Hubo un tiempo en el que vivía en el bosque, o en los bosques, en plural. Comía gusanos. Comía insectos. Comía todo lo que podía meterme en la boca. A veces me ponía enfermo. Tenía el estómago destrozado, pero necesitaba tragar. Bebía el agua de los charcos. La nieve. Todo lo que encontraba. A veces me colaba en los silos para patatas excavados en las afueras de los pueblos. Eran un buen escondite, porque allí no hacía tanto frío en el invierno. Pero había ratas. Pensar que llegué a comer ratas, sí, ratas crudas. Por lo visto, tenía muchas ganas de vivir. Y había una sola razón: ella.
La verdad es que ella me dijo que no podía quererme. Cuando me dijo adiós, me decía adiós para siempre.
Y sin embargo.
Me obligué a mí mismo a olvidar. No sé por qué. Aún me lo pregunto. Pero eso hice.