Y entonces la vi. Es extraño lo que puede hacer la mente cuando el corazón le da las instrucciones. Estaba distinta de como yo la recordaba. Y sin embargo.

Era la misma. Los ojos: por ellos la reconocí. Pensé: De modo que así te envían al ángel. De la misma edad que ella tenía cuando más te quería.

—Qué casualidad —dije—. Es mi nombre favorito.