Recuerdo el día en que descubrí que podía inducirme a mí mismo a ver cosas que no existen. Tenía diez años y volvía de la escuela. Unos chicos de la clase corrían gritando y riendo. Yo quería ser como ellos. Y sin embargo. No podía.
Siempre me había sentido diferente, y la diferencia dolía. Entonces, al doblar la esquina, lo vi. Un elefante enorme, solo en medio de la plaza. Yo sabía que me lo estaba imaginando. Y sin embargo. Quería creer.
De modo que lo intenté.
Y descubrí que podía.