NUEVE

Aquella mañana se levantó como nuevo. No recordaba haber dormido nunca en una cama tan cómoda y hacía muchísimo que no se levantaba tan descansado. Se hizo a sí mismo la promesa de tomarse unas vacaciones (de las de verdad) en aquel mismo hotel cuando todo hubiera acabado, quien sabe si acompañado por Gloria. Y por supuesto, cuando su economía abandonara definitivamente la UVI, para lo que tendría que pasar algún tiempo todavía.

Se dio una ducha que terminó de llevarse los últimos restos de cansancio de su cuerpo, se vistió con la misma ropa del día anterior –apuntó mentalmente que debía pasarse por la pensión para recoger un par de mudas– y se dispuso a salir de la habitación para desayunar. Eran las nueve de la mañana, y afortunadamente el desayuno estaba incluido en el precio, lo cual le iba a dar la oportunidad de ir al restaurante para buscar a Gloria.

El restaurante era una elegante estancia con capacidad –según le pareció a él– para dar servicio a la mitad de la población de Málaga de una sentada. Aunque había mesas vacías aquí y allá, la mayoría estaban ocupadas por turistas que devoraban sus desayunos a toda prisa para salir a descubrir las maravillas de la ciudad lo antes posible. Le bastó un vistazo para darse cuenta –para sentir– que ella no estaba allí. Hubiera brillado por encima de todo aquel gentío.

De repente, se sintió desanimado. No por no encontrarla, sino porque por primera vez caía en la cuenta de la cantidad de huéspedes que había alojados en el hotel. No quiso detenerse a pensar en la posibilidad de que ella ya no estuviera allí, que hubiera dejado el hotel, así que consiguió sacar la idea de su cabeza antes de que echara raíces, desayunó a toda prisa y decidió ponerse manos a la obra.

El primer paso era localizar a Raulito y trazar un plan de actuación. La tarea que tenía por delante era poco menos que una locura. En el peor de los casos, si Raulito no conseguía echarle una mano, tendría que llamar puerta por puerta a quinientas habitaciones hasta localizar a Gloria.

Y eso suponiendo que aún estuviera allí.

Aunque eso lo daba por seguro.

No sabía por qué, pero lo sabía.

Luego había que tener en cuenta que en la gran mayoría de los casos los ocupantes de las habitaciones estarían fuera. La gente no va a los hoteles a pasarse el día encerrados. Sólo van a dormir. Nadie en su sano juicio intentaría una cosa así, pero algo en su interior le decía a Jaime que era la única forma.

Justo cuando empezaba a agobiarse, le sonó el móvil. En la pantalla parpadeó varias veces el nombre de «Raúl».

–Justo ahora iba a llamarte. Parece que me has leído el pensamiento…

–¿Qué, cómo va esa misión imposible? ¿Has empezado ya a levantar a los huéspedes?

–No te lo tomes a coña, tío. No sabes el agobio que tengo encima, esto es un mundo.

–Ya te lo dije. Nunca había visto a nadie pillarse así con una tía. Ni siquiera la conoces, ni has hablado con ella… ¿Qué pasa si llamas a una puerta y cuando te abran te la encuentras con marido incluido?

La pregunta dejó a Jaime descolocado. Era una posibilidad muy real…, ¿por qué se aferraba con uñas y dientes al hecho de que Gloria no estuviese casada?

¿Acaso no había visto con sus propios ojos a su hijo? No podía ser más que su hijo… el mismo color de ojos, el tipo de pelo, la mirada… Eso era irrepetible, genética pura. Y sin embargo, no tenía más remedio que creer que ella era libre.

Lo necesitaba.

–¡Eh! ¿Se ha cortado? –La voz de Raulito lo sacó de su ensimismamiento.

–No, estaba bailando de alegría y no puedo hacer dos cosas a la vez –dijo sarcásticamente–. Desde luego, que tú vales para alegrar un velatorio. Podrías darme ánimos en vez de pisarme la cabeza, digo yo…

–Bueno, no te hago sufrir más. En realidad tengo buenas noticias…

–¿Sí? ¿Cuáles? –El corazón se le aceleró.

–Anda, sal a la calle y ahorramos pasta en el móvil. Cuando levantes cabeza me vas a tener que poner un sueldo, te aviso. Esto no se paga con cien euros.

–¿Dónde estás?

–En el parque, en la zona de los columpios. Ven a por mí antes de que coja complejo o me caguen las palomas…

–Ya estoy allí. –Colgó, y se bebió de un trago el zumo de naranja.

Su intención era aprovisionarse al máximo aprovechando el bufet del desayuno y preparar algunos bocadillos, que luego sacaría escondidos y que le servirían de almuerzo. Sin embargo, se olvidó de esos planes totalmente, la conversación con Raúl había encendido cientos de luces de color verde esperanza en su cabeza, y le impedían ver más allá de una zona de juegos en pleno parque de Málaga. Engulló el cruasán con mantequilla y mermelada de fresa y capturó de un zarpazo un par de napolitanas rellenas de chocolate. Le echó un vistazo apenado al café caliente y decidió dejarlo sobre la mesa sin haberlo probado, porque el riesgo de achicharrarse la lengua era demasiado evidente. En un suspiro, ya estaba fuera del hotel, enfilando el parque de Málaga en dirección a la zona infantil.