Pasaron quince minutos, veinte. El hombre que estaba a mi lado se levantó y se fue. En su lugar se sentó una mujer que abrió un libro. Del banco de al lado se levantó otra mujer. Dos bancos más allá, una madre mecía a su hijo en el cochecito, al lado de un anciano. Tres bancos más abajo, una pareja se oprimía las manos y reía. Luego vi que se levantaban y se alejaban. La madre se puso en pie y se fue empujando el cochecito. Quedamos la mujer, el anciano y yo.
Pasaron otros veinte minutos. Se hacía tarde. Pensé que quienquiera que fuese ya no vendría. La mujer cerró el libro y se fue. Ya no había nadie más que el anciano y yo. Me levanté, decidida a marcharme. Estaba decepcionada. No sé qué esperaba. Eché a andar. Pasé por delante del anciano. Tenía una tarjeta prendida del pecho con un imperdible. Ponía: «ME LLAMO LEO GURSKY NO TENGO FAMILIA RUEGO LLAMEN AL CEMENTERIO PINELAWN ALLÍ TENGO UNA PARCELA EN LA SECCIÓN JUDÍA GRACIAS POR SU AMABILIDAD».