11

Brad tuvo que esforzarse mucho para calmarse, para retenerse y no irrumpir en casa de Zoe dictando órdenes a diestro y siniestro. Esa era la forma de actuar de su padre, y él lo sabía.

Desde luego, era de lo más efectiva.

De todos modos, por mucho que lo quisiese y admirase, Brad no deseaba ser como su padre.

Lo único que quería en ese momento era comprobar que Zoe estaba bien. Y después asegurarse de que siguiera estando bien.

Mientras aparcaba frente a la casa de Zoe, se recordó que también debía pensar en Simon. No podía entrar hecho una furia y soltarle un sermón a Zoe delante del muchacho diciéndole lo insensata que había sido por marcharse sola y ponerse en peligro. No, no debía asustar a un niño mientras desahogaba sus propios miedos y frustraciones.

Lo que haría sería esperar hasta que Simon estuviese acostado, y en ese momento se desahogaría.

Un instante antes de que llamara a la puerta se oyó una explosión de ladridos en el interior. Algo se podía decir a favor de Moe, nadie te podía pillar desprevenido si el perro estaba cerca. Pudo oír los gritos del niño, sus carcajadas, y después se abrió la puerta de par en par.

—Antes deberías preguntar quién es —lo aleccionó Brad.

Simon puso los ojos en blanco mientras Moe saltaba para saludar al recién llegado.

—He mirado por la ventana y he visto tu coche. Ya me sé todo ese rollo. Estoy jugando al béisbol, en el final de la séptima manga. —Agarró la mano de Brad y tiró de él hacia la sala de estar—. Puedes encargarte del otro equipo. Solo pierde por dos carreras.

—Sí, claro, quieres que entre perdiendo por dos… Escucha, necesito hablar con tu madre.

—Está arriba, en su habitación. Está cosiendo no sé qué. Venga, solo me quedan unos pocos minutos antes de que me diga que se ha acabado el juego y me mande a bañarme.

Brad se dijo que aquel chaval era una joya, y tenía unos ojos que conseguían que quisieses darle el mundo.

—En serio, tengo que hablar con tu madre, así que ¿por qué no programamos un partido para otro día de esta semana? Cara a cara, colega, y te pondré patas arriba.

—Como si pudieras… —Podría haber argumentado en contra, pero evaluó sus opciones. Si Brad entretenía a su madre hablando, a lo mejor ella se olvidaba de la hora que era—. ¿Un partido de nueve mangas? ¿Lo prometes?

—Así es.

La sonrisa de Simon se volvió pícara.

—¿Podemos jugar en tu casa, en la tele de pantalla grande?

—Veré qué puedo hacer.

En el videojuego la multitud de la tribuna descubierta vitoreaba de nuevo cuando Brad se encaminó a la habitación de Zoe. Antes de llegar a la puerta abierta, oyó la música. Zoe la tenía puesta a bajo volumen, y Brad apenas intuyó su voz susurrando más que cantando junto a Sarah McLachlan. Después ambas voces quedaron ahogadas por un zumbido martilleante que reconoció de inmediato, el de una máquina de coser.

Zoe estaba trabajando con una máquina portátil que había colocado sobre la mesa situada delante de la ventana. Las fotografías enmarcadas y el pequeño arcón que recordaba haber visto sobre aquella mesa se hallaban encima del aparador para hacer sitio a la máquina de coser y a lo que se le antojó que eran kilómetros de tela.

Aquella era una habitación esencialmente femenina…, muy al estilo de Zoe. Ni recargada ni extravagante, pero muy femenina en los pequeños detalles. Cuencos rebosantes de hojas y flores secas, cojines ribeteados de encaje, una vieja cama de hierro a la que daban lustre la pintura de peltre y una colcha colorida.

Zoe había enmarcado recortes de revistas con anuncios antiguos de polvos de tocador, perfume, productos para el pelo y moda, y los había colgado en la pared en una especie de galería nostálgica y original.

Advirtió que Zoe cosía como alguien que sabía lo que estaba haciendo, con un ritmo regular y eficiente. Uno de sus pies, metidos en gruesos calcetines de color gris, se movía junto con la música que brotaba de la radio despertador que estaba junto a la cama.

Brad aguardó hasta que Zoe detuvo la máquina y empezó a estirar el tejido.

—¿Zoe?

—¿Hum? —Ella se giró en la silla y le dirigió la mirada absorta de una mujer cuya mente estaba considerablemente ocupada—. Ah, Bradley. No sabía que estabas aquí. No te he oído… —Miró el reloj—. Pretendía acabar estas fundas antes de tener que preparar a Simon para que se vaya a la cama. Supongo que no voy a poder.

—¿Fundas? —Los pensamientos de Brad se desviaron de su propósito inicial—. ¿Estás haciendo fundas?

—Hay gente que las hace —replicó Zoe, y en su tono chisporroteó la irritación mientras maniobraba con la tela—. Voy a forrar un sofá del salón de belleza. Quería algo simpático y divertido, y creo que estas enormes hortensias irán de perlas. El color también es el adecuado. Además, no hay nada malo en las cosas hechas por una misma.

—No es eso lo que quería decir. Solo estoy asombrado de conocer a alguien que pueda coser algo así.

Zoe se puso tiesa. Sabía que era absurdo, pero no pudo evitar decir:

—Me imagino que la mayoría de las mujeres que conoces tienen costurera particular, de modo que no necesitarán saber ni lo que es una máquina de coser.

Brad se acercó y levantó un extremo de la tela para examinarla a fondo.

—Si continúas malinterpretando todo lo que te diga, al final vamos a acabar discutiendo por algo muy distinto a la cuestión por la que he venido a regañarte.

—No tengo tiempo para discutir por nada contigo. Necesito continuar con esto mientras pueda.

—Pues tendrás que hacer un hueco. Yo he… —Se interrumpió y frunció el entrecejo cuando empezó a sonar la alarma de la radio despertador.

—No puedo hacer lo que no tengo —espetó ella, y se levantó a apagar el despertador—. Lo he puesto para que no se me pasara la hora de bañar a Simon. Ese proceso dura media hora larga, cuando él colabora. Además hoy es lunes, y los lunes leemos juntos otra media hora antes de dormir. Después de eso, aún me queda por lo menos otra hora de costura, y luego…

—Ya me he hecho una idea —repuso Brad, y se metió las manos en los bolsillos. Como también se hacía una idea de cuándo una mujer estaba resuelta a quitárselo de encima—. Yo me encargaré del baño y la lectura de Simon.

—Tú te… ¿Qué?

—No sé coser, pero sé bañar a un niño y leer.

Zoe estaba tan confundida que no pudo organizar las palabras para formar una frase completa.

—Pero no es… Tú no… —Hizo una pausa e intentó poner en orden sus pensamientos—. Tú no has venido aquí a ocuparte de Simon.

—No. En realidad he venido a chillarte…, cosa que tú ya sabes, y ese es el motivo de que estés enfadada. Sin embargo, puedo regañarte más tarde. Supongo que Simon aceptará la rutina habitual del baño antes de acostarse. Lo haremos bien. Acaba tus fundas —añadió mientras salía del dormitorio—. Ya discutiremos cuando los dos hayamos terminado nuestras tareas.

—Yo no…

Brad no la oyó, porque ya se había ido y estaba llamando a su hijo.

Resultaba bastante difícil enfrentarse a un hombre que la entendía tan bien. Aun así… Se dispuso a ir tras él, pero enseguida frenó en seco. Simon ya había empezado con su súplica habitual de «cinco minutos más».

Los labios de Zoe se curvaron con la sonrisa de suficiencia propia de una madre. ¿Por qué no permitir que Brad saborease el ritual nocturno de convencer a un crío de nueve años de que necesitaba lavarse e irse a la cama? Apostaría lo que fuera a que el pobre hombre se daría por vencido mucho antes de terminar.

Eso significaba que estaría demasiado hecho polvo para preocuparse de discutir con ella…, y no sería capaz de leerle la cartilla por haberse marchado sola esa misma mañana.

Se recordó a sí misma que tenía todo el derecho del mundo a irse sola cuando quisiera; en este caso incluso más, tenía esa obligación. Lo que no tenía esa noche era tiempo ni ganas para abordar el tema.

En cualquier caso, Simon dejaría agotado a Brad, que se marcharía a su casa. Así ella dispondría de una tranquila velada para rematar su trabajo y planear qué estrategia seguir los días posteriores.

Mientras regresaba de nuevo a la máquina de coser, se dijo que, además, quizá todavía pudiese terminar las fundas.

Prestó atención a las voces, la extraña armonía de hombre y niño, y después se preparó para la siguiente sesión de costura. Uno de los dos la llamaría a gritos en cuanto llegasen a un punto muerto.

Oyó carcajadas…, de maníaco las de Simon, y esbozó una sonrisita de superioridad. Como creía que muy pronto la iban a interrumpir, se concentró en la tarea que tenía entre manos.

Perdió la noción del tiempo, y no la recuperó hasta que se dio cuenta de lo silenciosa que se había quedado la casa. Ni voces ni ladridos de perro.

Inquieta, se levantó y fue a toda prisa al cuarto de baño, en el otro extremo del pasillo. Parecía como si allí se hubiese desarrollado una batalla muy salvaje y húmeda, había toallas extendidas en el suelo para recoger parte del agua derramada y un rastro espumoso en la bañera, lo que le decía que Simon había optado por las burbujas para acompañar al convoy de vehículos y el ejército de soldaditos de plástico que desplegaba en la bañera.

La chaqueta de Bradley colgaba de un gancho de la puerta. Distraídamente, Zoe la cogió y alisó el cuello, deformado por la percha.

En la etiqueta vio que era de Armani. Desde luego, aquello suponía toda una novedad. En general, en las perchas de su cuarto de baño no colgaba ropa de diseño italiano.

Sin soltar la chaqueta, se dirigió a la habitación de Simon. Entonces lo oyó leer…, con la voz ya algo pastosa por el sueño.

Teniendo cuidado de no hacer ruido, asomó la cabeza por la puerta y se quedó allí, contemplando la escena, estrechando la chaqueta de Brad contra el corazón.

Su hijo estaba acostado en la litera superior. Llevaba puesto su pijama de Harry Potter y el pelo le brillaba, recién lavado.

Moe estaba tumbado en la litera inferior y roncaba con la cabeza apoyada sobre la almohada.

El hombre cuya chaqueta ella sujetaba estaba en la misma cama que su hijo, con la espalda apoyada en la pared y los ojos —al igual que los de Simon— posados sobre el libro.

Simon, acurrucado contra él con la cabeza recostada en su hombro, leía El Capitán Calzoncillos en voz alta.

El corazón de Zoe se derritió. No trató de evitarlo, no fue capaz de emplear ningún tipo de defensa. En aquel momento, los amó a los dos con todo lo que tenía.

Ocurriera lo que ocurriese al día siguiente, ella siempre conservaría aquella imagen en la cabeza, y sabía que Simon también. Por aquel sencillo momento le debía a Bradley Vane más de lo que jamás podría pagarle.

Para no molestarlos, se retiró de la puerta y bajó sigilosamente a la cocina.

Preparó café y sacó galletas de la lata. Si Brad tenía que echarle la bronca, ¿por qué no hacerlo de forma civilizada? Cuando hubiesen terminado y ella estuviese a solas, intentaría pensar con claridad una vez más. Trataría de averiguar qué significaba amar a Bradley.

Como estaba atenta, percibió sus pisadas recorriendo el pequeño pasillo. Cogió la cafetera para mantener las manos ocupadas, y ya estaba sirviendo dos tazas cuando él entró en la cocina.

—¿Te ha causado muchos problemas? —preguntó.

—No especialmente. ¿Y tú has terminado con la costura?

—Casi.

Zoe se giró para ofrecerle una taza de café, y el corazón le dio de nuevo un vuelco. Brad iba descalzo y se había remangado su preciosa camisa azul hasta los codos. Los bajos de los pantalones estaban empapados.

—Ya sé que estás enfadado conmigo, y supongo que crees que tienes razones de sobra. Yo pensaba mostrarme también enfadada y soltarte un montón de argumentos sobre mi capacidad para dirigir mi propia vida y llevar a cabo lo que prometí hacer. —Deslizó las manos por los hombros de la chaqueta de Brad, que había colocado cuidadosamente en una silla—. Como he estado pensando en ese asunto durante un buen rato, tengo mucho que decir al respecto. Sin embargo ahora no me apetece hablar de ello, así que me gustaría que no estuvieses enfadado.

—A mí también me gustaría no estarlo. —Miró hacia la mesa—. ¿Qué? ¿Vamos a sentarnos a discutir mientras tomamos café y pastas?

—No creo que pueda discutir contigo, Bradley, no después de que hayas acostado a mi hijo de esa manera. —La embargó la emoción—. Pero te escucharé mientras me chillas.

—Desde luego, sabes cómo dejar sin fuelle una buena pelea. —Se sentó y aguardó a que ella se sentara enfrente de él—. Déjame ver tus brazos.

Sin replicar, Zoe se levantó las mangas de la sudadera y le mostró los cortes y rasguños.

—No era más que brezo, solo eso —afirmó rápidamente—. Me he hecho cosas peores trabajando en el jardín. —Se interrumpió, impresionada por el frío destello de los ojos de Brad.

—Podría haber sido peor, muchísimo peor. Estabas sola, por el amor de Dios. ¿Qué demonios te ha empujado a conducir hasta el oeste de Virginia y vagar por los bosques sin ninguna compañía?

—Crecí allí, Bradley. Crecí en aquel bosque. Lo que hay al otro lado del límite del estado de Pensilvania no es la jungla. —Para entretenerse con algo, encendió una vela de tres mechas que había hecho para la mesa de la cocina y que olía a arándanos—. Mi madre vive allí, en un recinto para caravanas que hay junto al bosque. Es muy probable que Simon fuese concebido entre aquellos mismos árboles.

—Querías visitar a tu madre y el territorio por el que solías corretear en tu infancia, y eso está bien. Sin embargo estas no son circunstancias normales. Esta mañana no me has contado que ibas a ir allí.

—Lo sé. Si lo hubiese hecho, habrías querido acompañarme, y yo no quería que lo hicieses. Lo lamento si eso hiere tus sentimientos, pero deseaba ir sola. Lo necesitaba.

Brad se tragó su resentimiento, aunque le quemó la garganta.

—Tampoco les has contado a Dana y Malory dónde ibas a estar. Te has marchado sin comunicárselo a nadie, y has sufrido un ataque.

—No se me ha ocurrido decírselo a nadie. Si eso te pone furioso —añadió sacudiendo la cabeza—, pues tendrás que estar furioso. Llegué a un acuerdo. Di mi palabra, y estoy intentando llevar a cabo lo que me comprometí a hacer. Si eres capaz, niégame que tú harías lo mismo en mi lugar. Volver al pasado esta mañana formaba parte de eso. Creo que debía ir, que necesitaba ir.

—¿Tú sola?

—Sí. Aparte de todo lo demás, tengo algo de orgullo y de vergüenza. Y estoy en mi derecho de sentir así, Bradley. ¿Piensas que me apetecía llevarte con tu traje de Armani a esa caravana destartalada?

—Eso no es justo, Zoe.

—No, no es justo, pero es la verdad. Mi madre ya piensa que me doy aires de grandeza. Si hubiese ido allí contigo… Bueno, solo tienes que mirarte. —Hizo un ademán con la mano y casi rompió a reír cuando vio la expresión exasperada de Brad—. Todo en ti va pregonando que eres un chico rico, Bradley, con o sin un traje italiano.

—¡Por el amor de Dios! —fue todo lo que se le ocurrió responder.

—No puedes evitarlo, y ¿por qué ibas a hacerlo? Además, te sienta de maravilla. En cambio a mi madre no le habría sentado nada bien, y yo tenía que verla y hablar con ella. Había cosas que debía decirle, y no habría podido delante de ti. Tampoco delante de Dana ni de Malory. Necesitaba ir por mí misma, y por la llave. Era algo que debía hacer.

—¿Y si no hubieses podido regresar?

—Pero he regresado. No voy a decirte que no me haya asustado cuando ha empezado a suceder… eso. Nunca jamás había estaba tan aterrorizada. —De forma instintiva se frotó los brazos, como si sintiera frío—. Era como una emboscada, el modo en que todo ha cambiado, el modo en que Kane ha ido hacia mí. Era casi como un cuento, y eso lo volvía más terrorífico aún. —Miró hacia el infinito, hacia el lugar en que se había encontrado con Kane—. Perdida en el bosque, acosada por algo… que no era humano. Pero le he presentado batalla. Eso es lo que debía hacer. Al final, yo le he hecho más daño que él a mí.

—Lo has golpeado con un palo.

—Era más grande que un palo. —Sonrió levemente al percibir que la ira de Brad comenzaba a disminuir—. Era una buena rama, bien maciza, de este grosor. —Se lo mostró separando las manos—. Como estaba asustada y totalmente rabiosa, le he sacudido de lo lindo. Desde luego, no sé cómo habría acabado todo si el ciervo no hubiese aparecido de repente. Pero no he de pensarlo, porque el ciervo estaba allí, y Kane también. Eso me indica que yendo al bosque he hecho algo correcto.

—No vuelvas a irte sola, Zoe. Te lo pido por favor. Esta noche había venido aquí con la intención de exigírtelo. Pero solo te lo pido.

Ella cogió una galleta, la partió en dos y le ofreció una mitad a Brad.

—Estaba pensando en ir a Morgantown mañana por la mañana y acercarme al sitio en que viví, a donde trabajaba, al hospital en que nació Simon. Solo para ver si ese es el siguiente recodo del camino. Si consiguiese salir a primera hora de la mañana, a lo mejor podría estar de vuelta hacia las dos, a las tres como máximo, y entonces sacaría un rato para trabajar en ConSentidos. Si quieres, puedes acompañarme.

Él se limitó a sacar su teléfono móvil y marcar un número.

—Dina, soy Brad. Perdona por llamarte a casa. Necesito que dejes libre mi agenda para mañana. —Esperó unos segundos—. Sí, ya lo sé. Reorganízalo todo, por favor. Tengo que encargarme de unos asuntos personales y estaré ocupado la mayor parte del día. Si todo va bien, podré pasarme por la oficina después de las tres. De acuerdo. Gracias. Adiós. —Desconectó el teléfono y se lo guardó—. ¿A qué hora quieres que salgamos?

«Oh, eres un hombre muy especial».

—¿Qué tal a las ocho menos cuarto? En cuanto Simon se vaya a la escuela.

—Perfecto. —Dio un mordisco a la galleta—. Supongo que tendrás que volver arriba para acabar de coser.

—No. Todavía no. Creo que voy a tomarme un descanso. ¿Te apetece que nos sentemos en el sofá a besuquearnos mientras fingimos ver la tele?

Él le acarició la mejilla.

—Desde luego que sí.

La tarde siguiente, Zoe entró en ConSentidos cargada con una enorme caja. La dejó junto a la puerta y miró alrededor.

Malory y Dana habían estado muy ocupadas durante su ausencia. Había cuadros colgados de las paredes, y lo que reconoció como un batik. La mesa que ella misma había restaurado se hallaba colocada junto a la pequeña pared de la izquierda de la puerta, y en su superficie se exhibían una de sus velas aromáticas, un alto pisapapeles de cristal marrón en forma de lágrima y tres novelas puestas entre dos sujetalibros con forma de más libros.

Alguien había instalado un nuevo punto de luz en el techo y extendido una bonita alfombra sembrada de amapolas.

En su interior se mezclaron el deleite y la culpabilidad. Se remangó, preparándose para meterse de lleno en el trabajo mientras buscaba a sus amigas.

No las encontró en la galería de Malory, pero se quedó boquiabierta cuando pasó por allí. Solo habían pasado dos días desde la última vez que había echado un vistazo a la planta baja, y parecía imposible todo lo que podía hacerse en tan breve tiempo.

Óleos, bocetos a lápiz, esculturas y grabados enmarcados decoraban las paredes. Una vitrina alta y estrecha albergaba una colección de arte en cristal, y otra alargada y baja exhibía cerámica colorista. En vez de un mostrador para realizar las transacciones, Malory había optado por un escritorio antiguo en la primera sala. El mostrador lo había reservado para la segunda, donde ofrecería el servicio de envolver para regalo las compras.

Había cajas de embalaje sin abrir, pero resultaba obvio que Malory tenía muy claro lo que quería. Zoe sonrió cuando vio que incluso había ya un esbelto árbol de Navidad, con adornos hechos a mano colgando de las ramas.

Dio media vuelta y atravesó la cocina para acceder a la tienda de Dana.

Más de la mitad de las estanterías estaban llenas de libros. Y en un viejo mueble de cocina había tazas de té y café, y tarros de infusiones.

Todos esos avances, y ella no había estado allí para compartir la diversión y ayudar con el trabajo.

Al oír que crujía el suelo encima de su cabeza, salió disparada hacia las escaleras para subir al primer piso.

—¿Dónde está todo el mundo? No puedo creer todo lo que habéis hecho mientras yo… —Se interrumpió, incapaz de seguir hablando, cuando vio su salón de belleza.

—No podíamos esperar. —Dana se pasó una mano por la mejilla y después dio unas palmaditas al sillón que ella y Malory acababan de montar—. Pensábamos que las tendríamos todas armadas antes de que volvieras. Has aparecido justo a tiempo.

Poco a poco, Zoe atravesó la habitación, y luego deslizó una mano por la confortable piel de una de sus cuatro sillas de estilismo.

—Y funcionan. Mira. —Cuando Malory presionó con el pie el círculo de cromo que había en la base de la silla, esta se elevó—. Es muy divertido.

—¡Eh —Dana se sentó en otra y la hizo girar—, esto sí que es divertido!

—Han llegado —fue todo lo que pudo decir Zoe.

—No solo eso. Mira ahí. —Malory señaló las tres brillantes pilas para lavar el pelo—. Las han instalado esta mañana. —Arrastró a una atónita Zoe y abrió un grifo—. ¿Lo ves? También funcionan. Ya es todo un salón de belleza.

—No puedo creerlo. —Zoe se sentó en el suelo, se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar.

—Oh, tesoro. —Al instante, Malory se desató el pañuelo que llevaba en la cabeza y se lo ofreció para que se secara las lágrimas.

—Tengo pilas de lavado. Y sillas —dijo Zoe sollozando contra el colorido cuadrado de tela—. Y…, y tú tienes cuadros, esculturas y cajas de madera tallada. Y Dana tiene libros. Hace tres meses yo tenía un empleo de mierda y trabajaba para una mujer que ni siquiera me apreciaba. Ahora tengo sillas. Vosotras las habéis montado para mí.

—Tú restauraste la mesa —le recordó Malory.

—También encontraste la estantería para la cocina. Tuviste la idea de la iluminación con focos dirigibles y diste cemento blanco a las baldosas de los baños. —Dana se inclinó para darle una palmadita cariñosa en la cabeza—. Estamos juntas en esto, Zoe.

—Lo sé, lo sé. Se trata de eso. —Se secó los ojos—. Es precioso. Todo esto. Me encanta. Os quiero. Estoy bien. —Sorbió por la nariz y soltó un largo suspiro—. Dios, quiero lavar el pelo a alguien. —Riendo por fin, se puso en pie—. ¿Quién quiere ser la primera? —Al oír que llamaban desde el piso de abajo, sacudió la cabeza—. ¡Mierda, se me había olvidado! Es el chico del rastrillo con mi sofá. Le di veinte dólares para que me lo trajera. Tengo que ayudarle a subirlo hasta aquí.

Cuando Zoe salió corriendo, Malory se giró hacia Dana.

—Se le están juntando muchas cosas.

—Sí, desde luego. No creo que nos hayamos parado a pensar en la presión que recaería sobre la que tuviese el último turno. Si a eso le añades lo cerca que estamos de terminar con esto… —Extendió los brazos para abarcar la estancia—. Debe de estar a punto de estallar.

—Tenemos que asegurarnos de estar cerca de ella cuando eso suceda.

Bajaron para echar una mano con el sofá. Cuando estuvo colocado en su sitio, Malory dio un paso atrás y ladeó la cabeza.

—Bueno…, es agradable y grande. Y… —buscó algo positivo que decir sobre aquel objeto de un marrón apagado—… tiene un bonito respaldo.

—Es más feo que pegarle a un padre es la definición que andas buscando —la ayudó Zoe—. Pero espera y verás. —Empezó a abrir la caja que había llevado consigo, pero se detuvo de repente—. Id abajo hasta que haya terminado.

—¿Qué vas a hacer? —Dana le dio una patadita al sofá—. ¿Prenderle fuego?

—Vamos, dadme cinco minutos.

—Creo que te hará falta más tiempo —le advirtió Malory.

En cuanto se quedó sola, Zoe se puso manos a la obra. Se dijo a sí misma que si había algo que sabía bien eso era cómo convertir unas orejas de cerdo en un bolso de seda.

Cuando la transformación fue completa, retrocedió con los brazos en jarras.

Y, por Dios, había vuelto a conseguirlo. Fue hasta el hueco de las escaleras para llamar a sus amigas.

—Venga, subid. Decidme lo que opináis, y sed sinceras.

—¿La idea de prenderle fuego no te ha parecido lo bastante sincera? —preguntó Dana—. Mal y yo podemos quemarlo por ti si vas escasa de tiempo. ¿No tienes que irte a casa por Simon?

—No. Ya os contaré eso luego. —Cogió a Dana de la mano y después a Malory, y las llevó hasta el salón.

—Dios mío, Zoe. Dios mío, es precioso. —Asombrada, Malory se acercó al sofá para examinarlo.

El armatoste de triste color marrón se había metamorfoseado en un encantador sofá recubierto de hortensias de un rosa intenso sobre un fondo azul celeste. Los cojines estaban ahuecados y alegres lazos rodeaban los brazos del mueble.

—Es más que un milagro —afirmó Dana.

—Quiero hacer también un par de escabeles y forrarlos con la misma tela, u otra que lleve uno de los colores predominantes. Después me agenciaré algunas sillas plegables acolchadas y también les coseré unas fundas…, una especie de cobertores como en las bodas, con un lazo en la parte de atrás.

—Ya que estás, podrías tejerme un coche nuevo —sugirió Dana.

—Es magnífico, Zoe. Y ahora, ¿vas a sentarte ahí y contarnos lo que ha sucedido hoy?

—Aún no puedo sentarme. Sentaos vosotras. Quiero ver qué pinta tiene con gente. —Se paseó para estudiar el sofá desde distintos ángulos—. Tiene justo el aspecto que yo deseaba. A veces me entra el miedo, porque todo está yendo muy bien. Entonces empiezo a preocuparme de que, por esa razón, acabe echando a perder el tema de la llave. Ya sé que suena absurdo.

—No creas —replicó Dana mientras se aposentaba en el sofá—. Yo tiendo a preocuparme pensando qué irá a estropearse cuando todo va de maravilla.

—Yo pensaba…, esperaba que podría sentir algo al regresar a Morgantown. Y, bueno, Brad y yo hemos pasado por mi viejo apartamento y la peluquería en la que trabajaba. También por el local de tatuajes. Incluso hemos entrado en Reyes de Casa. Sin embargo, no ha sido como ayer. No he percibido esa sensación de apremio y entendimiento. —Se sentó en el suelo, delante del sofá—. Ha estado bien ver algunas de esas cosas de nuevo, recordar. En cambio nada me ha atrapado. Viví allí durante casi seis años, pero fue…, me he dado cuenta de que fue una transición. Nunca tuve la intención de quedarme. Trabajé y viví allí, pero mi mente estaba mirando hacia delante. Hacia aquí, supongo —añadió en voz baja—. A donde íbamos a ir, en cuanto yo pudiese arreglarlo. Simon nació allí, y eso es lo más grande de mi vida. Pero no hice nada más en aquel lugar, no me ocurrió nada más que fuese igual de importante. Aquel solo fue… un lugar preparatorio.

—Entonces eso es lo que has averiguado hoy —apuntó Malory—. Tu llave no está allí. Si no hubieras ido y pasado un tiempo buscando, no lo sabrías.

—Lo cierto es que sigo sin saber dónde está. —Frustrada, se golpeó con el puño en la rodilla—. Dentro de mí siento que debería poder verla, pero que tengo la cabeza girada, solo un poco, en dirección equivocada; y me inquieta que pueda continuar así, haciendo lo que he de hacer cada día, pero sin descubrirla por no volver la cabeza para mirar hacia el punto correcto.

—Malory y yo también nos desanimamos cuando nos tocó a nosotras —le recordó Dana—. También mirábamos en dirección equivocada.

—Tienes razón. Pero es que están pasando tantas cosas de este lado que parece que del otro no esté sucediendo apenas nada. Este lugar y lo que siento por él…, lo que siento por vosotras… Es algo muy grande. Después pienso en cómo se supone que he de sacar esa llave de la nada…, y al instante siguiente sé que puedo. Sé que puedo solo con dirigir la vista al lugar adecuado.

—Has vuelto a donde empezaste —terció Malory—. Y has buscado donde estuviste esperando. ¿No es esa una manera de describir tu vida antes de que llegaras aquí?

—Supongo que sí.

—A lo mejor deberías mirar en el lugar en que has terminado. El lugar en el que te hallas ahora.

—¿Te refieres a ConSentidos? ¿Crees que podría estar aquí, en esta casa?

—Quizá, o en algún otro sitio importante para ti. En algún lugar en el que te enfrentaste, o te enfrentarás, a un momento de verdad. A una decisión.

—De acuerdo —asintió Zoe, pensativa—. Intentaré concentrarme en eso durante un tiempo. Trabajaré aquí mientras Simon está con Brad.

—¿Simon está con Brad? —inquirió Dana.

—Eso es lo otro que os tenía que contar. —Dirigió una mirada confundida a Dana—. Cuando volvíamos, he comentado algo sobre recoger a Simon en la escuela y traerlo aquí…, mientras intentaba resolver cómo arreglar esto y aquello. Entonces Brad va y dice que él lo recogerá. Por supuesto, el hecho de que yo me niegue no vale para nada. Él lo recogerá, se lo llevará un rato a Reyes de Casa y luego a su casa, porque, por lo visto, ya habían quedado los dos en jugar a un videojuego de béisbol. Que yo haga lo que tenga que hacer, y que él vendrá a casa con Simon sobre las ocho. Ah, y que no me preocupe por la cena —añadió, con un airoso ademán—. Ellos encargarán pizza.

—¿Eso es un problema? —preguntó Malory.

—No exactamente. Desde luego, para Simon no lo es, y yo podré emplear bien ese tiempo. Pero es que no me gusta empezar a depender de alguien. No es más que otra manera de meterse en problemas. No quiero empezar a depender de Brad. No quiero estar enamorada de él. No quiero nada de eso, y no me veo capaz de impedirlo. —Con un suspiro, apoyó la cabeza sobre las rodillas de Malory—. ¿Qué voy a hacer ahora?

—Limítate a hacer lo que venga después.