13

Zoe decidió que dormir no iba a ser una prioridad durante un tiempo. Tal como había organizado las cosas, ni siquiera se encontraría entre las cinco prioridades de su lista. Tenía un hijo que criar, y le daba la sensación de que no había estado dedicándole el tiempo ni la atención que se merecía. Tenía un negocio que poner en marcha, y eso iba a consumir otra considerable cantidad de horas.

Estaba manteniendo su primera relación seria y adulta con un hombre, y no le había reservado tiempo para averiguar cómo se había metido en ella, y mucho menos aún para disfrutarla.

Debía llevar a cabo una búsqueda, y si no cruzaba la línea de meta antes de dos semanas todo estaría perdido. Lo que se hallaba encerrado en una urna de cristal había vivido dentro de ella durante un instante milagroso. Y ella estaba preparada para sudar sangre si era preciso para salvarlo.

De manera que el dormir debería esperar hasta que pudiese hacerle un hueco en su programa de actividades.

Pasó el día en ConSentidos entrevistando a posibles empleados, calculando horas potenciales de trabajo y escalas salariales. Pasó la tarde con Simon, ayudándole a diseñar un trabajo del colegio que consistía en un comedero para pájaros, recortándole el pelo y disfrutando sin más de su compañía.

Empleó la mayor parte de la noche entre el papeleo y tareas de la casa que había aplazado durante demasiado tiempo.

Hizo números, y juegos malabares con ellos. Los estiró y los comprimió, pero los resultados eran los mismos. Los costes de la puesta en marcha del salón de belleza habían engullido su capital a un ritmo pasmoso. Admitió que gran parte de eso se debía a su determinación de empezar con estilo. Lo cierto es que estaría condenada si permitía que algo desluciera su sueño.

Mientras examinaba la hoja de cálculo que había creado en el ordenador, reconoció que tendría que reducir los gastos a su mínima expresión. Ya los había minimizado en otras ocasiones. Si conseguían abrir las puertas de ConSentidos el día siguiente a Acción de Gracias y si tenían clientes que gastaran dinero allí, enseguida comenzarían a compensar el desembolso. Gota a gota, pero el goteo se transformaría en un chorro, y el chorro en un torrente.

Las semanas anteriores a la Navidad eran la época de mayores ingresos en la venta al por menor, y esas fechas eran justo lo que ConSentidos necesitaba para despegar.

Si había algo que ella sabía hacer, eso era cómo estirar un dólar. Ya lo había logrado antes. Para ello necesitaba continuar dos años más con el mismo coche sin reparaciones de envergadura. «Por favor, Dios».

Recortaría de aquí y de allá, sin que eso afectara a Simon. Seis meses, quizá un año, y ConSentidos marcaría una gran diferencia en sus vidas. Les otorgaría la estabilidad que tan desesperadamente deseaba para su hijo. Además, a ella le proporcionaría el orgullo y el respeto que tan desesperadamente deseaba para sí misma.

Era allí adónde había estado dirigiéndose desde que abandonó la caravana a los dieciséis años. Una encrucijada fundamental entre las muchas de su vida. Una dirección más. Meditabunda, se recostó en la silla. ¿Y qué pasaba con las otras?

Si ConSentidos era uno de esos cruces de caminos, también lo era la casa en que vivía, la casa para la que había ahorrado y por la que pagaba todos los meses un dinero ganado con el sudor de su frente. A Zoe se le ocurrió que si un simple viaje de vuelta a sus raíces y una exploración por el desván de ConSentidos habían podido revolver poderes y fuerzas ocultos, entonces fregar el suelo de su propia cocina era posible que tuviera los mismos efectos.

Archivó los papeles, apagó el ordenador portátil y fue en busca del cubo de fregar.

La primera razón por la que había escogido aquella casa era porque podía permitírsela. Por los pelos. También supo, al igual que nada más entrar en el edificio que se convertiría en ConSentidos, que aquel era su lugar. El hogar que construiría para Simon.

Mientras enjabonaba el suelo de rodillas, recordó que, cuando llegó, la casa no era precisamente un deleite para los ojos. La pintura de color marrón sucio y un jardín lleno de hierbajos no ayudaban mucho a una buena presentación. Dentro, las moquetas estaban gastadas, las tuberías se hallaban en un estado dudoso, el linóleo de la cocina daba pena y la pared estaba sembrada de agujeros de clavos.

En cambio, el tamaño era perfecto, y el precio, justo.

Zoe había dedicado mucho tiempo a restregar, pintar, cavar y plantar. Rebuscó en liquidaciones y rastrillos, e incluso en el vertedero municipal.

Sentándose sobre los talones, se acordó de que en aquellos días tampoco dormía mucho. Pero habían valido la pena todas las horas empleadas. Había aprendido mucho sobre sí misma y sobre lo que podía hacer.

Sonriendo, deslizó un dedo por un reluciente cuadrado de vinilo. Ella había colocado aquel suelo con sus propias manos. Estuvo atenta a las ofertas y buscó aquel diseño de un limpio color blanco en Reyes de Casa.

Cayó en la cuenta de que también había comprado en Reyes de Casa la pintura del exterior y del interior de su vivienda. Además de algunos artículos de fontanería, lo mismo que el material de iluminación del baño del primer piso.

De hecho, no había ni una habitación en su hogar que no debiese algo a Reyes de Casa. Eso tenía que significar algo.

Tenía que significar Bradley.

Zoe advirtió que Bradley estaba allá donde mirase. Incluso cuando no era consciente, él estaba allí, dando vueltas en su cabeza. Estar liada con él era emocionante, y solo un poquito aterrador. En cambio estar enamorada de él…, eso era sencillamente imposible.

Aún más, era peligroso para él. A Zoe no se le habían pasado por alto las palabras de Pitte, cuanto más le importase a ella Bradley, más posibilidades habría de que saliese herido. Zoe no ponía en duda que él formase parte de la búsqueda, ni que, de un modo u otro, tuviese que ver algo en su vida. Sin embargo, no iba a permitir que sus fantasías sobre lo que podía llegar a ser —solo con que las cosas se desarrollasen de una forma diferente— pusieran a Bradley en el camino de Kane.

Ya era bastante con tener un hombre que se preocupase por ella y que sintiera tanto afecto por su hijo. No sería avariciosa ni pediría más.

Con el suelo limpio, miró al reloj del horno: eran casi las tres y media de la madrugada. Tenía una cocina impoluta, un talonario con las cuentas cuadradas y el diseño de los servicios y los precios que iba a ofrecer. En cambio ignoraba si había dado otro nuevo paso hacia la llave.

Decidió dormir un poco y volver a comenzar por la mañana.

Bradley se hallaba sentado frente al rojo resplandor de la hoguera y bebía cerveza tibia. La temperatura de la bebida no importaba. A los dieciséis años, lo fundamental era la cerveza. Su padre lo despellejaría si se enterase…, y casi siempre se enteraba de todo. Sin embargo, nada podía echar a perder la sensación de libertad de una cálida noche de verano.

Brad no tenía intención de dormir. Iba a fumarse otro cigarrillo, a beberse el resto de la cerveza y a seguir allí sin más.

Había sido idea de Jordan ir a acampar a las montañas, cerca de las sombras del Risco del Guerrero. Aquel espeluznante y viejo lugar siempre había atraído a su amigo de tal modo que se pasaba el tiempo inventando historias sobre aquel sitio y la gente que podría haber vivido o muerto allí.

Brad tenía que admitir que era fascinante contemplar la mansión. Interesante pensar en ella. Cuando lo hacías, te veías obligado a preguntarte quién demonios construiría un monstruo tan bestial en la cima de una montaña de Pensilvania. Tenía algo de escalofriante, pero molaba.

En cualquier caso, dejaría el Risco a Jordan. Brad prefería con mucho la casa de madera llena de recovecos situada junto al río. Incluso cuando quería trasladarse a Nueva York después de acabar la universidad o viajar por el mundo, lo cierto es que no podía imaginarse viviendo en ningún otro sitio que no fuese aquella casa.

No para siempre.

Pero la universidad, Nueva York y los «para siempre» se hallaban a una vida de distancia. A un millón de veranos de distancia. En ese momento preciso, le gustaba estar exactamente donde se encontraba, un poco aturdido por la cerveza y frente una hoguera en medio del bosque.

Haber llegado tan arriba de las montañas solo acentuaba la aventura que era subir hasta allí en coche con Flynn y Jordan, y escalar el alto muro de piedra como una pandilla que se colara en la cárcel en vez de fugarse de ella.

Brad tenía que trabajar el lunes por la mañana. El buen y viejo B. C. no toleraba a los cuentistas. Los Vane arrimaban el hombro incluso en las vacaciones estivales, y eso estaba bien. Pero contaba con todo el fin de semana para pasarlo con sus amigos. Para corretear por los bosques, por los prados silvestres, sabiendo que no había nadie que les fuera a decir que no lo hicieran.

Brad lo entendía todo sobre las responsabilidades… hacia la familia, el negocio o el apellido Vane. Algún día él mismo dejaría su propia huella…, igual que habían hecho su abuelo y su padre. Sin embargo, en ocasiones un chaval tenía que alejarse de todo aquello y disfrutar de una cerveza, un par de perritos calientes chamuscados y una noche alrededor de una fogata con buenos amigos.

No sabía dónde narices se habían metido, pero sentía demasiada pereza para ir a averiguarlo. Tomó unos sorbos de cerveza, acallando la vocecita de su cabeza que le decía que en realidad no le gustaba demasiado aquel sabor áspero a levadura. Se fumó un cigarrillo y observó cómo las luciérnagas escenificaban su espectáculo luminoso de todas las noches.

El ululato de una lechuza fue lo bastante escalofriante para provocarle un estremecimiento, y el zumbido rítmico del volar de los insectos añadió un telón de fondo apropiado a sus pensamientos sobre cuándo lograría llevarse a Patsy Hourback al asiento trasero de su coche. La chica estaba siendo muy estricta, y limitaba sus actividades a profundos besos con lengua y a permitirle a Brad ocasionales toqueteos de sus tentadores pechos… por encima de la blusa.

Él se moría de ganas por arrancarle aquella blusa a Patsy Hourback.

El problema estribaba en que ella quería que Brad le dijese primero que la amaba, y eso era algo excesivamente exagerado. Patsy le gustaba muchísimo, y él estaba gravemente enfermo de deseo por ella, pero ¿amarla? ¡Por Dios!

El amor era una materia temible y lejana, algo del futuro. Él no amaba a Patsy, y no veía que sus sentimientos fuesen a ir en esa dirección. Cuando sufriese esa caída sería… más tarde; eso sí estaba claro. Sería muchísimo más tarde, y con alguien que apenas podía representarse. Alguien a quien ni siquiera deseaba representarse aún.

Tenía muchas cosas que hacer antes, muchos sitios a los que ir.

Pero mientras tanto el condón que llevaba encima «por si acaso» le quemaba en la cartera; ansiaba como un loco abatir a Patsy Hourback.

Se acabó la cerveza y consideró la posibilidad de tomarse la segunda lata que le correspondía del paquete de seis. Sin embargo no resultaba demasiado divertido beber a solas.

Un susurro en la maleza lo hizo sonreír.

—Esa debe de ser la meada más larga de la historia, especialmente cuando has de manejarte con esa picha enana que tienes.

Esperó un comentario grosero o un insulto, y frunció el entrecejo cuando el bosque volvió a sumirse en el silencio.

—Venga, tíos, os he oído. Si no venís aquí, voy a beberme el resto de la cerveza yo solo.

La respuesta fue otro susurro procedente del lado opuesto. Brad sintió un escalofrío por la columna vertebral, pero defendió su virilidad cogiendo la segunda cerveza.

—Sí, eso va a acojonarme. ¡Dios, debe de ser Jason con su máscara de hockey! Socorro, socorro. Sois de lo menos convincente que hay.

Soltó un bufido, tiró de la anilla de la cerveza y dio un largo trago.

Un gruñido surgió de la oscuridad, y sonaba húmedo y hambriento.

—Corta ya el rollo, Hawke, gilipollas. —Pero el exabrupto le salió débil y con la voz nerviosa, porque la garganta se le había cerrado.

Con la mano tanteó lentamente el suelo en busca de uno de los palos afilados que habían empleado para asar los perritos calientes.

Un grito rasgó el silencio, horrible y cargado de miedo y dolor. Brad se puso en pie de un salto empuñando el palo como si fuese una espada. Giró en redondo, con el terror royéndole las entrañas mientras examinaba las sombras.

Durante un momento largo, muy largo, no se oyó más sonido que el de su desbocado corazón.

Cuando volvió a oírse otro grito, se escuchó su nombre.

Las luciérnagas centelleaban en enloquecidos torbellinos de luz y Brad salió disparado hacia el origen de aquel grito. Era la voz de Flynn, un sonido desesperado y pavoroso, agónico, que no podía haber fingido. Hubo otra llamada igual de apremiante. Esta era de Jordan y sonó detrás de Brad. Pareció hacer añicos la noche.

Dividido, lleno de pánico, Brad giró sobre sí mismo y volvió atrás a toda prisa. De la oscuridad brotó un sonido despedazador que se abalanzaba sobre él con una fuerza que no podía ser humana. De repente la noche se llenó de ruidos. El viento rugió entre los árboles y a su alrededor empezó a oírse el choque de extremidades contra el suelo. Llegaron gritos de todas partes a la vez. Mientras Brad corría, el calor estival se tornó en frío glacial y penetrante, y por el suelo fue extendiéndose una neblina que subió como si fuera el agua de un río hasta que casi le cubrió las rodillas.

Sentía un terror salvaje en las tripas…, por sus amigos y por sí mismo.

Emergió de entre los árboles al césped del llano que rodeaba las almenas y torres del Risco del Guerrero.

La luna, llena y redonda, se hallaba en lo alto. Bajo su luz Brad pudo ver a sus amigos tendidos sobre la hierba. Estaban hechos trizas. Oraciones sin sentido arañaron la garganta de Brad mientras corría hacia ellos.

Resbaló a causa de la sangre y cayó a cuatro patas, tras un truculento derrape, junto al cuerpo de Flynn. Se le revolvió el estómago cuando abrazó a su amigo y las manos se le quedaron mojadas y calientes.

Bajo la clara luz de aquella perfecta luna blanca, la sangre goteó de los dedos de Brad.

—No —dijo suavemente con una voz estremecedora. Cerrando los ojos, se preparó y buscó en su interior tan hondo como pudo—. No. —La voz se le fortaleció cuando abrió los ojos y se obligó a mirar de nuevo—. Esto no es más que una chorrada.

Mientras Brad lo miraba sin pestañear intentando mantener a raya el miedo y el dolor, Flynn giró la cabeza sobre su cuello roto e hizo una mueca burlona.

—Eh, capullo, ¿sabes qué? Tú eres el siguiente.

Aunque el corazón se le paralizó en el pecho, Brad se puso en pie y repitió:

—Esto es una chorrada.

—Va a dolerte de verdad. —Sin dejar de sonreír, Flynn se levantó.

Sonó una risilla entre dientes horrorosamente líquida, y entonces lo que había sido Jordan se levantó también. Los dos comenzaron a acercarse a Brad con pasos tambaleantes.

—Todos somos carne —afirmó Jordan, y guiñó a Brad el único ojo que aún permanecía dentro de su cuenca—. Nada más que carne.

Brad podía olerlos, oler la muerte mientras se le aproximaban.

—Tendrás que hacerlo mejor, Kane. Bastante mejor, porque esto es una chorrada.

Le hizo daño, un dolor tremendo y contundente que irradiaba desde el pecho hasta todas las células de su cuerpo. Brad hizo presión sobre él, lo utilizó y forzó a sus labios a curvarse en una sonrisa mientras contemplaba las imágenes de película de terror que eran sus amigos.

—Tíos, estáis hechos un auténtico asco. —Entonces logró soltar lo que podía pasar por una carcajada mientras luchaba por no desmayarse.

De pronto despertó temblando de frío tumbado en su propia cama.

Frotándose el pecho desbocado, se incorporó y aspiró una buena bocanada de aire.

—Joder, ya era hora.

—¿De verdad que teníamos una pinta asquerosa?

Flynn dirigió una radiante sonrisa a Brad. Estaban sentados, junto con Jordan, a la mesa de la cocina de Brad. Este había esperado hasta la mañana para llamar a sus amigos, aunque se le habían hecho muy largas las dos horas solo con las imágenes de su experiencia girándole en la cabeza.

No les había contado nada, excepto que necesitaba verlos. Por supuesto, los dos habían acudido.

Ahora, a la brillante luz del día, con el aroma del café y de unos bagels tostados, toda la experiencia parecía pasada de rosca y desmañada. Demasiadas pesadillas reunidas en una sola, en opinión de Brad, para que se mantuviese sólida.

—Veamos, a ti te había desaparecido la mitad de la garganta y te faltaba buena parte del pecho. Y tú… —le dijo a Jordan— tenías un ojo colgando fuera de su cuenca de manera muy efectista, y parte del rostro desgarrado.

—En este caso eso podría significar una mejora —bromeó Flynn.

—Creo que resbalé con parte de tus sesos —explicó Brad—. Aunque no se puede decir que los echaras mucho de menos…

—Flynn se pasa la mitad del tiempo resbalando con sus propios sesos —replicó Jordan. Examinó el semblante de Brad por encima del borde de su taza de café—. ¿Estás herido?

—El pecho estuvo latiéndome como un condenado durante casi una hora, y me desperté con la madre de todos los dolores de cabeza, pero eso es todo.

—Entonces la cuestión es cómo lograste regresar.

—En primer lugar, he tenido más tiempo para prepararme, sabiendo lo que os había ocurrido a vosotros dos. Más tiempo para pensar qué podría sucederme y qué debería hacer en ese caso. Además tenía una cosa dándome vueltas en la cabeza, algo que podríamos llamar una palabra clave que yo había plantado ahí para que me ayudase a salir de un momento crítico.

Flynn mordió un bagel.

—¿Y qué palabra es esa?

—«Chorradas». Es un poco vulgar —continuó mientras Flynn lo llenaba todo de migas—. También es muy humana y va directa al grano. El resto es que, bueno, Kane fue muy poco hábil. No diré que no fuese efectivo, sobre todo al principio. Yo me sentía como si tuviera dieciséis años. Joder, estaba sentado junto a la fogata y bebía cerveza tibia mientras pensaba en el cuerpo de Patsy Hourback.

—Aquella chica tenía un cuerpo magnífico —recordó Jordan.

—Total, yo estaba bastante obsesionado con Patsy aquel verano. Básicamente estaba obsesionado con el sexo, pero Patsy era la figura emblemática. Así que al comienzo yo volvía a estar en ese bosque, cerca del Risco. Entonces Flynn se puso a gritar como una chica.

—¿Cómo sabes que no era Jordan? —Ofendido, Flynn miró su bagel con expresión enfurruñada—. ¿Por qué tengo que ser yo el que chillaba como una chica?

—Pídele explicaciones a Kane —sugirió Brad—. En ese momento, yo me encontraba al límite. Vosotros dos estabais gritando y llamándome. Sin embargo empezó a pasarse, aunque solo un poco. El viento, la niebla, el frío. Todo era una exageración, por eso comenzó a encenderse una luz en mi cabeza. Cuando os vi tirados en el suelo, se apagó durante un minuto. Entonces resbalé con los sesos de Flynn, o quizá con sus intestinos.

—Estoy intentando comer —protestó Flynn.

—Era demasiado, ¿sabéis? Y no se sostenía. Yo ya no tenía dieciséis años, ya no lo sentía así. Supongo que podríamos decir que Kane había perdido el dominio sobre mí. Y yo sabía que él era el responsable. Sabía que todo era una chorrada. —Brad se levantó para coger la cafetera—. Mientras reflexionaba al respecto estas dos últimas horas, me he imaginado lo que pretendía Kane.

—Separarnos —aventuró Jordan.

—Exacto. Pretendía aislarme…, allí solo mientras vosotros dos estabais lejos y juntos. Y que después os encuentre despedazados cuando habéis estado pidiéndome auxilio.

—Además luego nosotros nos volvemos contra ti —concluyó Flynn—. Los zombis gemelos. Nos enfrentamos a ti. ¿Cómo vas a confiar en nosotros? Y menos aún trabajar con un par de tíos que intentan zamparse tus sesos. Lo he visto en las películas —añadió—. Eso es lo que hacen los zombis.

—Kane quería que me sintiese solo y alienado, además de amenazado.

—Quizá algo peor —terció Jordan—. Si no hubieses podido escapar, a lo mejor te habría hecho algún daño. Cuando vaya de nuevo a por ti, será más directo.

—Eso está bien. —Brad alzó su taza de café—. También lo seré yo.

—Creo que necesitas algo más que tu gallarda figura si tienes que vértelas con un hechicero —señaló Flynn.

Asintiendo, Brad cogió el cuchillo que tenía junto al plato y dio un golpecito en la punta con el pulgar.

—Incluso los hechiceros sangran.

—¿Piensas contarle a Zoe lo que te ha sucedido? —preguntó Jordan.

—Sí. Estamos juntos en esto hasta que todo haya terminado. Había pensado ir a ConSentidos esta misma mañana.

—Zoe no irá hasta después de comer —le comunicó Flynn—. Malory dice que antes tenía cosas de las que ocuparse en casa.

—Mejor todavía.

Brad finalizó una llamada a través de su teléfono móvil mientras aparcaba detrás del coche de Zoe, y se tomó un minuto para apuntar la nueva cita en su agenda electrónica Palm Pilot. Mientras iba pensando en la reunión con su arquitecto, los planes de expansión y los cambios que quería introducir para mejorar el diseño, llegó hasta la puerta principal y llamó.

Todos sus pensamientos lo abandonaron cuando Zoe abrió.

Llevaba puestos unos pantalones vaqueros desgarrados por las rodillas y una de esas camisetas que dejan el estómago al descubierto. Brad advirtió que ese día tocaba la varita; la pequeña y erótica barra de plata relucía en su ombligo.

Iba descalza, con las uñas de los pies pintadas de un color rosa como el de los huevos de Pascua, y con enormes aros de plata colgados de las orejas. Y sujetaba un trapo que olía intensamente a limón.

—Estaba limpiando —dijo Zoe rápidamente—. He terminado ahora mismo con el dormitorio. —Al darse cuenta de que tenía el trapo de encerar en la mano, se lo metió en el bolsillo trasero del pantalón—. Necesitaba dedicar algo de tiempo a la casa antes de ir a ConSentidos.

—Muy bien. —Brad entró, y logró quitar la vista de encima de Zoe el tiempo suficiente para echar una mirada al salón. Hasta el último centímetro de madera resplandecía; todas las piezas de cristal centelleaban—. Has estado muy ocupada.

—Limpiar me ayuda a poner la mente en marcha, y he estado pensando en mi casa. Quizá esta casa forme parte de la búsqueda. Creía que si me tomaba un tiempo y prestaba atención a todo lo que hay en ella, las cosas podrían… ¿Qué ocurre? —Ruborizándose un poco por la mirada fija de Brad, se frotó la mejilla—. ¿Tengo la cara manchada?

—La tienes perfecta. Es la cara más perfecta que he visto jamás.

—Es agradable oír eso después de haber estado cazando bolas de pelusa.

—¿Simon está en la escuela?

—Sí. —A Zoe se le dilataron los ojos al reconocer el fulgor que brotó en los de Brad—. Bueno, por el amor de Dios…, si son casi las diez de la mañana. ¿No tienes que trabajar?

—Pues sí. —Dio un paso adelante al ver que ella daba un paso atrás—. Pero he hecho un hueco porque necesitaba hablar contigo. Aunque parece que la conversación va a tener que esperar.

—No podemos…

¿No podían?

—Yo creo que sí podemos. Probemos con esto. —La cogió en brazos, y el estómago de Zoe dio un vuelco muy placentero cuando él se encaminó al dormitorio.

—Caray —no pudo impedir que se le escapara una risita nerviosa—, igualito que en las novelas románticas Solo que yo llevaría algo más sexy que unos vaqueros viejos.

Zoe olía a cera abrillantadora y a ciruelas maduras.

—No hay nada más sexy que unos vaqueros viejos cuando tú estás dentro de ellos —replicó Brad.

—Oh, eso está bien. —Complacida, le acarició el cuello—. Está pero que muy bien. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. He estado haciendo la colada. Había ido aplazándola para otro día varias veces… Así que resulta que… no llevo nada debajo de los pantalones.

Él giró la cabeza y miró sus risueños ojos.

—Oh, sí, entonces definitivamente la conversación va a tener que esperar.

Zoe enlazó los brazos detrás del cuello de Brad mientras él la depositaba en la cama, y lo atrajo hacia sí, acogiéndolo de buen grado.

—Esta debe de ser mi recompensa por haber hecho todas mis tareas —murmuró.

—Todo el rato he pensado en volver a hacer el amor contigo desde que hice el amor contigo. —Acercó sus labios a los de ella, los frotó suavemente y después se hundió en ellos.

Mientras flotaba en el momento, Zoe pensó que aquel era como su milagro personal, ser cogida y llevada en brazos por un hombre que podía hacer que se sintiese tan valiosa como los diamantes.

Brad la besó como si pudiese pasarse toda la vida sin hacer otra cosa que unir sus labios a los de ella. Iba a emplear un tiempo en la zona cálida incluso aunque ella había percibido que él irradiaba la necesidad de más calor. La sosegada dicha que generaba aquello, es decir Brad, se ovilló en torno al corazón de Zoe como cintas suaves y sedosas.

Él la tocó como si su cuerpo fuera un tesoro delicado que jamás se cansaría de explorar. Todas las caricias de aquellas maravillosas manos aliviaban, estimulaban, prometían. El dulce asombro que aquello provocaba se coló en la sangre de Zoe como si fuera vino.

A la luz del sol matinal, sobre su piel se deslizaban caricias prolongadas y casi perezosas, en un alarde de paciencia. Se permitió elevarse debajo de ellas y dejarse ir a la deriva de nuevo mientras el mundo exterior continuaba su atareada marcha sin ella.

El hecho de que ambos estuviesen robando tiempo para dedicárselo a sí mismos añadía una capa vaporosa a la intimidad.

Brad jugueteó con la carne expuesta por los vaqueros desgarrados y rozó con los dedos la zona que no cubría la camiseta. Oyó un apagado sonido de excitación cuando palpó la varita de plata. Al pegar los labios a la garganta de Zoe y recorrerla dando pequeños mordiscos, ella giró la cabeza y suspiró.

Todas las preocupaciones y todo el cansancio que la habían acosado se desvanecieron.

Brad podía sentir cómo Zoe cedía ante él, ante el placer. Oyó cómo su respiración se tornaba más pesada mientras él se tomaba su tiempo.

¿Podía saber Zoe lo que significaba para él estar con ella de aquel modo, con el sol entrando a raudales por las ventanas y la casa vacía y silenciosa a su alrededor? ¿Acaso podía ella saber hasta qué punto él la necesitaba cuando Brad mismo solo estaba empezando a comprenderlo?

Hasta ese preciso instante él no había sabido cuánto tenía para dar ni lo desesperadamente que deseaba darlo. Lo que él era, lo que poseía, lo que sentía, lo que imaginaba. Volvió a cubrir la boca de Zoe con la suya, y se lo ofreció todo.

A Zoe el corazón le saltó en la garganta, y sus manos aferraron la camisa de Brad cuando las emociones la sepultaron. A través de aquellas seductoras sensaciones se desbordaba algo más que placer, más que la promesa del placer. Temblando, Zoe sucumbió a ellas.

Eso era lo que Brad necesitaba: la rendición absoluta del uno al otro. Allí donde no había nadie ni nada, excepto ellos dos.

—Quiero mirarte, Zoe. —Brad descargó una lluvia de besos sobre sus mejillas antes de sacarle la camiseta por la cabeza—. Solo mirarte.

Contemplándola, observando aquellos ojos entrecerrados y aturdidos, le quitó los vaqueros.

Piel tersa y curvas sutiles, extremidades largas, casi de bailarina. Aquellos ojos soñadores y aquella boca de sirena. Brad pensó que Zoe era una combinación absolutamente fascinante entre lo frágil y lo exótico.

Se inclinó, presionó los labios en lo alto de los muslos de Zoe y fue deslizándolos hacia abajo, hacia la zona más sensible, mientras ella se estremecía.

Se acercó al calor de forma incitante.

—Quiero que te quedes ahí tumbada y que me dejes hacerte cosas.

Ella no podría haberlo detenido. Ya estaba embargada por la necesidad, inundada de sensaciones. Cuando la primera descarga de calor la golpeó, aferró con fuerza las barras de hierro del cabecero de la cama y dejó que Brad la llevara a donde quisiera llevarla.

Aquello era la gloria, una maravilla. Aquellas manos, tan exquisitas y pacientes, desvelaban todos sus secretos. Aquella boca tierna y minuciosa la devoraba centímetro a centímetro… Arqueó el cuerpo catapultada por el orgasmo, pero ni siquiera entonces Brad se detuvo.

Una emoción se superponía a otra; un sentimiento, a otro sentimiento; hasta que parecía que sus sentidos fueran un hervidero de luz tan intensa que su piel resplandecía. Y cada vez que la sensación se repetía, Zoe la recibía con los brazos abiertos.

Brad estaba perdido en ella, sin advertir nada que no fuese lo que ella le daba, lo que él se veía impelido a tomar. Cada vez que el cuerpo de Zoe se convulsionaba, había más.

Brad se alzó sobre ella. Ella lo rodeó con las piernas. Él se introdujo en ella. Ella sucumbió.

Lentamente, todavía lentamente para apurar todas las gotas de placer, aunque este los empapaba. Los cuerpos subiendo y bajando, el golpeteo de la sangre, el viaje rítmico, excluían al mundo que había fuera de aquella habitación bañada de sol.

En algún lugar el tiempo transcurría, los coches pasaban por la calle, un perro ladraba a las ardillas en un patio trasero, pero Zoe no era consciente de nada más que de Brad. No oía nada mientras paseaba al borde del mundo excepto su nombre, pronunciado por él casi como una plegaria.

Y después su propio grito de placer cuando se elevó con él.

Zoe llegó a la conclusión de que nadie, en ningún momento ni en ningún lugar, se había sentido mejor que ella en ese preciso instante.

Ninguna mujer había sido más completamente seducida ni tan exhaustivamente complacida.

Flotando en la nube de bienestar posterior, hundió los dedos en el cabello de Brad, cuya cabeza descansaba entre sus senos y cuya mano cubría la de ella en un costado del cuerpo. Era la más agradable combinación de sensaciones que jamás había experimentado.

—Me alegro muchísimo de que te hayas dejado caer por aquí —dijo con voz soñolienta, y sonrió cuando notó que los labios de Brad se curvaban en una sonrisa contra sus pechos.

—Yo me alegro muchísimo de que estuvieses en casa.

—Todo esto es tan… divino. Estar aquí tumbada, desnuda y satisfecha, a las… —Giró la cabeza para mirar la hora en el reloj—. Hum, a las once menos diez de la mañana. Mucho mejor que ganar la lotería.

Brad alzó la cabeza y le dedicó una sonrisa burlona.

—No me digas…

—Eres guapísimo. Sigo pensando que te pareces a uno de esos tipos de porte impecable que salen en mis revistas de peluquería.

Él hizo una mueca.

—Por favor.

—En serio. Aunque podrías recortarte un poco el pelo. —Movió los dedos por su cabeza—. Yo podría encargarme de eso.

—Ah… Quizá algún día. U otro.

Zoe le dio un tirón de pelo con simpatía.

—Soy muy buena, y lo sabes, en la profesión con la que me gano la vida.

—Estoy seguro de que lo eres. Absolutamente. —Para distraerla, la besó en la clavícula y después rodó sobre sí mismo—. Era verdad que he venido para hablar contigo.

—Puedes hablar mientras te retoco el pelo. Los peluqueros somos como los camareros, podemos hablar y trabajar al mismo tiempo.

—No lo dudo, pero quizá este no sea el mejor momento. Deberíamos vestirnos.

—Cobarde. —Se sentó en la cama doblando las rodillas y se las rodeó con los brazos.

—Aceptaré eso, de momento. —Brad se levantó para buscar sus pantalones—. Zoe, anoche…, bueno, sería más acertado decir que esta madrugada… he tenido una experiencia.

El estado de ánimo juguetón se desvaneció. Zoe se puso de rodillas apresuradamente.

—¿Estás herido? ¿Kane te ha hecho daño?

—No. —Brad recogió la camiseta de Zoe y se la alargó—. Tendrás que permanecer tranquila mientras te lo cuento.

Ella se vistió mientras él le relataba la historia.

Su miedo inicial había remitido. Podía ver por sí misma que Brad estaba ileso. Y estaba sereno, vaya que sí. Quizá incluso un poco demasiado sereno.

—Y tú crees que Kane estaba utilizando a Jordan y Flynn contra ti…, o que quería que creyeses que estaban en tu contra.

—Es un buen resumen.

—Kane no entiende a las personas, ni el amor, ni la amistad. Y no cabe la menor duda de que tampoco te conoce a ti, si pensaba que lograría que te sintieses aislado o ahuyentarte. Eso solo ha servido para que te sientas más implicado.

Los labios de Brad dibujaron la sombra de una leve sonrisa.

—Tú sí que pareces entenderme.

Zoe observó el rostro de Brad.

—No sé si es así, pero sí que comprendo tu relación con Flynn y Jordan. ¿Por qué habrá elegido Kane esa noche? ¿Porque erais jóvenes? ¿Porque estabais al lado del Risco? Ahora todo significa algo. Estamos tan cerca que todo tiene significado.

Brad asintió, complacido de que sus pensamientos y los de Zoe siguiesen la misma dirección.

—Creo que por ambas razones. Entonces éramos jóvenes y más fácilmente moldeables. Era antes de que os conociéramos a ti y a Malory, antes de que Jordan mirara a Dana como algo más que la hermana pequeña de Flynn. Esa fue la noche en que Jordan vio a Rowena andando por el parapeto del Risco del Guerrero. —Hizo una pausa mientras se alisaba los puños de la camisa—. Aquella noche yo tenía dieciséis años, Zoe. La misma edad que tú cuando te marchaste de casa.

—¡Oh! —Se abrazó a sí misma como si sintiese frío—. ¿Piensas que eso también tiene algún significado?

—Creo que ahora no podemos permitirnos descartar nada como si se tratase de una simple coincidencia. Aquella fue una noche importante para mí, y también para Flynn y Jordan. La verdad es que en aquel momento no nos lo pareció. Era solo una más de muchas noches de verano temerarias. Sin embargo, en aquel instante nos hallábamos a punto de dar el paso que nos alejaba de la niñez y nos internaba en la edad adulta. Tú tenías los mismos años cuando diste ese paso.

—Para mí fue diferente.

—Sí. Pero si Kane hubiese podido distorsionar lo ocurrido aquella noche, al menos en mi mente, quizá habría cambiado lo que pienso ahora al respecto. Y lo que hice después. Lo que siento por Flynn y Jordan tiene muchísimo que ver con que yo haya vuelto al valle, y con que te haya conocido.

—De modo que si Kane hubiera podido abrir una brecha entre vosotros, es más, si hubiera conseguido que tus amigos te atacasen…, bueno, no ellos, sino lo que tú creías que eran ellos…, eso podría haber debilitado lo que nos une a todos nosotros. Incluso podía haberlo destruido.

—Opino que eso era parte de su plan.

Inquieta, Zoe apretó los labios.

—Ha fracasado, así que estará furioso.

—Sí, estará furioso. Creo que ninguno de nosotros debería pasar mucho tiempo solo durante los próximos días. Quiero que Simon y tú os trasladéis a mi casa.

—No puedo…

—Zoe, espera un minuto. —Preparado de antemano para oír objeciones y excusas, Brad se le acercó y le puso las manos sobre los hombros—. Sea lo que sea lo que haya que hacer para finalizar esto, nos involucra a todos nosotros. Deberíamos permanecer juntos tanto como podamos. Además, aparte de eso, os quiero conmigo. A vosotros dos.

—Esa es la parte peliaguda. ¿Cómo se supone que he de explicarle a Simon que vamos a quedarnos en tu casa?

—Él ya sabe bastante de lo que está ocurriendo para aceptarlo. ¿Y de verdad crees que va a oponerse a la posibilidad de tener un fácil acceso a mi sala de juegos?

—No, no lo creo. —Se separó de él y se puso en pie—. Bradley, es que no quiero que Simon… Yo ya sé cómo es esta clase de cosas para un niño. Después de que mi padre nos abandonara, siempre parecía haber algún hombre instalado con nosotros durante un tiempo.

El rostro de Brad se volvió glacial.

—Esto no es lo mismo. Es más importante desde todos los puntos de vista posibles. Zoe, Simon y tú no estáis en mi vida de forma temporal.

A ella se le paró la respiración.

—Tienes que reducir la velocidad —replicó.

A Brad lo invadió la impaciencia, y la voz se le endureció:

—Quizá tú debas acelerar. ¿No quieres que te diga lo que significas para mí, lo que siento por ti?

—¿Cómo podemos ninguno de los dos pensar claramente sobre eso? —Desesperada por la falta de aire que respirar, Zoe se dirigió a las cortinas y las sacudió—. No sabes lo que significaré para ti ni lo que sentirás cuando todo esto haya terminado. Ahora estamos atrapados en algo, y eso…, eso lo magnifica todo.

—Yo me quedé atrapado por ti desde el primer instante.

—No hagas esto. —Se le cortó de nuevo la respiración, estrujándole el corazón—. No sabes cuánto daño podría hacerme.

—Quizá no lo sepa. Cuéntamelo.

—Ahora no puedo. —Aunque se maldecía por ser una cobarde, se giró hacia él y sacudió la cabeza—. Y tú tampoco puedes. Tenemos que irnos los dos.

Brad le cogió la barbilla y posó sus labios sobre los de Zoe.

—Vamos a hablar de eso, y de muchísimas cosas más. De momento nos ceñiremos a la decisión de dónde vivir. Si no quieres trasladarte a mi casa, yo vendré aquí. De todas formas, me gustaría que pensaras en aceptar mi propuesta. Me pasaré por aquí después del trabajo y lo solucionaremos.