SIETE

No recordaba en qué momento se había quedado dormido. Simplemente estaba despierto y al instante siguiente se durmió. Si le hubiera pasado lo mismo mientras iba o venía de casa (de la pensión que hacía las veces de casa) con la moto, lo hubieran tenido que despegar del asfalto con espátula…

Habían pasado ya cuatro días desde su encuentro con Gloria. Estaba claro que no podía permitirse el lujo de soltarle cien euros diarios a Raulito para que hiciera de chivato, así que había tenido que hacer guardia él mismo mientras el cuerpo aguantase, o lo que es lo mismo, hasta esa misma mañana.

Desde el día que vio a Gloria su vida había cambiado. Evidentemente, no había podido entregar las fotografías que le habían encargado, pero le daba igual. Tenía docenas de llamadas perdidas en su móvil de su principal cliente y no se había molestado en contestar a ninguna. Es más, si su móvil empezaba a sonar, lo apagaba sin más. Sabía que, más adelante, cuando las piezas que formaban su mundo volvieran a encajar, tendría que montarse una excusa más que trabajada, pero ahora mismo su horizonte comenzaba y terminaba en Gloria, y el resto del universo pertenecía a otro plano infinitamente más anodino.

Así que no se lo pensó más. Sabía que ella estaba allí, dentro de aquel edificio, en alguna parte de ese restaurado hotel, y allí era también donde él debía estar. Se dirigió al cajero más cercano, que se encontraba a escasos cien metros del hotel, y consultó su saldo. Le quedaban mil ochocientos euros, y decidió que dedicaría hasta el último céntimo en localizarla. Así fue como Jaime se convirtió en huésped del Málaga Excelsior.