Y entonces comprendí que había estado buscando a la persona equivocada.

Miré a los ojos al hombre más viejo del mundo, tratando de encontrar al niño que se había enamorado cuando tenía diez años.

—¿Estuvo enamorado de una muchacha que se llamaba Alma? —pregunté.

Él calló. Le temblaban los labios. Pensé que no me había entendido, y pregunté otra vez:

—¿Se enamoró de una muchacha que se llamaba Alma Mereminski?

Él extendió la mano. Me dio dos golpecitos en el brazo. Comprendí que trataba de decirme algo, pero no sabía qué podía ser.

—¿Estaba enamorado de una muchacha que se llamaba Alma Mereminski y que se marchó a América?

Se le llenaron los ojos de lágrimas, me dio dos palmaditas en el brazo y luego otras dos.

Yo dije:

—Ese hijo que dice que no sabía que usted existía, ¿se llamaba Isaac Moritz?