que hay allí, a la atención y al bueno, trato cotidiano con Brad.
Malory dejó de colocar libros en las estanterías.
—¿Simon es la única persona que no quieres que se confunda?
—No. —Zoe soltó un resoplido mientras le pasaba a Dana el destornillador—. Estoy tratando de sentirme cómoda con mis sentimientos, de mantenerlos dentro de unos límites razonables. Hay muchos motivos para eso.
—Pues cuando te miro no veo a una mujer que se ponga límites a sí misma.
Zoe cogió el foco que Malory le tendía y luego lo encajó suavemente en el riel.
—Tú piensas que debería aceptar su propuesta.
—Yo pienso que deberías hacer lo que te haga feliz. Aunque a veces elegir lo que te hace feliz es más duro y da más miedo que optar por lo más seguro.
A pesar de que se hallaba muy lejos de saber con certeza qué la haría feliz o qué le daría miedo, Zoe rompió la rutina y recogió a Simon en el colegio.
—Pensaba que iba a ir a casa de la señora Hanson —dijo él.
—Ya lo sé. —Con un gesto que ya tenía automatizado, Zoe apartó el hombro del camino de Moe, que metió la cabeza entre los asientos delanteros para saludar al niño—. La he llamado. Quería hablar contigo.
—¿Me he metido en problemas?
—No lo sé. —Arqueando las cejas, le preguntó—: ¿Te has metido en problemas?
—No; lo juro. No he hecho nada.
Zoe aparcó el coche y saludó con la mano a la señora Hanson, que se encontraba en su jardín delantero recogiendo con el rastrillo hojas secas.
—De acuerdo. Pues vamos dentro a tomar algo y a charlar.
—Moe… —Encantado con ese juego, Simon bajó del coche a toda prisa—. ¡Galleta! —gritó, y se rio como un tonto mientras el perro salía disparado y enloquecido hacia la puerta principal—. Mamá…
—¿Sí?
—Cuando Moe tenga que volver a su casa, ¿crees que Flynn le dejará que venga a visitarnos?
—Estoy convencida de que sí. —Se detuvo junto a la puerta, ante la que se estremecía Moe—. Simon, sé que quieres tener un perro que sea tuyo. ¿Por qué no me lo has pedido nunca?
—Porque a lo mejor aún no podemos permitírnoslo.
—Ah. —Con el corazón encogido, Zoe abrió la puerta y dejó que Moe se dirigiese como una bala a la cocina y las galletas.
—Cuesta dinero comprar uno —siguió Simon—. Incluso si los sacas de la perrera, creo que tienes que pagar algo. Además, hay que comprarle comida, juguetes y más cosas. Y necesitan pinchazos del veterinario. Por eso estoy ahorrando para que podamos tener uno. A lo mejor podemos el año que viene.
Zoe asintió con la cabeza, pues no confiaba en la firmeza de su voz. Colgó su abrigo y el de Simon, y aprovechó ese tiempo para recuperarse. Cuando entró en la cocina, Simon ya había tirado la cartera del colegio al suelo y había sacado una galleta de la caja de Moe, que estaba desesperado.
Zoe sirvió un vaso de leche para Simon y sacó una manzana para cortarla en rodajas y mantener así las manos ocupadas mientras hablaban.
—Ya sabes que estoy tratando de hacer algo importante, intentando encontrar una llave.
—Para las personas mágicas.
—Sí, para las personas mágicas. Lo estoy intentando con todas mis fuerzas, y a veces, bueno, pienso: «Hoy la voy a encontrar». Otras veces no creo eso en absoluto. Estoy bastante convencida de que voy a necesitar ayuda.
—¿Necesitas que yo te ayude?
—En cierto modo. —Colocó las rodajas de manzana en un plato y añadió unas cuantas uvas—. Bradley también quiere ayudarme. Además, las personas mágicas me dijeron que es importante su colaboración.
—Brad es bastante listo.
—A ti te cae muy bien, ¿verdad?
—Ajá. —Simon cogió un pedazo de manzana cuando ella le puso el plato delante—. A ti también te cae bien, ¿no?
—Sí, así es. Bradley cree que podría ayudarme mejor si nos instalásemos en su casa una pequeña temporada.
Con un semblante inescrutable, incluso para su madre, Simon la miró mientras comía manzana.
—¿Vivir allí, con él?
—Bueno, quedarnos en su casa durante un poco de tiempo. Como si fuera una visita.
—¿Moe también?
Al oír su nombre, Moe cogió su adorada pelota de tenis con los dientes y metió la enorme cabezota por debajo del brazo de Simon.
—Sí, estoy segura de que Moe podría acompañarnos.
—Genial. —Después de dar una patada a la pelota, que Moe había soltado a sus pies, para que el perro fuese a buscarla, Simon cogió una uva—. A él le gusta ir allí. Le divierte.
—Seríamos invitados, Simon, de modo que tú y Moe… —en esta ocasión fue ella quien le dio una patada a la pelota—, vosotros dos tendríais que comportaros, pero que muy bien.
Simon asintió mientras Moe patinaba por el suelo, chocaba con fuerza contra la puerta trasera y luego recuperaba la pelota.
—Vale. ¿Brad y tú dormiréis en la misma cama y mantendréis sexo?
—¿Qué? —La pregunta le salió como un gritito.
—Chuck dice que sus padres lo hacen en la cama, y duermen justo en la habitación de al lado. Dice que su madre suelta unos sonidos como si le doliese.
—¡Oh, Dios mío!
Comiéndose una uva con los ojos clavados en el rostro de su madre, Simon mandó la pelota al otro extremo de la cocina.
—¿Duele?
—No —respondió Zoe débilmente, y luego se aclaró la garganta para añadir—: No, no duele. ¿Sabes? Creo que será mejor que empecemos a empaquetar las cosas si vamos a…
—Entonces, ¿cómo es que la madre de Chuck chilla, gime y suelta sonidos como si le hiciese daño?
Zoe pudo notar cómo palidecía y cómo le regresaba luego la sangre al rostro de golpe, como fuego debajo de la piel.
—Bueno. Eh, es solo que algunas personas se… —«Oh, por favor, Dios, échame una mano con esto»—. Piensa en cuando estás enfrascado en un juego o viendo algo en la tele y estás entusiasmado, y… gritas o haces sonidos raros.
—Sí. Porque es divertido.
—Porque es divertido. El sexo puede ser divertido, pero tienes que ser lo bastante mayor, y debes querer compartirlo con la otra persona, que tiene que ser una persona que te importe.
—Se supone que los chicos han de usar un condón para que ninguno de los dos ponga enfermo al otro y para no tener niños antes de quererlos. —Asintiendo con sabiduría, Simon se terminó las uvas—. El padre de Chuck tiene condones al lado de la cama, en la mesita de noche.
—Simon McCourt, ¿cómo se te ocurre hurgar en los cajones del señor Barrister?
—Fue Chuck quien lo hizo. Cogió uno para enseñármelo. Son graciosos. Pero Brad debe utilizarlos si quiere tener sexo contigo, para que no te pongas enferma.
—¡Simon! —Zoe tuvo que cerrar los ojos un momento—. Simon —repitió—, no vamos a ir a casa de Brad para poder tener sexo él y yo. Y cuando dos personas, dos adultos, tienen la clase de relación que incluye, eh, estar juntas de esa manera, eso es algo muy íntimo y privado.
—Pues entonces la madre de Chuck no debería ser tan escandalosa.
Zoe abrió la boca, volvió a cerrarla y después apoyó la cabeza en la mesa y se echó a reír hasta que se le saltaron las lágrimas.
Cuando Brad llegó, Zoe tenía preparadas dos maletas —para ella y su hijo—, un petate repleto de objetos que Simon consideraba esenciales para su supervivencia y otro lleno de lo que ella consideraba esencial para la suya. Además de eso, había cargado la pequeña nevera portátil con alimentos perecederos procedentes de su frigorífico y algunos de los cereales y aperitivos preferidos de Simon. Al lado había una bolsa de doce kilos de comida para perros prácticamente entera, junto con una caja rebosante con las cosas de Moe.
—¿Nos vamos de safari? —preguntó Brad mientras contemplaba el equipaje.
—Tú lo has querido —le recordó Zoe.
Él dio un empujoncito con el pie a la nevera portátil.
—¿Sabías que en mi casa ya hay comida?
—Lo que hay ahí dentro se echará a perder si no lo consumimos pronto. Hablando de eso, no quiero que creas que tienes que mantenernos a Simon y a mí porque estemos contigo. Él deberá seguir unas normas y tener unas tareas, igual que aquí. Si mi hijo se pasa de la raya, limítate a decírmelo y ya me ocuparé yo.
—¿Algo más?
—Sí. Me encantaría poder preparar las comidas para todos nosotros, y dividiremos los gastos de alimentación.
—Si tú quieres cocinar, por mí no hay ningún problema, pero no tendrás que preocuparte de pagar ni media rebanada de pan.
—Ahora no me discutas tú. O corro yo con mis gastos y los de Simon o no vamos. —Cogió su abrigo y se lo puso—. Yo no ordenaré lo que tú desordenes, pero sí ordenaré lo que desordenemos Simon y yo. Cuando necesites silencio o intimidad, no tengas ningún apuro en decirlo.
—Tal vez debería apuntarme todo eso. —Se palpó los bolsillos como si estuviese buscando un bloc de notas—. Me temo que vas a ponerme a prueba.
—A lo mejor ahora lo encuentras de lo más gracioso, pero jamás has convivido con un niño y un perro bajo el mismo techo. Quizá te haga falta terapia a final de mes. Así que si llegas a un punto en que ya tienes bastante, dímelo.
—¿Eso es todo?
—Algo más: Simon y yo hemos mantenido una charla antes, y creo que necesitamos tratar… —Se interrumpió cuando el chaval bajó corriendo las escaleras seguido de Moe.
—Mamá, casi me olvido del dragón de las babas.
—Simon, solo estaremos fuera unos pocos días. No es preciso que te lleves todo lo que tienes.
—¿Puedo echarle un vistazo? —Brad alargó la mano y cogió el dragón, construido con plástico rígido. Encontró el mecanismo, lo presionó y vio como una cinta de baba verde claro brotaba por la boca del dragón entre gruñidos—. ¡Qué chulo!
—Me rindo —bufó Zoe—. Simon, empecemos a cargar todo esto en el coche.
Le costó una considerable cantidad de tiempo y persuasión lograr que Simon se acostara. Zoe no podía culparlo de que se dejase llevar por el entusiasmo y la emoción. La habitación que le habían adjudicado en casa de Brad era el doble de grande que la suya, y contaba con un área de entretenimiento con su propio aparato de televisión.
Aunque Zoe impuso unas reglas al respecto, tenía la intención de estar atenta a posibles ruidos procedentes del televisor cuando el niño estuvo por fin en la cama.
Ella desempaquetó sus propias cosas, guardó la ropa en los cajones con aroma a cedro de un aparador antiguo de caoba y colocó sus artículos de tocador en la kilométrica repisa verde pálido del cuarto de baño contiguo.
—No te acostumbres a esto —se advirtió a sí misma en voz alta mientras rozaba el delicado encaje blanco de la colcha que resaltaba la cama rodeada por cuatro columnas en la que iba a dormir.
«Solo serán unos pocos días», pensó. Como un capítulo en un cuento de hadas.
Alzó la vista a la madera de color miel que formaba el techo abovedado y se preguntó cómo sería despertarse por la mañana en aquella cama, en aquella habitación.
Estaba cerrando la cremallera de la maleta vacía cuando Brad golpeó con los nudillos la jamba de la puerta abierta.
—¿Has encontrado todo lo que necesitabas?
—Todo eso y más. Es una habitación fantástica, como estar dentro de un bizcocho recién hecho. —Se acuclilló para meter la maleta debajo de la cama—. Me dan tentaciones de empezar a saltar sobre la cama como si fuera Simon.
—Tú misma.
Aunque Zoe sonrió, sus ojos estaban inquietos. Señaló con un gesto las rosas amarillas que había sobre el aparador.
—¿Tan convencido estabas de que ibas a salirte con la tuya?
—Estaba convencido de tu sentido común, y de tu compromiso para continuar con la búsqueda de la llave.
—Tienes una forma muy particular de hacer las cosas, Bradley. —Zoe volvió a deslizar los dedos por la colcha de la cama—. Un estilo de lo más hábil.
—En cualquier caso, quería que Simon y tú estuvieseis lo más seguros posible. Si hubiera tenido que agobiarte para conseguir que vinierais aquí, lo habría hecho. Te agradezco que nos lo hayas ahorrado a los dos.
—Si me hubieses agobiado, yo me habría puesto a la defensiva, con lo cual mi sentido común habría quedado anulado. De todos modos, es más inteligente que permanezcamos unidos.
—Bien. ¿Vas a dejar que me cuele en tu habitación en mitad de la noche?
Aunque Zoe intentó lanzarle una mirada glacial, en los labios le bailaba una sonrisa.
—Es tu casa.
—Es tu elección.
Ella soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—Lo dicho: eres de lo más hábil. Tenemos que hablar. ¿Podemos ir abajo?
—Por supuesto. —Alargó una mano y, aunque percibió que Zoe vacilaba, la mantuvo tendida hasta que ella se acercó y se la cogió—. ¿Qué te parece una copa de vino junto al fuego?
—Eso sería una delicia. Aquí todo es delicioso. Me da terror que Simon rompa algo.
—Pues quédate tranquila. El día en que estaba instalándome aquí de nuevo, apareció Flynn con Moe. Lo primero que hizo ese perro fue entrar corriendo en la casa y romper una lámpara. Tampoco supuso una tragedia nacional.
—Supongo que estoy nerviosa, entre unas cosas y otras.
—Ve al salón y siéntate. Yo iré a buscar el vino.
En la estancia el fuego de la chimenea ya estaba encendido. Seguramente Brad se habría encargado de eso mientras ella estaba deshaciendo la maleta. Como el resto de la casa, la habitación era ordenada, cálida e interesante; aquellas pequeñas piezas, cosas que Zoe imaginaba que él habría coleccionado a lo largo de sus viajes, el arte, incluso el modo en que todo estaba colocado…
Se acercó a examinar un cuadro que mostraba una calle de París, un café en la acera con sus coloridas sombrillas, los ríos de flores, la dignidad del Arco del Triunfo al fondo.
A años luz de sus postales enmarcadas.
Seguro que Brad se había sentado en uno de esos bulliciosos cafés a tomarse un fuerte café solo en una taza diminuta, mientras que ella solo había soñado hacerlo.
Brad entró con una botella de vino en una mano y dos copas en la otra.
—Compré ese cuadro hace dos años —dijo, acercándose a Zoe—. Me gustó el movimiento, la manera en que el tráfico se amontona en la calzada. Casi puedes oír el estruendo de las bocinas. —Sirvió vino en una de las copas y aguardó a que Zoe la cogiese—. Parece que los Vane no podemos dejar de coleccionar arte.
—A lo mejor deberíais pensar en montar un museo.
—Lo cierto es que mi padre está trabajando en algo así: un hotel, un centro turístico… Podría llenarlo con algunas de sus piezas de arte, así tendría una excusa para adquirir más.
—¿Sería capaz de construir un hotel solo para disponer de un lugar en el que colocar su colección de arte?
—Para eso, y por la empresa. Arte, madera y capitalismo son sinónimos del apellido Vane. Mi padre tiene puesta la brújula para encontrar el terreno perfecto aquí, en las Highlands, donde empezó todo. —Se encogió de hombros, un gesto cargado de seguridad y confianza—. En cualquier caso, si no lo encuentra aquí lo construirá en otro sitio. En cuanto B. C. sabe lo que quiere no acepta un no por respuesta.
—Así que tú consigues lo que quieres legítimamente.
—Me lo tomaré como un cumplido. El viejo es un buen hombre. Un poquito autoritario, pero un buen hombre. Un buen marido y un buen padre, y un empresario excepcional. Le gustarás.
—No puedo imaginármelo —contestó ella débilmente.
—Él admirará lo que has hecho con tu vida, lo que has logrado. Y lo que aún estás construyendo. Mi padre diría que tienes agallas, y no hay nada que respete más que eso.
Zoe suponía que un hombre como B. C. Vane la asaría como una hamburguesa si llegase a descubrir que estaba liada con su hijo.
—¿Los quieres? Me refiero a tus padres.
—Muchísimo —respondió él.
—Yo no sé si quiero a mi madre. —Se le había escapado antes de ser consciente de que iba a decirlo, incluso antes de saber que pensaba así—. ¡Qué cosa tan horrible he dicho! Deseo quererla, pero no sé si la quiero. —Conmocionada por sus propias palabras, se sentó sobre el brazo de una butaca—. Y a mi padre… no lo he visto desde hace un montón de años. Si ni siquiera lo conozco, ¿cómo podría quererlo? Él nos abandonó. Dejó a su mujer y a sus cuatro hijos, y nunca regresó.
—Eso tuvo que ser duro para ti y tus hermanos. Y también para tu madre.
—Para todos nosotros —coincidió Zoe—, pero especialmente para mi madre. No solo le rompió el corazón; se lo estrujó hasta que estuvo seco y quebradizo y no le quedaba ni una gota de jugo para nosotros. Cuando se largó, ella se fue detrás a buscarlo. Yo pensé que no iba a regresar.
—¿Tu madre os dejó solos? —La voz de Brad vibró de la indignación—. ¿Dejó solos a cuatro niños?
—Estaba desesperada por lograr que mi padre volviese a casa. Solo estuvo fuera un par de días, pero… ¡Oh, Dios, yo estaba aterrorizada! ¿Qué podía hacer si no regresaba?
—¿No había nadie a quien pudieses acudir en busca de ayuda?
—La hermana de mi madre, pero ellas dos siempre estaban riñendo, así que no quería llamarla. Tampoco sabía si debía telefonear a alguien de la familia de mi padre, tal y como estaban las cosas, así que no hice nada, excepto cuidar de mis hermanos y esperar a que mi madre volviese.
Brad era incapaz de comprenderlo.
—¿Qué edad tenías?
—Doce años. Junior tenía un año menos que yo, así que no podía cuidar de mí. Joleen era un par de años menor que él, de modo que estaría por los ocho, supongo, y se pasaba llorando todo el día. Ni antes ni después he visto a nadie llorar de esa manera —sentenció Zoe con un suspiro—. Mazie, la chiquitina, tenía cinco años, así que no entendía realmente lo que estaba sucediendo, aunque sabía que algo pasaba. Yo apenas podía quitarle los ojos de encima. No tenía ni idea de qué iba a hacer si se nos acababa la comida o el dinero para comprar más. —Se desplazó para sentarse en la butaca con la copa oscilando entre sus rodillas—. Al final mi madre regresó. Recuerdo que pensé que parecía muy cansada, y más dura. A pesar de eso, con el tiempo terminaría teniendo un aspecto más cansado y duro. Hizo todo lo que pudo por nosotros, y lo hizo lo mejor que fue capaz. De lo que no estoy segura es de que volviera a querernos. Ni siquiera sé si podía querernos. —Entonces alzó la vista para mirar a Brad—. Esa es la familia de la que procedo. Quería que lo supieses.
—¿Me lo has contado porque crees que eso va a cambiar mis sentimientos por ti? ¿Piensas que si tus padres me parecen irresponsables y egoístas dejaré de amarte?
El vino se agitó en la copa cuando la mano de Zoe se estremeció.
—No digas eso. No digas nada sobre el amor cuando ni siquiera me conoces.
—Te conozco, Zoe. ¿Quieres que te cuente lo que sé, lo que veo, lo que siento?
Ella negó con la cabeza.
—¡Dios! No tengo ni idea de qué se supone que debo hacer. No sé cómo conseguir que comprendas cuánto me confunde todo esto. Temo que si me dejo llevar de nuevo yo también puedo acabar seca por dentro.
—¿Del modo en que te dejaste llevar con James Marshall?
Zoe suspiró.
—Yo lo amaba. Bradley, lo amaba muchísimo. Era como estar dentro de una campana de cristal donde todo era muy brillante y resplandeciente. No se trató solo de algo irresponsable e imprudente entre nosotros dos.
Brad se sentó a su lado.
—Cuéntamelo. Necesito saberlo —añadió al ver que ella dudaba—. Si eso no te basta, piensa que quizá el retroceder en el tiempo conmigo sea uno de los pasos que llevan hasta la llave.
—No me da vergüenza. —Zoe hablaba en voz baja—. No es que me dé vergüenza, sino que parte de la historia, cosas que pasaron y cosas que sentí, siempre ha sido solo para mí. Pero tú te mereces oírlo todo.
Brad le rozó el dorso de la mano brevemente.
—¿Cómo lo conociste?
—Imagino que podría decirse que a través de nuestras madres. Mi madre se encargaba de arreglarle el pelo a la señora Marshall, y lo hacía a domicilio. A veces ella la llamaba para que fuese a peinarla para una fiesta o antes de irse a algún sitio especial. En ocasiones yo acompañaba a mi madre y me ocupaba de hacerle la manicura a la señora Marshall o de lavarle el pelo. Ella era agradable conmigo. Siempre era muy amable y nada altiva. Bueno, no demasiado —se corrigió—. Hablaba conmigo y respondía a mis preguntas sobre los cuadros de la pared o las flores del aparador. Se interesaba por cómo me iba en la escuela o con los chicos. Al final, siempre me pasaba un billete extra de cinco dólares cuando mi madre no miraba. James estaba fuera, interno en un colegio. Yo lo había visto alguna que otra vez, pero él jamás había reparado en mí. Lo veía en las fotografías enmarcadas que había sobre la cómoda de la señora Marshall. Era guapísimo, como un caballero o un príncipe, así que a lo mejor yo me enamoré un poco de él de esa manera. A las chicas nos ocurren cosas así.
—A los chicos también —afirmó Brad.
—Quizá. Los Marshall daban muchas fiestas en su enorme mansión. A la señora le encantaba organizar fiestas. Me contrató para ayudar a servir en algunas de ellas, e incluso me compró una falda negra y una blusa blanca de calidad para que diese buena imagen. Celebraron una fiesta en primavera, y James estaba en casa de vacaciones. Entonces se fijó en mí. —Zoe miró la copa de vino como si hubiese olvidado que la tenía en la mano. Le dio un trago lento para ordenar sus pensamientos—. Me siguió hasta la cocina y se puso a hablar conmigo, a flirtear. Yo era muy tímida, y James hizo que me sintiese muy torpe. En cualquier caso, fue muy considerado. Cuando la fiesta terminó y todo estuvo recogido, James me llevó en coche a casa. —Alzó los hombros y volvió a dejarlos caer—. Se suponía que yo no debía subir al coche de ningún chico, de modo que no tendría que haber consentido que me llevase. Sabía que a su madre no le gustaría nada si llegaba a enterarse. ¿Y la mía? Me habría arrancado la piel a tiras. A pesar de eso, no pude evitarlo. Al igual que no pude evitar volver a verlo. Me escapaba a hurtadillas para reunirme con él, porque sus padres y mi madre no lo habrían permitido. Eso solo lo hacía todo más emocionante, más maravilloso. Como Romeo y Julieta. Yo era lo bastante joven, y él también, para pensar en esos términos, para internarnos en el amor y la pasión sin considerar nada más. —Zoe miró a Brad y le leyó el pensamiento—. Tú piensas que James se aprovechó de mí, que estaba utilizándome, pero no fue así. Tal vez no me amara, no de la misma forma que yo, pero él pensaba que sí. Solo tenía diecinueve años, y se vio atrapado por lo romántico de la situación tanto como yo.
—Zoe, a los diecinueve años, con su entorno familiar y su estilo de vida, él sabía mucho más de… la vida que tú.
—Tal vez. Tal vez eso sea cierto, especialmente si tenemos en cuenta que yo no sabía mucho de nada. Sin embargo James no me presionó, Bradley. No quiero que pienses eso. Él no insistió ni exigió, y no hay que achacarle más culpas que a mí. Las cosas ocurrieron, y punto.
—Y cuando le dijiste que estabas embarazada, ¿qué?
Zoe tomó una larga bocanada de aire, despacio.
—Yo ni siquiera me enteré de que lo estaba durante casi dos meses. No era muy lista en esa clase de cosas. Antes de que lo supiese ya era septiembre, y James se encontraba lejos, en la universidad. Cuando volvió a pasar un fin de semana a su casa, se lo conté. Él se enfadó y se asustó. Supongo que también, viéndolo ahora desde la distancia, nuestra historia ya se estaba apagando para él. James había empezado a vivir en el ambiente universitario, donde ocurrían un montón de cosas emocionantes, y una chica de su pueblo, por la que está perdiendo el interés, se queda embarazada.
—Sí, pobrecito. Qué mala suerte la suya.
Zoe tuvo que sonreír un poco.
—Estás siendo durísimo con él.
—Aún sería mucho más duro si tuviese la ocasión. —Irritado, se levantó para servirse otra copa de vino—. Quizá haya una parte de celos, pero la razón principal es que te dejó pasar por todo eso sola.
—Dijo que haríamos lo correcto, que él me apoyaría. Creo que hablaba en serio, aunque estuviera enfadado y asustado. Pienso que lo decía de verdad en ese momento.
—Las palabras se las lleva el viento.
—Sí, es cierto. —Zoe asintió en silencio mientras Brad se paseaba por la habitación—. Alguien como tú… Tú habrías hablado en serio y te habrías atenido a tus palabras. Sin embargo, no todas las personas están hechas de la misma pasta. En ocasiones lo correcto no es lo que tú piensas que lo es. Yo me encuentro aquí porque James no se atuvo a su palabra, de modo que eso fue lo correcto. Para mí y para Simon.
—De acuerdo. ¿Qué sucedió después?
—Él iba a decírselo a sus padres y yo tenía que decírselo a mi madre, y después haríamos lo que tuviésemos que hacer.
—Pero él no lo hizo.
—Oh, se lo contó a sus padres, igual que yo a mi madre. Mi madre se puso furiosa, pero en parte enfocó el asunto con aires de suficiencia; eso pude verlo en su rostro mientras le explicaba lo ocurrido. En cierta manera, pensó que aquello me estaba bien empleado por actuar como si fuese mejor que los demás, de modo que así aprendería lo que era en realidad. De todas formas, cuando la señora Marshall fue a verla mi madre me defendió. —Zoe alzó la barbilla en un gesto cargado de orgullo—. La señora Marshall le soltó que yo era una mentirosa y una estafadora, una mujerzuela que había engatusado a su hijo a espaldas de su madre. También afirmó que yo no iba a arrastrar a su hijo a las cloacas, y que si estaba embarazada eso no significaba que el niño fuese de él. Y aunque lo fuera, ella no iba a permitir que James pagase el resto de su vida por haberse juntado conmigo. Dijo mucho más, como que me había dejado entrar en su casa y había confiado en mí, pero que yo no era más que una ladrona y una puta. Dejó un cheque por valor de cinco mil dólares sobre la mesa de la cocina y me aseguró que eso era todo lo que iba a conseguir y que yo podía usarlo para costearme un aborto o como quisiera, pero que no obtendría ni un penique más, y si intentaba sacar más, si intentaba ver a James de nuevo, ella se encargaría de que mi familia pagase por ello.
—Tú llevabas dentro a su nieto.
—Ella no lo veía de ese modo. No podía. Y desde luego que habría hecho que mi familia pagase por eso. Tenía el dinero y el poder necesarios, y yo no tenía nada con lo que defenderme. Mandó a James lejos, no sé adónde. Yo escribí una carta ese mismo mes de septiembre a su colegio mayor en la que le preguntaba qué tenía que hacer, qué quería él que hiciese. No me contestó, así que supuse que aquella era una respuesta bastante clara. Cogí el cheque y los ahorros que había ido reuniendo y me marché. No pensaba criar a mi hijo en aquel aparcamiento de caravanas. Tampoco pensaba criarlo en ningún lugar cercano a los Marshall. Después de que Simon naciese, envié a James otra carta junto con una fotografía del bebé. Me la devolvieron sin abrir. Así que me olvidé de aquello y me prometí que cuidaría de mí misma. Y que no buscaría a nadie que hiciese las cosas mejor ni distintas, a nadie que me dijera lo que tenía que hacer. No buscaría a nadie que me asegurase que me amaba y que haría lo correcto.
Brad se sentó de nuevo, cogió la copa de vino que había quedado desatendida de las manos de Zoe y la dejó en la mesita.
—Ya has demostrado que podías construir una buena vida para ti y para Simon. Tú sola. ¿Tienes que continuar demostrándolo?
—Si dejo que entre nosotros dos suceda ese algo y luego tú te desentiendes… No soy lo bastante valiente para arriesgarme de ese modo. Quizá lo fuese si estuviese sola, pero no es así.
—Tú no crees que yo esté enamorado de ti.
—Creo que tú crees que lo estás, y sé que nadie te impediría hacer lo correcto. Incluso si no fuese lo correcto para ti. Por eso voy a pedirte que esperes hasta que haya terminado este mes, hasta que todo sea menos romántico y emocionante; entonces veremos cómo estamos juntos.
Brad pensó que Zoe sujetaba un espejo que reflejaba lo que había entre ellos y lo proyectaba hacia atrás, a lo que hubo entre ella y James. Se esforzó en hallar un poco de comprensión a través del resentimiento.
—Quiero preguntarte una cosa. Solo una. ¿Tú me amas?
—No puedo evitar amarte, pero puedo controlar lo que hago al respecto.