Salí de la estación del metro y fui hacia Central Park. Pasé por delante del hotel Plaza. Ya era otoño: las hojas se volvían marrones y caían.

Entré en el parque por la calle Cincuenta y nueve y subí por el camino del zoo. Cuando llegué a la entrada, se me cayó el alma a los pies. Había unos veinticinco bancos en hilera. Siete estaban ocupados.

¿Cómo iba a saber quién era él?

Me paseé arriba y abajo por delante de los bancos. Nadie se fijó en mí. Me senté al lado de un hombre. Ni me miró.

Mi reloj marcaba las 4.02. Quizá se había retrasado.