VEINTITRÉS

El sonido del teléfono arrancó a Jaime de su sueño. Lo descolgó, aún medio dormido, y acercó el auricular al oído.

–Disculpe, señor –oyó–. Son las ocho de la mañana, nos pidió que lo despertásemos.

–Sí, muchas gracias –respondió él.

–De nada, señor.

Colgó el auricular, y se arropó de nuevo con la suave sábana blanca.

–Preciosa, es la hora –susurró.

Gloria sonrió. Le encantaba que la despertara así. A pesar del tiempo que hacía que estaban juntos, seguía oyendo campanitas cuando él le hablaba.

Se desperezó, y desnuda entre las sábanas, a Jaime le pareció una diosa.

–Hoy es el gran día –dijo ella.

–Sí –contestó él–. Por fin vamos a ver la que será la oficina en Málaga del gran fotógrafo Jaime Rueda –bromeó.

–No te lo tomes a risa –contestó ella, abrazándolo–. Sé que tenías muchas ganas de ampliar el negocio.

–Sí, no te lo voy a negar –respondió él– ¿No tienes la sensación de que la vida es maravillosa, de que nada puede ir mal?

–Hombre… ten en cuenta que estamos cerca de Marbella. Lo único que puede pasar es que dejes de hacer esas maravillosas fotos de moda que haces en Madrid y te pases al negocio de los paparazzi —dijo ella con una sonrisa pícara.

–Jajá –dijo Jaime, sarcástico–. Ni en un millón de años.

Se levantaron y se dieron una ducha juntos. Una vez vestidos, se dirigieron hacia el restaurante, para tomar el desayuno antes de acudir a la inauguración de sus nuevas oficinas.

–Con los hoteles me pasa igual que con los hospitales –dijo Jaime al salir del ascensor–. No consigo situarme ni con un plano. No tengo ni idea por dónde está el restaurante.

–Pues más vale que preguntes si no quieres que lleguemos tarde –respondió Gloria, que iba cogida de su brazo–. Mira, allí hay un chico.

–Disculpa –dijo Jaime–, ¿el restaurante, por favor?

Raúl lo miró como si lo conociera de algo. Durante un instante fue incapaz de articular palabra.

–¿Sucede algo? –preguntó Jaime.

–No… no, claro que no –balbuceó Raúl–. Es que hacen ustedes muy buena pareja. El restaurante está justamente hacia su derecha.

–Gracias –respondió Jaime, y se encaminaron hacia allí.

–Qué muchacho tan agradable, ¿verdad? –dijo Gloria.

–Sí, no sé por qué, pero me ha resultado conocido… A lo mejor lo conocí en otra vida –bromeó.

Gloria iba a contestar cuando les llegaron los ecos apagados de una discusión detrás de ellos. Jaime se volvió y vio cómo Julio le estaba dando el «repaso» de la mañana a Raúl.

–Espérame un momento aquí, cariño –le dijo a Gloria, y se dirigió al mostrador de la recepción.

Cuando Julio le vio acercarse por el rabillo del ojo, cambio la actitud instantáneamente.

–¿Deseaba algo el señor? –preguntó.

–Sí, discúlpeme, pero no he podido evitar ver que estaban ustedes discutiendo. ¿Sucede algo?

–Eh, no, señor, son sólo… problemas internos del personal del hotel –contestó Julio–. No dude usted que todos nuestros esfuerzos van encaminados a conseguir que su estancia en nuestro hotel sea lo más placentera posible. Es sólo que este chico ya está advertido desde hace tiempo, y me temo que va a tener que dejar su puesto a otra persona más preparada –sentenció mientras echaba una mirada de odio a Raúl que casi quemaba.

–Oh, disculpe, ¿no se lo ha dicho? –respondió Jaime –. Verá, mi nombre es Jaime Rueda. –Le pasó una tarjeta a Julio.

–¿El famoso fotógrafo? –respondió Julio con una sonrisa de oreja a oreja–. Es todo un honor para nuestro hotel contarle a usted entre nuestros huéspedes.

–Gracias, imagino que ha oído usted hablar de la inminente apertura de nuestras nuevas oficinas en Málaga…

–Sí, claro, es todo un evento. Se dice que va a generar una gran cantidad de puestos de trabajo, de forma directa e indirecta. Los famosos de medio mundo van a querer pasar por su estudio…

–Efectivamente. Y a eso iba. Me temo que va a tener que prescindir de los servicios de este muchacho, porque lo acababa de contratar como relaciones públicas.

La cara de Julio fue pasando del amarillo al verde.

–Probablemente –continuó Jaime– estaba esperando a acabar su jornada laboral para ponerlo en su conocimiento. Es que hoy en día ya no se encuentran personas así, tan responsables. ¿Sabe que el sueldo que va a cobrar seguramente triplica el que tiene usted como recepcionista?… Bueno, no lo aburro más. –Guiñó un ojo a Raúl y le deslizó una tarjeta en el bolsillo a la vez que con sus labios dibujaba la palabra «llámame».

Gloria había seguido la escena divertida desde la distancia. Casi no pudo esperar a que Jaime llegara a su lado para preguntarle:

–¿Qué ha pasado?

–Que acabo de contratar a nuestro relaciones públicas –respondió Jaime–. Y no me preguntes por qué, pero me jugaría el cuello a que hemos dado con la mejor persona para el puesto.

Gloria sonrió. Tampoco sabía por qué, pero estaba totalmente de acuerdo con su marido.

Y así, cogidos por el brazo, se encaminaron al restaurante del hotel que, ahora sí, contaba exactamente con cincuenta habitaciones por planta.