Una vez, estando yo escondido en un silo de patatas, pasaron por delante dos SS. La entrada estaba disimulada por una fina capa de heno. Sus pasos se acercaban, yo los oía hablar como si estuvieran dentro de mis oídos. Uno dijo:

«Mi mujer se acuesta con otro», y su compañero preguntó: «¿Cómo lo sabes?», y el primero respondió: «No lo sé, sólo lo sospecho», a lo que el segundo preguntó: «¿Por qué lo sospechas?», mientras a mí se me paraba el corazón. «Es sólo una impresión», dijo el primero, y yo imaginé la bala que me perforaría el cerebro. «No puedo pensar con claridad —añadió—. He perdido el apetito por completo».