En Inglaterra, en ese mismo momento, una pareja de ancianos recordaban a su hija, que viajó a España a visitar la ciudad natal de Picasso para escribir su tesis de fin de carrera.
De eso hacía diez años, y nunca habían vuelto a verla. Y hasta ese preciso momento, la habían olvidado completamente. Con toda la velocidad que sus pies les permitieron, subieron la escalera y se dirigieron al cuarto de su hija. Durante diez años habían estado pasando a diario cientos de veces por delante de aquella puerta sin reparar en ella. Sus libros, sus CD, sus ropas…, todo estaba cubierto por una capa de polvo acumulado durante diez años de abandono.
Sus miradas se entrecruzaron, pero no buscaron explicación. Sabían que, por fin, todo estaba bien. Se abrazaron y no pudieron hacer otra cosa que llorar.
En Alemania, las luces de varias casas de una misma ciudad se encendieron a un mismo tiempo. Todas ellas tenían algo en común, en ellas vivían mujeres que hicieron su viaje de fin de curso a Málaga veinte años atrás. Con el corazón latiéndoles en las sienes, se preguntaron cómo pudieron abandonar allí a dos de sus compañeras, y lo que es más inquietante, por qué las habían olvidado por completo hasta ese instante.
La misma escena se repitió, con ligeras diferencias, en decenas de lugares a lo largo y ancho del planeta.
Al día siguiente, las comisarías de medio mundo se llenaron de denuncias por desaparición. Muchas de esas desapariciones habían ocurrido hasta treinta años atrás.
Una revista sensacionalista dedicó la mitad de su página treinta y cinco al tema de las denuncias. Cientos de páginas de Internet dedicadas a sucesos paranormales dieron cuenta también de esas muchachas desaparecidas.
Por lo demás, el mundo siguió girando, inmutable, y sus habitantes siguieron viviendo sus vidas con normalidad.