Sentí que iba a estallarme el corazón. Pensé: Ya que he vivido tanto. Por favor.
Un poco más no me matará. Yo quería decir su nombre en voz alta, gozaría pronunciándolo, porque sabía que, en cierta pequeña medida, se lo había puesto mi amor. Y sin embargo. No podía hablar. Temía no saber elegir las palabras. Ella dijo:
—Ese hijo que dice que no sabía…
Yo le di dos palmadas. Luego otras dos. Ella me tomó una mano. Con la otra mano le di dos palmadas. Ella me oprimió los dedos. Yo le di dos palmadas. Ella apoyó la cabeza en mi hombro. Yo le di dos palmadas. Ella me rodeó los hombros con un brazo. Yo le di dos palmadas. Ella me abrazó. Yo dejé de dar palmadas.
—Alma —dije.
Ella dijo:
—Sí.
—Alma —dije otra vez.
Ella dijo:
—Sí.
—Alma —dije.
Ella me dio dos palmadas.