Deja que te atraviese la luz
del otoño violácea, como si solo fueses
este inmenso Palacio de Cristal, de El Retiro
madrileño, y, en vez de carne
violenta y cuerpo hermoso
y doliente, tuvieras solo esta luz en cada vértice
de tu piel, en cada poro, esta paz
en reposo, esta alegría
sin venta; el haz extenso de luz
que nos tiene sin fin, que nos alza
—¿hacia dónde?— como palmeras
resplandecientes, ingrávidas: luz repleta,
repletos, un aullido
de lumbre hacia más, mucho más del que fuimos,
que somos;
----------------y que, en la oscuridad,
cuando todo esté en pugna
tercamente sinuosa y oigamos el ruidillo
de esa noche peor, quedemos aún cosidos, reventados
de lleno, a balazos
de luz: luz sin sombra
de duda, luz en suma
que canta.