Mientras esperaba en la puerta del ascensor, Jaime repasaba mentalmente el plan de Raulito. En lugar de seguir su impulso, que no era otro que entrar en la habitación y preguntar por Gloria, Raulito tuvo una idea que era bastante más lógica. Propuso localizar a Isabel (si es que finalmente era ella la que se había tropezado con Jaime un rato antes) y sacarle toda la información posible acerca del huésped de la habitación 352, una habitación que no constaba en ningún registro ni tenía llave ni casillero en la recepción del hotel.
Y en ello estaba cuando sonó el agudo timbre que avisaba de la llegada del ascensor. Cuando la puerta se abrió, salieron del ascensor Raulito e Isabel.
Y efectivamente, se trataba de la chica que ellos habían supuesto.
Raulito se situó tras Isabel, e hizo un rápido gesto interrogativo a Jaime, al que éste contestó con otro afirmativo igual de breve.
–Buenos días, señor. ¿Quería verme? –preguntó Isabel con aquel embriagador acento.
–Sí, señorita, gracias. Soy el huésped de la habitación 352 y he extraviado las llaves del coche. Como acaba usted de limpiarla, me preguntaba si las había visto, o si por casualidad pudiera haberlas tirado a la basura sin darse cuenta… lo mismo se me cayeron al suelo y…
Isabel volvió un poco la cabeza y miró a Raúl fijamente, con cara de no tener ni idea de qué estaba pasando.
–Disculpe, señor, debe de haberse confundido. La última habitación de la planta es la 350…
Jaime abrió la boca para rebatirlo, pero Raulito lo cortó en seco.
–Ya me quedo yo con el caballero para ayudarlo, Isabel. Muchas gracias por tu ayuda.
–De nada –contestó Isabel–. Siento lo de sus llaves, señor. De todos modos lo revisaré todo con cuidado por si apareciera entre las bolsas de basura.
–Muchas gracias –contestó Jaime.
Un instante después, las puertas del ascensor se cerraban llevándose a Isabel hacia arriba, a la cuarta planta.
–¿Por qué no me has dejado preguntarle? –protestó Jaime.
–Porque no tenía ni idea de qué le estabas hablando, tío. Si alguna vez ha estado dentro de esa habitación, no recuerda nada en absoluto. Si hay algo que de verdad controlo, es la forma de mirar de la gente. En eso no se puede engañar. Y te aseguro que cuando me ha mirado no tenía absolutamente nada que ocultar. Simplemente pensaba que se te había ido la olla.
–Resumiendo –dijo Jaime–, tenemos una habitación que no debería existir, en un rincón oculto al final de uno de los pasillos del hotel. Por lo que sabemos hasta ahora, la habitación se limpia –vamos a suponer que regularmente– por el personal del hotel. Pero luego, mágicamente, se les olvida hasta que han estado cerca de la puerta de la 352. Si a eso añadimos que, cuando le preguntamos a tu amable recepcionista por Gloria, el tipo nos dejó caer que no había hablado con nadie así y si a eso le sumamos las fotos que se borraron (también misteriosamente) de mi cámara digital, no hay que ser un genio para suponer que es bastante posible que Gloria y la habitación tengan algún tipo de relación…
–Mira, tío, ya sabes que los temas extraños me dan repelús. O sea, que a mí lo único que me gusta de Halloween son los huesos de santo y los buñuelos. Seguro que esto tiene alguna explicación lógica…, lo mismo esa habitación la usan para huéspedes importantes que no quieran quedar registrados. Quizá Ju-lío e Isabel nos han dado gato por liebre, y estamos haciendo un castillo de un grano de arena, a lo mejor…
–Voy a entrar –dijo Jaime.
–Me lo temía –respondió Raulito.