La carta llegó por correo, sin remite. Mi nombre, Alma Singer, estaba escrito a máquina en el sobre. Las únicas cartas que yo había recibido eran las de Misha, pero él no escribía a máquina. La abrí. Eran sólo dos líneas: «Querida Alma: El sábado a las 4 te espero en los bancos que hay frente a la entrada del zoo de Central Park. Creo que ya sabes quién soy. Tuyo afectísimo, Leopold Gursky».